No existe casi ninguna profesión que se lleve la mitad del trabajo a casa. Cuando se cierra el taller, la oficina, la obra o el comercio, los trabajadores no se llevan los materiales para continuar su trabajo en las horas de descanso. No hay ningún oficio en el que el estudio y la preparación del material no se computen como tiempo trabajado o que ni siquiera el tiempo del bocadillo cuente como horario laboral. Si se aplica esta fórmula, los futbolistas solo trabajan los 90 minutos del partido y los redactores el tiempo justo que están ante las cámaras. No hay ningún oficio en el que no cuenten para nada los traslados, ni las horas extraordinarias dedicadas a actividades o acompañamiento de alumnos. No hay una sola profesión que no ofrezca los instrumentos de trabajo gratis excepto en la enseñanza, desde el boli rojo, al bloc de notas, el ordenador portátil o el pendrive sempiterno que nos acompaña como una cruz laica.
Los profesores nunca van a hacer la huelga que pondría de manifiesto su función ni sus horas de trabajo: dejar de pasar las mañanas de los sábados y los domingos corrigiendo ejercicios, o acompañar el café de la tarde con las fichas de la clase que daremos el día siguiente.
En España, según el último estudio sobre el Panorama de la Educación, el horario lectivo del profesorado es de los mayores de la Unión Europea y de la OCDE, pero este dato es ocultado porque detrás de los recortes y de la reforma que nos anuncian no hay el afán de mejorar la educación pública, sino de reducir sus posibilidades y fomentar la enseñanza privada.
Mucho antes de que estallara la crisis económica, los think-tank de la derecha —incluyendo el actual ministro de Educación— lo habían teorizado. Según sus tesis la inversión en la enseñanza pública era desproporcionada y habría que buscar un mayor equilibrio con la iniciativa privada. En medio de las invocaciones al esfuerzo del alumnado y a la autoridad del profesor, introducían la idea de aumentar el número de alumnos por aula y limitar los programas compensatorios. Abogaban por aumentar los conciertos con la enseñanza privada, privatizar el bachillerato y hacer mucho más exclusiva la Universidad. Esperanza Aguirre no es un verso suelto sino la portavoz de todo el clasismo cañí hecho carne.
A todo esto nos quieren conducir de cabeza. Cuando en los centros educativos consigan ampliar el número de alumnos por aula en la enseñanza pública hasta cuarenta —como en los mejores tiempos del franquismo—, habrán conseguido gran parte de sus objetivos; cuando consigan que la sociedad torpemente crea que el profesor es un ser privilegiado al que hay que cargar con horarios insoportables y aulas masificadas, su revolución conservadora habrá llegado a su fin.
Los recortes que nos anuncian no son para ahorrar dinero público. No nos engañemos. Es fácil hacer este simple cálculo: los interinos despedidos se acogerán inmediatamente a su derecho a cobrar el desempleo. Es decir, el dinero ahorrado en salarios se gastaría en el pago de las prestaciones por desempleo y en falta de falta de recaudación de la seguridad social. Solo en Andalucía, quince mil personas que cumplen funciones educativas como profesorado interino serían puestas de patitas en la calle en un acto de injusticia y despilfarro que no ahorraría prácticamente ni un euro a las finanzas públicas.
El sacrificio que se exige al profesorado no será para mejorar la enseñanza, sino para masificar las aulas, suprimir las tutorías, despedir interinos y poner fin a la débil atención personalizada. Los efectos, en pocos años, serán terribles. Cada euro que se reste a la educación, cada alumno de más en las aulas, cada beca de menos en las universidades, cada tasa de más en los precios públicos, nos pasará factura en el modelo social y en la economía en muy pocos años. La educación, a diferencia de otros departamentos, no trata con cosas, sino con personas, con inteligencias y con capacidades. Es un delicado tejido cuyos desgarros son irreversibles. Por eso en Andalucía es necesario echar coraje, imaginación e inteligencia para sortear estos recortes y apostar, de verdad, por la educación pública.
Publicado en El País Andalucía
domingo, 15 de abril de 2012
domingo, 1 de abril de 2012
INTELIGENCIA NATURAL
Artículo publicado en El País Andalucía
Contra todo pronóstico no ganó la derecha. Precipitadamente se escondieron banderas, se deshicieron titulares. Dispararon una lluvia de insultos a Andalucía por no haber sido convenientemente sumisa a los conquistadores; se tambalearon las columnas de opinión que sustentan el edificio de la derecha mediática. Los elogios desmesurados a Javier Arenas se tornaron amargas reflexiones, aceradas críticas que actualizaban el lamento de todas las derrotas: ¡Ay de los vencidos!
El mismo día, a la misma hora, creció una modesta esperanza que dibujó una sonrisa en gran parte de la sociedad andaluza. Andalucía no se suma al carro monocolor de la revolución conservadora, alienta nuevas salidas, y aparece como un contrapoder efectivo a la mayoría omnímoda del PP. Los andaluces resolvieron el domingo una complicada ecuación con la mayor inteligencia: restaron al PSOE casi una decena de diputados para darles una severa advertencia por su actuación respecto a los ERE y a la situación económica; aumentaron significativamente el voto a IU para dar fuerza al discurso social y a la utilidad de la izquierda y situaron al PP muy lejos de la mayoría absoluta para no dar resquicio a que se pusiera en cuestión el mandato de las urnas. Finalmente, repartieron la abstención entre votantes socialistas desencantados y electores de la derecha a los que no les gustan los excesos económicos ni políticos de este nuevo gobierno.
En toda España la izquierda respiró aliviada. No se trata de sentimentalismo político ni de emoción por la marea roja de Andalucía sino de una sencilla cuestión de simetría social: por fin un territorio grande y poderoso puede ejercer de contrapeso a las políticas restrictivas de la derecha; por fin desde algún lugar se puede demostrar que son posibles otras soluciones frente a la crisis que no pase por poner de rodillas a los más humildes.
No es una esperanza ilusa. Todo el mundo sabe que los tiempos son difíciles, que es difícil hacer nuevas políticas cuando las arcas están vacías, que es casi imposible sustraerse a la política española y europea que ha reducido su vocabulario a una sola palabra: recortes. Pero gobernar en tiempos difíciles desde la izquierda puede ser la mejor demostración de la validez de sus principios y de sus propuestas. No se trata solo de frenar las políticas de la derecha, ni de convertir el Parlamento en la oposición a las políticas de Rajoy, sino de abordar con decisión cambios urgentes.
Para hacerlo, pueden contar con más voluntades incluso que las expresadas en las urnas, porque la esperanza es compartida por el ecologismo político, por el andalucismo de izquierdas así como por la mayor parte de los movimientos sociales de nuestra tierra. Por primera vez desde hace decenios, hay una voluntad común por confluir en un proyecto de cambio andaluz; por primera vez desde el reivindicativo 28-F es posible plasmar una alianza social muy amplia, más allá de lo que representan la simple suma de siglas. Pero esta alianza está solo disponible para el cambio, que no para la continuidad de las mismas formas de gobernar o de las mismas políticas ni para la ensoñación radical ajena a la realidad.
Por todo esto, tanto PSOE como IU deben ser serios y rigurosos. La desesperanza se alimenta sola pero la esperanza necesita del empuje de la inteligencia. Ni un solo espectáculo que alimente la maquinaria pesada de la gran derecha y de la desesperanza. Aún comprendiendo los miedos, la reticencias mutuas, no hay lugar para el desencuentro. Por supuesto, resulta lógico exigir una limpieza inmediata y una regeneración sin paliativos. Pero la situación política no deja espacio para alambicadas estrategias que dependan cada semana de decisiones en el Parlamento de Andalucía. Lo urgente no es discutir el poder de cada formación política sino poner en común las soluciones a los problemas andaluces.
La única forma de corresponder a la heroicidad de las urnas, es haciendo este camino con inteligencia, generosidad y diálogo social. Solo así se podrá afrontar la brutal campaña que se desatará al menor tropiezo, al más mínimo desengaño, por parte de una derecha que no va a perdonar el desdén de Andalucía.
Contra todo pronóstico no ganó la derecha. Precipitadamente se escondieron banderas, se deshicieron titulares. Dispararon una lluvia de insultos a Andalucía por no haber sido convenientemente sumisa a los conquistadores; se tambalearon las columnas de opinión que sustentan el edificio de la derecha mediática. Los elogios desmesurados a Javier Arenas se tornaron amargas reflexiones, aceradas críticas que actualizaban el lamento de todas las derrotas: ¡Ay de los vencidos!
El mismo día, a la misma hora, creció una modesta esperanza que dibujó una sonrisa en gran parte de la sociedad andaluza. Andalucía no se suma al carro monocolor de la revolución conservadora, alienta nuevas salidas, y aparece como un contrapoder efectivo a la mayoría omnímoda del PP. Los andaluces resolvieron el domingo una complicada ecuación con la mayor inteligencia: restaron al PSOE casi una decena de diputados para darles una severa advertencia por su actuación respecto a los ERE y a la situación económica; aumentaron significativamente el voto a IU para dar fuerza al discurso social y a la utilidad de la izquierda y situaron al PP muy lejos de la mayoría absoluta para no dar resquicio a que se pusiera en cuestión el mandato de las urnas. Finalmente, repartieron la abstención entre votantes socialistas desencantados y electores de la derecha a los que no les gustan los excesos económicos ni políticos de este nuevo gobierno.
En toda España la izquierda respiró aliviada. No se trata de sentimentalismo político ni de emoción por la marea roja de Andalucía sino de una sencilla cuestión de simetría social: por fin un territorio grande y poderoso puede ejercer de contrapeso a las políticas restrictivas de la derecha; por fin desde algún lugar se puede demostrar que son posibles otras soluciones frente a la crisis que no pase por poner de rodillas a los más humildes.
No es una esperanza ilusa. Todo el mundo sabe que los tiempos son difíciles, que es difícil hacer nuevas políticas cuando las arcas están vacías, que es casi imposible sustraerse a la política española y europea que ha reducido su vocabulario a una sola palabra: recortes. Pero gobernar en tiempos difíciles desde la izquierda puede ser la mejor demostración de la validez de sus principios y de sus propuestas. No se trata solo de frenar las políticas de la derecha, ni de convertir el Parlamento en la oposición a las políticas de Rajoy, sino de abordar con decisión cambios urgentes.
Para hacerlo, pueden contar con más voluntades incluso que las expresadas en las urnas, porque la esperanza es compartida por el ecologismo político, por el andalucismo de izquierdas así como por la mayor parte de los movimientos sociales de nuestra tierra. Por primera vez desde hace decenios, hay una voluntad común por confluir en un proyecto de cambio andaluz; por primera vez desde el reivindicativo 28-F es posible plasmar una alianza social muy amplia, más allá de lo que representan la simple suma de siglas. Pero esta alianza está solo disponible para el cambio, que no para la continuidad de las mismas formas de gobernar o de las mismas políticas ni para la ensoñación radical ajena a la realidad.
Por todo esto, tanto PSOE como IU deben ser serios y rigurosos. La desesperanza se alimenta sola pero la esperanza necesita del empuje de la inteligencia. Ni un solo espectáculo que alimente la maquinaria pesada de la gran derecha y de la desesperanza. Aún comprendiendo los miedos, la reticencias mutuas, no hay lugar para el desencuentro. Por supuesto, resulta lógico exigir una limpieza inmediata y una regeneración sin paliativos. Pero la situación política no deja espacio para alambicadas estrategias que dependan cada semana de decisiones en el Parlamento de Andalucía. Lo urgente no es discutir el poder de cada formación política sino poner en común las soluciones a los problemas andaluces.
La única forma de corresponder a la heroicidad de las urnas, es haciendo este camino con inteligencia, generosidad y diálogo social. Solo así se podrá afrontar la brutal campaña que se desatará al menor tropiezo, al más mínimo desengaño, por parte de una derecha que no va a perdonar el desdén de Andalucía.
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DEBATES CON TRAMPA
Publicado en El País Andalucía
La procedencia de estas ideas nos debiera hacer sospechar de sus intenciones últimas. Es francamente escamante que los mismos que parecen estar tan interesados en el pago de servicios públicos según la renta defiendan anular los impuestos a las herencias millonarias, acabar con el recargo a las rentas altas y suprimir el impuesto sobre el patrimonio. O, todavía peor, acaben de cargarse una subasta de medicamentos que hubiera ahorrado a Andalucía 40 millones de euros en su primer año.
En un Estado con derechos, los servicios públicos básicos deben ser iguales para toda la ciudadanía, independientemente de su procedencia social. La progresividad no se debe expresar en los servicios públicos, sino en el sistema impositivo. Es decir, el que es más rico debe pagar impuestos, independientemente de su uso de los servicios. Lo que tiene que ser justo es el sistema impositivo y la recaudación fiscal. Eso significa que cada ciudadano debe contribuir al mantenimiento de la escuela, los hospitales o los servicios sociales aunque no tenga hijos, ni enfermedades, ni invalidez alguna que atender. La democracia es mucho más que la libertad o el derecho al voto, es también la obligación de contribuir al mantenimiento del bien común; es un contrato social por el que el bien ajeno es beneficioso para todos.
En contra de este principio de que son los impuestos los que deben sufragar y equilibrar las diferencias, se está alimentando la idea de que cada servicio se pague en función de la renta. De llevarse a cabo, cada hospital, cada centro educativo y cada servicio público se convertirían en un centro recaudador. Se expedirán carnets de pobre o de rico, según las circunstancias.
En Andalucía se ha logrado que los libros de texto sean gratuitos hasta finalizar la educación obligatoria. Con cierto trabajo conseguimos que la gratuidad figurase en el Estatuto de Autonomía y formase parte del carácter integrador de nuestra enseñanza pública. Cada familia ahorra al año más de 300 euros con esta medida, sin embargo el coste es relativamente barato porque los libros pertenecen a los centros y se utilizan durante cuatro o cinco años por las sucesivas tandas de alumnos. Se ha acabado el doloroso espectáculo de que tres meses después de iniciado el curso, muchos chavales y chavalas, aún no tenían los libros porque sus familias carecían de recursos: todos tienen los mismos libros que deben cuidar, eso sí, algo desportillados el último año. Este curso, y hablo por experiencia directa, sin los libros gratuitos la situación hubiese sido dramática. Los profesores apenas nos atrevemos a exigir la compra de los libros de lectura (no incluidos en la gratuidad) porque el desembolso de unos pocos euros supone un problema para algunas familias.
Los defensores del sistema de copago o de rentas me dirán que, en esos casos, está justificada la gratuidad, pero no nos engañemos, acabaría con un derecho contemplado en nuestro Estatuto, y nos haría retroceder a los tiempos de la beneficencia ¿En qué renta se pondrá el límite? ¿Tendrán derecho las clases medias azotadas por la crisis, congeladas y estranguladas, a la gratuidad de los servicios públicos? En la enseñanza pública, en la salud, en los servicios sociales no abundan los ricos. En mi centro no hay uno solo. Imagino que han emigrado a la enseñanza privada, donde importan un pito los trescientos euros de los libros de texto.
En vísperas de las elecciones autonómicas la supresión de derechos, el retroceso a la beneficencia es un serio aviso de las políticas que nos aguardan, envueltas en el celofán del populismo, alimentando el rencor social de unos contra otros para dejar intactos los privilegios de los poderosos.
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domingo, 18 de marzo de 2012
PERDIDOS EN EL CALLEJÓN DEL GATO
Puedes leerlo completo en la edición de El País Andalucía
No solemos ser conscientes los andaluces de la fuerza de nuestra tierra. Estamos tan acostumbrados a que nuestra realidad, como el esperpento de Valle Inclán, se pasee por los espejos deformantes de los callejones oscuros de Madrid o Cataluña que apenas nos atrevemos a decir quiénes somos.
