Publicado en andalucesdiario
Si los andaluces tuviésemos mala sangre, nos estaríamos frotando las
manos con el caso Pujol. Durante muchos años hemos soportado los
insultos de los líderes de Convergencia i Unio basados en mentiras,
medias verdades y tópicos acuñados contra nuestra tierra. El
semi-defenestrado Durán i Lleida afirmaba que recibíamos subsidios en el
bar, el socio Puigcercós aseguraba que “en Andalucía no pagaba
impuestos ni Dios”, mientras el presidente Artur Mas se reía de la forma
de hablar de los andaluces al tiempo que CIU publicaba un cartel, con
sonrisa incluida, que decía exactamente: “La España subsidiada vive a
costa de la Cataluña productiva”. Curiosamente, la derecha catalana nunca ha apuntado contra el centralismo de Madrid sino contra Andalucía y Extremadura.
Algunos analistas discuten si el asunto de Jordi Pujol y su honorable
familia, tendrá algún tipo de repercusión en el proceso catalán y mi
opinión es que, desgraciadamente, sí. Es lo que pasa cuando algunas
fuerzas políticas -con bastante éxito, por cierto-, basan sus demandas
en tópicos ofensivos para algunas comunidades mientras se reservan para
su “identidad” los calificativos más positivos. Cataluña era una marca de europeísmo, de trabajo esforzado, de buen hacer y de cultura.
Es fantástico que se tenga tal autoestima e incluso desde aquí, tan
lejos de Cataluña, muchos nos hemos sentido orgullosos cuando Cataluña
ha hecho honor a esas palabras. Lo malo de estos tópicos tan
positivos es que, en esta última etapa se han utilizado como reverso de
la descalificación de otros territorios que, sin comerlo ni
beberlo, nos hemos encontrado con la cruz de la incultura, la vagancia,
el subsidio y la falta de iniciativa. Pues bien, el caso Pujol es una
bomba de profundidad contra todo el capital simbólico de Cataluña. El
cosmopolitismo de la familia Pujol consistía en evadir los capitales
hacia paraísos fiscales; el trabajo bien hecho, las comisiones
establecidas como pago a CIU y a algunos de sus responsables por las
obras públicas; como colofón resulta que el robo no lo cometían manos ajenas, ni “comunidades subsidiadas” sino una organizada red de nueve apellidos catalanes que han podido llegar a acumular la increíble cifra de 1.800 millones de euros.
Cualquier traslación de conductas individuales a un colectivo es
injusta y ofensiva. Estoy completamente de acuerdo. No hay nada tan
xenófobo y despectivo como acusar a un colectivo o a una comunidad de
los crímenes que comete un individuo o un grupo determinado. Pero esta
lección tienen que aprenderla todos de forma urgente. Por eso los
andaluces no vamos a pensar que todos los catalanes, ni la totalidad de
CIU, ni el independentismo catalán, ni los partidarios del derecho a
decidir, participen mínimamente de los delitos de Pujol, de su falta de
escrúpulos, de la hipocresía de su discurso.
Ni las comisiones del 3 o del 20 por ciento en las obras públicas
catalanas, ni el caso Palau de la Música, ni la quiebra fraudulenta de
Catalunya Caixa que acaba de costarnos 12.000 millones de euros (tanto
como todos los recortes en salud y en educación de estos últimos años),
nos permiten generalizar descalificaciones, poner en solfa la identidad
catalana ni menospreciar a su pueblo. Lo único que pedimos es que a los andaluces se nos dé el mismo trato. Desde
hace años, cada información sobre el funesto caso de los ERES es un
clavo en el ataúd de la credibilidad de toda Andalucía, de nuestro
trabajo y de nuestra identidad. Si los 12.000 millones que el
Estado ha perdido con Caixa Catalunya los hubiese perdido en una caja
andaluza, hubiésemos sido crucificados como pueblo.
Hay algunas bonitas lecciones que aprender de todo esto: la
corrupción ha sido una marca indeleble del sistema económico que en
Cataluña ha batido un récord estatal al acumular 1.800 millones de euros
en una sola mano; hay que hacer pagar el delito a los que realmente lo
cometen; las identidades no se pueden edificar sobre el
descrédito de otros y, sobre todo, nadie es más que nadie por lugar de
nacimiento.
lunes, 25 de agosto de 2014
NADIE ES MÁS QUE NADIE
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EL ÚNICO GAY DEL PUEBLO
Publicado en El País Andalucía
No sé si conocen la serie Little Britain.Uno de sus personajes, Daffyd Thomas, es un homosexual que cree ser el único gay del pueblo aunque su localidad está llena de personas como él. Daffyd funda toda su existencia no en ser gay, sino en ser “el único gay de su pueblo”, que no es lo mismo y ni siquiera se parece.
Acude diariamente a una taberna repleta de gays que él no reconoce. En vez de alegrarse de contar con una comunidad numerosa en su lucha contra la homofobia, Daffyd se indigna por la presencia de otros homosexuales que le disputan el valor de ser único y especial. Lo realmente importante para nuestro personaje no es la batalla por los derechos de los gays sino su biografía, fundada en una vocación minoritaria y victimista. Por eso se niega a reconocer a ningún otro homosexual en el pueblo. Para él son traidores, oportunistas o fingidores.
En estos últimos meses me acuerdo mucho del personaje de Little Britain porque percibo el síndrome de “el único gay del pueblo” a mi alrededor. En todas las profesiones y aficiones hay alguien que se precia de ser único, pero en la política este síndrome es todavía más frecuente. Acostumbrados a ser “el único rojo del pueblo”, el único ecologista auténtico, el único rebelde de su trabajo o de su círculo o de sus amistades, miran con recelo cuando otras personas comparten sus ideas.
La derecha siempre ha presumido de ser una silenciosa multitud, de un “sentido común” mayoritario, avalado por nuestra (triste) historia, la costumbre o la rutina. Sin embargo, la izquierda tiene a sus espaldas una historia de derrotas, de persecuciones y de soledad.
Ser de izquierdas ha sido tan difícil en muchos momentos que sólo un fuerte deber moral podía sustentarlo. Las personas que realmente han luchado por conseguir la libertad, por denunciar los abusos, por reclamar justicia, han tenido que adquirir un cierto sentido épico de su existencia. Por eso hoy, algunas de ellas, se niegan a reconocer a su alrededor nuevas voces, nuevos componentes que tienen parecidas ideas. Se niegan a no ser ya “el único gay del pueblo” recuerdan su trayectoria y añoran su unicidad.
