domingo, 5 de mayo de 2013
PARAÍSOS LABORALES
Lo puedes leer completo en El País Andalucía
“¡A trabajar!”, fue la respuesta del empresario cuando las operarias le advirtieron de que en el edificio se habían abierto unas terribles grietas. La orden no admitía réplica alguna y las mujeres volvieron rápidamente a la máquina temerosas de que, otro día más, cargaran sobre sus nóminas un descuento inexplicable por no alcanzar la producción prevista. El dueño de las instalaciones había trampeado en la construcción del edificio. Por su cuenta y riesgo había añadido tres plantas a las cinco inicialmente previstas. Ninguna autoridad de Bangladesh le puso reparo alguno. La industria textil goza allí de una impunidad absoluta. Al igual que hay paraísos fiscales, hay en el mundo verdaderos paraísos laborales, infiernos para los trabajadores, donde se ofrece a precio de saldo la mano de obra, especialmente si es femenina o menor de edad. A veces las fábricas arden, o los productos envenenan o, como en el caso de Dacca, se derrumban como un castillo de naipes con más de 3.000 criaturas en sus entrañas.
La cifra de personas muertas supera las 400. Se estima que un número similar ha sufrido amputaciones de sus extremidades. También se cree —a falta de datos oficiales— que la mitad eran menores de edad. Cada dos o tres meses sucede un hecho similar, que no es accidente, ni desgracia, sino puro y simple efecto de un criminal beneficio, de una guerra no declarada para aumentar las ganancias. Pero no importa. La función no se interrumpe. Sus víctimas no pasarán de ser un apunte a pie de página en la prensa, unas ráfagas de dolor en los informativos que apenas si sentimos, aunque nuestra piel se cubra con las prendas que sus manos han confeccionado.
Mientras caminaba en la manifestación del 1 de mayo por las calles de Sevilla, recordaba el origen de estas conmemoraciones. Esta fecha se escogió en homenaje a los mártires de Chicago, un grupo de sindicalistas anarquistas que fueron ejecutados por impulsar huelgas para reducir la jornada laboral. La otra gran fecha reivindicativa, el 8 de marzo, posee una enorme similitud con lo sucedido en Dacca. Corría el año 1908 y las trabajadoras de la fábrica textil Cotton impulsaron huelgas y manifestaciones para conseguir reducir la jornada. El propietario decidió incendiar el edificio para hacerlas salir y 129 mujeres perdieron la vida. En un mundo todavía no globalizado, esa barbarie hizo que de una esquina a otra del planeta, los trabajadores se uniesen y plantearan objetivos comunes. Nuestros actuales derechos tienen sus raíces en esos lugares remotos, en esas víctimas desconocidas.
Pero nuestro planeta, tan globalizado en el consumo, ha deslocalizado la conciencia. Las víctimas de Dacca no nos impulsan a la acción, sino a una breve indignación ante las pantallas de la televisión. Sus manos y sus rostros, con los que compartimos no palabras sino marcas comerciales, tejidos industriales, consumo masivo, nos son totalmente ajenos. No pertenecen a la épica del movimiento obrero tradicional sino que perecen en una subasta infame por reducir cada vez más los derechos laborales. Son nuestra amenaza y nuestro espejo. El valor de la nada en que quieren convertir el trabajo productivo. Son nosotros diez escalones por abajo, desposeídos de Estado, de democracia, de sindicatos y de derechos laborales. Creíamos que eran cosas del pasado, pero el nuevo capital dibuja con este nuevo reparto del trabajo el rostro del futuro. Experimentan con su piel, con su sangre, con su desesperanza, el límite exacto de la tasa de ganancia.
No escuché los discursos del primero de mayo. Solo fui a hacer bulto. A ocupar espacio. A hacer un poco menos ajena la calle. No sé si hablaron de Dacca y de la hermosa Bangladesh; si denunciaron o no la connivencia de nuestras empresas con la terrible explotación de seres humanos. Si explicaron que aquellas víctimas somos nosotros. Si no lo hicieron, mal podremos defender nuestros derechos si no sabemos que se juegan en las calles de cualquier ciudad de Bangladesh.
@conchacaballer
PD.- Al día de hoy el gobierno de Bangladesh ha reconocido que suben a más de 800 las víctimas de este ¿accidente o crimen? Algunas fuentes hablan de más de mil personas.
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LA CUCHIPANDA Y ANDALUCÍA
inabortable por definición.
Cospedal llega a las ruedas de prensa como si entre bambalinas se hubiera hartado de llorar (demasiado colirio, querida). Soraya piensa que es demasiado joven para morir en este naufragio y juega a ser la Monti española, toda tecnocracia. Guindos y Montoro se hacen trampas en el solitario de la economía española con cara de tramposos jugadores de póker. Wert anda enredado en su afán de acabar de una vez por todas con la cultura y desmontar la educación pública. El inefable Gallardón acelera su proyecto de construir el último robot de “mujer, mujer”, toda maternidad y dulzura,
Seis millones doscientos dos mil personas paradas y el Gobierno guarda un vergonzoso silencio. El jefe del Ejecutivo hace tiempo que desapareció. Comenzó, como todos los que ascendieron a los cielos, por pronunciar tautologías. “Sabemos lo que tenemos que hacer y lo haremos”; “al pan, pan y al vino, vino”, fueron sus proclamas iniciales, hasta que confesó que la realidad lo desbordaba y que era “very difficult todo esto”. A partir de ahí, apenas se sabe de él. Su propia existencia, como la de Dios, está puesta en entredicho: ya solo se aparece en un plasma con fondo azul celestial, como el sumo hacedor en las películas de Hollywood.
Abandonados a sus designios, los dirigentes populares se refugian en sus más ancestrales costumbres: denigrar a la izquierda, convertirse en víctimas de las movilizaciones populares y pronunciar frases propias de la calle Serrano o del Club de Campo pero que atruenan en los oídos de la sociedad. Como una cuchipanda de buena familia ironizan con las desgracias sociales, proclaman que los dramas no son tales y compiten por hacer las declaraciones más estúpidas entre risitas de complacencia. Gracias a ellas nos enteramos de que los electores del PP “se quitarían el pan de la boca con tal de pagar la hipoteca de su casa”; que los jóvenes emigrantes son, en realidad, un beneficioso efecto de “la movilidad exterior”; o que la expropiación de viviendas a los bancos aprobada por la Junta “es demagógica y populista”. La última, es realmente, siniestra. “El bipartito convierte Andalucía en Etiopía” escribe un diputado almeriense del PP, famoso él por despotricar contra actores, jueces y manifestantes.
A este lado del reino, el PP no levanta cabeza. Arenas corre tras su destino esquivo y no consigue situarse como portavoz siquiera adjunto del PP, perseguido por la saña de Cospedal y por su amistad con Bárcenas, mientras Zoido huye del suyo. Jamás se había escuchado a un líder andaluz proclamar que en ningún caso, palabrita de honor, querría ser candidato a la presidencia de la Junta de Andalucía y que hará falta un terremoto político para arrancarlo de su Ayuntamiento.
La desesperanza cunde en el PP andaluz. Su problema es que las viejas consignas de la derecha ya no funcionan. Hace algunos años juntaban las palabras “comunista”, “expropiación” y “uso social de la riqueza” y conseguían poner los pelos de punta a todo aquel que tenía unos cuantos euros o propiedades, pero la crisis ha cobrado tal magnitud que las acusaciones de izquierdismo son casi un halago más que un insulto. El problema del PP es que ya no funciona aquello de que “si gobiernan los comunistas te van a quitar tu casa” porque ahora los que te quitan tus propiedades, tu empleo y tus ahorros no son las hordas de la hoz y el martillo, sino la banca, los clubes selectos de los trajes caros y los bolsos mileuristas.
El papel de Andalucía en la política española puede ser decisivo. Su efecto contagio, refrescante. Otras comunidades ya anuncian medidas similares: la expropiación de viviendas, o los planes contra la pobreza son demostraciones de que los gobiernos pueden actuar frente a los mercados. Ahora es el momento de abrir en Andalucía la agenda del empleo, la protección y los derechos sociales porque la sociedad está deseosa de encontrar un hilo de esperanza entre tanto desastre e irresponsabilidad. Aunque Cospedal llore sin necesidad de colirio.
@conchacaballer
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PANTOJA Y EL PASADO
Publicado en El País Andalucía
Un buen día en Marbella, un grupo de empresarios de riesgo, encabezado por Jesús Gil decidió dar el salto a la política. Cansados de las nimiedades burocráticas, de la legalidad institucional —que no es que fuera severa con sus actividades, pero si molesta como una avispa zumbona— , decidieron tomar directamente el poder. Pasaron de la corrupción del menudeo (hoy compro un concejal, mañana soborno a un funcionario, pasado mañana corrompo a un miembro de la justicia…) a montar una gran empresa con mando unificado y un único objetivo: conseguir el máximo de ganancias en el menor tiempo posible.
Eliminaron a los molestos intermediarios que ejercían la corrupción al detalle, y proclamaron que sus ganancias debían ir directamente a quienes las producían.
El lugar elegido era ideal. Por azares de la historia, y la ayuda inestimable del franquismo en los años 60, Marbella ya era la ciudad escogida por el narcotráfico internacional, la mafia rusa, los untosos reyes del petróleo y los negociantes de armas como su centro de recreo. El dinero es solo papel si no puede circular. Tras alicatar sus palacios de objetos suntuosos, la mafia internacional requería una salida más rápida a sus capitales ocultos y encontraron en Jesús Gil el líder político de esta nueva fase.
Y llegó con facilidad al poder. Los beneficios permitirían comprar la voluntad de la mitad de sus vecinos, hacerlos sus cómplices y guardaespaldas. Cuánto más refulgía la limpieza y la belleza de las calles de la ciudad, más sucia era la sociedad marbellí. Proclamaron el fin de la política y la xenofobia más descarada contra los pobres. Armaron un pequeño ejército de policías locales, confidentes callejeros y chusma que proclamaba que no importaba el color ni la procedencia del dinero.
Consiguieron exiliar de la ciudad a las personas más honestas, perseguir a los que se atrevían a denunciar la corrupción, desprestigiar a todo aquel que ponía en entredicho el poder municipal. En cuatro elecciones consecutivas la mayoría de la población marbellí les aplaudió y vivaqueó por calles y plazas. Los controles de las instancias superiores fueron inicialmente casi inexistentes, los medios de comunicación —empezando por los que hoy más gritan contra los corruptos— los glorificaban y el poder judicial de la zona cerró los ojos durante años.
El gran error de Julián Muñoz fue no ser consciente de que el ciclo se estaba acabando. Como en todos los reinados terminales, faltaba el toque folclórico, el final feliz del cuento. Era ya un personaje en busca de una tonadillera y Marbella necesitaba una musa a la que rendirse. Afortunadamente allí estaba Isabel Pantoja, escarmentada de la vida, decidida a ser absolutamente moderna en una España en la que las tonadilleras ya no se enamoran de toreros sino de empresarios de la construcción. Se acabó el arrastrar las maletas por escenarios cada vez más desangelados y sombríos. Las verdaderas folclóricas viven convencidas de pertenecer a una aristocracia natural con la que el pueblo siempre está en deuda. Y se lo cobró, con horrorosas adquisiciones patrimoniales en el centro de una ciudad moralmente infecta.