Durante siglos se ha trabajado en nuestro inconsciente un turbio complejo de inferioridad, una falta de estima por nuestros valores, nuestras formas de vida y éxitos cotidianos. Llevan decenios propagando ideas falsas sobre Andalucía y , aunque finjamos que estas gotas de lluvia han resbalado sobre nuestra piel, han acabado por afectar a nuestra conciencia donde flota la idea difusa de que lo nuestro es peor que el resto, nuestro trabajo de peor calidad, nuestros servicios inferiores e incluso nuestro acento –tan moderno y económico- han querido convertirlo en un rasgo de inferioridad cultural. Andalucía es algo así como la cultura de los de abajo, por eso el antiandalucismo se ha convertido en el leitmotiv de todos los que quieren ascender en la escala social, aunque sea a costa de pisotear a su propia gente.
Se han apropiado de la identidad andaluza y nos han hecho creer, después, que no la tenemos. Nos dicen que no somos nadie; nos ningunean hasta en los mapas del tiempo, porque no pueden entender que una identidad no se construye solo sobre fronteras, imposiciones, distancias; que una identidad puede estar compuesta de derechos sociales, de valores, de formas de vida mucho más abiertas e incluyentes que el resto.
Por eso, sin Andalucía, sin su peculiar composición social, sin su demanda pacífica de igualdad y de libertad, la historia reciente de España se hubiera escrito con tintes más sombríos y más insolidarios. Si la autonomía andaluza no hubiera irrumpido con fuerza en el escenario estatal, entre el Norte y el Sur, entre el centro y la periferia, se hubiera abierto un abismo social. Si Andalucía no hubiera puesto el acento en los servicios públicos y en los derechos ciudadanos nuestro país se parecería en desigualdad a la vecina Italia, cuyo Sur no tuvo nunca una Andalucía que reclamara mayor reparto de la riqueza. Sin Andalucía, el nacionalismo periférico catalán y vasco junto al centralismo de Madrid, hubieran creado un desierto por debajo de la M-30.
Ahora nuevamente Andalucía es la clave de bóveda de los tiempos futuros. No somos apenas conscientes de nuestra importancia. La sola convocatoria de elecciones autonómicas ha paralizado los presupuestos generales del Estado, ha reducido levemente los objetivos de déficit, ha suspendido en el aire la tijera de podar, ha retrasado la agenda legislativa del gobierno de copagos, repagos, tasas y privatizaciones. Si las elecciones andaluzas fuesen solo una cuestión de alternancia política, de simple traspaso de poder, no esperarían con el aliento contenido la resolución final de las urnas.
Esto no significa que el caudal reivindicativo y de cambio de nuestra tierra haya sido bien administrado por sus gobernantes. Ha sobrado clientelismo y paternalismo -el verdadero caldo de cultivo de esa maraña oscura de los ERES fraudulentos-, ha faltado sociedad civil crítica y potente. Ha sido un tremendo error la apuesta continuada por el ladrillo, la connivencia con la economía sumergida y la debilidad para afrontar los cambios económicos que se necesitaban.
No solemos ser conscientes los andaluces de la fuerza de nuestra tierra. Estamos tan acostumbrados a que nuestra realidad, como el esperpento de Valle Inclán, se pasee por los espejos deformantes de los callejones oscuros de Madrid o Cataluña que apenas nos atrevemos a decir quiénes somos.
Durante siglos se ha trabajado en nuestro inconsciente un turbio complejo de inferioridad, una falta de estima por nuestros valores, nuestras formas de vida y éxitos cotidianos. Llevan decenios propagando ideas falsas sobre Andalucía y , aunque finjamos que estas gotas de lluvia han resbalado sobre nuestra piel, han acabado por afectar a nuestra conciencia donde flota la idea difusa de que lo nuestro es peor que el resto, nuestro trabajo de peor calidad, nuestros servicios inferiores e incluso nuestro acento –tan moderno y económico- han querido convertirlo en un rasgo de inferioridad cultural. Andalucía es algo así como la cultura de los de abajo, por eso el antiandalucismo se ha convertido en el leitmotiv de todos los que quieren ascender en la escala social, aunque sea a costa de pisotear a su propia gente.
Se han apropiado de la identidad andaluza y nos han hecho creer, después, que no la tenemos. Nos dicen que no somos nadie; nos ningunean hasta en los mapas del tiempo, porque no pueden entender que una identidad no se construye solo sobre fronteras, imposiciones, distancias; que una identidad puede estar compuesta de derechos sociales, de valores, de formas de vida mucho más abiertas e incluyentes que el resto.
Por eso, sin Andalucía, sin su peculiar composición social, sin su demanda pacífica de igualdad y de libertad, la historia reciente de España se hubiera escrito con tintes más sombríos y más insolidarios. Si la autonomía andaluza no hubiera irrumpido con fuerza en el escenario estatal, entre el Norte y el Sur, entre el centro y la periferia, se hubiera abierto un abismo social. Si Andalucía no hubiera puesto el acento en los servicios públicos y en los derechos ciudadanos nuestro país se parecería en desigualdad a la vecina Italia, cuyo Sur no tuvo nunca una Andalucía que reclamara mayor reparto de la riqueza. Sin Andalucía, el nacionalismo periférico catalán y vasco junto al centralismo de Madrid, hubieran creado un desierto por debajo de la M-30.
Ahora nuevamente Andalucía es la clave de bóveda de los tiempos futuros. No somos apenas conscientes de nuestra importancia. La sola convocatoria de elecciones autonómicas ha paralizado los presupuestos generales del Estado, ha reducido levemente los objetivos de déficit, ha suspendido en el aire la tijera de podar, ha retrasado la agenda legislativa del gobierno de copagos, repagos, tasas y privatizaciones. Si las elecciones andaluzas fuesen solo una cuestión de alternancia política, de simple traspaso de poder, no esperarían con el aliento contenido la resolución final de las urnas.
Esto no significa que el caudal reivindicativo y de cambio de nuestra tierra haya sido bien administrado por sus gobernantes. Ha sobrado clientelismo y paternalismo -el verdadero caldo de cultivo de esa maraña oscura de los ERES fraudulentos-, ha faltado sociedad civil crítica y potente. Ha sido un tremendo error la apuesta continuada por el ladrillo, la connivencia con la economía sumergida y la debilidad para afrontar los cambios económicos que se necesitaban.
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lunes, 12 de marzo de 2012
RAE. MUCHO MÁS QUE UN INFORME

Si usted busca en el diccionario de la RAE palabras como alcalde y alcaldesa se encontrará con definiciones torpemente asimétricas: “presidente del ayuntamiento de un pueblo o término municipal” o “mujer que ejerce el cargo de alcalde”. Para la palabra “huérfano” la academia tiene una definición aún más chocante: “A quien se le han muerto el padre y la madre o uno de los dos, especialmente el padre”. Son algunas de las perlas que adornan esta institución tradicionalmente reacia a incorporar la igualdad de género en el lenguaje normativo y que se ha rebelado contra la inclusión del matrimonio homosexual en sus páginas.
En la historia de la academia todavía resuena su negativa a hacer académica a la lexicógrafa más importante, de nuestra historia, María Moliner, por el simple hecho de haber nacido mujer. Y no se trata de historias de tiempos pasados. En la actualidad sólo cinco mujeres forman parte de esta institución que acoge en su seno a hombres de los más variados oficios, incluidos los religiosos.
Pero vayamos con el informe que el académico Ignacio del Bosque ha realizado bajo el título “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”, avalado por 26 académicos de la institución. En este informe se pretende analizar una serie de guías sobre el lenguaje sexista de diferentes instituciones. Sus conclusiones pretenden ser demoledoras y, hasta cierto punto, presentan estas iniciativas bajo una luz ridícula y artificiosa. Concluyen: si hiciésemos caso de estas guías no podríamos hablar. Es verdad que algunas de estas publicaciones insisten en hacer un desdoblamiento continuo del lenguaje que va contra la economía y el interés de la comunicación pero ¿se puede deducir de ahí que sea ridículo e innecesario cualquier intento de visibilizar a las mujeres en el lenguaje?
Para empezar, gran parte de estas guías no se refieren al lenguaje oral, sino que son recomendaciones para el lenguaje escrito de las instituciones, comenzando por los formularios y las leyes. Intentan evitar que las leyes, por ejemplo, hablen solo de Presidentes, diputados, profesores, médicos o jueces o que la ciudadana de a pie tenga que estampar su firma bajo la autoridad de un masculino genérico profesional o social que ha dejado de tener sentido. ¿Es este desdoblamiento del lenguaje innecesario y risible? Una cosa es no cargar el uso de la lengua con desdoblamientos continuados y otra muy distinta suprimirlos del lenguaje, como al parecer es la opción que indirectamente se propone. Incluso en el lenguaje hablado, ¿hay que invisibilizar a las alumnas, a las juezas, a las mujeres en general como regla más adecuada?
El informe destila una clara intencionalidad social y política, en el momento justo y con la estrategia apropiada. De hecho, unos días después anuncian la candidatura de dos nuevas mujeres para evitar los reproches respecto al patente sexismo en la composición de esta institución, aunque la tesis oficial es que “no se pueden cambiar de la noche a la mañana trescientos años de historia” (sin duda historia de segregación) ni se puede “llenar la academia de golpe de mujeres de cualquier manera”, como si no sobraran en España escritoras y filólogas de iguales o superiores méritos a las últimas veinte incorporaciones masculinas. Reprocha la academia que las guías se hayan hecho sin su concurso, como si el uso del lenguaje estuviera sometido a un tribunal normativo, pero ellos no tienen empacho alguno en referirse incluso al malestar con el sistema de cuotas de participación política o social de las mujeres. Por otra parte, ¿cuál es la explicación de que justo en este momento se produzca este informe y se analicen unas guías que, en algunos de los casos tienen más de quince años de existencia. Lo importante de estas guías, con sus errores y vacilaciones, es que contribuyeron a llamar la atención sobre las asimetrías sociales que se construyen también con el lenguaje y que han abierto camino hacia un uso más normalizado del femenino. Es un debate, el de las guías, superado y en busca de nuevas propuestas. Sin embargo, parece que la academia no es capaz de reconocer ni un solo síntoma de invisibilidad de las mujeres en el lenguaje y ha decretado el fin de cualquier avance en este terreno. Uno de los más conspicuos académico, Arturo Pérez Reverte, lo afirma con toda claridad en su twitter: “Estaba siendo intolerable el matonismo casi indiscutido de las ultrarradicales feminazis. Cada vez más crecidas con la impunidad.” (las faltas de ortografía en la puntuación pertenecen al ensoberbecido autor). Sin embargo ninguno de los académicos se ha pronunciado sobre estas declaraciones o se ha distanciado de estas manifestaciones ofensivas y el uso de este informe se ha convertido en todo un manifiesto contra el feminismo en una etapa política caracterizada por la involución.
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¿CÓMO ES LA DERECHA ANDALUZA?
Puedes consultar el artículo completo en El País Andalucía
Aunque está a punto de conseguir el poder y tan solo un giro inesperado del destino pueda ponerlo fuera de su alcance, apenas sabemos nada de la derecha andaluza, de su verdadero carácter, de sus intenciones, de su modo de afrontar el gobierno de Andalucía.
Los liderazgos, hiperbolizados en los últimos años, ocultan más que muestran y escenifican más que representan. Si, en general, en este siglo de escasa ideología y excesivo marketing, los líderes han ocupado gran parte de la representación simbólica de sus partidos, en el caso de la derecha esta representación es casi totalizadora. Pero ¿qué hay tras la sonrisa de Javier Arenas y sus llamamientos continuos a una humildad tan contradictoria con su propio carácter? ¿Qué equipo le acompañará al frente de la Junta de Andalucía? ¿Con qué talante iniciará su andadura, si finalmente los andaluces deciden darle el sí final en la ceremonia del 25M?
La trayectoria de la derecha política en Andalucía ha sido muy azarosa, hasta el punto que ha tenido que ser reinventada después de la Transición. Ni UCD ni Alianza Popular soportaban las demandas de una sociedad andaluza que reclamaba la autonomía política con unos tintes reivindicativos y sociales muy cercanos a la izquierda. No formaron parte del movimiento histórico del 28 de febrero y tardaron años en aprender la letra del himno de Andalucía o en lucir la bandera blanquiverde.
No es extraño que Javier Arenas volviera a sentir el vértigo de verse fuera en la redacción de nuevo estatuto de autonomía, donde ejerció el juego –poco analizado por la apatía social que acompañó al proceso- de una doble partida de cartas, en la que pidió el SI con la boca chica - tras incluir la palabra España en todas sus acepciones en el articulado-, y el NO o la abstención en su "argumentario" de fondo dirigido al conjunto de la sociedad.
A partir de aquí, sabemos muy poco del PP, a pesar de que ostentan el gobierno de la mayoría de los grandes municipios andaluces. Sus alcaldes y alcaldesas, con la excepción frustrada de Teófila Martínez, no han desempeñado papel político alguno a escala andaluza y su presencia en el Parlamento solo ha representado un localismo provinciano en el que el PP se ha movido con comodidad.
En la esfera interna, lo único que hemos conocido es que las personas con un carácter más centrista o reformista han sido excluidas o se han distanciado del PP de forma clara. Incluso las plataformas en la que Arenas puso todo su empeño en los pasados años, han dejado de serle útiles. De esta forma, el núcleo dirigente del PP andaluz es una amalgama de nombres casi desconocidos, extremadamente obedientes a las indicaciones de Javier Arenas, que tienden a ahorrarle al jefe los papeles de "policía malo" en la política andaluza y que compiten entre sí por superarse en descalificaciones y mandobles.
La oposición que han ejercido en el Parlamento de Andalucía se ha basado más en la política estatal (terrorismo, estatuto catalán y, en la última legislatura, en los innumerables errores de José Luis Rodríguez Zapatero) que en presentar propuestas alternativas a la situación socioeconómica de Andalucía. Su oposición, en algunas ocasiones, ha rozado la vendetta personal y la confrontación gratuita, y hasta ayer anunciaban que cuando llegaran al gobierno iban a "hacer tabla rasa" de decenas de leyes y de instituciones. Por eso, para muestra un botón, no aceptaron esta semana que el debate entre los candidatos -si es que llega a producirse-, se celebrara en dependencias de Canal Sur ni fuese moderado por ninguno de sus periodistas. No parece ser este talante, el del cuchillo en la boca, el más adecuado para una alternancia democrática.
Y todavía, a dos semanas justas de las elecciones, siguen sin aclarar –aunque lo sabemos- qué harán con la educación, con la salud pública andaluza ni con los servicios sociales. Tampoco aclaran si son partidarios de la autonomía andaluza. Anuncian recortes y aumento de gastos; subidas y bajadas de impuestos; andalucismo y recentralización, todo en la misma frase. Intentan, lógicamente, canalizar todo el voto del descontento social que es mucho. Pero como decía Ortega "no es eso. No es eso".
Aunque está a punto de conseguir el poder y tan solo un giro inesperado del destino pueda ponerlo fuera de su alcance, apenas sabemos nada de la derecha andaluza, de su verdadero carácter, de sus intenciones, de su modo de afrontar el gobierno de Andalucía.
Los liderazgos, hiperbolizados en los últimos años, ocultan más que muestran y escenifican más que representan. Si, en general, en este siglo de escasa ideología y excesivo marketing, los líderes han ocupado gran parte de la representación simbólica de sus partidos, en el caso de la derecha esta representación es casi totalizadora. Pero ¿qué hay tras la sonrisa de Javier Arenas y sus llamamientos continuos a una humildad tan contradictoria con su propio carácter? ¿Qué equipo le acompañará al frente de la Junta de Andalucía? ¿Con qué talante iniciará su andadura, si finalmente los andaluces deciden darle el sí final en la ceremonia del 25M?
La trayectoria de la derecha política en Andalucía ha sido muy azarosa, hasta el punto que ha tenido que ser reinventada después de la Transición. Ni UCD ni Alianza Popular soportaban las demandas de una sociedad andaluza que reclamaba la autonomía política con unos tintes reivindicativos y sociales muy cercanos a la izquierda. No formaron parte del movimiento histórico del 28 de febrero y tardaron años en aprender la letra del himno de Andalucía o en lucir la bandera blanquiverde.
No es extraño que Javier Arenas volviera a sentir el vértigo de verse fuera en la redacción de nuevo estatuto de autonomía, donde ejerció el juego –poco analizado por la apatía social que acompañó al proceso- de una doble partida de cartas, en la que pidió el SI con la boca chica - tras incluir la palabra España en todas sus acepciones en el articulado-, y el NO o la abstención en su "argumentario" de fondo dirigido al conjunto de la sociedad.