Es verdad que hace 10 años nadie, excepto un puñado de personas esforzadas (y excluidas o censuradas en sus respectivas materias) denunciaban la burbuja inmobiliaria y la especulación urbanística; es verdad que cuando el dinero engrasaba bien la maquinaria social, la gran mayoría estaba dispuesta a perdonar los pecados de la desigualdad, el despilfarro y la corrupción. Una muestra de la falta de conciencia social: la pobreza ha aumentado de forma importante en los últimos años, pero no es un fenómeno que haya nacido con la crisis. La diferencia es que en el año 2006 casi nadie hablaba de ella aunque el 20% de la población la padecía.
Aún así, no queda más que celebrar el cambio de sensibilidad que se ha operado en la sociedad y trabajar porque sea una conciencia duradera. Es magnífico que, además, gran parte de los jóvenes haga una lectura solidaria y comprometida con su realidad social. No estar solos es fantástico, aunque sea menos heroico, menos hiperbólico y admirable.
Ya es hora de disputar los valores mayoritarios a los viejos poderes, aunque nos prive de esa satisfacción moral narcisista de ser los únicos gays del pueblo.
No sé si conocen la serie Little Britain.Uno de sus personajes, Daffyd Thomas, es un homosexual que cree ser el único gay del pueblo aunque su localidad está llena de personas como él. Daffyd funda toda su existencia no en ser gay, sino en ser “el único gay de su pueblo”, que no es lo mismo y ni siquiera se parece.
Acude diariamente a una taberna repleta de gays que él no reconoce. En vez de alegrarse de contar con una comunidad numerosa en su lucha contra la homofobia, Daffyd se indigna por la presencia de otros homosexuales que le disputan el valor de ser único y especial. Lo realmente importante para nuestro personaje no es la batalla por los derechos de los gays sino su biografía, fundada en una vocación minoritaria y victimista. Por eso se niega a reconocer a ningún otro homosexual en el pueblo. Para él son traidores, oportunistas o fingidores.
En estos últimos meses me acuerdo mucho del personaje de Little Britain porque percibo el síndrome de “el único gay del pueblo” a mi alrededor. En todas las profesiones y aficiones hay alguien que se precia de ser único, pero en la política este síndrome es todavía más frecuente. Acostumbrados a ser “el único rojo del pueblo”, el único ecologista auténtico, el único rebelde de su trabajo o de su círculo o de sus amistades, miran con recelo cuando otras personas comparten sus ideas.
La derecha siempre ha presumido de ser una silenciosa multitud, de un “sentido común” mayoritario, avalado por nuestra (triste) historia, la costumbre o la rutina. Sin embargo, la izquierda tiene a sus espaldas una historia de derrotas, de persecuciones y de soledad.
Ser de izquierdas ha sido tan difícil en muchos momentos que sólo un fuerte deber moral podía sustentarlo. Las personas que realmente han luchado por conseguir la libertad, por denunciar los abusos, por reclamar justicia, han tenido que adquirir un cierto sentido épico de su existencia. Por eso hoy, algunas de ellas, se niegan a reconocer a su alrededor nuevas voces, nuevos componentes que tienen parecidas ideas. Se niegan a no ser ya “el único gay del pueblo” recuerdan su trayectoria y añoran su unicidad.
Es verdad que hace 10 años nadie, excepto un puñado de personas esforzadas (y excluidas o censuradas en sus respectivas materias) denunciaban la burbuja inmobiliaria y la especulación urbanística; es verdad que cuando el dinero engrasaba bien la maquinaria social, la gran mayoría estaba dispuesta a perdonar los pecados de la desigualdad, el despilfarro y la corrupción. Una muestra de la falta de conciencia social: la pobreza ha aumentado de forma importante en los últimos años, pero no es un fenómeno que haya nacido con la crisis. La diferencia es que en el año 2006 casi nadie hablaba de ella aunque el 20% de la población la padecía.
Aún así, no queda más que celebrar el cambio de sensibilidad que se ha operado en la sociedad y trabajar porque sea una conciencia duradera. Es magnífico que, además, gran parte de los jóvenes haga una lectura solidaria y comprometida con su realidad social. No estar solos es fantástico, aunque sea menos heroico, menos hiperbólico y admirable.
Ya es hora de disputar los valores mayoritarios a los viejos poderes, aunque nos prive de esa satisfacción moral narcisista de ser los únicos gays del pueblo.
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PRINCESAS Y CAMPEONES
Publicado en El País de Andalucía
El sexismo es horrible. Las declaraciones de algunos políticos sobre la falta de inteligencia de las mujeres, lamentable. La discriminación laboral de las mujeres, una tara que hay que eliminar… pero en nuestras casas florece toda una generación de princesas y campeones criadas al amor de los más viejos conceptos, eso sí, despojándolos de términos ofensivos y extrayendo de los viejos roles su parte más gratificante.
Las niñas ya no sueñan con ser princesas, son sus padres los que sueñan con crear una monarquía casera. Tampoco los niños sueñan con ser campeones, son los padres los que se afanan por subirlos al pódium de ganador. Han saqueado los viejos sueños de las películas de Disney y han montado el escenario en su propio hogar. En el mismo momento en el que abrazaron a su hijo por primera vez, el hada madrina se les apareció y les susurró al oído: “Aquí tienes tu nueva posibilidad de ser. Todo lo que deseaste y no tuviste, todos tus sueños infantiles. Aquí puedes resarcirte de tus fracasos y desilusiones, de la vida que no pudiste tener, del éxito que se te escapó, de la belleza que huye, de las espinas del dolor”. Y decoraron un cuarto en rosa o en azul, con muñecas o camiones, estrellitas rutilantes, morada de princesas o de héroes, ante cuya puerta el tiempo se detendría.
Las niñas, desde los cuatro o cinco años, se convierten en princesas de Disney y los niños en campeones galácticos o en ídolos deportivos. Es un teatrillo casero, una representación hiperbólica de los viejos roles sexuales, que quizá esté desprovista de su carácter discriminatorio pero que conserva intactos los valores sobre los que se funda el edificio de la marginación. Las niñas se hiperfeminizan, desde los colores, a la forma de vestirse, peinarse o moverse. Los niños se masculinizan, todo potencia, velocidad y movimiento. La juguetería acompaña este sexismo radical, infantil que no ingenuo ni gratuito.
Algunas empresas han descubierto que la idiotez es una fuente provechosa de negocio. Hay una empresa sevillana, que ya ha abierto sucursales en otros puntos de España, que ofrece celebraciones para niñas a partir de los cinco años en un circuito de belleza, relax y spa. Nada más atravesar sus puertas, visten a la niña de princesa, les hacen sesiones de manicura, peluquería y estética mientras suena música relajante y beben cócteles frutales. Te tratarán como una auténtica princesa, presa de su belleza y de su culto a la apariencia. En otros lugares, los niños disfrutan de una sesión de coches, mamporros, deslizamientos y pelotas.