En cuanto al pueblo, no hagamos martirologio. La España que tira del pelo a Isabel Pantoja es la misma que aplaudía, hasta hace muy poco tiempo a sus corruptos gobernantes y comentaban con satisfacción “lo limpia que estaba Marbella” sin pobres ni inmigrantes.
@conchacaballer
domingo, 14 de abril de 2013
MISERABLES A SUELDO
De todos los actores de la presente crisis, a los que más detesto son
a los lacayos de los poderosos, los que dan la cara por ellos, los que
justifican sus razones, los que inventan sus argumentos.
No se conoce el censo exacto de personas que trabajan en estos menesteres, pero deben ser unas decenas de miles porque inundan televisiones, radios y periódicos. Allá donde aparezca la más leve esperanza de una política distinta, hacen acto de presencia ellos, armados con su espada flamígera, la amenaza directa, la invocación del apocalipsis.
Y digo “ellos” porque el brutal machismo en la asignación de roles, la negativa a otorgar el título de expertas a las mujeres, nos ha puesto a salvo de esta dedicación deshonrosa, nos ha librado de salir en los informativos con cara de póker, la baraja de cartas trucadas en las manos, combatiendo cualquier política que no de beneficios a los acaudalados.
Son la inversión del mito de Prometeo. Mientras este robaba el fuego a los dioses para entregarlo a la humanidad, estos roban el último euro de nuestros bolsillos para depositarlo sumisamente a los pies de quienes les pagan. En su tiempo estuvieron al servicio de los gobiernos, pero eso ya no se lleva: el poder ya no se encuentra en esa esfera. Ahora pululan por fundaciones, entidades, universidades y convenios de colaboración en los que venden su alma al diablo a las empresas más punteras sin el menor remordimiento.
No hay tema que se les resista. Si se habla de dación en pago, ellos argumentan que conllevaría un caos financiero que nos haría naufragar como país; si se trata de racionalizar la industria farmacéutica, ellos amenazan con cortar la investigación y encarecer el coste de los medicamentos; si de salarios, argumentarán a favor de su descenso; si se habla de despidos, defenderán facilitarlos y si de pensiones, nos amenazarán con un futuro insostenible. La alergia que sufren por los derechos sociales es solo comparable a la que les provoca los temas medioambientales: la ecología podrá salvar el planeta, pero pone en cuestión el hábitat natural en el que estos personajes se reproducen.
Son los reyes del trilerismo semántico y jamás llamarán a las cosas por su nombre. Son expertos del tabú y del eufemismo para favorecer a los acaudalados, en cambio encanallarán las más dignas demandas sociales. Hablan de reformas, en vez de recortes; de flexibilidad en vez de despidos; de productividad en vez de descenso de salarios. Sin embargo, cualquier medida que ponga coto al reinado absoluto de los poderosos, será tildada de irresponsable, amenazadora y potencialmente peligrosa.
Algunos de ellos tienen verdaderos conocimientos, pero no los usan al servicio del interés común. Aunque muchos de ellos sean economistas, les traen al pairo los datos y los resultados de las políticas. A pesar de que presumen de expertos científicos, a los que solo les mueve un afán académico, no dan ni una en el clavo. Sus predicciones se desmoronan mes tras mes sin que nadie les pida ninguna responsabilidad, a fin de cuentas no ejercen puesto oficial alguno, solo son los think tank de la demolición neoliberal, tropas de asalto moral de nuestras conciencias.
Con lo poco que a esta fauna le gustan las autonomías, sobre todo las del sur, el Gobierno de la Junta de Andalucía les va a dar trabajo unas cuantas semanas para atacar el decreto de vivienda y defender —eso sí “asépticamente”—, que no se pueden poner tasas ni sanciones a las viviendas vacías, ni se puede desmontar la bomba de relojería de los desahucios.
No sé si esta horda de mutiladores de sueños confiesan a su madre en lo que trabajan. Tampoco sé qué explicación darán de su oficio a sus hijos: hoy he contribuido “a bajar los salarios”, “a paralizar proyectos medioambientales”, “a hacer más inaccesibles los medicamentos” o “a que sigan los desahucios”. Parafraseando a José Luis Sampedro, hay dos clases de expertos: los que quieren hacer más ricos a los ricos y los que quieren hacer menos pobres a los pobres. Ustedes eligen.
@conchacaballer
No se conoce el censo exacto de personas que trabajan en estos menesteres, pero deben ser unas decenas de miles porque inundan televisiones, radios y periódicos. Allá donde aparezca la más leve esperanza de una política distinta, hacen acto de presencia ellos, armados con su espada flamígera, la amenaza directa, la invocación del apocalipsis.
Y digo “ellos” porque el brutal machismo en la asignación de roles, la negativa a otorgar el título de expertas a las mujeres, nos ha puesto a salvo de esta dedicación deshonrosa, nos ha librado de salir en los informativos con cara de póker, la baraja de cartas trucadas en las manos, combatiendo cualquier política que no de beneficios a los acaudalados.
Son la inversión del mito de Prometeo. Mientras este robaba el fuego a los dioses para entregarlo a la humanidad, estos roban el último euro de nuestros bolsillos para depositarlo sumisamente a los pies de quienes les pagan. En su tiempo estuvieron al servicio de los gobiernos, pero eso ya no se lleva: el poder ya no se encuentra en esa esfera. Ahora pululan por fundaciones, entidades, universidades y convenios de colaboración en los que venden su alma al diablo a las empresas más punteras sin el menor remordimiento.
No hay tema que se les resista. Si se habla de dación en pago, ellos argumentan que conllevaría un caos financiero que nos haría naufragar como país; si se trata de racionalizar la industria farmacéutica, ellos amenazan con cortar la investigación y encarecer el coste de los medicamentos; si de salarios, argumentarán a favor de su descenso; si se habla de despidos, defenderán facilitarlos y si de pensiones, nos amenazarán con un futuro insostenible. La alergia que sufren por los derechos sociales es solo comparable a la que les provoca los temas medioambientales: la ecología podrá salvar el planeta, pero pone en cuestión el hábitat natural en el que estos personajes se reproducen.
Son los reyes del trilerismo semántico y jamás llamarán a las cosas por su nombre. Son expertos del tabú y del eufemismo para favorecer a los acaudalados, en cambio encanallarán las más dignas demandas sociales. Hablan de reformas, en vez de recortes; de flexibilidad en vez de despidos; de productividad en vez de descenso de salarios. Sin embargo, cualquier medida que ponga coto al reinado absoluto de los poderosos, será tildada de irresponsable, amenazadora y potencialmente peligrosa.
Algunos de ellos tienen verdaderos conocimientos, pero no los usan al servicio del interés común. Aunque muchos de ellos sean economistas, les traen al pairo los datos y los resultados de las políticas. A pesar de que presumen de expertos científicos, a los que solo les mueve un afán académico, no dan ni una en el clavo. Sus predicciones se desmoronan mes tras mes sin que nadie les pida ninguna responsabilidad, a fin de cuentas no ejercen puesto oficial alguno, solo son los think tank de la demolición neoliberal, tropas de asalto moral de nuestras conciencias.
Con lo poco que a esta fauna le gustan las autonomías, sobre todo las del sur, el Gobierno de la Junta de Andalucía les va a dar trabajo unas cuantas semanas para atacar el decreto de vivienda y defender —eso sí “asépticamente”—, que no se pueden poner tasas ni sanciones a las viviendas vacías, ni se puede desmontar la bomba de relojería de los desahucios.
No sé si esta horda de mutiladores de sueños confiesan a su madre en lo que trabajan. Tampoco sé qué explicación darán de su oficio a sus hijos: hoy he contribuido “a bajar los salarios”, “a paralizar proyectos medioambientales”, “a hacer más inaccesibles los medicamentos” o “a que sigan los desahucios”. Parafraseando a José Luis Sampedro, hay dos clases de expertos: los que quieren hacer más ricos a los ricos y los que quieren hacer menos pobres a los pobres. Ustedes eligen.
@conchacaballer
¿DÓNDE ESTÁ LA IZQUIERDA?¡
Publicado en El País Andalucía
No sé cuándo me he mudado, pero últimamente vivo en un país que no
conozco. Me levanto con la situación de extrañeza que provoca estar en
un lugar desconocido. Enciendo la radio y todos los días me ofrecen
nuevos motivos para el desaliento.
No soy de las que encuentran en esta aventura equinoccial, en este lento naufragio de sueños, en esta aventura de desdichas ninguna confirmación a su pensamiento. Para ser de izquierdas no necesito un capitalismo superexplotador y despendolado, me basta con la injusticia, con la apropiación de las ganancias, con el trato desigual al ser humano. No necesito el espectáculo de los desahucios, la odisea desesperanzada de seis millones de personas, ni los jóvenes atrapados entre la tecnología del siglo XXI y un modelo laboral del XIX.
Para ser republicana, no necesito más que una conciencia democrática avanzada, un ideal educativo, y la más elemental simetría de que todos los poderes públicos deben ser elegidos. No necesito para ser republicana, las fotos obscenas del elefante abatido en sus dominios, de una princesa imputada por una causa de corrupción, de una realeza sentada en el banquillo de los acusados.
Para ser ecologista me basta ser consciente de los límites del planeta, de la insostenibilidad de nuestro sistema. No necesito que estallen las centrales nucleares, ni que para la extracción de las riquezas ocultas del planeta se empleen técnicas cada vez más agresivas, nos hagan “fracking” y fracturen nuestros subsuelo, envenenen nuestras aguas o nos regalen terremotos.
Para ser feminista no necesito que ninguna mujer sea asesinada, degollada, apuñalada, tiroteada, me basta con mirar a mi alrededor y ver los techos, algunos de cristal y otros de cemento armado con que taponan los sueños de las mujeres. Nunca pensé que volvería a discutir sobre la violencia de género, ni que los titulares de sus asesinatos se volvieran melifluos, impersonales, desprovistos de sentido, como si la muerte fuese un accidente atmosférico. No es necesario que me indignen bajo el título engañoso de “Muere una mujer en Castellón”, “Encontrada muerta una mujer en Valencia” o que en el caso del asesinato de una niña de 13 años de El Salobral, cierta prensa nos hable del “extraño amor que la condujo a la muerte”. Realmente no lo necesito.
No necesito para estar contra la corrupción que me roben millones. Me basta con que se apropien de un euro, con que enchufen a un familiar, con que no usen con austeridad el dinero público. No me hace falta llenar el vaso de la indignación con esta sinfonía de mangantes, de cavernícolas y de traficantes.
En algunos momentos me parece estar asistiendo a una función teatral antigua, donde los actores son excesivamente histriónicos. Realmente no era necesaria esta sobreactuación para convencerme de su maldad. Frente a esto, no encuentro la izquierda necesaria, la explicación justa, la propuesta adecuada. La izquierda socialdemócrata duerme empozoñada en el sueño de la culpa, como Raskolnikov todavía está dilucidando el origen de su crimen. El resto de la izquierda flota en el océano de la autocomplacencia. “Ya lo dije”, viene a ser su discurso. Creen que cada noticia está hecha a la medida y que el cambio está cantado.