A partir de aquí, sabemos muy poco del PP, a pesar de que ostentan el gobierno de la mayoría de los grandes municipios andaluces. Sus alcaldes y alcaldesas, con la excepción frustrada de Teófila Martínez, no han desempeñado papel político alguno a escala andaluza y su presencia en el Parlamento solo ha representado un localismo provinciano en el que el PP se ha movido con comodidad.
En la esfera interna, lo único que hemos conocido es que las personas con un carácter más centrista o reformista han sido excluidas o se han distanciado del PP de forma clara. Incluso las plataformas en la que Arenas puso todo su empeño en los pasados años, han dejado de serle útiles. De esta forma, el núcleo dirigente del PP andaluz es una amalgama de nombres casi desconocidos, extremadamente obedientes a las indicaciones de Javier Arenas, que tienden a ahorrarle al jefe los papeles de "policía malo" en la política andaluza y que compiten entre sí por superarse en descalificaciones y mandobles.
La oposición que han ejercido en el Parlamento de Andalucía se ha basado más en la política estatal (terrorismo, estatuto catalán y, en la última legislatura, en los innumerables errores de José Luis Rodríguez Zapatero) que en presentar propuestas alternativas a la situación socioeconómica de Andalucía. Su oposición, en algunas ocasiones, ha rozado la vendetta personal y la confrontación gratuita, y hasta ayer anunciaban que cuando llegaran al gobierno iban a "hacer tabla rasa" de decenas de leyes y de instituciones. Por eso, para muestra un botón, no aceptaron esta semana que el debate entre los candidatos -si es que llega a producirse-, se celebrara en dependencias de Canal Sur ni fuese moderado por ninguno de sus periodistas. No parece ser este talante, el del cuchillo en la boca, el más adecuado para una alternancia democrática.
Y todavía, a dos semanas justas de las elecciones, siguen sin aclarar –aunque lo sabemos- qué harán con la educación, con la salud pública andaluza ni con los servicios sociales. Tampoco aclaran si son partidarios de la autonomía andaluza. Anuncian recortes y aumento de gastos; subidas y bajadas de impuestos; andalucismo y recentralización, todo en la misma frase. Intentan, lógicamente, canalizar todo el voto del descontento social que es mucho. Pero como decía Ortega "no es eso. No es eso".
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lunes, 5 de marzo de 2012
LA DANZA DE LOS OBISPOS
También lo puedes leer en El País Andalucía
Una pequeña anécdota me salvó de ser católica. Cuando contaba apenas nueve años asistí a una ceremonia religiosa previa a unos ejercicios espirituales. En la oscuridad de la iglesia, un sacerdote elevaba sus brazos de forma fantasmal y nos pintaba con toda crudeza la descomposición del cuerpo una vez fallecido; cómo los gusanos y las crisálidas surgían de la carne; el hedor que esparcía el cuerpo en su lenta descomposición. Alzó la voz y dijo: “Aún estáis a tiempo. Arrepentíos, sacrificad vuestro cuerpo para ganar la vida eterna”. Salí aterrorizada de la iglesia. La palabra “arrepentíos” sonaba en mis oídos como un siniestro tambor. Eran las vísperas de Semana Santa y no discurrí ningún medio mejor de mortificarme que introducir garbanzos crudos en el interior de mis zapatos blancos, redondeados, con una trabilla unida por un botón de perla. El Domingo de Ramos salí con mis padres y mis hermanos con mis pies mortificados por los duros garbanzos. Apenas podía caminar, aunque intentaba disimularlo con una forzada sonrisa. El cura nos había advertido que el sacrificio para ser válido tenía que ser secreto, visible solo ante los ojos divinos. Pero los ojos de mi madre fueron directos a los zapatos, me descalzó y se quedó asombrada ante el puñado de garbanzos crudos que contenían. “No seas tonta —me dijo— todo eso que cuentan no son más que patrañas para asustarnos”. Me sentí tan segura y aliviada que, tras consolarme con un helado de chocolate, puse fin para siempre a cualquier aventura religiosa. Esta experiencia mística tan temprana me puso a salvo de la liturgia y de las lecciones de culpa; también del dolor de la ruptura con la tradición y del sabor amargo, levemente anticlerical, que tienen los que prolongaron su permanencia en la Iglesia hasta bien entrada la adolescencia. Acabo de ver una foto que recuerda los tiempos pasados. Trece obispos andaluces —por supuesto varones—, de riguroso luto, con la cruz colgada al cuello y similares gafas, posan ante la cámara con la expresión de quienes tienen el poder y la gloria de su parte. Algunos entrelazan sus manos con ese gesto tan característico del sacerdocio. En estos tiempos de crisis no han salido de sus diócesis para difundir un mensaje evangélico de solidaridad y de apoyo a los más necesitados. Ni una sola palabra han dedicado a los parados, a los que están siendo azotados por las desigualdades económicas. Ni una sola frase han dedicado a denunciar las injusticias, ni la acumulación de riqueza, ni a la codicia de los más poderosos. Han salido, unidos y sonrientes, para pedir que se vote a la derecha andaluza, la auténtica, la genuina, la que impedirá el aborto, abolirá el matrimonio entre personas del mismo sexo y, por supuesto, aumentará los conciertos educativos con la iglesia. Han salido a hablar de lo suyo: del poder, de los negocios, de su patrimonio y de su estatus social. Les ha bastado una reflexión sobre la corrupción política que les parece altamente preocupante en Andalucía, pero no en Valencia. Desde las atalayas de sus obispados se atreven a proponer a los de abajo más trabajo y sacrificios para salir de la crisis y denuncian “la mentalidad tan extendida del derecho a la dádiva y de la subvención”. ¿Quién dijo que la Iglesia no renueva su mensaje? Se han apuntado a la fila del discurso antiandaluz que predica el conde de Salvatierra, la CEOE, los nacionalistas catalanes y las gallinitas de Esperanza Aguirre; se han hecho de la FAES y de las corrientes más neoliberales que piden el fin de las ayudas públicas. Esto lo dice una institución que vive del Estado, que no paga impuestos por ninguna de sus actividades ni bienes y a la que sufragamos todos, tanto católicos como no creyentes. Una organización que solo se acuerda de sus organizaciones sociales de base cuando se les demanda que contribuyan al IBI o que se autofinancien. Qué pena que no se acuerden de ellos cuando hacen sus comunicados electorales. Qué pena que no tengan procesos democráticos para que realmente sepamos a cuántos cristianos representa esa jerarquía obsesionada con el sexo, ajena al dolor humano y tajantemente desigualitaria.
Una pequeña anécdota me salvó de ser católica. Cuando contaba apenas nueve años asistí a una ceremonia religiosa previa a unos ejercicios espirituales. En la oscuridad de la iglesia, un sacerdote elevaba sus brazos de forma fantasmal y nos pintaba con toda crudeza la descomposición del cuerpo una vez fallecido; cómo los gusanos y las crisálidas surgían de la carne; el hedor que esparcía el cuerpo en su lenta descomposición. Alzó la voz y dijo: “Aún estáis a tiempo. Arrepentíos, sacrificad vuestro cuerpo para ganar la vida eterna”. Salí aterrorizada de la iglesia. La palabra “arrepentíos” sonaba en mis oídos como un siniestro tambor. Eran las vísperas de Semana Santa y no discurrí ningún medio mejor de mortificarme que introducir garbanzos crudos en el interior de mis zapatos blancos, redondeados, con una trabilla unida por un botón de perla. El Domingo de Ramos salí con mis padres y mis hermanos con mis pies mortificados por los duros garbanzos. Apenas podía caminar, aunque intentaba disimularlo con una forzada sonrisa. El cura nos había advertido que el sacrificio para ser válido tenía que ser secreto, visible solo ante los ojos divinos. Pero los ojos de mi madre fueron directos a los zapatos, me descalzó y se quedó asombrada ante el puñado de garbanzos crudos que contenían. “No seas tonta —me dijo— todo eso que cuentan no son más que patrañas para asustarnos”. Me sentí tan segura y aliviada que, tras consolarme con un helado de chocolate, puse fin para siempre a cualquier aventura religiosa. Esta experiencia mística tan temprana me puso a salvo de la liturgia y de las lecciones de culpa; también del dolor de la ruptura con la tradición y del sabor amargo, levemente anticlerical, que tienen los que prolongaron su permanencia en la Iglesia hasta bien entrada la adolescencia. Acabo de ver una foto que recuerda los tiempos pasados. Trece obispos andaluces —por supuesto varones—, de riguroso luto, con la cruz colgada al cuello y similares gafas, posan ante la cámara con la expresión de quienes tienen el poder y la gloria de su parte. Algunos entrelazan sus manos con ese gesto tan característico del sacerdocio. En estos tiempos de crisis no han salido de sus diócesis para difundir un mensaje evangélico de solidaridad y de apoyo a los más necesitados. Ni una sola palabra han dedicado a los parados, a los que están siendo azotados por las desigualdades económicas. Ni una sola frase han dedicado a denunciar las injusticias, ni la acumulación de riqueza, ni a la codicia de los más poderosos. Han salido, unidos y sonrientes, para pedir que se vote a la derecha andaluza, la auténtica, la genuina, la que impedirá el aborto, abolirá el matrimonio entre personas del mismo sexo y, por supuesto, aumentará los conciertos educativos con la iglesia. Han salido a hablar de lo suyo: del poder, de los negocios, de su patrimonio y de su estatus social. Les ha bastado una reflexión sobre la corrupción política que les parece altamente preocupante en Andalucía, pero no en Valencia. Desde las atalayas de sus obispados se atreven a proponer a los de abajo más trabajo y sacrificios para salir de la crisis y denuncian “la mentalidad tan extendida del derecho a la dádiva y de la subvención”. ¿Quién dijo que la Iglesia no renueva su mensaje? Se han apuntado a la fila del discurso antiandaluz que predica el conde de Salvatierra, la CEOE, los nacionalistas catalanes y las gallinitas de Esperanza Aguirre; se han hecho de la FAES y de las corrientes más neoliberales que piden el fin de las ayudas públicas. Esto lo dice una institución que vive del Estado, que no paga impuestos por ninguna de sus actividades ni bienes y a la que sufragamos todos, tanto católicos como no creyentes. Una organización que solo se acuerda de sus organizaciones sociales de base cuando se les demanda que contribuyan al IBI o que se autofinancien. Qué pena que no se acuerden de ellos cuando hacen sus comunicados electorales. Qué pena que no tengan procesos democráticos para que realmente sepamos a cuántos cristianos representa esa jerarquía obsesionada con el sexo, ajena al dolor humano y tajantemente desigualitaria.
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lunes, 27 de febrero de 2012
ENHORABUENA, CENTRALISTAS
Este es el artículo publicado en El País Andalucía en vísperas del 28F
Me gustaría saber cómo se implantan en el cerebro los prejuicios; cuál es el proceso por el que se difunden datos falsos; cómo se orienta el malestar social hacia un objetivo concreto; de qué forma se consigue criminalizar personas, razas o instituciones.
Una vez que la planta del prejuicio ha enraizado en nuestro cerebro, resulta inmune a la lógica y a la verdad. En la primera escena de la película Malditos bastardos, el coronel nazi Hans Landa explica al campesino francés el ideario antisemita a través de la repugnancia que nos causan las ratas. Sin embargo, afirma: “Todo lo que se dice sobre ellas, se puede aplicar también a las ardillas y no nos causan aversión sino simpatía”. Ningún hecho, concluye, va a modificar estos sentimientos.
La comparación con el ideario nazi finaliza aquí. No deseo banalizar esa terrorífica ideología ni mucho menos comparar situaciones políticas. Solo intento explicar que, durante los últimos años, se ha intentado demonizar a las autonomías, asociarlas al fracaso y al despilfarro, desprestigiar sus logros y magnificar sus errores. Tengo que felicitar a los que se han empeñado en tan dura tarea porque ahora estas ideas entran en la ciudadanía como un cuchillo caliente en la mantequilla.
Discutir sobre las ideas es fácil: basta con argumentar de forma fundada, esgrimir datos y consideraciones. Sin embargo, es una tarea imposible combatir los prejuicios porque no adoptan formas concretas sino fantasmales y acaban por enraizar en nuestro inconsciente. Cuando lo hacemos, emerge el fastidio, la irritación, los datos dispersos y las anécdotas. Resulta imposible llegar a algún punto concreto porque más que una idea, los prejuicios provocan sentimientos negativos incontrolables.
¿Son las autonomías esas instituciones inútiles y derrochadoras que nos pintan? ¿Ha sido la autonomía andaluza un obstáculo para nuestro desarrollo? ¿Es mejor la vuelta a un Estado centralizado? Los datos son absolutamente abrumadores a favor de la autonomía. Nuestros servicios públicos básicos —salud y educación— en el anterior Estado centralizado presentaban una situación casi dramática. Nuestros hospitales y centros asistenciales eran escasos y estaban en todos los parámetros a años luz de la situación actual. Tampoco se mantiene la melancolía educativa respecto los tiempos pasados: el 80% de los jóvenes andaluces salían del sistema educativo antes de los 16 años y los centros existentes eran cuatro veces menos que en la actualidad. Para hacernos una idea cierta, en 1983 había 50.000 profesores no universitarios y en la actualidad, más de 120.000 De los servicios sociales, no merece la pena hablar porque ni siquiera existía tal concepto presupuestario ni político.
Las autonomías administran los bienes públicos más preciados: salud, educación y servicios sociales. El único servicio estatal equiparable en importancia son las pensiones. Sin embargo, no son responsables más que de un 20% del déficit del Estado. ¿Por qué entonces se les acusa con el dedo y se clama por la vuelta a la centralización? Les invito a que lo piensen un momento y a que averigüen si esta ofensiva neocentralista no está relacionada con el recorte de los servicios públicos, con su privatización o con el fin del Estado de bienestar.
La autonomía andaluza ha fracasado en el empleo, en el cambio del modelo productivo que demandan el viejo y el nuevo Estatuto. Eso si es realmente grave y necesita una corrección en profundidad, pero las críticas de sus detractores no se sitúan ahí. Todo lo contrario, se comprometen a volver al ladrillo y a la economía de servicios. Mientras triunfan las ideas del centralismo, se destierran las banderas blanquiverdes y se anuncian nuevas sucursales antiandaluzas, asistimos atónitos al espectáculo de cómo una comunidad que conquistó en las calles su autonomía, tiene que discutir con burócratas estatales si puede o no convocar sus propias plazas de profesorado o si tiene que cerrar las plantas solares que nos iban a dar la energía del futuro. Feliz 28-F, Andalucía.
Me gustaría saber cómo se implantan en el cerebro los prejuicios; cuál es el proceso por el que se difunden datos falsos; cómo se orienta el malestar social hacia un objetivo concreto; de qué forma se consigue criminalizar personas, razas o instituciones.
Una vez que la planta del prejuicio ha enraizado en nuestro cerebro, resulta inmune a la lógica y a la verdad. En la primera escena de la película Malditos bastardos, el coronel nazi Hans Landa explica al campesino francés el ideario antisemita a través de la repugnancia que nos causan las ratas. Sin embargo, afirma: “Todo lo que se dice sobre ellas, se puede aplicar también a las ardillas y no nos causan aversión sino simpatía”. Ningún hecho, concluye, va a modificar estos sentimientos.
La comparación con el ideario nazi finaliza aquí. No deseo banalizar esa terrorífica ideología ni mucho menos comparar situaciones políticas. Solo intento explicar que, durante los últimos años, se ha intentado demonizar a las autonomías, asociarlas al fracaso y al despilfarro, desprestigiar sus logros y magnificar sus errores. Tengo que felicitar a los que se han empeñado en tan dura tarea porque ahora estas ideas entran en la ciudadanía como un cuchillo caliente en la mantequilla.
Discutir sobre las ideas es fácil: basta con argumentar de forma fundada, esgrimir datos y consideraciones. Sin embargo, es una tarea imposible combatir los prejuicios porque no adoptan formas concretas sino fantasmales y acaban por enraizar en nuestro inconsciente. Cuando lo hacemos, emerge el fastidio, la irritación, los datos dispersos y las anécdotas. Resulta imposible llegar a algún punto concreto porque más que una idea, los prejuicios provocan sentimientos negativos incontrolables.