Mientras escribo esto, las bombas de Israel caen sobre los niños palestinos, sin distinción de princesas o campeones. En nuestro país, el ministerio correspondiente reparte miserables fondos de ayuda contra la malnutrición infantil en función del color político de las autonomías. Algunas comunidades se niegan a abrir comedores escolares e incluso a hablar sobre la pobreza infantil porque transmite una mala imagen de su territorio. Hay niños que tienen infancias de ensueño delirante y niños que sufren infancias de pesadilla.
El mundo, a veces, es un tremendo error, un horror cotidiano, una dolorosa sinrazón que solo sobrellevamos con el entrenamiento de una cínica indiferencia que comienza por no pensar en nada doloroso durante más que una fracción de segundo y borrar precipitadamente las imágenes antes de que griten en nuestra mente. Princesas, campeones y víctimas, tres expresiones de un tiempo infame.
El sexismo es horrible. Las declaraciones de algunos políticos sobre la falta de inteligencia de las mujeres, lamentable. La discriminación laboral de las mujeres, una tara que hay que eliminar… pero en nuestras casas florece toda una generación de princesas y campeones criadas al amor de los más viejos conceptos, eso sí, despojándolos de términos ofensivos y extrayendo de los viejos roles su parte más gratificante.
Las niñas ya no sueñan con ser princesas, son sus padres los que sueñan con crear una monarquía casera. Tampoco los niños sueñan con ser campeones, son los padres los que se afanan por subirlos al pódium de ganador. Han saqueado los viejos sueños de las películas de Disney y han montado el escenario en su propio hogar. En el mismo momento en el que abrazaron a su hijo por primera vez, el hada madrina se les apareció y les susurró al oído: “Aquí tienes tu nueva posibilidad de ser. Todo lo que deseaste y no tuviste, todos tus sueños infantiles. Aquí puedes resarcirte de tus fracasos y desilusiones, de la vida que no pudiste tener, del éxito que se te escapó, de la belleza que huye, de las espinas del dolor”. Y decoraron un cuarto en rosa o en azul, con muñecas o camiones, estrellitas rutilantes, morada de princesas o de héroes, ante cuya puerta el tiempo se detendría.
Las niñas, desde los cuatro o cinco años, se convierten en princesas de Disney y los niños en campeones galácticos o en ídolos deportivos. Es un teatrillo casero, una representación hiperbólica de los viejos roles sexuales, que quizá esté desprovista de su carácter discriminatorio pero que conserva intactos los valores sobre los que se funda el edificio de la marginación. Las niñas se hiperfeminizan, desde los colores, a la forma de vestirse, peinarse o moverse. Los niños se masculinizan, todo potencia, velocidad y movimiento. La juguetería acompaña este sexismo radical, infantil que no ingenuo ni gratuito.
Algunas empresas han descubierto que la idiotez es una fuente provechosa de negocio. Hay una empresa sevillana, que ya ha abierto sucursales en otros puntos de España, que ofrece celebraciones para niñas a partir de los cinco años en un circuito de belleza, relax y spa. Nada más atravesar sus puertas, visten a la niña de princesa, les hacen sesiones de manicura, peluquería y estética mientras suena música relajante y beben cócteles frutales. Te tratarán como una auténtica princesa, presa de su belleza y de su culto a la apariencia. En otros lugares, los niños disfrutan de una sesión de coches, mamporros, deslizamientos y pelotas.
Mientras escribo esto, las bombas de Israel caen sobre los niños palestinos, sin distinción de princesas o campeones. En nuestro país, el ministerio correspondiente reparte miserables fondos de ayuda contra la malnutrición infantil en función del color político de las autonomías. Algunas comunidades se niegan a abrir comedores escolares e incluso a hablar sobre la pobreza infantil porque transmite una mala imagen de su territorio. Hay niños que tienen infancias de ensueño delirante y niños que sufren infancias de pesadilla.
El mundo, a veces, es un tremendo error, un horror cotidiano, una dolorosa sinrazón que solo sobrellevamos con el entrenamiento de una cínica indiferencia que comienza por no pensar en nada doloroso durante más que una fracción de segundo y borrar precipitadamente las imágenes antes de que griten en nuestra mente. Princesas, campeones y víctimas, tres expresiones de un tiempo infame.
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¿EDUCACIÓN O MERCADO?
Publicado en El País de Andalucía
Sentado junto al Ministro de Educación, el secretario general de la OCDE, Ángel Gurría, afirmó que “los universitarios españoles tienen un nivel comparable a los estudiantes de secundaria de Japón”. Busco algún dato que avale esta información y resulta que el estudio —todavía no publicado— procede de una Fundación denominada Conocimiento y Desarrollo que está presidido por Ana Botín, consejera del grupo Santander y miembro del Consejo de Administración de Coca-Cola. De esta fundación forman parte, también, un nutrido grupo de grandes empresas españolas que buscan, entre sus objetivos, adecuar el sistema universitario al mercado laboral.
En la misma comparecencia, el secretario de la OCDE se manifestó a favor del copago universitario y de convertir las becas actuales en un sistema de préstamos a devolver por el estudiante. Los medios de comunicación “compraron” inmediatamente el escandaloso titular y casi ninguno citó que se trataba de un estudio de un grupo empresarial. Junto a esta noticia, que desacreditaba el conjunto de la Universidad española, se relacionaba el paro con la sobretitulación o la titulación equivocada de nuestros jóvenes y no con el modelo productivo de nuestro país. Al parecer hay millones de puestos de trabajo pero nuestros jóvenes, ay, tienen titulaciones equivocadas. Debe ser por eso por lo que en medio mundo se les recibe con los brazos abiertos mientras que en nuestro país el mercado laboral los expulsa.
Varios días después se dio a conocer un informe sobre la educación financiera de los jóvenes de 15 años y en el que los estudiantes españoles han quedado en la cola. Esta vez sí se trata de un informe de la OCDE solo que no es un informe global sino reducido a una quincena de países. Nuevamente mi sorpresa es que el BBVA patrocina estos estudios y su presidente, Francisco González, afirma que “la educación financiera es una tarea colectiva”. El caso es que los alumnos que tenían cuentas corrientes en bancos (al parecer un 50% de la muestra) sacaron muchos puntos de ventaja sobre el resto. Pero la desigualdad social no es algo que preocupe en absoluto a la OCDE ni a sus estudios, lo importante son los resultados, la competencia, la evaluación numérica, que no evolutiva, de los alumnos. Según González, la educación financiera es “una parte muy importante de lo que es una sociedad en cuanto a tomar decisiones informadas en cuanto a su ahorro, en cuanto a su gasto. Hace que los ahorradores sean más consistentes y que los deudores sean mucho más responsables en el tiempo”. O sea que la labor de la educación es la simple integración en el mercado laboral y la de formar ciudadanos que paguen a los bancos.