Según ellos, del descrédito de la monarquía saldrá una generación de republicanos conscientes; del abuso bancario, una ola de igualitarismo y de justicia; de la corrupción política, el definitivo entierro del bipartidismo. Se miran en el espejo de las redes sociales y estas les devuelven su propia imagen. Creen que un trending topic es una mayoría social garantizada. Pero cuando las crisis son tan profundas como la actual la mayoría social se agarra a sus prejuicios, a sus miedos y a las explicaciones simplistas. De los países descorazonados no surgen cambios alentadores, sino quimeras de consolación, estallidos sin sentido, profetas y visionarios que cabalgan sobre la indignación ciudadana, a no ser que la izquierda sea capaz de levantar un relato creíble y un deseo compartido de cambio social.
@conchacaballer
No soy de las que encuentran en esta aventura equinoccial, en este lento naufragio de sueños, en esta aventura de desdichas ninguna confirmación a su pensamiento. Para ser de izquierdas no necesito un capitalismo superexplotador y despendolado, me basta con la injusticia, con la apropiación de las ganancias, con el trato desigual al ser humano. No necesito el espectáculo de los desahucios, la odisea desesperanzada de seis millones de personas, ni los jóvenes atrapados entre la tecnología del siglo XXI y un modelo laboral del XIX.
Para ser republicana, no necesito más que una conciencia democrática avanzada, un ideal educativo, y la más elemental simetría de que todos los poderes públicos deben ser elegidos. No necesito para ser republicana, las fotos obscenas del elefante abatido en sus dominios, de una princesa imputada por una causa de corrupción, de una realeza sentada en el banquillo de los acusados.
Para ser ecologista me basta ser consciente de los límites del planeta, de la insostenibilidad de nuestro sistema. No necesito que estallen las centrales nucleares, ni que para la extracción de las riquezas ocultas del planeta se empleen técnicas cada vez más agresivas, nos hagan “fracking” y fracturen nuestros subsuelo, envenenen nuestras aguas o nos regalen terremotos.
Para ser feminista no necesito que ninguna mujer sea asesinada, degollada, apuñalada, tiroteada, me basta con mirar a mi alrededor y ver los techos, algunos de cristal y otros de cemento armado con que taponan los sueños de las mujeres. Nunca pensé que volvería a discutir sobre la violencia de género, ni que los titulares de sus asesinatos se volvieran melifluos, impersonales, desprovistos de sentido, como si la muerte fuese un accidente atmosférico. No es necesario que me indignen bajo el título engañoso de “Muere una mujer en Castellón”, “Encontrada muerta una mujer en Valencia” o que en el caso del asesinato de una niña de 13 años de El Salobral, cierta prensa nos hable del “extraño amor que la condujo a la muerte”. Realmente no lo necesito.
No necesito para estar contra la corrupción que me roben millones. Me basta con que se apropien de un euro, con que enchufen a un familiar, con que no usen con austeridad el dinero público. No me hace falta llenar el vaso de la indignación con esta sinfonía de mangantes, de cavernícolas y de traficantes.
En algunos momentos me parece estar asistiendo a una función teatral antigua, donde los actores son excesivamente histriónicos. Realmente no era necesaria esta sobreactuación para convencerme de su maldad. Frente a esto, no encuentro la izquierda necesaria, la explicación justa, la propuesta adecuada. La izquierda socialdemócrata duerme empozoñada en el sueño de la culpa, como Raskolnikov todavía está dilucidando el origen de su crimen. El resto de la izquierda flota en el océano de la autocomplacencia. “Ya lo dije”, viene a ser su discurso. Creen que cada noticia está hecha a la medida y que el cambio está cantado.
Según ellos, del descrédito de la monarquía saldrá una generación de republicanos conscientes; del abuso bancario, una ola de igualitarismo y de justicia; de la corrupción política, el definitivo entierro del bipartidismo. Se miran en el espejo de las redes sociales y estas les devuelven su propia imagen. Creen que un trending topic es una mayoría social garantizada. Pero cuando las crisis son tan profundas como la actual la mayoría social se agarra a sus prejuicios, a sus miedos y a las explicaciones simplistas. De los países descorazonados no surgen cambios alentadores, sino quimeras de consolación, estallidos sin sentido, profetas y visionarios que cabalgan sobre la indignación ciudadana, a no ser que la izquierda sea capaz de levantar un relato creíble y un deseo compartido de cambio social.
@conchacaballer
domingo, 31 de marzo de 2013
PREGUNTAS A DIESTRO Y SINIESTRO
Puedes leerlo completo en El País Andalucía
Cuando estudiaba la carrera nos explicaron el realismo como un esfuerzo por dibujar el entramado social bajo un prisma de honradez intelectual. Así, Balzac, tremendamente conservador, hace un relato inmisericorde de las clases ascendentes parisinas o Flaubert, que en su vida real añoraba el pasado nobiliario, nos regaló algunos de los relatos más certeros de los procesos revolucionarios y de la torpe educación sentimental de su tiempo.
Hoy cualquier atisbo de honradez intelectual es un pasaporte seguro a la exclusión, un ejercicio de alto riesgo por el que puedes ser tachado inmediatamente de servir a unos u otros intereses. Pero la falta de honradez intelectual esteriliza el debate político, cultural o social y acaba con nuestro mayor tesoro: el espíritu crítico.
La honradez intelectual no implica no tener ideología y defenderla incluso con pasión. Significa reconocer la verdad, o al menos no retorcerla. Supone tener comportamientos parecidos en situaciones similares y ser capaces de aplicar principios universales que no estén sujetos a la conveniencia particular.
La falta de honradez intelectual es realmente desalentadora, nos hace mover la cabeza, y exclamar “no es eso, no es eso” aunque no tengamos una orilla a la que amarrarnos.
Esta semana algunos medios han utilizado la figura del presidente de la Junta de Andalucía como portada de sus ediciones bajo títulos penalmente acusadores. Si según estos medios el presidente Griñán es responsable de la trama de los ERE, incluso sin estar en la Junta de Andalucía durante gran parte de estas ilegalidades, ¿qué tendríamos que decir de Mariano Rajoy o de José María Aznar, que sí que fueron responsables del PP durante todo el periodo de la trama Gürtel y del caso Bárcenas? ¿Dónde están las portadas similares, exigiendo responsabilidades de estos presidentes? Las posiciones ideológicas de las empresas editoras, legítimas e incluso necesarias, deberían tener ciertos límites morales.
La honradez intelectual nos dice que todos los acusados en los casos de corrupción deben ser tratados de igual forma, independientemente del juez asignado al caso. Si realmente esto es así, en uno o en otro lugar tiene que haber un grave error de instrucción. Si lo adecuado es dictar prisión provisional para los imputados en los delitos de corrupción ¿por qué se pasean a cuerpo gentil personas como Luis Bárcenas, Jaume Matas, Carlos Fabra, Iñaki Urdangarin… acaso no hay indicios suficientes de enriquecimiento personal?¿Es que tienen más caché que los corruptos del sur? ¿Por qué en la trama Gürtel hay tan pocos imputados y ninguna nueva resolución de prisión?
¿Si en el caso de Andalucía, el foco de corrupción estaba asentado en la Consejería de Empleo, por qué la juez imputa a uno de sus titulares y al otro no? ¿Es cierto que esta irregularidad responde al deseo de la juez de no perder el caso porque inmediatamente escaparía a su jurisdicción? ¿Es justa y ecuánime esta situación? Y para no dejar palo por tocar: ¿Por qué el PSOE abortó las conclusiones de la comisión de investigación en el Parlamento andaluz cuando se negó a reconocer responsabilidad política alguna de este mismo consejero?
Si los procedimientos de la juez Alaya son los mejores, aplaudidos
ampliamente por el sector político y mediático de la derecha, y
escasamente comentados por el resto de los medios, ¿por qué no se
utilizan mecanismos parecidos en el resto de los casos de corrupción,
iguales fianzas, entradas en prisión o redadas policiales?
Si la justicia es igual, la imparta el magistrado que la imparta, ¿por qué existe esa pelea judicial? ¿Por qué cada uno de los sectores imputados se inclina por un juez? ¿Qué más da que la instrucción de estos casos la haga la juez Alaya o la juez Ana Curra, el juez Gómez Bermúdez, Pablo Ruz o Baltasar Garzón? ¿O es que no es lo mismo? Solo citar este último nombre ya nos descorazona. Es muy doloroso constatar que el único procesado y condenado por la trama Gürtel se llama Baltasar Garzón.
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domingo, 24 de marzo de 2013
AY YOLANDA, DOBLEMENTE ASESINADA
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Quizás ya nunca se escriba su historia. O esta es nuestra particular
forma de escribirla, haciendo que ganen los malos, que cunda el olvido,
que la apatía acune nuestras conciencias. Y si se escribe la verdad, no
se leerá. Y si se lee no se entenderá porque en los últimos treinta años
nos han contado el cuento de que la democracia en nuestro país la trajo
la Casa Real y un grupo de señores muy serios que se pusieron de
acuerdo un buen día para redactar una constitución.
Pero no fueron ellos los que escribieron la historia, sino miles de jóvenes estudiantes y de obreros enamorados de la libertad. Como en el poema de Paul Éluard, escribíamos su nombre en los cuadernos escolares, en la música que entonábamos, sobre las coronas de los reyes. La escribíamos en las paredes, desnuda de sintaxis, un grito mudo a veces tiroteado en la noche, fusilado al amanecer, secuestrado y nunca liquidado, aunque Yolanda muriese, aunque sus verdugos paseen su impunidad por nuestras vidas… J’écris ton nom. (Escribo tu nombre)
El que disparó dos tiros a Yolanda, el que ordenó un tiro de gracia, trabaja ahora para el Estado, en misiones delicadas de seguridad y protección. ¡Ay, Yolanda, doblemente asesinada, bajo el decreto del olvido, bajo el silencio impuesto a nuestra historia!
No es memoria histórica lo que falta, sino conciencia histórica. Yolanda, secuestrada y asesinada, Caparrós tiroteado en la gran manifestación andaluza del 4 de diciembre, Javier Verdejo, asesinado mientras escribía una pintada en los muros de Almería… Los miles de jóvenes y trabajadores que lucharon por la libertad no quieren una placa, un libro, un recuerdo, un monolito olvidado en la esquina de las ciudades. Aspiraban a convertirse en conciencia viva, en ansías de libertad, en viento fresco que borrase los vicios mentales de la dictadura, que aún siguen vivos.
No son nombres para invocar en secreto, en círculos minoritarios, en libros especializados en nuestra transición. Deberían ser parte de nuestra mejor historia, fundadores de la democracia, creadores de nuevos tiempos.
Pero en España, como dijo el poeta, no hay más historia que la que nos derrota. Los nombres de nuestros verdaderos héroes yacen bajo la arena de la playa. De vez en cuando un cineasta, un escritor, un historiador los rescata. Pero la historia con mayúsculas se la apropian los que nunca han escrito en las calles la palabra libertad, los que ponían límites a sus demandas, los que temían en secreto su triunfo.
Lo verdaderamente malo no es que hayamos olvidado sus nombres, es que la vieja cultura de la dictadura se calzó los zapatos de la democracia y perpetuó sus viejos vicios, privó a la democracia de su limpieza fundacional, de su esperanza en el futuro de la humanidad y nos dejó como equipaje un decálogo de maldades con las que convivimos a diario.