¿Son las autonomías esas instituciones inútiles y derrochadoras que nos pintan? ¿Ha sido la autonomía andaluza un obstáculo para nuestro desarrollo? ¿Es mejor la vuelta a un Estado centralizado? Los datos son absolutamente abrumadores a favor de la autonomía. Nuestros servicios públicos básicos —salud y educación— en el anterior Estado centralizado presentaban una situación casi dramática. Nuestros hospitales y centros asistenciales eran escasos y estaban en todos los parámetros a años luz de la situación actual. Tampoco se mantiene la melancolía educativa respecto los tiempos pasados: el 80% de los jóvenes andaluces salían del sistema educativo antes de los 16 años y los centros existentes eran cuatro veces menos que en la actualidad. Para hacernos una idea cierta, en 1983 había 50.000 profesores no universitarios y en la actualidad, más de 120.000 De los servicios sociales, no merece la pena hablar porque ni siquiera existía tal concepto presupuestario ni político.
Las autonomías administran los bienes públicos más preciados: salud, educación y servicios sociales. El único servicio estatal equiparable en importancia son las pensiones. Sin embargo, no son responsables más que de un 20% del déficit del Estado. ¿Por qué entonces se les acusa con el dedo y se clama por la vuelta a la centralización? Les invito a que lo piensen un momento y a que averigüen si esta ofensiva neocentralista no está relacionada con el recorte de los servicios públicos, con su privatización o con el fin del Estado de bienestar.
La autonomía andaluza ha fracasado en el empleo, en el cambio del modelo productivo que demandan el viejo y el nuevo Estatuto. Eso si es realmente grave y necesita una corrección en profundidad, pero las críticas de sus detractores no se sitúan ahí. Todo lo contrario, se comprometen a volver al ladrillo y a la economía de servicios. Mientras triunfan las ideas del centralismo, se destierran las banderas blanquiverdes y se anuncian nuevas sucursales antiandaluzas, asistimos atónitos al espectáculo de cómo una comunidad que conquistó en las calles su autonomía, tiene que discutir con burócratas estatales si puede o no convocar sus propias plazas de profesorado o si tiene que cerrar las plantas solares que nos iban a dar la energía del futuro. Feliz 28-F, Andalucía.
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sábado, 18 de febrero de 2012
¿DE QUÉ SE RÍEN?
Puedes consultarlo íntegro en la edición de El País Andalucía:
Si usted hubiera caído en un pozo y le preguntasen qué estaría dispuesto a hacer para salir, es posible que ofreciera su vivienda y sus más queridas posesiones con tal de salir del agujero. ¿Pero es justo legalizar esta extorsión? Por eso, cuando alguien les pregunte qué estarían dispuestos a hacer para conservar su empleo o para conseguir un puesto de trabajo, debe tener mucho cuidado porque la respuesta puede ser utilizada en su contra.
Con el arma de destrucción masiva de la crisis apuntando a nuestro cerebro nos preguntan qué estaríamos dispuestos a hacer para seguir sobreviviendo. Y las respuestas forzadas, extorsionadas hasta el límite, se convierten en argumentos de autoridad contra los derechos laborales conquistados con mucho esfuerzo y tesón.
Es mejor esto que nada, nos dicen, y apelan al que está más bajo en la escala laboral. ¿Quién ha dicho que la derecha defiende los privilegios? Muy al contrario, han elaborado una curiosa tesis según la cual los sectores privilegiados no son los que poseen grandes fortunas sino una casta de trabajadores con empleo estable y salario digno con los que es preciso terminar. Ya les hemos oído desprestigiar a profesores, sanitarios y funcionarios públicos, con el silencio cómplice de una parte de la sociedad que no sabe lo peligroso que es el juego de confrontar unos trabajadores con otros. ¿Quién ha dicho que la derecha no es igualitaria? Estoy segura de que no pararán hasta no equiparar laboralmente a todos los trabajadores con el último eslabón de la cadena.
Rajoy nos cuenta un chiste malo en el Congreso. Dice que su reforma laboral hace perder poder a los empresarios y a los trabajadores por igual, y a sus respectivas organizaciones. Sin embargo no hay una sola línea que avale esta equidistancia, este sacrificio común del que se habla. Los trabajadores no solo van a perder dos terceras partes de su indemnización por despido, sino que a partir de este momento el empresario podrá bajarles el salario, cambiar el horario laboral sin negociación o desplazarlos a Pernambuco. Si a los trabajadores les quedaban pocos instrumentos para la defensa de sus derechos, con esta reforma se produce un verdadero traspaso de poder hacia el empresariado. ¿Contrapartidas? Absolutamente ninguna. Esta reforma se escribe con la tinta de los viejos dictados, de las aspiraciones del empresariado más antiguo de nuestro país, que sigue empeñado en que su única forma de obtener ganancias no es incorporar tecnología e innovar el proceso productivo, sino abaratar la mano de obra , incluso la más cualificada.
Para demostrar que no se trata de un proyecto solo económico sino todo un cambio ideológico, el Ministro de Educación y asignaturas afines -verdadero pisacharcos del gobierno y la voz de la FAES-, Jose Ignacio Wert, se ha reunido con “un selecto grupo de representantes del tejido productivo español” (sic), para consensuar la definición de los empresarios en los futuros manuales de la asignatura que sustituirá Educación para la Ciudadanía. Según confirman en el Ministerio, los empresarios estaban muy descontentos con los manuales actuales porque en su opinión “demonizan la actividad empresarial y denigran al capitalismo”. No sé qué libros han consultado, pero ellos se sienten atacados por las referencias a las multinacionales y, especialmente, a las organizaciones obreras. Les prometo que la noticia es absolutamente cierta y que el Ministerio ya ha consensuado un nuevo tratamiento que no ha trascendido pero que vendrá a alabar las virtudes del libre mercado y la aportación de las grandes empresas al bienestar social. Como ven, no se trata solo de cambiar la Educación para la Ciudadanía, sino de alterar la enseñanza de Economía y de Historia. Por todo esto los representantes de la CEOE no pueden controlar la risa floja que les provoca esta reforma laboral. Una risa benéfica y angelical que los de arriba prodigan a los de abajo cuando los han vencido.
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sábado, 11 de febrero de 2012
SHOCKEADOS
Puedes leerlo completo en el País Andalucía
Hemos asumido la culpa de un imaginario delito y parecemos reos a la espera de que el tribunal se apiade de nosotros. Nos comportamos como culpables siendo inocentes, nos sentimos solos siendo multitud. Mi artículo semanal en El Pais Andalucía De desilusión también se vive. El mundo ha cambiado y cualquier atisbo de confianza debe ser erradicado de nuestra mente. Bienvenidos al infierno de Dante, a sus nueve círculos maléficos y, por favor, deposite a la entrada cualquier esperanza. Hace pocos años, cuando se reunían, los gobernantes europeos intentaban poner fecha de finalización a la crisis actual. Algunos incautos, como Zapatero, querían ver brotes verdes en el olmo viejo de España; el resto de los gobernantes ponían fronteras a la crisis y afirmaban con contundencia que a sus países no iba a llegar el contagioso virus de los países mediterráneos. Ahora no. En estos momentos, cuando se reúnen, los gobernantes europeos rivalizan entre sí por ver cuál de ellos ha adoptado las medidas más duras y dibuja una visión más pesimista sobre el futuro de Europa. En esta perversa competición, gana quien es capaz de imponer las medidas más impopulares, cosechar un ramillete de huelgas generales y demostrar que les importa un pito la fractura social que se pueda provocar. Por eso Rajoy le confesó al primer ministro finlandés que la reforma laboral le iba a costar una huelga general, porque lo que está de moda en Europa es ser profundamente impopular con las políticas sociales. Las cumbres europeas se asemejan a una reunión de antiguos capataces en la que alardeaban del látigo y mano dura que empleaban en sus cortijos. Cada medida de recorte para los de abajo se recibe con signos de aprobación por los de arriba. Lo que está realmente de moda es dibujarnos a los ciudadanos un panorama tan extremadamente sombrío que estemos dispuestos a los mayores sacrificios y abandonemos cualquier gesto de rebeldía. El procedimiento es siempre el mismo: en primer lugar, difunden una noticia catastrófica sobre el futuro inmediato; en segundo lugar, divulgan que será necesario tomar medidas extraordinarias —bajadas salariales, subidas de impuestos o cambios en la legislación— y, para finalizar, ponen en marcha recortes algo más suaves de los esperados. Inmediatamente, la población respira aliviada y acepta incondicionalmente medidas que no hubiese tolerado sin esta farsa tan cuidadosamente preparada. Se llama teoría del shock y, tal como nos explica Naomí Klein, antes de aplicarse en nuestro país, ha sido ensayada en Latinoamérica para hacer triunfar las tesis ultraneoliberales que condujeron a sus países al infierno de la recesión y del corralito. Fracasaron esas políticas, pero produjeron inmensos dividendos a los sectores financieros y a las grandes compañías del comercio y los servicios. Ahora, la teoría del shock ha viajado a Europa disfrazada de la asepsia tecnocrática, de una acumulación caótica de supuesta información económica, de previsiones dantescas sobre nuestro futuro. Y nos están haciendo tragar el anzuelo como a pececillos incautos aterrorizados por el futuro. Nos levantamos cada mañana con un puñado de fantasmas que han inundado nuestros sueños: miedo a ser despedidos, a perder lo que tenemos, al porvenir de nuestros hijos…Antes de mirarnos al espejo ya hemos consumido nuestra ración de malas noticias: previsiones catastróficas sobre el empleo, calificaciones de deuda, crujir bancario… Resolvemos los primeros instantes de la mañana negociando con el miedo y elevamos plegarias imaginarias al dios de la crisis: por lo menos que conserve el empleo, que no me quiten el paro, que no me bajen mucho más el salario… Damos por descontado la pérdida de derechos trabajosamente conquistados. Hemos asumido la culpa de un imaginario delito y parecemos reos a la espera de que el tribunal se apiade de nosotros. Nos comportamos como culpables siendo inocentes, nos sentimos solos siendo multitud. Nuestro pesimismo cotiza en Bolsa contra nuestras acciones, engorda capitales ajenos y desvaloriza nuestro trabajo. Los dioses del mercado nos escuchan y toman nota de hasta donde ha descendido el nivel de nuestras demandas. El termómetro de la crisis moral marca bajo cero
Hemos asumido la culpa de un imaginario delito y parecemos reos a la espera de que el tribunal se apiade de nosotros. Nos comportamos como culpables siendo inocentes, nos sentimos solos siendo multitud. Mi artículo semanal en El Pais Andalucía De desilusión también se vive. El mundo ha cambiado y cualquier atisbo de confianza debe ser erradicado de nuestra mente. Bienvenidos al infierno de Dante, a sus nueve círculos maléficos y, por favor, deposite a la entrada cualquier esperanza. Hace pocos años, cuando se reunían, los gobernantes europeos intentaban poner fecha de finalización a la crisis actual. Algunos incautos, como Zapatero, querían ver brotes verdes en el olmo viejo de España; el resto de los gobernantes ponían fronteras a la crisis y afirmaban con contundencia que a sus países no iba a llegar el contagioso virus de los países mediterráneos. Ahora no. En estos momentos, cuando se reúnen, los gobernantes europeos rivalizan entre sí por ver cuál de ellos ha adoptado las medidas más duras y dibuja una visión más pesimista sobre el futuro de Europa. En esta perversa competición, gana quien es capaz de imponer las medidas más impopulares, cosechar un ramillete de huelgas generales y demostrar que les importa un pito la fractura social que se pueda provocar. Por eso Rajoy le confesó al primer ministro finlandés que la reforma laboral le iba a costar una huelga general, porque lo que está de moda en Europa es ser profundamente impopular con las políticas sociales. Las cumbres europeas se asemejan a una reunión de antiguos capataces en la que alardeaban del látigo y mano dura que empleaban en sus cortijos. Cada medida de recorte para los de abajo se recibe con signos de aprobación por los de arriba. Lo que está realmente de moda es dibujarnos a los ciudadanos un panorama tan extremadamente sombrío que estemos dispuestos a los mayores sacrificios y abandonemos cualquier gesto de rebeldía. El procedimiento es siempre el mismo: en primer lugar, difunden una noticia catastrófica sobre el futuro inmediato; en segundo lugar, divulgan que será necesario tomar medidas extraordinarias —bajadas salariales, subidas de impuestos o cambios en la legislación— y, para finalizar, ponen en marcha recortes algo más suaves de los esperados. Inmediatamente, la población respira aliviada y acepta incondicionalmente medidas que no hubiese tolerado sin esta farsa tan cuidadosamente preparada. Se llama teoría del shock y, tal como nos explica Naomí Klein, antes de aplicarse en nuestro país, ha sido ensayada en Latinoamérica para hacer triunfar las tesis ultraneoliberales que condujeron a sus países al infierno de la recesión y del corralito. Fracasaron esas políticas, pero produjeron inmensos dividendos a los sectores financieros y a las grandes compañías del comercio y los servicios. Ahora, la teoría del shock ha viajado a Europa disfrazada de la asepsia tecnocrática, de una acumulación caótica de supuesta información económica, de previsiones dantescas sobre nuestro futuro. Y nos están haciendo tragar el anzuelo como a pececillos incautos aterrorizados por el futuro. Nos levantamos cada mañana con un puñado de fantasmas que han inundado nuestros sueños: miedo a ser despedidos, a perder lo que tenemos, al porvenir de nuestros hijos…Antes de mirarnos al espejo ya hemos consumido nuestra ración de malas noticias: previsiones catastróficas sobre el empleo, calificaciones de deuda, crujir bancario… Resolvemos los primeros instantes de la mañana negociando con el miedo y elevamos plegarias imaginarias al dios de la crisis: por lo menos que conserve el empleo, que no me quiten el paro, que no me bajen mucho más el salario… Damos por descontado la pérdida de derechos trabajosamente conquistados. Hemos asumido la culpa de un imaginario delito y parecemos reos a la espera de que el tribunal se apiade de nosotros. Nos comportamos como culpables siendo inocentes, nos sentimos solos siendo multitud. Nuestro pesimismo cotiza en Bolsa contra nuestras acciones, engorda capitales ajenos y desvaloriza nuestro trabajo. Los dioses del mercado nos escuchan y toman nota de hasta donde ha descendido el nivel de nuestras demandas. El termómetro de la crisis moral marca bajo cero
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lunes, 6 de febrero de 2012
INVOLUCIÓN
Las últimas medidas del gobierno suponen un serio retroceso social en muchos campos. Esta es mi respuesta en El País Andalucía
No estaría mal llamar las cosas por su nombre. Tan sorprendida estoy de las medidas que ha anunciado el nuevo gobierno como de la falta de respuesta de la sociedad civil. Claro que vienen tiempos de mayorías compactas, de intercambio de nuevos favores, de poder absoluto y existe la tentación de congraciarse, o al menos no significarse en exceso ante los nuevos mandarines. Pero lo que ha ocurrido esta semana solo tiene un nombre propio: involución.
El PP ha lanzado tantas pelotas sobre el terreno de juego que es casi imposible responder a cada una de ellas. Imagino que lo dicta así su estrategia política y que han decidido en esta fase contentar a los sectores más ultraconservadores, por eso, las comparecencias de los ministros parecían hechas a la medida de Intereconomía y de las TDTs party, a las que tanto deben.
Para empezar, se volverá a penalizar el aborto , excepto para algunos estrechos supuestos que determinará la autoridad competente. Se acabará con la libertad de las mujeres para decidir sobre la continuidad de su embarazo y, a partir de ahora, serán los jueces, los médicos y otras instancias administrativas las que decidan en su nombre. Lejos de tener una legislación equiparable a Alemania, Francia o Reino Unido, nos pareceremos a Rumanía, a Hungría y a la propia España en los tiempos del aborto clandestino. Se limitará, también, la administración de la píldora del día después que evita miles de abortos y de embarazos no deseados entre las jóvenes, a las que se explicará que pueden dar su hijo en adopción o ser responsables y continuar con su embarazo.