Me informo de que han empezado a emerger empresas evaluadoras, compraventa de pruebas valorativas, cursos especializados para que los centros obtengan resultados superiores al calor de esta fiebre cuantificadora del sistema educativo. En algunos países asiáticos ya se someten a pruebas de hora y media de duración a niños de seis años. Desde pequeños hay que inducirlos a competir en el mercado. En vez de un nombre, una historia, una cultura, serán un número en la escala global que les otorgará su lugar exacto en el mercado laboral.
La mercantilización de la educación no es ya una tendencia sino una realidad que se expone con descaro y sin el menor respeto a la comunidad educativa. La opinión del profesorado, de la pedagogía, de las ciencias sociales no cuenta para nada en el diseño educativo. Son las empresas y la banca los que diseñan la orientación y las materias que se imparten. La educación como proceso de formación del ser humano, de transmisión de cultura, conocimientos, creatividad y crítica ha sido suprimida sin contemplaciones. No hablemos ya siquiera de su valor como equilibrador social y como igualdad de oportunidades. Por eso, la OCDE que no la Unesco ni algún organismo internacional de rostro más humano ha ocupado el lugar de autoridad educativa mundial. A no ser que se produzca un movimiento de regeneración educativa, aviados vamos entre el inmovilismo de la vieja escuela y la mercantilización brutal de nuestro futuro.
Sentado junto al Ministro de Educación, el secretario general de la OCDE, Ángel Gurría, afirmó que “los universitarios españoles tienen un nivel comparable a los estudiantes de secundaria de Japón”. Busco algún dato que avale esta información y resulta que el estudio —todavía no publicado— procede de una Fundación denominada Conocimiento y Desarrollo que está presidido por Ana Botín, consejera del grupo Santander y miembro del Consejo de Administración de Coca-Cola. De esta fundación forman parte, también, un nutrido grupo de grandes empresas españolas que buscan, entre sus objetivos, adecuar el sistema universitario al mercado laboral.
En la misma comparecencia, el secretario de la OCDE se manifestó a favor del copago universitario y de convertir las becas actuales en un sistema de préstamos a devolver por el estudiante. Los medios de comunicación “compraron” inmediatamente el escandaloso titular y casi ninguno citó que se trataba de un estudio de un grupo empresarial. Junto a esta noticia, que desacreditaba el conjunto de la Universidad española, se relacionaba el paro con la sobretitulación o la titulación equivocada de nuestros jóvenes y no con el modelo productivo de nuestro país. Al parecer hay millones de puestos de trabajo pero nuestros jóvenes, ay, tienen titulaciones equivocadas. Debe ser por eso por lo que en medio mundo se les recibe con los brazos abiertos mientras que en nuestro país el mercado laboral los expulsa.
Varios días después se dio a conocer un informe sobre la educación financiera de los jóvenes de 15 años y en el que los estudiantes españoles han quedado en la cola. Esta vez sí se trata de un informe de la OCDE solo que no es un informe global sino reducido a una quincena de países. Nuevamente mi sorpresa es que el BBVA patrocina estos estudios y su presidente, Francisco González, afirma que “la educación financiera es una tarea colectiva”. El caso es que los alumnos que tenían cuentas corrientes en bancos (al parecer un 50% de la muestra) sacaron muchos puntos de ventaja sobre el resto. Pero la desigualdad social no es algo que preocupe en absoluto a la OCDE ni a sus estudios, lo importante son los resultados, la competencia, la evaluación numérica, que no evolutiva, de los alumnos. Según González, la educación financiera es “una parte muy importante de lo que es una sociedad en cuanto a tomar decisiones informadas en cuanto a su ahorro, en cuanto a su gasto. Hace que los ahorradores sean más consistentes y que los deudores sean mucho más responsables en el tiempo”. O sea que la labor de la educación es la simple integración en el mercado laboral y la de formar ciudadanos que paguen a los bancos.
Me informo de que han empezado a emerger empresas evaluadoras, compraventa de pruebas valorativas, cursos especializados para que los centros obtengan resultados superiores al calor de esta fiebre cuantificadora del sistema educativo. En algunos países asiáticos ya se someten a pruebas de hora y media de duración a niños de seis años. Desde pequeños hay que inducirlos a competir en el mercado. En vez de un nombre, una historia, una cultura, serán un número en la escala global que les otorgará su lugar exacto en el mercado laboral.
La mercantilización de la educación no es ya una tendencia sino una realidad que se expone con descaro y sin el menor respeto a la comunidad educativa. La opinión del profesorado, de la pedagogía, de las ciencias sociales no cuenta para nada en el diseño educativo. Son las empresas y la banca los que diseñan la orientación y las materias que se imparten. La educación como proceso de formación del ser humano, de transmisión de cultura, conocimientos, creatividad y crítica ha sido suprimida sin contemplaciones. No hablemos ya siquiera de su valor como equilibrador social y como igualdad de oportunidades. Por eso, la OCDE que no la Unesco ni algún organismo internacional de rostro más humano ha ocupado el lugar de autoridad educativa mundial. A no ser que se produzca un movimiento de regeneración educativa, aviados vamos entre el inmovilismo de la vieja escuela y la mercantilización brutal de nuestro futuro.
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EL LABERINTO DEL PSOE
Publicado en El País Andalucía
No conozco al PSOE por dentro. En realidad, es muy difícil conocer a una organización política. Incluso muchas personas que pertenecen a un partido desconocen los mecanismos de poder, las alianzas insospechadas, las tácticas inmediatas que los aparatos de poder emplean.
El PSOE había sido siempre un partido ganador o con vocación de victoria. Cuando un candidato o equipo fracasaba en sus objetivos era sustituido, con relativamente poco ruido, a las pocas semanas. Esa tendencia se rompió en el congreso de Sevilla cuando Rubalcaba, tras cosechar una tremenda derrota electoral —no directamente imputada a él pero sí simbolizada en su figura—, fue elegido por escasa diferencia como secretario general frente a Carme Chacón. La federación andaluza, que siempre ha mantenido el olfato del ganador, apostó por el cambio pero no consiguió sus objetivos. A partir de ahí, Rubalcaba impuso un equipo y marginó sin contemplaciones a todo aquel que no le hubiese apoyado. Una marginación que la federación andaluza ha sobrellevado con incomodidad pero en silencio.
Esos son errores del pasado pero la historia ha seguido caminando sin esperar al PSOE. El PP los acogotó con “la herencia recibida” y los inutilizó para ser oposición en esta nueva fase. Sus dirigentes interiorizaron el discurso de la derecha sin darse cuenta de que, para una buena parte de su electorado, lo peor de Zapatero no fueron sus tibias medidas frente a la crisis sino el rodillazo que en el tramo último de su gobierno dio a los poderes económicos. La modificación del artículo 135 de la Constitución fue el símbolo de esta humillación y el pase de gran parte de su gobierno a jugosos puestos de la empresa privada a través de la dorada puerta giratoria pusieron el cartel de “abandonad toda esperanza” a su electorado. Hasta tal punto el PSOE se ha aislado de la sociedad que ha sido incapaz de sumarse, no digamos ya de protagonizar políticamente, a la contestación contra los recortes sociales de derechos que ellos mismos pusieron en marcha.