Lo peor de lo que ahora nos ocurre no es fruto de la democracia, sino producto de la herencia de la dictadura: el clientelismo en la vida social y laboral; la falta de transparencia de todos los poderes; el desprecio a las finanzas públicas; el menosprecio de la ciencia y de la cultura; el desprestigio de la educación; la reverencia al poder y al dinero; el temor a la innovación; la no existencia del concepto de ciudadanía; la desigualdad de trato ante la justicia y una particular alergia a la participación política. Como colofón de este plato, la guinda que todo pensamiento antidemocrático exige: la desconfianza absoluta hacia la bondad, la necesidad de derribar el prestigio de las personas buenas, honestas y generosas.
Y por eso andamos así, sin saber a qué aferrarnos, con la pesada carga de una historia de vencedores y vencidos; sin estrellas a las que mirar; sin nuestros Lincoln, Luther King, Rosa Parks o Roosevelt.
Sin historias de superación porque la desconfianza en la bondad derriba todas las referencias. Aún así, como decía Éluard: “Sobre la esperanza sin recuerdos y por el poder de una palabra…reinicio mi vida. Libertad”.
Pero no fueron ellos los que escribieron la historia, sino miles de jóvenes estudiantes y de obreros enamorados de la libertad. Como en el poema de Paul Éluard, escribíamos su nombre en los cuadernos escolares, en la música que entonábamos, sobre las coronas de los reyes. La escribíamos en las paredes, desnuda de sintaxis, un grito mudo a veces tiroteado en la noche, fusilado al amanecer, secuestrado y nunca liquidado, aunque Yolanda muriese, aunque sus verdugos paseen su impunidad por nuestras vidas… J’écris ton nom. (Escribo tu nombre)
El que disparó dos tiros a Yolanda, el que ordenó un tiro de gracia, trabaja ahora para el Estado, en misiones delicadas de seguridad y protección. ¡Ay, Yolanda, doblemente asesinada, bajo el decreto del olvido, bajo el silencio impuesto a nuestra historia!
No es memoria histórica lo que falta, sino conciencia histórica. Yolanda, secuestrada y asesinada, Caparrós tiroteado en la gran manifestación andaluza del 4 de diciembre, Javier Verdejo, asesinado mientras escribía una pintada en los muros de Almería… Los miles de jóvenes y trabajadores que lucharon por la libertad no quieren una placa, un libro, un recuerdo, un monolito olvidado en la esquina de las ciudades. Aspiraban a convertirse en conciencia viva, en ansías de libertad, en viento fresco que borrase los vicios mentales de la dictadura, que aún siguen vivos.
No son nombres para invocar en secreto, en círculos minoritarios, en libros especializados en nuestra transición. Deberían ser parte de nuestra mejor historia, fundadores de la democracia, creadores de nuevos tiempos.
Pero en España, como dijo el poeta, no hay más historia que la que nos derrota. Los nombres de nuestros verdaderos héroes yacen bajo la arena de la playa. De vez en cuando un cineasta, un escritor, un historiador los rescata. Pero la historia con mayúsculas se la apropian los que nunca han escrito en las calles la palabra libertad, los que ponían límites a sus demandas, los que temían en secreto su triunfo.
Lo verdaderamente malo no es que hayamos olvidado sus nombres, es que la vieja cultura de la dictadura se calzó los zapatos de la democracia y perpetuó sus viejos vicios, privó a la democracia de su limpieza fundacional, de su esperanza en el futuro de la humanidad y nos dejó como equipaje un decálogo de maldades con las que convivimos a diario.
Lo peor de lo que ahora nos ocurre no es fruto de la democracia, sino producto de la herencia de la dictadura: el clientelismo en la vida social y laboral; la falta de transparencia de todos los poderes; el desprecio a las finanzas públicas; el menosprecio de la ciencia y de la cultura; el desprestigio de la educación; la reverencia al poder y al dinero; el temor a la innovación; la no existencia del concepto de ciudadanía; la desigualdad de trato ante la justicia y una particular alergia a la participación política. Como colofón de este plato, la guinda que todo pensamiento antidemocrático exige: la desconfianza absoluta hacia la bondad, la necesidad de derribar el prestigio de las personas buenas, honestas y generosas.
Y por eso andamos así, sin saber a qué aferrarnos, con la pesada carga de una historia de vencedores y vencidos; sin estrellas a las que mirar; sin nuestros Lincoln, Luther King, Rosa Parks o Roosevelt.
Sin historias de superación porque la desconfianza en la bondad derriba todas las referencias. Aún así, como decía Éluard: “Sobre la esperanza sin recuerdos y por el poder de una palabra…reinicio mi vida. Libertad”.
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domingo, 17 de marzo de 2013
NO LO CUENTES: ESCRÍBELO EN EL BOJA
.Puedes leerlo completo en El País de Andalucía
Si la democracia española tuviera cara estaría roja de vergüenza por lo que ocurre en nuestro país. Ha tenido que llegar una sentencia del Tribunal Superior de Justicia europeo para que se haga público lo que toda la ciudadanía sabíamos: que las leyes que se aplican en los desahucios son un abuso y una injusticia.
Hace apenas seis meses, un grupo de magistrados elaboró un informe para el Consejo General del Poder Judicial sobre los desahucios que exponía a las claras la sinrazón de estos procedimientos. Afirmaban los magistrados que algunas de las leyes que se aplican se redactaron en 1909, que el procedimiento carece de garantías para el consumidor y que convierte a los jueces en cobradores del frac al servicio de las entidades financieras. El CGPJ no desaprovechó la ocasión de demostrar su falta de independencia y ecuanimidad y, en vez de requerir una reforma legal en profundidad, restó importancia a sus conclusiones y enterró el informe en los cajones donde duermen todas las esperanzas de justicia.
Si la democracia española tuviera rostro, se pondría roja de indignación al comprobar que el Gobierno no se inmuta ante la sentencia e incluso afirma que avala su intención de modificar las normativa actual, pero que es necesario ser cuidadoso para no alarmar al sector financiero. Si en Andalucía de verdad existe un Gobierno con sensibilidad y políticas distintas a las practicadas por el Gobierno central, ahora es el momento de los hechos, no de las palabras ni las confrontaciones inútiles. Cuando nuestros gobernantes proclaman que tienen en el Estatuto de Autonomía una hoja de ruta para la acción, es el momento de exigirles que hagan uso de este instrumento y no lo saquen de paseo cada 28 de febrero como si fuera la procesión de la Macarena.
Andalucía, según el artículo 58 del Estatuto, tiene competencias exclusivas en materia de defensa de los derechos de los consumidores. Nada impide a la Junta de Andalucía ejercer una eficaz protección de estos derechos en el caso sangrante de los desahucios de forma directa, evitando los abusos y tomando parte en las causas cuando así se determine.
Hay, además, muchos casos en los que la aplicación de los desahucios atenta contra los derechos de protección de colectivos especialmente vulnerables. El Estatuto de Autonomía establece en su artículo 18 una protección y atención integral a los menores de edad y obliga a los poderes públicos a velar por su bienestar y seguridad. ¿Se puede, con el Estatuto en la mano, desalojar de sus viviendas, sus habitaciones, su entorno a miles de menores de edad en nuestra tierra? En los casos de desahucios que conozco los menores sufren de forma terrible este exilio familiar, se resienten sus estudios y se producen numerosos cuadros de depresión y angustia.
En un caso parecido están los desahucios de personas mayores, las personas con discapacidad y las mujeres afectadas por violencia de género para los que nuestro Estatuto establece la obligación de los poderes públicos de velar especialmente por su bienestar y su autonomía personal. Con el simple desarrollo de estos artículos se conseguirían frenar el 70% de los desahucios en nuestra comunidad.
Finalmente, en aplicación del Estatuto, que convierte en derecho subjetivo el derecho a una vivienda digna, sería posible prorrogar cualquier desahucio hasta tanto las personas afectadas no dispongan de una vivienda alternativa bien a través de la ayuda pública o del alquiler social.
Si el Tribunal de Justicia Europeo ha puesto patas arriba la legislación española basándose solo y exclusivamente en los derechos que nos asisten como consumidores, la actual situación puede ser impugnada por instituciones con competencias en materias afectadas como es, en este caso, la comunidad autónoma de Andalucía.
Por eso, lo que tengan que decirnos los gobernantes andaluces, que no lo hagan en rimbombantes ruedas de prensa y en papel de colorines sino en las monocromáticas páginas del BOJA. El único riesgo: un recurso de competencias con el Gobierno central que será bienvenido si el objetivo es proteger, de verdad, el interés general.
NO SEAMOS HIPÓCRITAS: LO SABÍAMOS
Lo puedes leer también en El País de Andalucía
Perdonen que contemple con escepticismo el arrebato ético en el que
ha entrado la sociedad española. Es verdad que la crisis y los recortes
aumentan nuestra indignación contra los casos de corrupción, pero no
deberíamos convertir la honradez y la ética en principios solo válidos
para los tiempos malos y olvidarnos de ellos cuando el dinero circula.
De repente este país ha descubierto la corrupción que practican
algunos políticos y empresarios; ha comprobado que miembros o aledaños
de la familia real trajinan con sus influencias para conseguir
beneficios; que los paraísos fiscales no son un lugar de cuentos
infantiles sino la cueva de Alí Babá donde los corruptos y traficantes
guardan sus posesiones. ¡Venga ya!
Ahora que el dinero no fluye, que las ganancias se estancan, que
nadie espera que caiga del festín de los poderosos su pedacito de pastel
es muy fácil levantar la voz, alzar el dedo acusador, rasgarse las
vestiduras por lo que ocurre, pero durante demasiado tiempo el aroma de
la corrupción ha sido el perfume de este país ¿o es que acaso no lo
notabais?
Durante años he tenido oportunidad de viajar por toda Andalucía,
reunirme en cientos de ocasiones con grupos de ciudadanos, especialmente
jóvenes y profesionales, que denunciaban en sus localidades atropellos
urbanísticos, mordidas institucionales, proyectos que avanzaban al son
de la compra de voluntades, patrimonios inauditos de próceres y de
determinados empresarios. Grupos de personas honradas que denunciaban la
corrupción en Alhaurín el Grande, en Ronda, en San Roque, en Roquetas,
en Manilva, en Marbella… El resultado de sus esfuerzos no puede ser más
descorazonador. En la mayoría de los casos se vieron aislados,
desacreditados o perseguidos y, cuando algunos de ellos decidieron
presentarse a las elecciones, fueron derrotados a manos de sus propios
convecinos que votaron, mayoritariamente, a gobernantes corruptos.
He visto a alcaldes honestos zarandeados por la ola del ladrillo y no
solo por la fuerte presión de los empresarios sino también por la de
los vecinos que exigían más y más construcciones en su localidad. Hemos
visto a algunos cargos públicos ser “absueltos por el pueblo” con
mayorías absolutas mientras otros alcaldes y alcaldesas perdían las
elecciones por mantener un criterio razonable de conservación
medioambiental y de desarrollo racional de su ciudad.
¿Y qué decir de una parte de nuestro sector privado, de sus
tejemanejes financieros, de sus robos a la hacienda pública, en un país
en el que defraudar a la cosa pública era una señal de mérito y de
inteligencia? La mayoría inclinaba su cabeza ante el poder del dinero
que nos hace tan simpáticos y atractivos. La riqueza es un pasaporte tan
seguro a la impunidad que en este país no hay ni un solo preso por
delito fiscal.