En la enseñanza se suprimirá un peligroso capítulo de Educación para la Ciudadanía dedicado a las relaciones interpersonales y que –pueden comprobarlo ustedes mismos con cualquier manual de sus hijos- considera un valor democrático el respeto a las diferentes opciones sexuales, los distintos tipos de familia, la igualdad de las mujeres y el valor del ser humano independientemente de su procedencia o del color de su piel. Un capítulo que no es pura teoría, ni mucho menos adoctrinamiento, sino afrontar la realidad social, evitar la burla y la discriminación de los propios alumnos y proclamar el respeto como valor universal. Mientras se suprimen estos contenidos que califican de adoctrinadores, justo en el aula de al lado un religioso explicará dos horas a la semana, la maldad de la homosexualidad, las carencias de la familia que no disponga de un padre y una madre y el papel subordinado de las mujeres en la sociedad.
Nos anuncian que se prepara una reforma educativa de la que ni siquiera saben dónde empiezan o terminan los ciclos ni las titulaciones, ni el presupuesto con el que contará pero que, eso sí, segregará tempranamente a los adolescentes y abrirá la puerta a aumentar los conciertos educativos con la enseñanza privada hasta mitad del bachillerato.
No se detiene aquí la involución política que se avecina. El flamante ministro de medio ambiente anuncia un cambio total de las leyes medioambientales para permitir más negocios a pie de playa y una medición de la calidad del aire “más realista”, lo que convertirá la nube contaminante de Madrid en un fenómeno meteorológico. De las energías renovables, ni hablamos.
La reforma tiene ribetes esperpénticos como el nuevo papel de los notarios y la compasión que siente el gobierno por este negocio, inexistente en la mayoría de los países. Para compensarlos por la crisis inmobiliaria, las bodas y los divorcios pasarán por la notaría. Escrituraremos nuestras vidas como si de una propiedad se tratará y disolveremos los matrimonios como un negocio de compraventa, previo pago, por supuesto.
De una tacada se sepultan años de conquistas sociales y de respeto entre los ciudadanos trabajosamente construido. El 90 por ciento de la población no tiene problemas respecto a la homosexualidad, la capacidad de decisión de las mujeres sobre la maternidad, ni la educación en valores. Pero el gobierno piensa, equivocadamente, que la mayoría en las urnas les otorga una supremacía ideológica de raíz católica y ultraconservadora. Ya veremos.
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sábado, 28 de enero de 2012
MANIFIESTO DE ESCRITORES ANDALUCES
Durante dos días 79 escritores andaluces de los distintos géneros literarios han participado en un encuentro promovido por la Fundación Aljabibe y la Federación de Ateneos de Andalucía con la colaboración del Ministerio de Cultura y el Centro Andaluz de las Letras de la Junta de Andalucía. En estas sesiones han debatido de un amplio conjunto de temas, desde la poesía andaluza hasta el impacto de las nuevas tecnologías, pero sobre todo han acordado alzar su voz en los tiempos que corren de desconcierto para afirmar su compromiso con la sociedad y reivindicar el papel de la cultura como un gran espacio que no debe ser reducido, frivolizado o privatizado. En la clausura tributaron un cálido homenaje a Antonio Gala.
Este es el manifiesto que elaboraron y suscribieron la mayor parte de los presentes.
MANIFIESTO A FAVOR DE LA DIGNIDAD PÚBLICA DE LA CULTURA
Los abajo firmantes son andaluces que escriben, que forman parte de la clase trabajadora de la cultura y a quienes por lo tanto afecta la crisis económica que aflige a todos aquellos que viven del salario. Pero que se sienten especialmente concernidos, como diría Federico García Lorca, con quienes no tienen nada y hasta la tranquilidad de la nada se les niega.
Así, MANIFIESTAN:
1) Que rechazan un sistema económico basado en la avaricia del capitalismo salvaje que ha consagrado la desigualdad como norma a escala mundial y la precariedad y la recesión creciente en la Unión Europea y España. La precariedad de todos supone también la precariedad de quienes escriben. Pero la crisis no afecta tan solo a los bolsillos sino a los sueños. Por lo tanto, reivindicamos la dimensión utópica de la cultura como una bandera que nos haga defender y perfeccionar la sociedad del bienestar frente todos aquellos poderes que quieren abolirla.
2) Que la crisis y la sagrada contención del déficit supone una formidable coartada para acabar con el pensamiento crítico con respecto al pensamiento único; un extremo que, en épocas anteriores, se articulaba a través de un mecenazgo caprichoso por parte de una administración que debió de utilizar mejor sus presupuestos pero que ahora conduce a la privatización del hecho cultural y a reservar su supervivencia a la comercialización baladí y al puro espectáculo, atendiendo antes al populismo que a la calidad.
3) Que, en este sentido, Albert Camus relacionaba la degradación de los derechos laborales con la degradación humana y la emergencia de un ocio zafio. Defender la dignidad de todos quienes están pagando las consecuencias de esta recesión nos lleva a defender a la cultura como parte esencial del estado del bienestar. Se trata de un modelo de civilización a cuyo desmantelamiento estamos asistiendo sin que nadie parezca prestar atención a las alternativas que desde la ciudadanía empiezan a formularse frente a esta situación dramática.
4) Que, tal como aparece recogido en el Estatuto de Autonomía de Andalucía y en la Constitución española de 1978, la cultura y la educación son derechos inalienables de la ciudadanía y no podemos consentir que se desmantelen. Y eso es lo que está ocurriendo en la actualidad con las instituciones que debieran velar para su protección y desarrollo. Ambas disciplinas, la educación y la cultura, constituyen un servicio público para la sociedad que queremos que es la del estado del bienestar frente al estado del malestar que nos oprime. Así, no solo debemos evitar doblegarnos ante esa zafiedad del ocio de la que hablaba Camus sino que debemos exigir que se atienda prioritariamente a la formación de la persona.
5) Que la cultura no es un valor residual sino un testigo de la historia que debe rebelarse frente a quienes pretenden preservar los intereses de las élites dominantes. En tal sentido, tenemos el deber irrenunciable de exigir que forme parte de las prioridades del Estado para que el Estado, es decir, lo público siga formando parte de las prioridades de la ciudadanía. Esto es, para que no se repartan sus ropas los oscuros mercados e intereses sórdidos que lo están crucificando.
6) Que, así, la cultura está viviendo formidables recortes, no solo en la economía, en los nuevos puestos de trabajo que ha creado durante los últimos treinta años o en las llamadas industrias culturales, sino en la capacidad real de que los creadores puedan comprometerse con la belleza sin sentir la angustia ubérrima de quienes a su lado luchan por la simple subsistencia. La ética y la estética conforman la cara y la cruz de una misma moneda.
Antequera, 27 de enero de 2012
Este es el manifiesto que elaboraron y suscribieron la mayor parte de los presentes.
MANIFIESTO A FAVOR DE LA DIGNIDAD PÚBLICA DE LA CULTURA
Los abajo firmantes son andaluces que escriben, que forman parte de la clase trabajadora de la cultura y a quienes por lo tanto afecta la crisis económica que aflige a todos aquellos que viven del salario. Pero que se sienten especialmente concernidos, como diría Federico García Lorca, con quienes no tienen nada y hasta la tranquilidad de la nada se les niega.
Así, MANIFIESTAN:
1) Que rechazan un sistema económico basado en la avaricia del capitalismo salvaje que ha consagrado la desigualdad como norma a escala mundial y la precariedad y la recesión creciente en la Unión Europea y España. La precariedad de todos supone también la precariedad de quienes escriben. Pero la crisis no afecta tan solo a los bolsillos sino a los sueños. Por lo tanto, reivindicamos la dimensión utópica de la cultura como una bandera que nos haga defender y perfeccionar la sociedad del bienestar frente todos aquellos poderes que quieren abolirla.
2) Que la crisis y la sagrada contención del déficit supone una formidable coartada para acabar con el pensamiento crítico con respecto al pensamiento único; un extremo que, en épocas anteriores, se articulaba a través de un mecenazgo caprichoso por parte de una administración que debió de utilizar mejor sus presupuestos pero que ahora conduce a la privatización del hecho cultural y a reservar su supervivencia a la comercialización baladí y al puro espectáculo, atendiendo antes al populismo que a la calidad.
3) Que, en este sentido, Albert Camus relacionaba la degradación de los derechos laborales con la degradación humana y la emergencia de un ocio zafio. Defender la dignidad de todos quienes están pagando las consecuencias de esta recesión nos lleva a defender a la cultura como parte esencial del estado del bienestar. Se trata de un modelo de civilización a cuyo desmantelamiento estamos asistiendo sin que nadie parezca prestar atención a las alternativas que desde la ciudadanía empiezan a formularse frente a esta situación dramática.
4) Que, tal como aparece recogido en el Estatuto de Autonomía de Andalucía y en la Constitución española de 1978, la cultura y la educación son derechos inalienables de la ciudadanía y no podemos consentir que se desmantelen. Y eso es lo que está ocurriendo en la actualidad con las instituciones que debieran velar para su protección y desarrollo. Ambas disciplinas, la educación y la cultura, constituyen un servicio público para la sociedad que queremos que es la del estado del bienestar frente al estado del malestar que nos oprime. Así, no solo debemos evitar doblegarnos ante esa zafiedad del ocio de la que hablaba Camus sino que debemos exigir que se atienda prioritariamente a la formación de la persona.
5) Que la cultura no es un valor residual sino un testigo de la historia que debe rebelarse frente a quienes pretenden preservar los intereses de las élites dominantes. En tal sentido, tenemos el deber irrenunciable de exigir que forme parte de las prioridades del Estado para que el Estado, es decir, lo público siga formando parte de las prioridades de la ciudadanía. Esto es, para que no se repartan sus ropas los oscuros mercados e intereses sórdidos que lo están crucificando.
6) Que, así, la cultura está viviendo formidables recortes, no solo en la economía, en los nuevos puestos de trabajo que ha creado durante los últimos treinta años o en las llamadas industrias culturales, sino en la capacidad real de que los creadores puedan comprometerse con la belleza sin sentir la angustia ubérrima de quienes a su lado luchan por la simple subsistencia. La ética y la estética conforman la cara y la cruz de una misma moneda.
Antequera, 27 de enero de 2012
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MARTA Y EL POPULISMO

No se me ocurre mayor dolor que el de unos padres que han visto segada la vida de su hija, ni mayor tormento que hurtarles su cuerpo. Llevamos escrito en nuestro inconsciente, desde hace milenios, la necesidad de ese último acto de despedida, por eso el dolor de los padres de Marta es el mismo que el de Príamo, rey de Troya, arrodillado ante Aquiles para que le permita recuperar el cadáver de Héctor; un dolor idéntico a centenares de personajes trágicos de la literatura en busca de ese definitivo adiós.
El caso Marta del Castillo, desde su inicio, contó con una corriente de simpatía que habla bien de nuestra sociedad, de su empatía y de la fuerza reparadora de la solidaridad. Sin embargo, junto a esta fuerza de cariño y de comprensión, fue creciendo una corriente airada que pretendía hacer justicia a base de gritos y de linchamientos y que pone en cuestión, no una resolución judicial, sino las bases del propio Estado de derecho. Es muy fácil, en casos como el que tratamos, aprovechar la irritación que produce en la sociedad el hecho de que un crimen no quede completamente aclarado y la impotencia ante el fracaso en la búsqueda del cadáver para hacer un tipo de política innoble y engañosa.
En estos días han arremetido contra los jueces o contra las leyes pero, si lo pensamos con tranquilidad, ninguno de los dos son los responsables. El verdadero problema para determinar todas las responsabilidades penales en el caso Marta del Castillo es, sin más, la falta de pruebas, hasta el punto de que la base fundamental de la acusación es la propia confesión de Miguel Carcaño. Por eso, con otras leyes o con otros tribunales el resultado hubiera sido muy parecido.
Soy completamente contraria al establecimiento de la cadena perpetua —revisable o no—, en nuestro ordenamiento legal, así como a toda esta corriente que empuja al endurecimiento de condenas. La historia nos ha demostrado que ese tipo de legislaciones no solo no contribuyen a disminuir los crímenes sino que imposibilitan cualquier reinserción. Además, en España, en contra de lo que popularmente se ha extendido, existe una de las legislaciones más duras del llamado mundo occidental, con el cumplimiento completo da las condenas incluido.
Pero imaginemos que existiera la legislación que los impulsores de estas movilizaciones demandan: otra ley del Menor, cadena perpetua y endurecimiento de las penas pero con las mismas pruebas. ¿En qué hubiera cambiado la situación? Prácticamente en nada. La aplicación de estas nuevas leyes sería absolutamente indiferente en el caso Marta del Castillo.
La cadena perpetua, revisable o no, solo se aplicaría a casos en los que concurran una violencia y crueldad extraordinarias, circunstancias que no parece que hayan sucedido en este crimen. En cuanto al endurecimiento de la ley del Menor, en un grado de complicidad, tampoco sería relevante, más allá de coordinar mejor las sentencias. Finalmente, la condena a Miguel Carcaño a veinte años de prisión es la máxima posible para un caso simple de homicidio.
La ira popular se dirige a que hayan salido absueltos algunos de los imputados por complicidad con el crimen. La explicación es simple y llanamente que no hay pruebas fehacientes de su participación o ¿es que los tribunales pueden condenar a ciudadanos sin las suficientes garantías y pruebas de convicción? Si así fuera, deberíamos decir adiós al Estado de derecho y cualquier ciudadano podría ser enviado a la cárcel por una presunción no fundada.
Una cosa es que los padres y familiares de Marta del Castillo expresen su indignación y su rabia y, otra muy distinta, que convirtamos estos sentimientos en una fuente de derecho y de cambios en la legislación. Es peor, todavía, que algunas fuerzas políticas jueguen con la peligrosa baraja del populismo y de la manipulación, e intenten obtener beneficios electorales del dolor de las víctimas, aunque sea a costa de sembrar la inseguridad, el desconcierto y la ira en nuestra sociedad.
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lunes, 23 de enero de 2012
HARTO DE LA MILONGA
Artículo publicado en El País Andalucía
La marea azul es tan intensa, la debilidad de la oposición tan patente que empieza a emerger el contenido políticamente incorrecto. Arenas proclamó la semana pasada que está harto, más que harto “de la milonga del desarrollo sostenible”. Le aplaudieron a rabiar. Harto de pajaritos, de ecologistas, de perroflautas que ponen en cuestión las urbanizaciones a pie de playa, que se enfrentan a los molinos de viento de hoteles como El Algarrobico; que pretenden delimitar zonas en las que no se puede construir: con lo bonita que está la costa llenita de casas desde el Cabo de Gata hasta Ayamonte.
Tiene las cosas muy claras el aspirante presidencial: la primera tarea es derogar todas las normas que restrinjan el uso del terreno residencial en Andalucía: la ley del suelo, los planes subregionales y el POTA (perdonen el nombrecito, la Consejería no anduvo muy fina con el acrónimo). Nada de controles, nada de zonas protegidas, nada de planificación territorial. Puro Far West: quien quiera construir en Andalucía que venga y coloque su caravana sobre la tierra elegida. Andalucía comunidad abierta, sin límites y sin milongas ambientalistas. Cada rincón, cada playa, cada montículo con buenas vistas podrá ser proclamado “zona residencial privilegiada para los europeos”. ¡Qué libertad, oigan!
Cualquiera diría que la administración andaluza tenía el carnet de Greenpeace cuando, por el contrario, tardaron años en proclamar algunas leyes proteccionistas y solo lo hicieron cuando ya nuestras costas estaban cubiertas, de punta a cabo, por el ladrillo y nuestros ayuntamientos enfangados en las plusvalías y en los convenios urbanísticos.