Ahora hay un miedo escénico que los agarrota. Temen al fracaso y las viejas voces, tan poderosas y dañinas en esta última fase, les advierten de que no pueden perder el espacio de centro-izquierda, que nada de jugadas atrevidas, que nada de discursos rupturistas con el pasado reciente. No se dan cuenta, en absoluto, del gran cambio social que se ha producido y de que las viejas palabras no designan necesariamente las nuevas realidades. Después de tantos años de crisis económica una gran parte de la sociedad, incluida aquella que se califica como centro-izquierda, consideren de “sentido común” poner coto a los poderes económicos, sanear de arriba abajo la política y acabar con esta salida tremendamente desigualitaria de la crisis económica que empieza a parecerse a una jungla infernal. Seguir agarrados al viejo sistema no es “de centro” sino suicida.
La ruptura del PSOE con su electorado no es de liderazgo, ni de confianza en su capacidad institucional; la ruptura fundamental ha sido su declarada sumisión a los poderes económicos y su pertenencia a la vieja política. No es, en mi opinión, con viejos pactos de Estado, ni con discursos sectoriales como volverá a ganar la confianza de la sociedad. Si repasan su propia historia, encontrarán las claves. Felipe González ganó con la promesa de cambio, que hoy tanto le asusta, y Zapatero reconquistó el poder al calor de las movilizaciones contra la guerra y la reforma laboral. El viejo centro sociológico de la transición ya no existe. La gente es ahora mucho más radical en su forma de pensar que hace cinco años porque su realidad se ha hecho mucho más difícil. La necesidad de cambios abarca a casi toda la sociedad y ponerse de perfil ante estas demandas puede suponer la desaparición política. Por eso no puedo entender un debate tan light, tan melifluo e interiorizado como el que se está produciendo en este tiempo tan crucial. De los laberintos se sale pensándolos desde fuera, a no ser que, como advertía Nietzsche, el laberinto seas tú mismo.
@conchacaballer
No conozco al PSOE por dentro. En realidad, es muy difícil conocer a una organización política. Incluso muchas personas que pertenecen a un partido desconocen los mecanismos de poder, las alianzas insospechadas, las tácticas inmediatas que los aparatos de poder emplean.
El PSOE había sido siempre un partido ganador o con vocación de victoria. Cuando un candidato o equipo fracasaba en sus objetivos era sustituido, con relativamente poco ruido, a las pocas semanas. Esa tendencia se rompió en el congreso de Sevilla cuando Rubalcaba, tras cosechar una tremenda derrota electoral —no directamente imputada a él pero sí simbolizada en su figura—, fue elegido por escasa diferencia como secretario general frente a Carme Chacón. La federación andaluza, que siempre ha mantenido el olfato del ganador, apostó por el cambio pero no consiguió sus objetivos. A partir de ahí, Rubalcaba impuso un equipo y marginó sin contemplaciones a todo aquel que no le hubiese apoyado. Una marginación que la federación andaluza ha sobrellevado con incomodidad pero en silencio.
Esos son errores del pasado pero la historia ha seguido caminando sin esperar al PSOE. El PP los acogotó con “la herencia recibida” y los inutilizó para ser oposición en esta nueva fase. Sus dirigentes interiorizaron el discurso de la derecha sin darse cuenta de que, para una buena parte de su electorado, lo peor de Zapatero no fueron sus tibias medidas frente a la crisis sino el rodillazo que en el tramo último de su gobierno dio a los poderes económicos. La modificación del artículo 135 de la Constitución fue el símbolo de esta humillación y el pase de gran parte de su gobierno a jugosos puestos de la empresa privada a través de la dorada puerta giratoria pusieron el cartel de “abandonad toda esperanza” a su electorado. Hasta tal punto el PSOE se ha aislado de la sociedad que ha sido incapaz de sumarse, no digamos ya de protagonizar políticamente, a la contestación contra los recortes sociales de derechos que ellos mismos pusieron en marcha.
Ahora hay un miedo escénico que los agarrota. Temen al fracaso y las viejas voces, tan poderosas y dañinas en esta última fase, les advierten de que no pueden perder el espacio de centro-izquierda, que nada de jugadas atrevidas, que nada de discursos rupturistas con el pasado reciente. No se dan cuenta, en absoluto, del gran cambio social que se ha producido y de que las viejas palabras no designan necesariamente las nuevas realidades. Después de tantos años de crisis económica una gran parte de la sociedad, incluida aquella que se califica como centro-izquierda, consideren de “sentido común” poner coto a los poderes económicos, sanear de arriba abajo la política y acabar con esta salida tremendamente desigualitaria de la crisis económica que empieza a parecerse a una jungla infernal. Seguir agarrados al viejo sistema no es “de centro” sino suicida.
La ruptura del PSOE con su electorado no es de liderazgo, ni de confianza en su capacidad institucional; la ruptura fundamental ha sido su declarada sumisión a los poderes económicos y su pertenencia a la vieja política. No es, en mi opinión, con viejos pactos de Estado, ni con discursos sectoriales como volverá a ganar la confianza de la sociedad. Si repasan su propia historia, encontrarán las claves. Felipe González ganó con la promesa de cambio, que hoy tanto le asusta, y Zapatero reconquistó el poder al calor de las movilizaciones contra la guerra y la reforma laboral. El viejo centro sociológico de la transición ya no existe. La gente es ahora mucho más radical en su forma de pensar que hace cinco años porque su realidad se ha hecho mucho más difícil. La necesidad de cambios abarca a casi toda la sociedad y ponerse de perfil ante estas demandas puede suponer la desaparición política. Por eso no puedo entender un debate tan light, tan melifluo e interiorizado como el que se está produciendo en este tiempo tan crucial. De los laberintos se sale pensándolos desde fuera, a no ser que, como advertía Nietzsche, el laberinto seas tú mismo.
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¿ASÍ QUE SALIR DE LA CRISIS ERA ESTO?
Publicado en El País Andalucía
Es verdad que hay más empleo. Doy fe de ello. Trabajo con jóvenes mayores de 18 años y en los últimos meses han encontrado empleo muchos de ellos. Lo comentamos en un corrillo. Algunos trabajan los fines de semana, otros a media jornada, por horas o en jornadas variables. Les pregunto si están dados de alta en la Seguridad Social. La mayor parte no lo está aunque le han prometido que, si va la cosa bien, quizá dentro de cuatro o cinco meses pueda tener contrato. Tampoco es que a ellos este detalle les preocupe mucho. Lo que sí les enfada es la miseria de sueldos que les pagan a final de mes y la cantidad de horas que hacen, que no son ni mucho menos las pactadas. Los 400 euros se han vuelto moneda normal por mensualidad y permanecer unas cuantas horas después de la jornada laboral ya es una práctica común. En una gran empresa andaluza llaman “el club de los suicidas” a los que se marchan a la hora que marca su convenio laboral. Los que cierran su ordenador a la hora que marca su contrato, serán despedidos antes de un mes. “Lo más prudente es esperar una hora y media más allá del horario establecido y, a partir de esa hora, iniciar una despedida lenta de la oficina”.