Jaume Matas, preguntado por el caso Nóos declaraba: “Con cualquier otro hubiera habido concurso público pero se trataba
del duque de Palma. Todos hubiesen hecho lo mismo” Y lo malo es que era
verdad. ¿Acaso se levantaron en un día los palacetes, se ocultaron los
eventos de la alta sociedad en Mallorca o en Puerto Banús? Y en el
asunto de la Casa Real, ¿quién ejercía esa censura que ha permitido que
fuesen asuntos tabú sus andanzas, sus negocios, su patrimonio? ¿Quién
nos dice que no nos volveremos a rendir al tintineo del dinero cuando se
acaba de anunciar que el casino Eurovegas de Madrid no tendrá que
cumplir la legislación laboral, fiscal ni sanitaria?
No se trata de diluir responsabilidades ni de restarle un ápice de
responsabilidad a estos delincuentes, pero reconozcan que el clima moral
y el culto a la riqueza les ha facilitado sus desmanes. Perdonen, por
tanto, que sea escéptica ante este arrebato ético si no va acompañado de
una nueva conciencia ciudadana, de una ética colectiva que condene las
ganancias ilícitas. Si no es así, este caudal de indignación será solo
un arrebato que desaparezca en cuanto el dinero empiece a tintinear de
nuevo en nuestros bolsillos.
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lunes, 4 de marzo de 2013
NO ESTÁS SOLO
Puedes leerlo completo en El País de Andalucía
Entre el despiste y la miopía tardé varios minutos en localizarlos en
el interior de la iglesia. El recinto estaba abarrotado y una multitud
se congregaba en la plaza cercana. Estaban apiñados en un lateral, todos
juntos, como una delegación con bandera propia. Los acompañaban varios
profesores en ese estado de alerta que imprime la profesión y que les
permite dominar el campo de visión de un gran angular.
Los jóvenes observaban desde el lateral de la iglesia el desarrollo
de la ceremonia. Enmudecieron con la llegada del féretro y se
concentraron en el rostro lloroso de su compañero de curso que parecía
haberse hecho mayor de un solo golpe. Muchos de ellos lo habían
acompañado en la búsqueda esperanzada de su hermana los últimos días.
Habían recorrido con él las calles colocando carteles de búsqueda.
Habían charlado con cientos de vecinos que se aprestaban a colocar los
pasquines en sus tiendas, en las paredes de su casa o en cualquier lugar
visible. En solo un día los comercios, los talleres, las casas y los
árboles del pueblo se llenaron de pequeños carteles con la joven, aún
sonriente. Personas a las que no conocían les daban palabras de ánimo y
esperanza de una pronta solución.
A ratos, durante la ceremonia, lloraban al son de los sentimientos de
su compañero. Se me pasa por la cabeza que solo los jóvenes lloran de
verdad por los demás. El resto mezclamos nuestros propios miedos,
nuestro papel en la cadena de la vida, el desconsuelo propio con las
lágrimas. Al minuto siguiente son capaces de reír sin el menor pudor,
ante la mirada reprobadora del profesor que clava sus ojos como
alfileres sobre mariposas inquietas.
Resulta casi imposible reconocer en ese joven destrozado por el
dolor, al compañero de curso más alegre de todo el instituto, forofo del
Betis, virtuoso de las redes sociales, creador de envidiables páginas
web, pero ahí está erguido en la primera fila, sacudido a veces por un
llanto irreprimible que todos quisieran consolar.
Cuando acaba la ceremonia religiosa y comienza el desfile
interminable del pésame, los estudiantes se apresuran a formar un grupo
compacto y avanzan decididos hacia su compañero. Lo rodean y, como si
fuesen un cuerpo compacto, una ameba gigantesca, se lo llevan al
exterior. No sé dónde han aprendido el arte del consuelo, pero lo hacen
con maestría. Avanzan por el centro de la calle como una manifestación
espontánea. En el interior del grupo, llevan a su compañero al que
abrazan, toquetean y sonríen.
Les pregunto dónde se dirigen y me contestan que al instituto. A
charlar un rato, a estar juntos, a distraerlo un poco. Desde ese
momento, no lo han abandonado ni un solo instante. El compañerismo, la
lealtad, la sabiduría, se escribe con la letra de adolescentes de 15
años. Para este largo puente han organizado espontáneamente una cadena
de compañía, de actividades, de remedios contra el dolor.
Todo esto sucede en el pueblo sevillano de Coria del Río que es como
era Andalucía hace 20 años, antes de que nos fragmentaran las
urbanizaciones, el apartheid económico y el consumo solitario.
Un lugar donde la vida en común tiene aún sentido, donde los problemas y
las alegrías ajenas forman parte de tu vida. Una sociedad que valora el
espacio común y no convierte el tiempo libre en consumo puro y en
exhibición individual; una Andalucía que coloca los valores de la
sociabilidad en primer lugar; que maneja las redes sociales mucho antes
de la invención de Internet; un lugar donde hasta los niños tienen su
agenda propia, sus calles, sus amistades no prefabricadas, clónicos de
sí mismos, diseñados para la competencia y la soledad.
Ahora que ha fracasado el modelo de la codicia, que no sabemos a qué
clavo agarrarnos, qué salvavidas abordar, quizá nuestra vieja cultura
contenga algunas respuestas. Si nos desembarazamos de nuestras viejas
enfermedades, el conformismo y el fatalismo, nos queda un caudal de
cooperación, de autoorganización social, de trabajo en red y de
creatividad para diseñar tiempos realmente mejores.
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domingo, 24 de febrero de 2013
PROHIBIDO ENFERMAR
Puedes leerlo también en la edición andaluza de El País
En la letra pequeña de la crisis se ha incluido una cláusula nueva contra todos aquellos “privilegiados” que todavía conservan su puesto de trabajo: queda prohibido terminantemente enfermar. El mismo Gobierno que nos pide que no generalicemos en los casos de corrupción, generaliza respecto al absentismo de los trabajadores y pasa a considerarnos masivamente a todos, y especialmente a la función pública, unos seres abusones que mienten sobre su estado de salud y que engañan a la Administración.
Según la nueva normativa, durante los tres primeros días de la baja laboral de cualquier funcionario, se le descontará el 50% de su salario y después hablamos. Incluso, con un sentido del humor un tanto siniestro se nos explica que están exentos de estos descuentos las enfermedades profesionales que se adjuntan en una lista y, que en el caso de los docentes y de otros muchos funcionarios, son…¡ninguna! Alguien debió pensar que era un chiste gracioso.
En la localidad sevillana de Camas han instalado en la sala de profesores una camilla y un centro de recuperación para que los profesores enfermos puedan estar en el centro y no tengan que solicitar la baja médica. Con un gran sentido del humor, el portavoz del profesorado explica que se desplazan a su domicilio para recoger al enfermo y que le prodigan cuidados en el centro para que no pierda el salario de esos días.
Pero la broma tiene un lado macabro y supone otra humillación más a la función pública a la que tanto parece odiar este Gobierno. La excusa para estas medidas es contener el absentismo laboral en el sector público, pero la realidad es simplemente un recorte atroz de la sanidad pública, un impulso depredador de los salarios y un himno a la injusticia que pagarán no los absentistas, sino los buenos funcionarios que no faltan más que cuando no pueden con su alma.
Todos conocemos los nombres y apellidos de los absentistas habituales en nuestros centros de trabajo quienes, por cierto, no reciben la más mínima amonestación por la inspección laboral y son consumados maestros en el arte de justificar sus ausencias. Su tabla de asistencias es un colador visible a gran distancia. Hubiera sido realmente fácil controlar este absentismo descarado pero, ay, se me olvidaba que no se trata de eso, sino de evitar el uso de la sanidad, desprestigiar la función pública y confiscar tres días de paga.
Por eso últimamente podemos ver profesores con gripe impartiendo clase y microbios a partes iguales; bomberos que resisten un esguince a duras penas; médicos que operan con una fuerte cefalea; administrativos que resuelven complicados expedientes en medio de una crisis lumbar. Ya sé que en el sector privado las cosas no transcurren de una forma distinta. El terror a ser despedido es el desincentivador más potente para faltar por enfermedad. Todos saben que cualquier baja laboral, por muy justificada que esté, será una prueba en contra para cualquier renovación de contrato.
La Administración exhibe con orgullo el descenso del absentismo laboral, pero empieza a ocultar con celo el estado sanitario de la población. Una sociedad que prohíbe estar enfermos a sus trabajadores, soportará a medio plazo un costo sanitario y social duplicado, nos advierten los especialistas en salud pública.
Las enfermedades se harán más persistentes, de más difícil y costosa curación; la detección temprana de enfermedades descenderá de forma vertiginosa; la automedicación se disparará y nuestro índice de mortalidad subirá sin que nadie nos explique los motivos.
La Administración presiona a los profesionales para que la estancia hospitalaria sea lo más corta posible y se dan altas precipitadamente con tal de ahorrar unos euros. La información sobre las listas empieza a estar más maquillada que una actriz de opereta, mientras nuestros gerifaltes sustituyen el derecho a la salud y la calidad del servicio sanitario por “la rentabilidad” en cuyo altar alzan este gigantesco ERE contra los enfermos y esta enésima patada en el culo de la función pública.
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martes, 19 de febrero de 2013
HÉROES Y HEROÍNAS DE NUESTRO TIEMPO
Publicado en El País de Andalucía
En la obra de Bertolt Brecht, cuando Galileo se pliega a la Inquisición y renuncia a defender que la tierra es redonda y gira alrededor del sol, uno de sus discípulos le reprocha: “Desgraciado el país que no tiene héroes”. Galileo, baja la cabeza y responde amargamente: “Desgraciado el país que necesita héroes”.
Los tiempos de crisis han sido propensos al surgimiento de superhéroes. Eran seres individuales, salvadores de la humanidad, generosos, masculinos y neutros sexualmente; el sueño de los niños y el consuelo de los mayores. Ahora, seguimos necesitando figuras que combatan la maldad y compensen nuestra cobardía o, si les parece muy fuerte, nuestra desorientación colectiva.
A los héroes y heroínas de nuestro tiempo, al igual que a Spiderman, un día les picó una araña radiactiva pero, en vez de conferirle las cualidades de volar o pegarse a las paredes, les inoculó la pasión por la verdad y por la justicia. Son útiles y generosos. Desconfían del protagonismo; son muy sensibles a la injusticia y alérgicos a la mentira.
En su mayor parte, nacieron al calor del 15-M y son caleidoscópicos, invisibles a veces, pero aparecen allá donde se les necesita, bajo un nombre u otro. Esta semana metieron un gol en la portería del Congreso de los Diputados; el gol que el 80% de la ciudadanía estábamos alentando desde las gradas. Son conscientes de que su batalla no está aún ganada. Saben tanto de política como el portavoz más antiguo del Parlamento y conocen a la perfección los cientos de artimañas que el poder usará para desactivarlos, desacreditarlos y postergar sus demandas. Normalmente no son los directamente afectados por los problemas, sino personas con conciencia que han decidido ponerse al servicio de los demás, una lección ética para los nuevos tiempos.
A muchos de ellos no los vemos en televisión pero forman parte de un ejército invisible que deja el café o los estudios para acudir allá donde haya un desalojo de vivienda, gritar contra el desahucio, acompañar al desposeído y denunciar la injusticia. En Málaga, en Sevilla, en Granada… hay miles de personas que forman parte de este movimiento.