Pero Arenas tiene la receta: más libertad para el ladrillo. Como si hubiesen sido los tímidos controles de la administración los que han provocado la crisis y no el exceso y la desproporción del negocio urbanístico. En Andalucía, según los expertos, hay un stock de viviendas en torno a las 390.000 que no se venden a pesar de la bajada de precios. La Junta de Andalucía acordó un plan para sacarlas a la venta con el máximo de facilidades y, sin embargo, aún siguen ahí, deteriorándose día tras día. Más de la mitad de ellas están en las zonas costeras: miles de urbanizaciones cerca de la playa por donde ulula en las tardes de viento el solitario fantasma de la crisis. Pero nada de esto importa, los nuevos gestores de nuestras vidas tienen un plan y es potenciar a tope la construcción.
No debe de ser una manía solitaria de Javier Arenas porque el flamante Ministro de Agricultura –y de Medio Ambiente, que se le ha olvidado-, ha anunciado que va a reformar la Ley de Costas para idéntico fin: acabar con la milonga del desarrollo sostenible y “poner en valor” cada centímetro cuadrado de las playas españolas.
Y es que en esto del medio ambiente España está a años luz de Europa. Tanto la derecha como la izquierda tienen un marcado carácter productivista y escasísima conciencia ecológica. La derecha tiene “primos” que le desmienten el cambio climático y empresas que les exigen acabar con los controles públicos. Por su parte la izquierda, ha reducido el ecologismo a una declaración desvaída relegada a las últimas líneas de su programa electoral. Han hablado de desarrollo sostenible, pero su práctica urbanística y económica ha ido por el camino opuesto. Todo esto unido a la inexplicable inexistencia del ecologismo como opción electoral: mientras en Europa Los Verdes son una opción política potente, en nuestro país desgraciadamente no levantan cabeza y hay mucho más ecologismo en la sociedad que en las instituciones. La política, como la vida, es un tour de force: el espacio que ocupan las ideas que se abandonan es inmediatamente invadido por el oponente. La derecha se vuelve más agresiva cuando la izquierda es más débil o incoherente. Por eso Arenas se permite hoy lo que no se hubiese permitido hace años: poner fin al desarrollo sostenible de un plumazo, con ese tono de fastidio del que ha tenido que aceptar ideas que le desagradaban profundamente.
La marea azul es tan intensa, la debilidad de la oposición tan patente que empieza a emerger el contenido políticamente incorrecto. Arenas proclamó la semana pasada que está harto, más que harto “de la milonga del desarrollo sostenible”. Le aplaudieron a rabiar. Harto de pajaritos, de ecologistas, de perroflautas que ponen en cuestión las urbanizaciones a pie de playa, que se enfrentan a los molinos de viento de hoteles como El Algarrobico; que pretenden delimitar zonas en las que no se puede construir: con lo bonita que está la costa llenita de casas desde el Cabo de Gata hasta Ayamonte.
Tiene las cosas muy claras el aspirante presidencial: la primera tarea es derogar todas las normas que restrinjan el uso del terreno residencial en Andalucía: la ley del suelo, los planes subregionales y el POTA (perdonen el nombrecito, la Consejería no anduvo muy fina con el acrónimo). Nada de controles, nada de zonas protegidas, nada de planificación territorial. Puro Far West: quien quiera construir en Andalucía que venga y coloque su caravana sobre la tierra elegida. Andalucía comunidad abierta, sin límites y sin milongas ambientalistas. Cada rincón, cada playa, cada montículo con buenas vistas podrá ser proclamado “zona residencial privilegiada para los europeos”. ¡Qué libertad, oigan!
Cualquiera diría que la administración andaluza tenía el carnet de Greenpeace cuando, por el contrario, tardaron años en proclamar algunas leyes proteccionistas y solo lo hicieron cuando ya nuestras costas estaban cubiertas, de punta a cabo, por el ladrillo y nuestros ayuntamientos enfangados en las plusvalías y en los convenios urbanísticos.
Pero Arenas tiene la receta: más libertad para el ladrillo. Como si hubiesen sido los tímidos controles de la administración los que han provocado la crisis y no el exceso y la desproporción del negocio urbanístico. En Andalucía, según los expertos, hay un stock de viviendas en torno a las 390.000 que no se venden a pesar de la bajada de precios. La Junta de Andalucía acordó un plan para sacarlas a la venta con el máximo de facilidades y, sin embargo, aún siguen ahí, deteriorándose día tras día. Más de la mitad de ellas están en las zonas costeras: miles de urbanizaciones cerca de la playa por donde ulula en las tardes de viento el solitario fantasma de la crisis. Pero nada de esto importa, los nuevos gestores de nuestras vidas tienen un plan y es potenciar a tope la construcción.
No debe de ser una manía solitaria de Javier Arenas porque el flamante Ministro de Agricultura –y de Medio Ambiente, que se le ha olvidado-, ha anunciado que va a reformar la Ley de Costas para idéntico fin: acabar con la milonga del desarrollo sostenible y “poner en valor” cada centímetro cuadrado de las playas españolas.
Y es que en esto del medio ambiente España está a años luz de Europa. Tanto la derecha como la izquierda tienen un marcado carácter productivista y escasísima conciencia ecológica. La derecha tiene “primos” que le desmienten el cambio climático y empresas que les exigen acabar con los controles públicos. Por su parte la izquierda, ha reducido el ecologismo a una declaración desvaída relegada a las últimas líneas de su programa electoral. Han hablado de desarrollo sostenible, pero su práctica urbanística y económica ha ido por el camino opuesto. Todo esto unido a la inexplicable inexistencia del ecologismo como opción electoral: mientras en Europa Los Verdes son una opción política potente, en nuestro país desgraciadamente no levantan cabeza y hay mucho más ecologismo en la sociedad que en las instituciones. La política, como la vida, es un tour de force: el espacio que ocupan las ideas que se abandonan es inmediatamente invadido por el oponente. La derecha se vuelve más agresiva cuando la izquierda es más débil o incoherente. Por eso Arenas se permite hoy lo que no se hubiese permitido hace años: poner fin al desarrollo sostenible de un plumazo, con ese tono de fastidio del que ha tenido que aceptar ideas que le desagradaban profundamente.
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sábado, 14 de enero de 2012
SARAMAGO Y LOS HOMBRES MALOS
Publicado en el País Andalucía:
Al final vas a llevar razón, José. Va a ser verdad que el ser humano es débil y desvalido; una materia oscura que recurre a la crueldad para afirmarse, un animal al que le cuesta aprender y que no conoce la palabra agradecimiento.
Ya sé que en tu pensamiento esa valoración tan pesimista del ser humano era, precisamente, la razón por la que apreciabas en grado sumo la dignidad, el hecho de alzarse contra la injusticia y tomar la palabra para denunciarla. También por eso considerabas como el peor de los vicios el silencio del hombre corriente ante las tropelías y las mentiras.
Al leer la información elaborada con todo cuidado por el periodista Fernando Valverde sobre el final de la Fundación José Saramago de Castril, se me ha venido a la mente uno de los finales más tristes de nuestro cine: el del maestro de La lengua de las mariposas insultado por una multitud asustada entre la que destacaba el grito agudo de su alumno favorito.
La unión de José con el pueblo de Castril es una historia de amor. El deseo de emparentar con lo que tu amante ha vivido, formar parte de sus recuerdos, habitar la casa y el paisaje de esa familia grande y cálida de Pilar. Sin ella el maestro jamás hubiese conocido esta localidad, ni se hubiese volcado en colaborar con sus gentes, con su cultura ni con su proyección.
Nadie exige a los escritores que sean buenos, ni generosos, ni íntegros. Pero José Saramago lo era en grado sumo. Tampoco se puede exigir que el marido o la esposa de un premio Nobel sean un modelo de amor sin límites y de altruismo, pero Pilar lo es. Los que los conocimos, tenemos que controlar nuestra indignación para explicar cómo acudían gratis al sitio más modesto, a la cita más inoportuna, derrochando su escaso tiempo y cómo se saltaban diariamente la frágil muralla que sus amigos levantaban para protegerlos.
Sin embargo, un diputado provincial del PP ha denigrado, ridiculizado y sometido a escarnio público a José Saramago y a Pilar del Río, o al menos eso ha pretendido. En Castril, el pueblo al que dedicaron tantos desvelos, algunas malas personas insultan a los antiguos gestores de la fundación. Han borrado el legado del maestro y las actividades culturales de alto nivel y los encuentros internacionales han sido sustituidos por la actuación de El Koala. Lo más doloroso es que la mayoría del pueblo calla.
También guarda silencio la Universidad de Granada, que fue la que ofreció, por su propia decisión, un cóctel para celebrar la creación de la Cátedra José Saramago y no ningún convite de boda. Un silencio que se acumula a otros sobre Luis García Montero o sobre las tropelías culturales que se perpetran en la ciudad. Y me pregunto qué ocurre en Granada, en nuestra Granada; si acaso es verdad la leyenda de su entraña oscura, de la envidia acumulada, de su tendencia a la destrucción de los artistas y personajes que la habitan.
Dicen que el diputado del PP ha buscado su minuto de gloria arrojando esta pedrada sobre la figura de José Saramago. Yo creo que no ha sido este su objetivo principal, que sus verdaderas intenciones superan una aparición fugaz en los medios de comunicación. Lo que siente este aprendiz de brujo es un impulso ancestral de derribar los mitos, las figuras grandes y generosas especialmente si pertenecen a la cultura de la izquierda social. Defienden una curiosa igualdad en la maldad y se sienten tremendamente irritados por los que aún estando arriba muestran un generoso compromiso con los de abajo. Por eso, desde tiempos inmemoriales, se han esforzado en desacreditar, eliminar o silenciar a todo intelectual o artista que mantuviese un discurso ético y un compromiso con los desfavorecidos. Se trata de derribar, uno por uno, los referentes intelectuales de la izquierda y encanallarnos a todos con su viscoso discurso. Llevas razón, José, a veces este mundo es pésimo.
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POR ECONOMÍA PROCESAL
Publicado en el País de Andalucía
Confieso que soy una enamorada del lenguaje, de las metáforas e incluso de los neologismos cuando resultan expresivos. Me apasiona el uso del lenguaje que impone cada tiempo, cada sociedad e incluso cada gobierno.
Por ejemplo, Felipe González fue un magnífico gobernante en términos lingüísticos. Aunque en mi opinión fue un tanto trilero en los contenidos políticos, sin embargo fue un fantástico gestor de la lengua. A él le debemos el rescate y el prestigio del uso del andaluz en los medios de comunicación y en las instituciones. Además, se transformó en un libro andante de pedagogía que igual explicaba complejas ecuaciones matemáticas que sencillos procesos sociales. Su palabra talismán fue “obsoleto”, un término que rescató del baúl de los recuerdos y que oponía con gracia a su hallazgo de la modernidad, el altar ante el que ofreció todos sus años de gobierno. Incluso en su despedida acuñó un oxímoron que ha quedado como un clásico: “la dulce derrota” que aunque consoló a sus fieles en aquella noche electoral, los lanzó al desierto durante años. Eso sí, con mucho arte.
José María Aznar fue menos creativo en el uso de lenguaje, más parco en palabras y nada creativo en sus alocuciones. Bien, mal, váyase y poco más. Era, sin embargo, tan influenciable en cuanto al uso de la lengua que le bastaron unas horas en compañía de George Bush para adoptar el acento sureño de la criada de Escarlata O´Hara.
José Luis Rodríguez Zapatero adoptó un conjunto de palabras que la derecha política bautizó con el término de “buenismo”: talante, alianza de civilizaciones, España plural. Esta triada fue demonizada por el TDT party y convertida en chanza continuada en sus tertulias.
El gobierno de Mariano Rajoy es prometedor en términos lingüísticos. “Eso es una insidia” se convirtió en trending topic en las redes. Han bautizado la recesión como “congelación” y los recortes como “ajustes”. Ahora han acuñado el término “economía procesal” que no es ninguna nueva asignatura de derecho o de económicas, sino una forma fina de decir “no me da la gana”. ¿Por qué no va Rajoy al Parlamento a explicar sus recortes? Por economía procesal (porque no le da la gana), ¿por qué no comparece ante los medios de comunicación? Por los mismos motivos. Faltó preguntarle a Soraya Sáenz de Santamaría si los ciudadanos de a pie tenemos derecho a dar estas respuestas o se trata solo de un privilegio presidencial porque, la verdad, me gustaría ampliar las vacaciones “por economía procesal”.
El silencio procesal de Rajoy está dando un infinito trabajo a su candidato andaluz, Javier Arenas que no tiene otra opción que volverse interpretador de recortes, suavizador de venenos y disimulador de entuertos. Esta situación política la ha obligado a abandonar la oposición encarnecida y a poner en su boca la palabra pactos. El líder andaluz del PP no da abasto para proponer acuerdos y cataplasmas a la sociedad andaluza. Un día sí y el otro también, tiene que desmentir que se vaya a recortar dinero o servicios. Si él gobierna propiciará un gran acuerdo para que no haya recortes en la enseñanza pública. Si él consigue mayoría absoluta bajará los impuestos aunque en el estado se hayan subido. Si llega al poder propiciará un gran acuerdo que consiste, básicamente, en no aplicar las políticas de Rajoy en Andalucía. De esta forma, los andaluces tendremos la suerte de contar con un PP especial que no recortará la ley de dependencia, ni castigará a los funcionarios, ni se confrontará con la enseñanza pública, ni subirá los impuestos ,ni reducirá el presupuesto de la Junta de Andalucía. Qué va. Esto va a ser un gobierno del PP sin tener las molestias de las políticas del PP.
Mientras tanto, Javier Arenas cada jueves mira al cielo e interpreta los augurios. Eleva su plegaria para que ese Consejo de Ministros no le lance un nuevo obús a la línea de flotación de su discurso. O al menos que Rajoy le permita, por economía electoral, ser la república independiente de Andalucía por unos meses.
Confieso que soy una enamorada del lenguaje, de las metáforas e incluso de los neologismos cuando resultan expresivos. Me apasiona el uso del lenguaje que impone cada tiempo, cada sociedad e incluso cada gobierno.
Por ejemplo, Felipe González fue un magnífico gobernante en términos lingüísticos. Aunque en mi opinión fue un tanto trilero en los contenidos políticos, sin embargo fue un fantástico gestor de la lengua. A él le debemos el rescate y el prestigio del uso del andaluz en los medios de comunicación y en las instituciones. Además, se transformó en un libro andante de pedagogía que igual explicaba complejas ecuaciones matemáticas que sencillos procesos sociales. Su palabra talismán fue “obsoleto”, un término que rescató del baúl de los recuerdos y que oponía con gracia a su hallazgo de la modernidad, el altar ante el que ofreció todos sus años de gobierno. Incluso en su despedida acuñó un oxímoron que ha quedado como un clásico: “la dulce derrota” que aunque consoló a sus fieles en aquella noche electoral, los lanzó al desierto durante años. Eso sí, con mucho arte.
José María Aznar fue menos creativo en el uso de lenguaje, más parco en palabras y nada creativo en sus alocuciones. Bien, mal, váyase y poco más. Era, sin embargo, tan influenciable en cuanto al uso de la lengua que le bastaron unas horas en compañía de George Bush para adoptar el acento sureño de la criada de Escarlata O´Hara.
José Luis Rodríguez Zapatero adoptó un conjunto de palabras que la derecha política bautizó con el término de “buenismo”: talante, alianza de civilizaciones, España plural. Esta triada fue demonizada por el TDT party y convertida en chanza continuada en sus tertulias.
El gobierno de Mariano Rajoy es prometedor en términos lingüísticos. “Eso es una insidia” se convirtió en trending topic en las redes. Han bautizado la recesión como “congelación” y los recortes como “ajustes”. Ahora han acuñado el término “economía procesal” que no es ninguna nueva asignatura de derecho o de económicas, sino una forma fina de decir “no me da la gana”. ¿Por qué no va Rajoy al Parlamento a explicar sus recortes? Por economía procesal (porque no le da la gana), ¿por qué no comparece ante los medios de comunicación? Por los mismos motivos. Faltó preguntarle a Soraya Sáenz de Santamaría si los ciudadanos de a pie tenemos derecho a dar estas respuestas o se trata solo de un privilegio presidencial porque, la verdad, me gustaría ampliar las vacaciones “por economía procesal”.