Me ponen también al corriente de la nueva moda laboral, que hace furor de norte a sur, y que consiste en hacerse autónomo aunque se trabaje por cuenta ajena. Este oxímoron laboral es muy fácil de explicar, verá: la persona en cuestión se da de alta en autónomos, paga su cotización para tener los minúsculos derechos que les concede el sistema, pero trabaja para otros que se ven libres de la pesada carga de las cotizaciones laborales y de los convenios colectivos. ¡Menudo invento el de autonomizar forzosamente a los trabajadores! Todo son ventajas: los empresarios dejan de cotizar y el Gobierno se pone la medalla de que crece el autoempleo en nuestro país de forma exponencial.
Especialmente los jóvenes son la carne del cañón con que se alimenta esta recuperación económica. Son los conejillos de indias de unas nuevas relaciones laborales cuya máxima es “mínimo de sueldo, escasez de derechos y máximo horario”. Esta es la razón por la que algunos empresarios andaluces de la hostelería —un sector del que no hay duda que ha salido de la crisis— propongan salarios de 600 euros, horarios de 10 horas y eliminación de días de descanso. En vez de anunciar ofertas de trabajo pueden rotular “busco esclavos para temporada veraniega”.
Hay muchos trabajadores que desaparecen de la lista del paro pero permanecen en la estadística de la pobreza. Según el último estudio, el 23% de los pobres actuales tiene alguna clase de empleo. Mientras tanto, la desigualdad crece y crece sin tregua, ante la sonrisa de nuestros gobernantes que se preguntan con cara de bobos por qué el pueblo sigue sin celebrar la recuperación económica. Tan necios que no se han dado cuenta de que la indignación no es ya un quejido privado y resignado, sino una demanda de cambio profundo, inmediato, que empieza a formar ola.
@conchacaballer
Es verdad que hay más empleo. Doy fe de ello. Trabajo con jóvenes mayores de 18 años y en los últimos meses han encontrado empleo muchos de ellos. Lo comentamos en un corrillo. Algunos trabajan los fines de semana, otros a media jornada, por horas o en jornadas variables. Les pregunto si están dados de alta en la Seguridad Social. La mayor parte no lo está aunque le han prometido que, si va la cosa bien, quizá dentro de cuatro o cinco meses pueda tener contrato. Tampoco es que a ellos este detalle les preocupe mucho. Lo que sí les enfada es la miseria de sueldos que les pagan a final de mes y la cantidad de horas que hacen, que no son ni mucho menos las pactadas. Los 400 euros se han vuelto moneda normal por mensualidad y permanecer unas cuantas horas después de la jornada laboral ya es una práctica común. En una gran empresa andaluza llaman “el club de los suicidas” a los que se marchan a la hora que marca su convenio laboral. Los que cierran su ordenador a la hora que marca su contrato, serán despedidos antes de un mes. “Lo más prudente es esperar una hora y media más allá del horario establecido y, a partir de esa hora, iniciar una despedida lenta de la oficina”.
Me ponen también al corriente de la nueva moda laboral, que hace furor de norte a sur, y que consiste en hacerse autónomo aunque se trabaje por cuenta ajena. Este oxímoron laboral es muy fácil de explicar, verá: la persona en cuestión se da de alta en autónomos, paga su cotización para tener los minúsculos derechos que les concede el sistema, pero trabaja para otros que se ven libres de la pesada carga de las cotizaciones laborales y de los convenios colectivos. ¡Menudo invento el de autonomizar forzosamente a los trabajadores! Todo son ventajas: los empresarios dejan de cotizar y el Gobierno se pone la medalla de que crece el autoempleo en nuestro país de forma exponencial.
Especialmente los jóvenes son la carne del cañón con que se alimenta esta recuperación económica. Son los conejillos de indias de unas nuevas relaciones laborales cuya máxima es “mínimo de sueldo, escasez de derechos y máximo horario”. Esta es la razón por la que algunos empresarios andaluces de la hostelería —un sector del que no hay duda que ha salido de la crisis— propongan salarios de 600 euros, horarios de 10 horas y eliminación de días de descanso. En vez de anunciar ofertas de trabajo pueden rotular “busco esclavos para temporada veraniega”.
Hay muchos trabajadores que desaparecen de la lista del paro pero permanecen en la estadística de la pobreza. Según el último estudio, el 23% de los pobres actuales tiene alguna clase de empleo. Mientras tanto, la desigualdad crece y crece sin tregua, ante la sonrisa de nuestros gobernantes que se preguntan con cara de bobos por qué el pueblo sigue sin celebrar la recuperación económica. Tan necios que no se han dado cuenta de que la indignación no es ya un quejido privado y resignado, sino una demanda de cambio profundo, inmediato, que empieza a formar ola.
@conchacaballer
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LO QUE NECESITAS ES AMOR
Publicado en El País Andalucía
Dicen que los especialistas en marketing, antes de lanzar un nuevo producto al mercado, emplean cientos de horas en averiguar cuál es la diferencia fundamental con sus competidores, qué novedad ofrece, cuál puede ser el gancho más efectivo para el consumidor. Cuando han completado su tarea intentan asociar esa novedad a algún sentimiento o emoción porque lo que vende no es la razón sino la emoción.
Así, una de las mejores campañas recientes es la de un café, diez veces más caro que el de nuestra cafetera tradicional, que nos vende la ilusión de ser superiores, envidiados por los dioses y tratados como George Clooney en locales de lujo situados en el centro de las ciudades.
La monarquía, en términos comerciales, es más fácil de vender que la república. La monarquía tiene caras conocidas, nombres concretos, ritos tranquilizadores en un país que todavía porta en sus genes el miedo a la desestabilización, pero sobre todo tiene, en la actual sociedad de consumo, un valor indiscutiblemente mayor como reality show, como gran hermano hereditario y perpetuo, como show de Truman con sus atardeceres pintados y su realidad guionizada.
Más allá de los discursos aburridos, de los desfiles militares, de los invitados idénticos a si mismos , de los trajecitos pastel y las cómicas genuflexiones, el verdadero mensaje del jueves, el valor diferencial de la nueva monarquía es que estos, a diferencia de los anteriores, se quieren, se acarician y no se les ve pinta de matar elefantes. Ya no son una familia numerosa, azarosa, peligrosa, sino una familia nuclear, reducida, incapaz de producir sobresaltos al menos en los próximos diez años.