En general son muy jóvenes o muy mayores, los dos extremos más generosos de nuestra sociedad, al menos con su tiempo y esfuerzo. Algunos de ellos acumulan multas de mil o dos mil euros —especialmente en Granada, donde el poder reprime con suma dureza— por resistirse a la autoridad; o son detenidos por no mostrar con celeridad su documentación o por desacato. Se ve que los subdelegados del Gobierno de estas provincias no están al tanto de que el PP “comparte con Ana Colau los objetivos” y optan por la criminalización y la represión.
Han puesto en la agenda el calendario de desahucios, han ridiculizado al poder político, le han dado luz al drama de los suicidios y le han devuelto a la sociedad una pizca de esperanza en el ser humano. Son las mejores manzanas de nuestro cesto, lleno de frutos podridos, y muestran que no todo ha sido un fracaso, que en medio de tanto consumismo, egolatría e insolidaridad, en algunos hogares se ha sabido transmitir amor por la verdad y repudio a la injusticia. Por eso, algunos padres se enorgullecen en privado de la rebeldía de sus hijos frente a los poderosos.
Poco a poco nuestros héroes y heroínas, estrechan los límites de impunidad del poder y del dinero. Un jubilado andaluz pone en jaque a las eléctricas, que consultan su web antes de poner en marcha sus tarifas; un grupo de ciudadanos publica una página donde podemos seguir cada uno de los indultos que el Gobierno concede; un colectivo alemán persigue el plagio de tesis doctorales; un grupo norteamericano elabora una aplicación por la que con la foto de un producto nos dice si su compañía ha pagado a Hacienda, si recibe subvenciones o afecta al medio ambiente. El quinto poder está en marcha pero no es el poder de la tecnología, sino el de las personas generosas y valientes que esta semana consiguieron colar el gol en el Congreso aunque fueron desalojados de la tribuna por la voz cascada y rota de los viejos tiempos.
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PROSCRITOS, PRESCRITOS
Publicado en El País de Andalucía
Después de tanto engaño es muy difícil creer en nada. Después de haber escuchado centenares de veces las mismas declaraciones de inocencia, los mismos compromisos de transparencia, las palabras se vuelven irritantes. Cuando la vida se ha hecho tan dura que nos ha convertido a todos en testigos de dramas sociales, es muy difícil creer en nada, ni siquiera en la justicia.
Durante años he discutido con amigos y compañeros sobre el papel de los políticos y su honradez. La tesis del garbanzo negro se ha ido volviendo cada vez más difícil de mantener en la medida que se daban a conocer nuevos casos e imputaciones. A estas alturas hay demasiados fallos en los sistemas de control y de detección del robo del dinero público y casi completa impunidad de los delitos económicos. Demasiados garbanzos negros en la olla, tantos como para preguntarse si no será mejor empezar de nuevo el guiso.
Al parecer, en nuestro país existen dos clases de delitos: los que comete la gente corriente y los que cometen sus élites financieras, empresariales o políticas. Los primeros van a la cárcel; los segundos van a un limbo jurídico que se llama prescripción, que no supone declaración de inocencia pero que sabe a gloria a quienes la disfrutan. La indignación popular puede multiplicarse por 100 si, tal como dicen juristas muy reconocidos, la mayoría de los casos acabarán prescritos y archivados. Una gran parte de la trama Gürtel, la supuesta financiación ilegal del PP, los conocidos sobresueldos, los regalos recibidos, los millones de Bárcenas y la mayor parte de las imputaciones a Urdangarin navegarán por los mares del olvido en un tiempo no muy lejano, archivados en el estante de cualquier juzgado.
La justicia o injusticia de las leyes se comprueban en su aplicación. En el caso de los delitos económicos ha quedado absolutamente demostrado que suelen descubrirse cuando están próximos a prescribir. A ello se suma que su investigación es larga y complicada y que jueces, fiscales e inspectores se enfrentan, casi inermes, a un escuadrón de abogados especializados en ingeniería financieras. ¿Por qué prescriben, entonces con tanta rapidez? ¿Por qué, en el caso de la financiación ilegal de los partidos políticos, el delito prescribe casi con la rapidez del rayo?
No es posible que nuestro sistema político no esté al corriente de esto, ni que actúe ingenuamente. ¿Cómo es posible que los mecanismos diseñados para controlar a las fuerzas políticas, procedan de ellas misma y actúen, solo y exclusivamente, comprobando los estados financieros que los propios partidos les facilitan? ¿Cómo no se ha reformado el Tribunal de Cuentas, tras sus fracasos estrepitosos en el control financiero de las fuerzas políticas?¿por qué se mantiene el escándalo de la prescripción de estos delitos?
Por si faltara algún ingrediente a este infame cocido, se acaba de conceder una amnistía fiscal capaz de anular todo tipo de delitos contra la hacienda pública, por mucho que el ministro Montoro se esfuerce en disimularlo.
Puede resultar que la mayor condena de corruptos, defraudadores, blanqueadores de dinero, aprovechados y ladrones, sea ver su nombre publicado en la plaza pública o realizar con garbo el humillante paseíllo ante los tribunales. Aunque los que han decidido pasar al lado oscuro no tienen la piel tan fina como la ciudadanía indignada y son incapaces de sentir vergüenza porque creen que todo se olvida, todo se cura, menos el dinero que permanece a su lado.
Por eso, mientras todo esto continúe, mientras se ampare jurídicamente a los corruptos, mientras trabajen en las sedes los imputados y se tema pronunciar el nombre de los delincuentes, no deberían volver a pronunciar frases como “caiga quien caiga”, “llegaremos hasta las últimas consecuencias” o “recaerá todo el peso de la ley”, porque nadie cae, no hay consecuencias y el peso de la ley es muy ligero. El sistema ha dado un mensaje definitivo de error, y es el momento de reiniciarlo si no queremos que sea el populismo antipolítico y antidemocrático el que recoja la indignación popular y la convierta en una flor negra.
Después de tanto engaño es muy difícil creer en nada. Después de haber escuchado centenares de veces las mismas declaraciones de inocencia, los mismos compromisos de transparencia, las palabras se vuelven irritantes. Cuando la vida se ha hecho tan dura que nos ha convertido a todos en testigos de dramas sociales, es muy difícil creer en nada, ni siquiera en la justicia.
Durante años he discutido con amigos y compañeros sobre el papel de los políticos y su honradez. La tesis del garbanzo negro se ha ido volviendo cada vez más difícil de mantener en la medida que se daban a conocer nuevos casos e imputaciones. A estas alturas hay demasiados fallos en los sistemas de control y de detección del robo del dinero público y casi completa impunidad de los delitos económicos. Demasiados garbanzos negros en la olla, tantos como para preguntarse si no será mejor empezar de nuevo el guiso.
Al parecer, en nuestro país existen dos clases de delitos: los que comete la gente corriente y los que cometen sus élites financieras, empresariales o políticas. Los primeros van a la cárcel; los segundos van a un limbo jurídico que se llama prescripción, que no supone declaración de inocencia pero que sabe a gloria a quienes la disfrutan. La indignación popular puede multiplicarse por 100 si, tal como dicen juristas muy reconocidos, la mayoría de los casos acabarán prescritos y archivados. Una gran parte de la trama Gürtel, la supuesta financiación ilegal del PP, los conocidos sobresueldos, los regalos recibidos, los millones de Bárcenas y la mayor parte de las imputaciones a Urdangarin navegarán por los mares del olvido en un tiempo no muy lejano, archivados en el estante de cualquier juzgado.
La justicia o injusticia de las leyes se comprueban en su aplicación. En el caso de los delitos económicos ha quedado absolutamente demostrado que suelen descubrirse cuando están próximos a prescribir. A ello se suma que su investigación es larga y complicada y que jueces, fiscales e inspectores se enfrentan, casi inermes, a un escuadrón de abogados especializados en ingeniería financieras. ¿Por qué prescriben, entonces con tanta rapidez? ¿Por qué, en el caso de la financiación ilegal de los partidos políticos, el delito prescribe casi con la rapidez del rayo?
No es posible que nuestro sistema político no esté al corriente de esto, ni que actúe ingenuamente. ¿Cómo es posible que los mecanismos diseñados para controlar a las fuerzas políticas, procedan de ellas misma y actúen, solo y exclusivamente, comprobando los estados financieros que los propios partidos les facilitan? ¿Cómo no se ha reformado el Tribunal de Cuentas, tras sus fracasos estrepitosos en el control financiero de las fuerzas políticas?¿por qué se mantiene el escándalo de la prescripción de estos delitos?
Por si faltara algún ingrediente a este infame cocido, se acaba de conceder una amnistía fiscal capaz de anular todo tipo de delitos contra la hacienda pública, por mucho que el ministro Montoro se esfuerce en disimularlo.
Puede resultar que la mayor condena de corruptos, defraudadores, blanqueadores de dinero, aprovechados y ladrones, sea ver su nombre publicado en la plaza pública o realizar con garbo el humillante paseíllo ante los tribunales. Aunque los que han decidido pasar al lado oscuro no tienen la piel tan fina como la ciudadanía indignada y son incapaces de sentir vergüenza porque creen que todo se olvida, todo se cura, menos el dinero que permanece a su lado.
Por eso, mientras todo esto continúe, mientras se ampare jurídicamente a los corruptos, mientras trabajen en las sedes los imputados y se tema pronunciar el nombre de los delincuentes, no deberían volver a pronunciar frases como “caiga quien caiga”, “llegaremos hasta las últimas consecuencias” o “recaerá todo el peso de la ley”, porque nadie cae, no hay consecuencias y el peso de la ley es muy ligero. El sistema ha dado un mensaje definitivo de error, y es el momento de reiniciarlo si no queremos que sea el populismo antipolítico y antidemocrático el que recoja la indignación popular y la convierta en una flor negra.
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martes, 5 de febrero de 2013
ORGULLOSA DE SER ANDALUZA
Aquí podéis escuchar el audio completo del programa SER ANDALUZ(A) con Fernando Sánchez Mont
DESAPARECIDOS EN COMBATE
Publicado en El País Andalucía
En Estados Unidos está de moda ser hispano. En la cuna de la hispanidad está de moda no serlo. En los últimos seis meses, más de 166.000 jóvenes menores de 24 años han dejado de ser población activa. En los primorosos gráficos presentados por la ministra de Empleo, Fátima Báñez, el dato no aparecía porque las desapariciones se han convertido en la letra pequeña de la crisis.
En las redes sociales se divulga que los jóvenes en España tienen ante sí tres salidas: por tierra, mar y aire. Y, en los hogares se conoce con detalle que la primera gran decisión laboral de los jóvenes cuando terminan sus estudios es si permanecer en nuestro país, currículum y teléfono en ristre, perdidos como Dédalo en el laberinto, o emprender una odisea hacia lugares con menos calor humano pero más esperanza.
En el último año el número de alumnos matriculados en las escuelas de idiomas se ha multiplicado y la mitad de la sociedad se ha familiarizado con el metalenguaje de los niveles de dominio de la lengua. B1 o B2, Intermediate o Advanced forman parte ya de nuestro vocabulario familiar y constituyen el nuevo pasaporte al futuro. Cualquier idioma —inglés, alemán, chino, portugués o suajili— es válido para huir del paro y la desesperanza que últimamente se escriben español.