El silencio procesal de Rajoy está dando un infinito trabajo a su candidato andaluz, Javier Arenas que no tiene otra opción que volverse interpretador de recortes, suavizador de venenos y disimulador de entuertos. Esta situación política la ha obligado a abandonar la oposición encarnecida y a poner en su boca la palabra pactos. El líder andaluz del PP no da abasto para proponer acuerdos y cataplasmas a la sociedad andaluza. Un día sí y el otro también, tiene que desmentir que se vaya a recortar dinero o servicios. Si él gobierna propiciará un gran acuerdo para que no haya recortes en la enseñanza pública. Si él consigue mayoría absoluta bajará los impuestos aunque en el estado se hayan subido. Si llega al poder propiciará un gran acuerdo que consiste, básicamente, en no aplicar las políticas de Rajoy en Andalucía. De esta forma, los andaluces tendremos la suerte de contar con un PP especial que no recortará la ley de dependencia, ni castigará a los funcionarios, ni se confrontará con la enseñanza pública, ni subirá los impuestos ,ni reducirá el presupuesto de la Junta de Andalucía. Qué va. Esto va a ser un gobierno del PP sin tener las molestias de las políticas del PP.
Mientras tanto, Javier Arenas cada jueves mira al cielo e interpreta los augurios. Eleva su plegaria para que ese Consejo de Ministros no le lance un nuevo obús a la línea de flotación de su discurso. O al menos que Rajoy le permita, por economía electoral, ser la república independiente de Andalucía por unos meses.
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sábado, 31 de diciembre de 2011
Feminismo o barbarie
Publicado en el País de Andalucía
¿Qué tienen en común un judío ultraortodoxo, un talibán afgano, un musulmán radical, un cristiano integrista, un budista o un hindú recalcitrante? No es su creencia en Dios ni en la vida eterna; no es la oración ni la congregación; no es el sentido de la culpa y de la redención sino su profundo odio a la libertad de las mujeres. A todos les da por lo mismo.
No importa el origen mítico de la creación que cada religión recrea, si el ser humano nació del barro, de las nubes o del humo. No importan los ritos que se les consagren ni el nombre con el que los invocan: Yahvé, Alá, Dios, Ngai o Popol... Todas las religiones, especialmente las monoteístas, comparten un intenso rechazo a la igualdad de las mujeres y, en sus lecturas más extremistas, una brutalidad sin límites para castigar a las que se atreven a poner en cuestión la supremacía masculina.
Por supuesto que hay grados, escalas, matices que no se pueden pasar por alto. De todas ellas, el cristianismo es la religión que ha convivido más tiempo con sociedades que han separado el poder de la Iglesia y del Estado y, aún a regañadientes, ha ido aceptando los pasos de las mujeres hacia la igualdad. No obstante, su teoría sigue inmune a los cambios sociales como nos recuerdan con frecuencia las declaraciones de obispos y de representantes religiosos sobre violaciones, pederastia, aborto o igualdad de las mujeres.
Esta semana hemos conocido que los judíos ultraortodoxos de Israel escupen a las niñas por su vestimenta, determinan en qué acera de la calle debe caminar cada sexo, segregan en los autobuses a las mujeres, las casan sin su consentimiento y las privan de toda capacidad de decisión. Todo esto en una sociedad avanzada y ante el silencio cómplice, hasta ahora, de las autoridades. El judío ultraortodoxo es intercambiable con el talibán, con el extremista islámico, con el jefe de las tribus africanas más feroces y con algún obispo español.
Frente a estas manifestaciones ultrarreligiosas, están triunfando en el mundo árabe versiones algo más edulcoradas y laxas del poder religioso. En Egipto, las mujeres que salieron a la calle en demanda de democracia, fueron detenidas y humilladas. Unas autoridades que no se consideran a sí mismas integristas, sino moderadas, las sometieron a pruebas de virginidad. Pero el mundo todavía no ha comprendido que no se puede llamar democracia a ningún sistema político que no contemple, sin restricciones, la total igualdad de hombres y mujeres. Y todavía más, que no hay prácticamente ningún sistema político confesional al que pueda llamarse auténtica democracia.
Sin embargo, nuestros gobernantes se sientan y departen alegremente con regímenes que condenan y lapidan a las mujeres, que las torturan y las esclavizan, que las privan de sus derechos más elementales como personas, desde Arabia Saudí a los nuevos gobiernos afganos. Llaman democracias a gobiernos discriminatorios y saludan avances de regímenes que tienen como costumbre segregar a las mujeres.
Hay una internacional genocida que nadie denuncia. Diariamente en el mundo son asesinadas miles de mujeres por el simple hecho de pertenecer a este género; por haber infringido las normas públicas o privadas de la supremacía masculina. Lapidadas en la plaza por haber sido infieles o apuñaladas en el hogar por el mismo motivo. Víctimas de una misma religión: la que consagra al hombre en un lugar superior al de las mujeres. Por eso, queridos lectores, no se puede reducir la violencia contra las mujeres a casos particulares, a un conflicto familiar, a fallos en la aplicación de una ley, ni cambiar el nombre del delito. Se trata de un crimen cargado de ideología, de supremacía masculina, de venganza contra la libertad de las mujeres. Las palabras importan tanto que nos definen y, en este caso, trazan una línea divisoria. De un lado, la mayoría de la sociedad, incluidos la mayor parte de los hombres, que han comprendido el horror de la barbarie; del otro lado los bárbaros y los nostálgicos de los viejos tiempos.
¿Qué tienen en común un judío ultraortodoxo, un talibán afgano, un musulmán radical, un cristiano integrista, un budista o un hindú recalcitrante? No es su creencia en Dios ni en la vida eterna; no es la oración ni la congregación; no es el sentido de la culpa y de la redención sino su profundo odio a la libertad de las mujeres. A todos les da por lo mismo.
No importa el origen mítico de la creación que cada religión recrea, si el ser humano nació del barro, de las nubes o del humo. No importan los ritos que se les consagren ni el nombre con el que los invocan: Yahvé, Alá, Dios, Ngai o Popol... Todas las religiones, especialmente las monoteístas, comparten un intenso rechazo a la igualdad de las mujeres y, en sus lecturas más extremistas, una brutalidad sin límites para castigar a las que se atreven a poner en cuestión la supremacía masculina.
Por supuesto que hay grados, escalas, matices que no se pueden pasar por alto. De todas ellas, el cristianismo es la religión que ha convivido más tiempo con sociedades que han separado el poder de la Iglesia y del Estado y, aún a regañadientes, ha ido aceptando los pasos de las mujeres hacia la igualdad. No obstante, su teoría sigue inmune a los cambios sociales como nos recuerdan con frecuencia las declaraciones de obispos y de representantes religiosos sobre violaciones, pederastia, aborto o igualdad de las mujeres.
Esta semana hemos conocido que los judíos ultraortodoxos de Israel escupen a las niñas por su vestimenta, determinan en qué acera de la calle debe caminar cada sexo, segregan en los autobuses a las mujeres, las casan sin su consentimiento y las privan de toda capacidad de decisión. Todo esto en una sociedad avanzada y ante el silencio cómplice, hasta ahora, de las autoridades. El judío ultraortodoxo es intercambiable con el talibán, con el extremista islámico, con el jefe de las tribus africanas más feroces y con algún obispo español.
Frente a estas manifestaciones ultrarreligiosas, están triunfando en el mundo árabe versiones algo más edulcoradas y laxas del poder religioso. En Egipto, las mujeres que salieron a la calle en demanda de democracia, fueron detenidas y humilladas. Unas autoridades que no se consideran a sí mismas integristas, sino moderadas, las sometieron a pruebas de virginidad. Pero el mundo todavía no ha comprendido que no se puede llamar democracia a ningún sistema político que no contemple, sin restricciones, la total igualdad de hombres y mujeres. Y todavía más, que no hay prácticamente ningún sistema político confesional al que pueda llamarse auténtica democracia.
Sin embargo, nuestros gobernantes se sientan y departen alegremente con regímenes que condenan y lapidan a las mujeres, que las torturan y las esclavizan, que las privan de sus derechos más elementales como personas, desde Arabia Saudí a los nuevos gobiernos afganos. Llaman democracias a gobiernos discriminatorios y saludan avances de regímenes que tienen como costumbre segregar a las mujeres.
Hay una internacional genocida que nadie denuncia. Diariamente en el mundo son asesinadas miles de mujeres por el simple hecho de pertenecer a este género; por haber infringido las normas públicas o privadas de la supremacía masculina. Lapidadas en la plaza por haber sido infieles o apuñaladas en el hogar por el mismo motivo. Víctimas de una misma religión: la que consagra al hombre en un lugar superior al de las mujeres. Por eso, queridos lectores, no se puede reducir la violencia contra las mujeres a casos particulares, a un conflicto familiar, a fallos en la aplicación de una ley, ni cambiar el nombre del delito. Se trata de un crimen cargado de ideología, de supremacía masculina, de venganza contra la libertad de las mujeres. Las palabras importan tanto que nos definen y, en este caso, trazan una línea divisoria. De un lado, la mayoría de la sociedad, incluidos la mayor parte de los hombres, que han comprendido el horror de la barbarie; del otro lado los bárbaros y los nostálgicos de los viejos tiempos.
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Dios en el gobierno
Publicado en el País Andalucía
Cuando era pequeña creía que el color celestial era el azul y que en el cielo se hablaba latín. Con lo que se burlaron de mi no podía pensar que, al final, va a ser verdad y que la marea azul de la que se habla no es sino una oleada que restablece a Dios en la cumbre de todo poder. Al parecer, Dios ha ganado también las elecciones generales y ha vuelto a ocupar el espacio público que le corresponde.
Cuando esto ocurre en los países árabes nos recorre un escalofrío de desconfianza y recordamos que la laicidad y la democracia son conceptos prácticamente inseparables. Aquí, sin embargo, se coloca el cruficijo en las tomas de posesión como supremo testigo, una tradición franquista que ningún gobierno socialista ha tenido el sentido común de derogar. En esta ocasión, la toma de posesión del nuevo gobierno más bien parecía un acto religioso en los que la mayor parte de sus componentes, comenzando por el propio presidente, preferían jurar sobre la Biblia antes que sobre el texto constitucional.
Ya puestos, deberíamos conocer sobre qué páginas de la Biblia han efectuado su juramento. Puede ser que lo hicieran sobre los magníficos versos del Cantar de los Cantares, pero también pudieron hacerlo sobre páginas más crueles como cuando Javé mandó una lluvia de azufre sobre Sodoma y Gomorra, o el momento en que castigó a la mujer de Lot (o a cualquier otra mujer, porque son centenares de referencias parecidas) por desobecer el mandato de su esposo. Sea como sea, la cuestión es que Dios ha llegado al gobierno y lo primero que ha hecho es escribir algunas líneas con letra pequeña pero más que significativas. Desde ayer no existe Secretaría de Estado para la Igualdad. También han desaparecido las secretarías de Cooperación Internacional, Inmigración y Cambio Climático, claro que esta última tenía un carácter completamente ateo al determinar que es la acción del hombre, y no la voluntad divina, la que puede poner fin al planeta. Para cambios climáticos –deben pensar- los que sufrieron Noé y sus hijos sin que se hubiera inventado el motor de explosión. La explicación oficial de estas supresiones es el ahorro de gasto público y la simplificación de la estructura administrativa, pero basta con echar una ojeada al catálogo de secretarías de estado para comprender que detrás de estas desapariciones hay una opción política evidente.
La ascensión de Dios en el mundo político es directamente proporcional a la desaparición de las mujeres de la esfera pública. No sé si está científicamente comprobado pero dicen que si se jura tres veces ante la Biblia, desaparecen los organismos dedicados a la igualdad de las mujeres. Al menos aquí ha funcionado el ensalmo aunque queda todavía por despejar si va a ser sustituido por un organismo dedicado a la familia, mucho más acorde con la religión, dónde va a parar.
No me consuela en absoluto el hecho de que una mujer ocupe la vicepresidencia, y no porque dude de su valía sino por los términos en que se presenta el nombramiento: una mujer discreta y eficaz. En la Biblia, con algunas excepciones, no se pone en cuestión la inteligencia de las mujeres. Incluso gran parte de la literatura más misógina se funda en la exaltación del ingenio de las mujeres para enredar y practicar la maldad. Lo verdaderamente discriminatorio de estos textos es el papel subalterno que se nos impone y las alabanzas a la mujer obediente y discreta.
Pero, sobre todo, en la elección del nuevo gobierno había una voluntad decidida de acabar con la paridad como principio político. Ya sé que las lágrimas de la crisis ocultan el resto de los problemas sociales. Pero cuando se reduce la presencia de mujeres en los máximos niveles, su efecto no tarda en llegar hasta la base misma del sistema social. En las empresas, en los medios de comunicación, en cualquier centro de trabajo y de actividad, se comenzará a no ver tan necesaria la presencia de mujeres. Los que antes disimulaban su monolitismo masculino, lo exhibirán y nuestra igualdad se hará algo más complicada y lenta. Pero, aún así, llegará. Quiera Dios o no quiera.
Cuando era pequeña creía que el color celestial era el azul y que en el cielo se hablaba latín. Con lo que se burlaron de mi no podía pensar que, al final, va a ser verdad y que la marea azul de la que se habla no es sino una oleada que restablece a Dios en la cumbre de todo poder. Al parecer, Dios ha ganado también las elecciones generales y ha vuelto a ocupar el espacio público que le corresponde.
Cuando esto ocurre en los países árabes nos recorre un escalofrío de desconfianza y recordamos que la laicidad y la democracia son conceptos prácticamente inseparables. Aquí, sin embargo, se coloca el cruficijo en las tomas de posesión como supremo testigo, una tradición franquista que ningún gobierno socialista ha tenido el sentido común de derogar. En esta ocasión, la toma de posesión del nuevo gobierno más bien parecía un acto religioso en los que la mayor parte de sus componentes, comenzando por el propio presidente, preferían jurar sobre la Biblia antes que sobre el texto constitucional.
Ya puestos, deberíamos conocer sobre qué páginas de la Biblia han efectuado su juramento. Puede ser que lo hicieran sobre los magníficos versos del Cantar de los Cantares, pero también pudieron hacerlo sobre páginas más crueles como cuando Javé mandó una lluvia de azufre sobre Sodoma y Gomorra, o el momento en que castigó a la mujer de Lot (o a cualquier otra mujer, porque son centenares de referencias parecidas) por desobecer el mandato de su esposo. Sea como sea, la cuestión es que Dios ha llegado al gobierno y lo primero que ha hecho es escribir algunas líneas con letra pequeña pero más que significativas. Desde ayer no existe Secretaría de Estado para la Igualdad. También han desaparecido las secretarías de Cooperación Internacional, Inmigración y Cambio Climático, claro que esta última tenía un carácter completamente ateo al determinar que es la acción del hombre, y no la voluntad divina, la que puede poner fin al planeta. Para cambios climáticos –deben pensar- los que sufrieron Noé y sus hijos sin que se hubiera inventado el motor de explosión. La explicación oficial de estas supresiones es el ahorro de gasto público y la simplificación de la estructura administrativa, pero basta con echar una ojeada al catálogo de secretarías de estado para comprender que detrás de estas desapariciones hay una opción política evidente.
La ascensión de Dios en el mundo político es directamente proporcional a la desaparición de las mujeres de la esfera pública. No sé si está científicamente comprobado pero dicen que si se jura tres veces ante la Biblia, desaparecen los organismos dedicados a la igualdad de las mujeres. Al menos aquí ha funcionado el ensalmo aunque queda todavía por despejar si va a ser sustituido por un organismo dedicado a la familia, mucho más acorde con la religión, dónde va a parar.
No me consuela en absoluto el hecho de que una mujer ocupe la vicepresidencia, y no porque dude de su valía sino por los términos en que se presenta el nombramiento: una mujer discreta y eficaz. En la Biblia, con algunas excepciones, no se pone en cuestión la inteligencia de las mujeres. Incluso gran parte de la literatura más misógina se funda en la exaltación del ingenio de las mujeres para enredar y practicar la maldad. Lo verdaderamente discriminatorio de estos textos es el papel subalterno que se nos impone y las alabanzas a la mujer obediente y discreta.