El amor es su hecho diferencial y las demostraciones amorosas se brindaron en todos los momentos de la ceremonia y al alcance de todos los fotógrafos. A la entrada, con las manos entrelazadas; por la espalda, con suaves toquecitos; en el corto viaje, con caricias en la cara y, finalmente, en el balcón real en todo su esplendor. Allí la escenificación se hizo doble, como dobles son los reyes, y hubo un sorpresivo beso, también de perdón o de excepción, de la reina-víctima a su exesposo infiel.
Tanta demostración de amor no se hace en vano. Letizia subrayaba y repetía cada gesto amoroso por si hubiese pasado desapercibido. No era casualidad, ni tampoco fruto de una naturalidad de la que carece. Era la escenificación del cuento de hadas, la pareja feliz, la familia perfecta. Demasiado perfecta para una España en crisis. Pero los relatos postmodernos empiezan con un icono, no con un proyecto ni una idea.
Fallaron las multitudes que, asombrosamente, no salieron a la calle a celebrar los nuevos tiempos. Los acompañó la indiferencia de una sociedad que no está para fiestas reales, para palabras vacías, ni para historias de amor tan perfectas. Quizá porque en ese mundo de la calle se vive más dolor que alegría; se pronuncian palabras feas como “paro”, “pobreza” o “desigualdad” que estuvieron proscritas en esta celebración. Porque el amor en la calle es un sentimiento íntimo que nos cura muchos males, pero en la política puede ser una pura mercancía que, como dice Isaac Rosa, se enseña cuando no se tiene nada que ofrecer.
@conchacaballer
UNA SENTENCIA EJEMPLARIZANTE
Publicado en El País Andalucía
El día en que el Gobierno aprobó la reforma laboral empezó una nueva época. El trabajo dejó de ser un derecho y se convirtió en un privilegio. No era el despido lo que había que abaratar sino el salario. No era una medida coyuntural motivada por la crisis económica sino el inicio de una nueva era. No era la época de la abundancia la que se terminaba sino la de los derechos. La nueva arquitectura de la absoluta desigualdad exigía el sometimiento absoluto de los que prestan su fuerza de trabajo.
Esa nueva época se empezó escribiendo con las palabras desesperanza y miedo. Millones de personas accedieron a renegociar sus contratos, a trabajar por la mitad, a hacer horas extraordinarias que se han vuelto invisibles y forzosas, al incumplimiento de los horarios. El miedo a ser el siguiente despedido nos hizo agachar la cabeza, lamentar nuestra mucha o poca edad (siempre inconveniente), sustituir nuestros convenios por un cheque en blanco que el mercado rellena progresivamente a la baja.
Pero si esto no fuese suficiente, el Gobierno prepara fuertes sanciones para castigar la movilización popular, para frenar las huelgas, para obstaculizar los derechos de una Constitución que tanto incumplen. “Sus deseos son órdenes para mí” parece ser su lema y se anticipan a sus demandas preparando el terreno para el futuro, redactando proyectos de ley infumables, y rescatando del baúl de los recuerdos viejas disposiciones que nunca se han aplicado con tan inusitada dureza.
El fiscal que acusaba a Carmen y Carlos exigió “una condena ejemplarizante”. Tomen nota de la palabra, por favor. Aparte de que las sentencias no deben ser “ejemplarizantes” sino justas, ¿a qué clase de ejemplaridad se refiere el ministerio fiscal? ¿Qué enseñanza debe extraer la sociedad de esta sentencia? Carmen y Carlos habían participado junto a otras 40 personas, en un piquete en la huelga de 2012 que hicieron algunas pintadas en un establecimiento y causaron unos daños estimados pericialmente en 600 euros. Sus nombres fueron tomados al azar por la policía. Ni siquiera fueron los protagonistas de los hechos, aunque se aprestaron a pagar los daños estimados. Nunca han entendido su procesamiento ni la dureza con que han sido penalmente tratados. El juez, Manuel Piñar, sin embargo, entendió perfectamente el mensaje de la ejemplaridad, el viento de los nuevos tiempos represivos, y triplicó la apuesta del fiscal: tres años de cárcel por “un delito contra el derecho de los trabajadores”. Sería cómico si no fuese tan dramático.
Carlos ha terminado esta semana la carrera de Medicina. Esperaba hacer el MIR pero el juez ha metido en la cárcel sus sueños. Carmen, por su parte, es una trabajadora en paro que ha agotado sus prestaciones y que tiene a su cargo, en solitario, a un adolescente. Su única preocupación es qué ocurrirá con su hijo. Quienes se han entrevistado con ellos, dicen que su historia “hace a las piedras llorar”. Si la ejemplaridad que nos preparan es enviar tres años a la cárcel a dos ciudadanos decentes, pobre democracia la nuestra.
@conchacaballer
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martes, 10 de junio de 2014
Y AHORA EN INGLÉS...EMBRACING STEREOTYPES
Me ha hecho ilusión encontrar mi artículo sobre "Ocho apellidos andaluces" en la edición en inglés de EL País
No, no escribo así de bien en inglés, ya me gustaría a mi.
Imagine for a moment that the main character of Spanish film comedy phenomenon Ocho apellidos vascos was not a posh Andalusian from Seville’s Triana neighborhood, but his Madrid equivalent from Serrano street, complete with well-ironed polo shirt and gelled hair. There the comedy would end. The symbols of Spanish nationalism would once again become serious, offensive and incapable of raising a laugh in the movie theater.
The thing is, in Andalusia, nothing is what it seems. Flags do not offend us, but nor do we use them as offensive weapons – and, of course, our regional green-and-white flag would never prompt a war. The piety of the large part of its inhabitants is not so much to do with dogma, but more related to childhood and beauty than liturgy. And as for the bulls, we have the same proportion of people who do not support the torturing of animals as the rest of Spain – which is to say, the majority.
Since time immemorial, when Spain needed to present a softer and more attractive image, or simply a better-looking one, it took an Andalusian form – from flamenco and Gypsy dress (the only haute couture regional costume), to its joyous and sociable way of understanding life. If, as I say, the Andalusian stereotype has been used for so many ends, and if we Andalusians have been taught to laugh at ourselves since we were children, we are not going to get annoyed at seeing a posh Andalusian becoming the leader of a violent Basque nationalist kale borroka group, or dressing up as a radical abertzale leftist out of love.
That said, there is just one stereotype that those of us who were born or live in Andalusia despise – idleness. That is because it is not really a stereotype that emerges from our way of being but rather a label that has served to justify the unequal distribution of wealth in Spain. But hey, if the recent history of each territory allows us to hand out labels, then they should be on the clothes of those who hope to reduce everything Andalusian to a number of stereotypes. As for the other stereotypes, they only annoy us when they serve to present us as banderilleros, maids and workers, part of the national sense of humor, which lives from affirming its superiority because it lacks any other distinction. Let us be happy, sociable, lovers of life, romantic. Where’s the problem in that?