Se marchan de un país en el que se sienten poco apreciados, en el que se despotrica de su formación, se desaprovechan sus conocimientos e incluso se denigran —con el ministro de Educación en cabeza— sus titulaciones universitarias. Al parecer nos sobran ingenieros, científicos, matemáticos, artistas, informáticos y técnicos de todas las materias. Han decidido que nuestra particular salida de la crisis no se afronte potenciando nuevas tecnologías, ni la investigación ni creación; se construirá aumentando la tasa de ganancia de los poderosos y con el descenso generalizado de salarios, un proyecto para el que sobran los conocimientos, la profesionalidad y la creatividad.
Se estima que, desde el inicio de la crisis, han salido de España más de 400.000 jóvenes, la inmensa mayoría con titulación universitaria. En los últimos años, la Unión Europea está siendo sustituida por otros destinos, como Latinoamérica donde se dirigen ya más del 40% de nuestros emigrantes. La vida da tantas vueltas que algunos de los que despotricaban contra la inmigración latina hacia nuestro país, envían hoy a sus hijos a Argentina, Brasil, Colombia...e incluso a Cuba.
Por comunidades la soberana Cataluña, la insular Canarias, la céntrica Madrid baten el récord de jóvenes expulsados de su tierra o, según palabras del Ministerio de Empleo, los que tienen “mayor espíritu aventurero”. Tras ellas se encuentra Andalucía, donde la herida de la emigración masiva todavía no ha acabado de cicatrizar cuando se abre esta nueva sangría del exilio juvenil.
Va a ser verdad que la historia es el relato de un idiota sin sentido. Nunca hubiésemos pensado que volveríamos a ser testigos de la emigración y del exilio; nunca hubiésemos imaginado que “vuelvan pronto los emigrantes” podría ser un lema para el siglo XXI. Trabajamos para el inglés, literalmente. Educamos, formamos e invertimos en la educación de nuestros jóvenes para regalárselos al mundo. Del dolor causado, de la angustia que genera y de la soledad, mejor no hablar. Realmente sólo un idiota cruel puede ser tan insensible ante este fenómeno.Casi medio millón de hogares tienen algún emigrante forzoso. Mientras las televisiones se pueblan de españoles por el mundo con aire de triunfo, felices de pertenecer a un mundo globalizado, sin rastro de dolor o de exilio. Pero un mundo racionalmente globalizado, donde la interconexión de experiencias y conocimientos es fácil y rápida, no necesitaría expulsar a las poblaciones, empobrecer territorios o alimentar nostalgias.
Ahora ya no aparecen en nuestra estadística. No son parados ni activos. Son desaparecidos en el agujero negro de la crisis. Su ausencia es la contabilidad B de nuestro corrupto sistema económico que ha expulsado precisamente a todos aquellos que podrían reiniciarlo.
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SE PUEDE HACER MÁS
Publicado en El País de Andalucía
“Cádiz es tan antigua, tan antigua, que no tiene ni ruinas”, respondía el Beni cuando alguien presumía de los monumentos de su ciudad. En cuestión de identidad a Andalucía le ocurre algo similar: no tiene que alardear de ella porque es tan porosa, impregna de tal modo nuestra forma de vivir que no necesita hitos, monumentos, ni recordatorios.
Los que discuten sobre la personalidad de Andalucía tienen la idea reduccionista de que es necesaria una lengua y partidos nacionalistas para tener identidad. Pero no tiene por qué ser así. Pensemos en Francia. Su identidad no la marca el idioma sino la idea fundacional de ciudadanía, de igualdad e incluso de protección social.
La identidad puede basarse en valores compartidos, en sueños comunes, en una cierta manera de percibir la vida y de relacionarse con los demás. Si han tenido posibilidad de escuchar el reciente discurso de Obama podrán comprobar cómo se esfuerza en orientar la identidad americana hacia la confluencia de la igualdad y la libertad frente al individualismo feroz del éxito personal. Esa invocación con la que se enlazaba cada parte del discurso, “We, the people” y que en España ningún político, desgraciadamente, tendría hoy credibilidad para entonar.
En el caso de Andalucía, si algo tiene fuera de toda discusión es su fuerte personalidad política. Las pasadas elecciones fueron una clara demostración. Las condiciones para el éxito de la derecha eran absolutamente favorables: el PP acababa de destrozar literalmente al PSOE, acorralado además por el escándalo de los ERE. A pesar de todo, y contra todo pronóstico, los andaluces tramaron desde el subsuelo de su conciencia, una operación política cuyo objetivo no era tanto dar la victoria al PSOE e IU, sino impedir que gobernase el PP.
El pueblo andaluz ya percibía la orientación antisocial de sus políticas, los copagos, repagos, privatizaciones y recortes de derechos sociales que se avecinaban. Por eso, el mandato del pueblo al Gobierno andaluz fue nítido: queremos que hagáis una política diferente. No se trata de promocionar una confrontación partidaria sin sentido, ni de alentar una división partidaria, sino de hacer sencillamente otra cosa con las pocas o muchas posibilidades que se tienen al alcance.
Y se puede hacer mucho más. Mucho más que presentar recursos judiciales contra leyes o disposiciones abiertamente injustas pero también mucho más que declaraciones, oficinas de estudio o de asesoramiento o planes difusos. Por ejemplo, en materia de desahucios, se echa de menos que el Gobierno andaluz no haya escrito normativamente una línea que limite en Andalucía el poder de bancos y propietarios. Hay competencias para hacerlo y, sobre todo, hay necesidad de señalar otros caminos. Todos sabemos que una normativa sobre desahucios podría ser recurrida por el Gobierno central, pero la batalla política sería alentadora para todas las personas que creemos que debe haber un margen para la justicia y la protección social y que si no lo hay, es necesario crearlo.
Cuando discutimos el Estatuto de Autonomía, nuestra seña de identidad fue la preocupación social. Confeccionamos el catálogo de derechos sociales más ambicioso de toda España y los vinculamos jurídicamente para comprometer a la administración. Arbitramos que se pueden establecer cláusulas sociales en la contratación pública. Apostamos por la pequeña y mediana empresa, la ecología y las nuevas tecnologías. Determinamos que ni una sola persona en Andalucía estaría abandonada a su suerte, sin la protección de los poderes públicos. Anunciamos que se iba a abrir una nueva etapa de la administración en la que la voz de la ciudadanía sería escuchada y escribimos que deberíamos mejorar la eficacia de nuestros servicios públicos contando con los que están a pie de tajo. Esto ni siquiera cuesta dinero y supondría un cambio real en la concepción del poder.
No hay mejor respuesta a las políticas del PP que hacer una política diferente. No un poco más o un poco menos de lo que nos decretan los poderes financieros, sino distinta, en las formas y en el fondo.
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martes, 22 de enero de 2013
EL DÍA QUE ACABÓ LA CRISIS
Publicado en El País Andalucía
Un buen día del año 2014 nos despertaremos y nos anunciarán que la
crisis ha terminado. Correrán ríos de tinta escritos con nuestros
dolores, celebrarán el fin de la pesadilla, nos harán creer que ha
pasado el peligro aunque nos advertirán de que todavía hay síntomas de
debilidad y que hay que ser muy prudentes para evitar recaídas.
Conseguirán que respiremos aliviados, que celebremos el acontecimiento,
que depongamos la actitud crítica contra los poderes y nos prometerán
que, poco a poco, volverá la tranquilidad a nuestras vidas.
Un buen día del año 2014, la crisis habrá terminado oficialmente y se
nos quedará cara de bobos agradecidos, nos reprocharán nuestra
desconfianza, darán por buenas las políticas de ajuste y volverán a dar
cuerda al carrusel de la economía. Por supuesto, la crisis ecológica, la
crisis del reparto desigual, la crisis de la imposibilidad de
crecimiento infinito permanecerá intacta pero esa amenaza nunca ha sido
publicada ni difundida y los que de verdad dominan el mundo habrán
puesto punto final a esta crisis estafa —mitad realidad, mitad ficción—,
cuyo origen es difícil de descifrar pero cuyos objetivos han sido
claros y contundentes: hacernos retroceder 30 años en derechos y en
salarios.
Un buen día del año 2014, cuando los salarios se hayan abaratado
hasta límites tercermundistas; cuando el trabajo sea tan barato que deje
de ser el factor determinante del producto; cuando hayan arrodillado a
todas las profesiones para que sus saberes quepan en una nómina
escuálida; cuando hayan amaestrado a la juventud en el arte de trabajar
casi gratis; cuando dispongan de una reserva de millones de personas
paradas dispuestas a ser polivalentes, desplazables y amoldables con tal
de huir del infierno de la desesperación, entonces la crisis habrá
terminado.
Un buen día del año 2014, cuando los alumnos se hacinen en las aulas y
se haya conseguido expulsar del sistema educativo a un 30% de los
estudiantes sin dejar rastro visible de la hazaña; cuando la salud se
compre y no se ofrezca; cuando nuestro estado de salud se parezca al de
nuestra cuenta bancaria; cuando nos cobren por cada servicio, por cada
derecho, por cada prestación; cuando las pensiones sean tardías y
rácanas, cuando nos convenzan de que necesitamos seguros privados para
garantizar nuestras vidas, entonces se habrá acabado la crisis.
Un buen día del año 2014, cuando hayan conseguido una nivelación a la
baja de toda la estructura social y todos —excepto la cúpula puesta
cuidadosamente a salvo en cada sector—, pisemos los charcos de la
escasez o sintamos el aliento del miedo en nuestra espalda; cuando nos
hayamos cansado de confrontarnos unos con otros y se hayan roto todos
los puentes de la solidaridad, entonces nos anunciarán que la crisis ha
terminado.
Nunca en tan poco tiempo se habrá conseguido tanto. Tan solo cinco
años le han bastado para reducir a cenizas derechos que tardaron siglos
en conquistarse y extenderse. Una devastación tan brutal del paisaje
social solo se había conseguido en Europa a través de la guerra. Aunque,
bien pensado, también en este caso ha sido el enemigo el que ha dictado
las normas, la duración de los combates, la estrategia a seguir y las
condiciones del armisticio.
Por eso, no solo me preocupa cuándo saldremos de la crisis, sino cómo
saldremos de ella. Su gran triunfo será no sólo hacernos más pobres y
desiguales, sino también más cobardes y resignados ya que sin estos
últimos ingredientes el terreno que tan fácilmente han ganado entraría
nuevamente en disputa.
De momento han dado marcha atrás al reloj de la historia y le han
ganado 30 años a sus intereses. Ahora quedan los últimos retoques al
nuevo marco social: un poco más de privatizaciones por aquí, un poco
menos de gasto público por allá y voilà: su obra estará
concluida. Cuando el calendario marque cualquier día del año 2014, pero
nuestras vidas hayan retrocedido hasta finales de los años setenta,
decretarán el fin de la crisis y escucharemos por la radio las últimas
condiciones de nuestra rendición.
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OBISPOS ESTRELLA Y CRISTIANOS INDIGNADOS
Publicado en El País Andalucía
Tengo muchos amigos creyentes y no se parecen en nada al obispo de Córdoba.
Es más, yo diría que cada día se sienten más distantes de esos obispos
estrella que abominan de la igualdad de las mujeres, que insultan
habitualmente a las personas homosexuales y que amenazan con el fuego
eterno a quienes no compartan su fe. Tengo muchos amigos creyentes que
no están de acuerdo con que la religión sea una asignatura en la escuela
y que consideran la fe un hecho privado, íntimo, en el que los poderes
no pueden entrometerse.