Pero, sobre todo, en la elección del nuevo gobierno había una voluntad decidida de acabar con la paridad como principio político. Ya sé que las lágrimas de la crisis ocultan el resto de los problemas sociales. Pero cuando se reduce la presencia de mujeres en los máximos niveles, su efecto no tarda en llegar hasta la base misma del sistema social. En las empresas, en los medios de comunicación, en cualquier centro de trabajo y de actividad, se comenzará a no ver tan necesaria la presencia de mujeres. Los que antes disimulaban su monolitismo masculino, lo exhibirán y nuestra igualdad se hará algo más complicada y lenta. Pero, aún así, llegará. Quiera Dios o no quiera.
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domingo, 18 de diciembre de 2011
La incultura del conde
Publicado en el País Andalucía
Circula en Internet una petición para declarar a Cayetano Martínez de Irujo persona non grata en Andalucía. Creo que, sin embargo, su mejor castigo sería cursar estudios en un centro, preferentemente público, que le proporcione algunos conocimientos y combata la aguda incultura que, como siempre, se disfraza de desprecio y arrogancia. Ni el dinero ni la estirpe pueden comprar los conocimientos y la conexión con el mundo. Ni siquiera una impresionante colección de arte, producida por artistas a los que no han comprendido en absoluto, puede tapar las miserias de una educación lamentable.
En la entrevista que el genial Évole le hizo a Martínez de Irujo hubo un momento de ruptura en el que el deseo de agradar y de presentar una imagen popular de la nobleza se quebró bruscamente. Y no me refiero al fragmento en que se despacha contra los jóvenes andaluces ni contra nuestra tierra, sino cuando confiesa, con la mirada vuelta hacia otro ángulo de la cámara, que no, que él no ha visto ni leído el libro Los santos inocentes. La simple mención de este título literario provocó un movimiento interior en el conde y nos desveló las trampas para negar el pasado; la paciente labor del olvido y la justificación de sus orígenes con infantiles falsificaciones históricas.
A los niños nos tapaban los ojos cuando salían en la televisión escenas de violencia o de sexo; al pobre conde le cerraban los ojos cuando aparecía en escena un señorito, un jornalero o una injusticia. Las personas como él no han podido leer a Delibes, ni a Machado, ni a García Lorca. Es más, yo creo que desde los cantares de gesta y el teatro de Calderón de la Barca no han podido disfrutar con tranquilidad de ninguna obra literaria, porque hasta el convenenciero Lope de Vega hizo estallar al pueblo contra las tropelías del noble comendador. Por supuesto, el conde no habrá leído a Victor Hugo, ni disfrutado de Los Miserables, ni acompañado a Anna Karenina en sus desventuras contra su desalmado y noble marido, ni siquiera disfrutar del teatro de Shakespeare y el naufragio de las casas nobiliarias.
Inconscientemente, pronuncié un ¡viva! encendido por Delibes y por todo el poder desvelador de la literatura. Los pobres nobles no hallan siquiera consuelo en las nuevas aventuras de la novela histórica donde la nobleza tampoco escapa a la perfidia. Su último refugio cultural son los programas y las revistas del corazón. Los únicos subproductos culturales que echan de menos al subproducto de una casta nobiliaria a la que venerar.
Pero, su incultura no queda reducida al ámbito literario. En esta misma entrevista, nos demostró que sus conocimientos históricos eran cercanos al cero patatero. ¿De dónde viene el poder sobre la tierra? Se encoge de hombros... No lo sabe. Es posible que fuese repartida en batallas o por dádivas reales. Tampoco le interesa. Hasta que al final estalla con una auténtica revelación freudiana: "Me hubiera encantado vivir en el medievo", dirimir los conflictos con la espada, definir la sociedad con estamentos cerrados.
Por mucho que se esfuercen, no es posible ocultar la oscura historia de la nobleza en España: su origen bélico y a veces genocida, su defensa a ultranza de los privilegios, su aversión al trabajo y a la industria, su oposición a toda idea de progreso, su apoyo reciente a la dictadura franquista... Y así hasta los tiempos actuales. Una clase que hundió a España durante siglos bajo la bandera de la tradición y contra el progreso, enarbolando el lema "que inventen ellos". El pliego de acusación contra sus desmanes, sus abusos y su papel en la historia ocuparía -de hecho ocupa- bibliotecas completas. Según Cayetano, lo que ocurre en Andalucía no pasa en ninguna otra parte. Es verdad: lo que ocurre en España y en Andalucía no sucede en ningún otro lugar de Europa. Allí los bajaron del poder a través de revoluciones populares; aquí, tres siglos más tarde, todavía les siguen ofreciendo premios, distinciones y pagándoles el diezmo de sus cosechas, como buenos vasallos.
Circula en Internet una petición para declarar a Cayetano Martínez de Irujo persona non grata en Andalucía. Creo que, sin embargo, su mejor castigo sería cursar estudios en un centro, preferentemente público, que le proporcione algunos conocimientos y combata la aguda incultura que, como siempre, se disfraza de desprecio y arrogancia. Ni el dinero ni la estirpe pueden comprar los conocimientos y la conexión con el mundo. Ni siquiera una impresionante colección de arte, producida por artistas a los que no han comprendido en absoluto, puede tapar las miserias de una educación lamentable.
En la entrevista que el genial Évole le hizo a Martínez de Irujo hubo un momento de ruptura en el que el deseo de agradar y de presentar una imagen popular de la nobleza se quebró bruscamente. Y no me refiero al fragmento en que se despacha contra los jóvenes andaluces ni contra nuestra tierra, sino cuando confiesa, con la mirada vuelta hacia otro ángulo de la cámara, que no, que él no ha visto ni leído el libro Los santos inocentes. La simple mención de este título literario provocó un movimiento interior en el conde y nos desveló las trampas para negar el pasado; la paciente labor del olvido y la justificación de sus orígenes con infantiles falsificaciones históricas.
A los niños nos tapaban los ojos cuando salían en la televisión escenas de violencia o de sexo; al pobre conde le cerraban los ojos cuando aparecía en escena un señorito, un jornalero o una injusticia. Las personas como él no han podido leer a Delibes, ni a Machado, ni a García Lorca. Es más, yo creo que desde los cantares de gesta y el teatro de Calderón de la Barca no han podido disfrutar con tranquilidad de ninguna obra literaria, porque hasta el convenenciero Lope de Vega hizo estallar al pueblo contra las tropelías del noble comendador. Por supuesto, el conde no habrá leído a Victor Hugo, ni disfrutado de Los Miserables, ni acompañado a Anna Karenina en sus desventuras contra su desalmado y noble marido, ni siquiera disfrutar del teatro de Shakespeare y el naufragio de las casas nobiliarias.
Inconscientemente, pronuncié un ¡viva! encendido por Delibes y por todo el poder desvelador de la literatura. Los pobres nobles no hallan siquiera consuelo en las nuevas aventuras de la novela histórica donde la nobleza tampoco escapa a la perfidia. Su último refugio cultural son los programas y las revistas del corazón. Los únicos subproductos culturales que echan de menos al subproducto de una casta nobiliaria a la que venerar.
Pero, su incultura no queda reducida al ámbito literario. En esta misma entrevista, nos demostró que sus conocimientos históricos eran cercanos al cero patatero. ¿De dónde viene el poder sobre la tierra? Se encoge de hombros... No lo sabe. Es posible que fuese repartida en batallas o por dádivas reales. Tampoco le interesa. Hasta que al final estalla con una auténtica revelación freudiana: "Me hubiera encantado vivir en el medievo", dirimir los conflictos con la espada, definir la sociedad con estamentos cerrados.
Por mucho que se esfuercen, no es posible ocultar la oscura historia de la nobleza en España: su origen bélico y a veces genocida, su defensa a ultranza de los privilegios, su aversión al trabajo y a la industria, su oposición a toda idea de progreso, su apoyo reciente a la dictadura franquista... Y así hasta los tiempos actuales. Una clase que hundió a España durante siglos bajo la bandera de la tradición y contra el progreso, enarbolando el lema "que inventen ellos". El pliego de acusación contra sus desmanes, sus abusos y su papel en la historia ocuparía -de hecho ocupa- bibliotecas completas. Según Cayetano, lo que ocurre en Andalucía no pasa en ninguna otra parte. Es verdad: lo que ocurre en España y en Andalucía no sucede en ningún otro lugar de Europa. Allí los bajaron del poder a través de revoluciones populares; aquí, tres siglos más tarde, todavía les siguen ofreciendo premios, distinciones y pagándoles el diezmo de sus cosechas, como buenos vasallos.
Los nuevos vampiros
Este artículo fue publicado en el País de Andalucía
Los vampiros han cosechado un gran éxito esta temporada. Son seres que se alimentan de la sustancia vital de los seres humanos para mantenerse activos. Antiguamente chupaban la sangre de sus víctimas, hoy en día se alimentan de su tiempo.
Se les puede ver en cada ciudad, en cada empresa, en cada institución. Si les preguntas por su afán depredador te largan un discurso sobre las dificultades para mantener su actividad o te argumentan que, a fin de cuentas, el tiempo que roban tiene escaso valor en la sociedad actual. El gran Nosferatu de nuestro tiempo perpetra sus crímenes con una facilidad pasmosa: se anuncia en internet y en las páginas de ofertas de trabajo; tiene una marcada preferencia por los jóvenes y, lo que es más curioso, posee el don de la invisibilidad para las inspecciones laborales y de hacienda.
Hace unos días una periodista difundió en la red una oferta de trabajo que remuneraba con 75 céntimos de euro la redacción de cada información. La denuncia ha circulado por todas las redes sociales y algunos han puesto el grito en el cielo por esa práctica empresarial que aprovecha las penurias de la profesión periodística. Pero el gratis o el semigratis se extiende como una hidra por todo el mercado laboral. Los jóvenes que tienen la suerte de ser seleccionados para algún empleo comprueban con estupor cómo la empresa les exige un periodo laboral de formación de tres meses sin remuneración alguna. El presunto periodo de prácticas no es más que el desempeño normal de funciones solo que gratis total.
Los horarios laborales son, en muchos casos, puramente teóricos y no valen siquiera el papel en el que están escritos. Es bastante común regalar al empresario algunas horas de trabajo semanales para cuadrar turnos, hacer cuentas o recoger el material. En cuanto a las cotizaciones en la seguridad social, si tienen menos de treinta años, olvídense. Hace unos días pregunté a un corrillo de jóvenes trabajadores que cursan por la noche estudios en mi instituto y casi ninguno de ellos “disfrutaba” de un alta en la seguridad social. Un doble robo que se perpetra con una enorme complacencia social: robo a los jóvenes que lo lamentarán cuando lleguen a la madurez y robo a la seguridad social que se va hundiendo en el déficit por este ocultamiento masivo de contrataciones.
Los medios empleados para ejercer este nuevo vampirismo son muy variados. Incluso el Estado y las universidades han creado su sección vampírica para estar a la moda de los nuevos tiempos: contratos para becarios hasta hace unos meses exentos de cualquier derecho y hoy reconocidos míseramente; acuerdos de colaboración en los que una parte pone todo su tiempo y la parte contratante unos euros administrados con avaricia o, el contrasentido más enrevesado, como es la obligación de hacerse forzadamente autónomo para ahorrarles las cotizaciones sociales. Las jóvenes víctimas no saben cómo reaccionar. Nunca imaginaron que la entrada al mercado laboral fuese un descenso a los infiernos en los que tendrían que abandonar toda esperanza.
Sin embargo, estos vampiros del tiempo y del trabajo han obtenido un gran éxito y ninguna penalización. El Estado es sordo y mudo ante el fraude masivo en las cuentas de la seguridad social, el incumplimiento de los contratos o los abusos laborales que no tienen patria ni clase ya que afecta desde las pequeñas empresas hasta las grandes corporaciones del IBEX. El trabajo pagado en negro, el fraude encubierto a la seguridad social es una forma de delito que queda impune y que nos empobrece a todos. La pregunta es cuál es la razón por la que estas prácticas no se detecten ni se castiguen. Si cualquier ciudadano conoce veinte o treinta casos de esta naturaleza ¿cómo es posible que los poderes públicos apenas las persigan?
Mientras tanto, el vampirismo se extiende a todo el mercado laboral: trabaje más horas, cobre menos. La nueva reforma laboral se hará a la medida de sus apetitos. De esta forma no correremos el riesgo de perder el primer puesto en el ranking del paro, la inestabilidad laboral y la desesperanza juvenil.
Los vampiros han cosechado un gran éxito esta temporada. Son seres que se alimentan de la sustancia vital de los seres humanos para mantenerse activos. Antiguamente chupaban la sangre de sus víctimas, hoy en día se alimentan de su tiempo.
Se les puede ver en cada ciudad, en cada empresa, en cada institución. Si les preguntas por su afán depredador te largan un discurso sobre las dificultades para mantener su actividad o te argumentan que, a fin de cuentas, el tiempo que roban tiene escaso valor en la sociedad actual. El gran Nosferatu de nuestro tiempo perpetra sus crímenes con una facilidad pasmosa: se anuncia en internet y en las páginas de ofertas de trabajo; tiene una marcada preferencia por los jóvenes y, lo que es más curioso, posee el don de la invisibilidad para las inspecciones laborales y de hacienda.
Hace unos días una periodista difundió en la red una oferta de trabajo que remuneraba con 75 céntimos de euro la redacción de cada información. La denuncia ha circulado por todas las redes sociales y algunos han puesto el grito en el cielo por esa práctica empresarial que aprovecha las penurias de la profesión periodística. Pero el gratis o el semigratis se extiende como una hidra por todo el mercado laboral. Los jóvenes que tienen la suerte de ser seleccionados para algún empleo comprueban con estupor cómo la empresa les exige un periodo laboral de formación de tres meses sin remuneración alguna. El presunto periodo de prácticas no es más que el desempeño normal de funciones solo que gratis total.
Los horarios laborales son, en muchos casos, puramente teóricos y no valen siquiera el papel en el que están escritos. Es bastante común regalar al empresario algunas horas de trabajo semanales para cuadrar turnos, hacer cuentas o recoger el material. En cuanto a las cotizaciones en la seguridad social, si tienen menos de treinta años, olvídense. Hace unos días pregunté a un corrillo de jóvenes trabajadores que cursan por la noche estudios en mi instituto y casi ninguno de ellos “disfrutaba” de un alta en la seguridad social. Un doble robo que se perpetra con una enorme complacencia social: robo a los jóvenes que lo lamentarán cuando lleguen a la madurez y robo a la seguridad social que se va hundiendo en el déficit por este ocultamiento masivo de contrataciones.
Los medios empleados para ejercer este nuevo vampirismo son muy variados. Incluso el Estado y las universidades han creado su sección vampírica para estar a la moda de los nuevos tiempos: contratos para becarios hasta hace unos meses exentos de cualquier derecho y hoy reconocidos míseramente; acuerdos de colaboración en los que una parte pone todo su tiempo y la parte contratante unos euros administrados con avaricia o, el contrasentido más enrevesado, como es la obligación de hacerse forzadamente autónomo para ahorrarles las cotizaciones sociales. Las jóvenes víctimas no saben cómo reaccionar. Nunca imaginaron que la entrada al mercado laboral fuese un descenso a los infiernos en los que tendrían que abandonar toda esperanza.
Sin embargo, estos vampiros del tiempo y del trabajo han obtenido un gran éxito y ninguna penalización. El Estado es sordo y mudo ante el fraude masivo en las cuentas de la seguridad social, el incumplimiento de los contratos o los abusos laborales que no tienen patria ni clase ya que afecta desde las pequeñas empresas hasta las grandes corporaciones del IBEX. El trabajo pagado en negro, el fraude encubierto a la seguridad social es una forma de delito que queda impune y que nos empobrece a todos. La pregunta es cuál es la razón por la que estas prácticas no se detecten ni se castiguen. Si cualquier ciudadano conoce veinte o treinta casos de esta naturaleza ¿cómo es posible que los poderes públicos apenas las persigan?
Mientras tanto, el vampirismo se extiende a todo el mercado laboral: trabaje más horas, cobre menos. La nueva reforma laboral se hará a la medida de sus apetitos. De esta forma no correremos el riesgo de perder el primer puesto en el ranking del paro, la inestabilidad laboral y la desesperanza juvenil.
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