Tengo muchas amistades creyentes que consideran una barbaridad el
hecho de que la jerarquía católica no haya reconsiderado en lo más
mínimo el papel de las mujeres, les niegue un papel dentro de la propia
Iglesia y conciba al género femenino bajo el único atributo de la
maternidad. Sé de muchas cristianas que han entendido perfectamente a
Simone de Beauvoir y que saben otorgar el sentido correcto a la
expresión "no se nace mujer, se llega a serlo", porque son conscientes
de la carga cultural e ideológica que a lo largo de la Historia ha
tenido la feminidad. Tengo muchos amigos católicos que están muy
cansados de que la jerarquía religiosa haya hecho de la homosexualidad
una diana de sus ataques y dedique gran parte de sus homilías a personas
que no hacen ningún mal por amar o compartir su vida con una persona de
su mismo sexo. Conozco cientos de creyentes que no comprenden la
obsesión de los obispos por el sexo y las prohibiciones. Muchos otros
todavía esperan una explicación sobre por qué la autoridad eclesiástica
se opone a los cuidados paliativos de los enfermos incurables y siguen
insistiendo en que el dolor es una fuente de salvación.
Tengo muchos amigos cristianos a los que no les gusta la pompa
eclesiástica, ni los palacios arzobispales. Hace algunos años le enseñé
la catedral de Sevilla a una amiga colombiana fervorosamente católica.
Durante toda la visita exhibió una expresión de sorpresa que yo atribuí a
la belleza del lugar. A la salida le pregunté si le había gustado y me
respondió tajantemente que no. "Demasiada riqueza" —me dijo—, "demasiada
exhibición de poder".
He escuchado a muchos cristianos quejarse de que la cúpula
eclesiástica se sitúa con demasiada frecuencia al lado de los más
poderosos y no se refieren solo a los tiempos del nacionalcristianismo
sino a los tiempos actuales en los que no se les escucha ni una sola
palabra contra banqueros, especuladores o defraudadores. Una jerarquía
que, salvo honrosas excepciones, ni siquiera ha alzado la voz contra los
desahucios de viviendas, las trampas financieras o el despido de miles
de trabajadores. Una Iglesia que, descontando la magnífica labor de
Cáritas —en la que participan creyentes y no creyentes, heterosexuales y
homosexuales—, no tiene credenciales sociales que presentar, ya que
incluso las escuelas gestionadas directamente tienen un sello
inconfundible de privilegio social.
El obispo de Córdoba, el de Granada y algunos otros obispos estrella,
sufren pesadillas con Herodes, las mujeres liberadas, el matrimonio
homosexual, la libertad de pensamiento y el desarrollo de la ciencia.
Los cristianos que conozco quieren curar heridas y ayudar a los más
desfavorecidos; a los obispos estrella, sin embargo, no les preocupa más
que el sexo, en todas sus variantes, y su poder. La bondad y la
compasión no forman parte de su vocabulario. Ellos han llegado a la cima
del poder para castigar al infiel, amenazar al tibio y trazar las
fronteras del dogma religioso. Se identifican con la derecha más extrema
y están dispuestos a avalar las tesis económicas más injustas, siempre y
cuando se comprometan a renovar sus privilegios. En Francia ríen las
gracias de Gerard Depardieu contra Hollande y en España aplauden
privatizaciones y recortes a cambio de que Wert aumente su poder o sus
beneficios. La distancia entre la institución eclesial y gran parte de
su feligresía es ya un abismo insondable que tambalea sus cimientos.
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martes, 8 de enero de 2013
DE LAS MAREAS AL TSUNAMI
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Se están agotando los colores del arco iris. O dicho bajo el prisma
mercantil de Esperanza Aguirre: se están enriqueciendo los vendedores de
camisetas, pegatinas y pancartas. Es posible que hayamos comprado menos
ropa de temporada que nunca, pero empezamos a tener una colección de camisetas con todos los colores del arco iris.
Si hace tres años alguien nos hubiera dicho que veríamos a los jueces
y magistrados en manifestación a la puerta de los juzgados, lo
hubiéramos tildado de loco. Si alguien nos hubiera contado que ese
cirujano tan serio, esa nefróloga tan inaccesible, iba a estar en la
puerta del hospital participando en una manifestación contra los planes
del Gobierno, le hubiéramos respondido que sueña despierto.
Antes de la crisis solo conocíamos puntuales mareas rojas de
trabajadores que iban jalonando de cruces negras el lento desangrar
industrial o productivo de nuestro país o que señalaban la marcha
inexorable de unas privatizaciones salvajes. Eran movilizaciones de
monos azules, de pancarta roja, de puño en alto y de presencia sindical.
Ahora, junto a esas movilizaciones que todavía persisten y que rompen
los restos del encaje industrial de nuestras ciudades —como el doloroso
cierre de Roca— , aparecen nuevas formas de protesta y nuevos
protagonistas que toman la calle en forma de movimientos marítimos que
van o vienen, pero que son constantes, masivos y sorprendentes.
Conforme se avanza en el empobrecimiento de las clases medias y en el desmantelamiento de los servicios públicos,
surgen mareas de protestas que se expresan con colores propios pero que
tienen más semejanzas entre sí que diferencias. Profesores y alumnado
pusieron en marcha una marea verde de esperanza en el sistema educativo;
el personal sanitario y los pacientes crearon una marea blanca que
rodea hospitales y centros de salud. Desde el interior de los juzgados
nació la marea amarilla, por la igualdad ante la justicia y contra las
tasas judiciales; desde miles de hogares surgió una marea naranja que
denuncia el desmantelamiento de la atención a la dependencia y a los
servicios sociales. Curiosamente, la única marea no organizada, no
visible, es ese abismo oscuro del paro, en el que navegan casi seis
millones de personas.
Las mareas reivindicativas no son en absoluto corporativas. Entre los
cientos de manifiestos, plataformas y anuncios, resulta prácticamente
imposible detectar una reclamación que no sea general, de mejora de la
sociedad en su conjunto, de resistencia al recorte de derechos sociales.
Hay en estas mareas el intento de dar voz a los que no la tienen, de
hacer pedagogía con la protesta y mostrar que el camino emprendido nos
empobrece a todos y ahonda el abismo de desigualdad social.
Son mareas sectoriales, que no corporativas, que tienen mucho en
común pero que, como diría el poeta, no desembocan en algo general
porque no hay cauce, instrumentos ni instituciones que representen su
esperanza y que tengan el prestigio necesario para acogerla en sus
únicas manos. No son movimientos antipolíticos o antisindicales. De
hecho, la mayor parte del sindicalismo participa en ellas y se reciben
con los brazos abiertos los apoyos puntuales de las fuerzas políticas
pero no delegan su representación en ninguno de ellos. Son, en realidad,
un gran movimiento ciudadano que acaba de emerger y que tantea nuevas
formas de expresión. Han aprendido del 15M pero no son el 15M; necesitan
del concurso de la política pero desconfían de su sinceridad y de su
altura de miras.
El problema es que para conseguir los cambios que proponen y poner
fin al acoso de los servicios públicos necesitan convertir esas mareas
de colores que llegan a nuestras playas en un gran tsunami de esperanza y
de unidad. De momento el Gobierno estudia cómo frenar todo tipo de
protestas. Es posible que su sismógrafo les alerte de que, allá en
lontananza, hay un movimiento de unidad de este arco iris.
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SEÑALES DE EMERGENCIA
Publicado en El País de Andalucía
Cualquiera de nosotros, en cualquier ciudad, puede visitar tres mundos
en un solo día: la ciudad brillante, consumidora, ajena a la crisis; la
ciudad espectadora, contenida y austera que sobrevive; y la ciudad
desposeída, empobrecida que apenas tiene lo más básico. España se rompe
en varios pedazos, que no son Cataluña ni el País Vasco, se rompe por
dentro cuando en un solo día te piden para comprar unos pañales, para
donar un kilo de arroz a los vecinos y para pagar el desayuno de algunos
alumnos de tu centro. La pregunta, acuciante, urgente, es por qué la
política ha dimitido de proteger a los más débiles, cómo se ha
desembarazado de las situaciones de pobreza emergente, cómo asume con
total tranquilidad que la ayuda a las personas más necesitadas
corresponda solo y exclusivamente a las organizaciones humanitarias.
Está claro que la crisis económica es profunda, pero España es
todavía una de las 20 economías más importantes del mundo y nuestro PIB
sigue en el club de los países más desarrollados del planeta. ¿Cómo es
posible entonces que miles y miles de personas carezcan de la
alimentación más básica? ¿Cómo puede permitirse que un número
indeterminado de estudiantes acudan a las aulas sin haber desayunado?
¿Cómo es posible que en centenares de centros haya alumnos que no pueden
llevar una libreta nueva o que exhiben la punta de las zapatillas
abiertas como boca de cocodrilo o el chándal agujereado?
No es toda la sociedad la que está en estas circunstancias, pero hay
una pobreza sobrevenida, con efectos terribles que nos ha cogido
desprevenidos. Si hace escasamente dos años nos lo hubieran contado
habríamos respondido que era una visión apocalíptica promovida por la
izquierda radical para desprestigiar al capitalismo, pero ahora la
pobreza está entre nosotros y es indignante que el poder político vuelva
la cara para no verlo.
No sé si son el 10% o el 20% de la población, pero la Administración
tiene los datos precisos para abordarlo. Saben con exactitud quienes
son, dónde viven y de cuánto disponen. Ya era doloroso que, con
anterioridad al estallido de la crisis, la lucha contra la pobreza no
hubiera estado nunca en el punto de mira de los Gobiernos, ni siquiera
de los que se colocan el medallero de la izquierda, y que relegaran su
atención a las organizaciones sociales. Pero, en este momento, es
absolutamente imperdonable este silencio. ¿Qué clase de Estado social y
de derecho tenemos cuando dejamos que todo esto ocurra a nuestro
alrededor sin haber puesto patas arriba todas las políticas sociales
para dar prioridad a estas situaciones? ¿Cómo no son conscientes del
precipicio que se ha abierto en la sociedad?
En Andalucía hay un Gobierno de izquierdas que tiene entre sus
objetivos atender a las personas con mayores dificultades, sin embargo,
no están siendo resolutivos ni ágiles para afrontar esta nueva realidad.
Se habla de un plan especial, se nos dice que hay un grupo de estudio
para el desarrollo de la renta básica, pero no hay organismos,
decisiones, planes ni presupuesto para atajar de forma urgente la
vergonzosa huella de la pobreza más severa. No hay mayor dimisión de la
política que ver a un concejal, un diputado y hasta un consejero aconsejándole a un vecino que se dirija a Caritas o al banco de alimentos.
Después de esto ¿seguirán preguntándose por las razones del desprestigio
de la política? Aplaudo —cada día con más convencimiento— a las almas
caritativas que dedican su esfuerzo a ayudar a los demás, pero debe
haber un Estado, un Gobierno, una Comunidad que se ponga manos a la obra
y consiga que el próximo año, aunque todavía falte trabajo, no escaseen
los alimentos, ni el equipo escolar, ni techo en el que guarecerse a
ninguna persona. No es caro ni difícil. Solo hay que querer hacerlo.
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