But to get back to the point, the film Ocho apellidos vascos would not be possible without its Andalusian counterpoint, the comedy wouldn’t work, because any other identity would clash abruptly – the friendliness and understanding would be gone. In the end, the Andalusian succeeds in winning the heart of the Basque girl, and in a sharp ironic twist, shows us the trick of the story: the horse-drawn carriage serenaded by Sevillian band Los del Río (of Macarena fame) that ends the film confirms that we really are capable of laughing at ourselves. And when a people is capable of that, it is free of hangups; its identity is so fluid, so porous, that little by little it is certain to seep into everything that comes near without needing to plant its flag of conquest. Hopefully, Spain will resemble Andalusia and be capable of avoiding grudges, playing down conflicts and trusting in the seductive power of words.
No, no escribo así de bien en inglés, ya me gustaría a mi.
Imagine for a moment that the main character of Spanish film comedy phenomenon Ocho apellidos vascos was not a posh Andalusian from Seville’s Triana neighborhood, but his Madrid equivalent from Serrano street, complete with well-ironed polo shirt and gelled hair. There the comedy would end. The symbols of Spanish nationalism would once again become serious, offensive and incapable of raising a laugh in the movie theater.
The thing is, in Andalusia, nothing is what it seems. Flags do not offend us, but nor do we use them as offensive weapons – and, of course, our regional green-and-white flag would never prompt a war. The piety of the large part of its inhabitants is not so much to do with dogma, but more related to childhood and beauty than liturgy. And as for the bulls, we have the same proportion of people who do not support the torturing of animals as the rest of Spain – which is to say, the majority.
Since time immemorial, when Spain needed to present a softer and more attractive image, or simply a better-looking one, it took an Andalusian form – from flamenco and Gypsy dress (the only haute couture regional costume), to its joyous and sociable way of understanding life. If, as I say, the Andalusian stereotype has been used for so many ends, and if we Andalusians have been taught to laugh at ourselves since we were children, we are not going to get annoyed at seeing a posh Andalusian becoming the leader of a violent Basque nationalist kale borroka group, or dressing up as a radical abertzale leftist out of love.
That said, there is just one stereotype that those of us who were born or live in Andalusia despise – idleness. That is because it is not really a stereotype that emerges from our way of being but rather a label that has served to justify the unequal distribution of wealth in Spain. But hey, if the recent history of each territory allows us to hand out labels, then they should be on the clothes of those who hope to reduce everything Andalusian to a number of stereotypes. As for the other stereotypes, they only annoy us when they serve to present us as banderilleros, maids and workers, part of the national sense of humor, which lives from affirming its superiority because it lacks any other distinction. Let us be happy, sociable, lovers of life, romantic. Where’s the problem in that?
But to get back to the point, the film Ocho apellidos vascos would not be possible without its Andalusian counterpoint, the comedy wouldn’t work, because any other identity would clash abruptly – the friendliness and understanding would be gone. In the end, the Andalusian succeeds in winning the heart of the Basque girl, and in a sharp ironic twist, shows us the trick of the story: the horse-drawn carriage serenaded by Sevillian band Los del Río (of Macarena fame) that ends the film confirms that we really are capable of laughing at ourselves. And when a people is capable of that, it is free of hangups; its identity is so fluid, so porous, that little by little it is certain to seep into everything that comes near without needing to plant its flag of conquest. Hopefully, Spain will resemble Andalusia and be capable of avoiding grudges, playing down conflicts and trusting in the seductive power of words.
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NO MÁS AZÚCAR, POR FAVOR
Publicado en El País Andalucía
Va a ser difícil sobrevivir a esta avalancha de adulaciones, a este oleaje de alabanzas, a este vendaval de loas que compiten por ensalzar las bondades del que se marcha y las cualidades del que llega. ¡Y no ha pasado siquiera una semana! Me temo lo peor porque quedan por recorrer unas semanas de paseo triunfal, sin contar los editoriales, los informativos, las imágenes y las alabanzas guardadas para los días posteriores a la entronización.
El Rey que se va es “el que trajo la democracia”, sin “el cual no habría libertad en este país” y al que le debemos incluso nuestro derecho a escribir estas modestas líneas. “Sin ti no soy nada” proclaman editoriales, declaraciones humedecidas que consideran la palabra “gracias” escasa y torpe y se ven obligados a reforzarla, amplificarla, repetirla. El Rey que viene está “muy preparado”, “muy preparado”, “muy preparado”. Tiene hasta carrera universitaria, una titulación desconocida en la estirpe real española, aunque tampoco es para ponerse así. A fin de cuentas, el 29% de los españoles entre los 25 y los 60 años la tiene. Pero está “muy preparado”, una frase que suena a antigua, a alabanza pronunciada por las viejas de un pueblo ante un yerno interesante. La princesa Letizia también “está muy preparada”, “renunció a una brillante carrera por amor” y es “tan sencilla que luce a veces alguna prenda o complemento de Zara”. La ola cortesana ha llegado a los pies incluso de la infanta Leonor, una niña de tan solo ocho años, de la que ya se destacan sus cualidades y se anuncia que, a partir del próximo mes, jugará un papel público importante. ¡Por Dios, que hablamos de una niña y no de un artefacto político!
Casi todo el espacio informativo se ha convertido en una revista Hola gigantesca, cargado de fotos de encuentros, guiños, saludos y primeras ocasiones, en un marco muy de “España cañí”, (que yo que ellos me lo hacía revisar, sobre todo por el valor simbólico de la institución, ¿no?) entre uniformes militares y corridas de toros. Mientras, los republicanos (e incluso los tibios o los indiferentes a la seducción monárquica) son arrojados informativamente al infierno o al purgatorio donde se pagan los errores conceptuales. Es posible que el domingo pasado se acostaran siendo personas normales, pero el lunes se levantaron siendo unos “izquierdistas radicales” contrarios al “orden constitucional” y “profundamente equivocados”. Según Torres Dulce, ni siquiera existen, porque lo que no está escrito, negro sobre blanco en la Constitución, “no puede ser y es imposible”.
Es lo que tiene el bipartidismo, que aparte de sus consideraciones políticas, es tremendamente aburrido y pelotillero. El republicanismo no se está combatiendo con argumentos sino con una ola de plurales mayestáticos, de aplausos atronadores y de alabanzas corales. Columnistas de afilada lengua y acerbas palabras, se dulcifican como corderos ante la sacrosanta institución, redescubren las ventajas de “un pacto constitucional” que todo lo cura y todo lo espanta e incluso reparten carnés de lealtad a sus acérrimos enemigos que hoy los acompañan.
Como todo guiso, la coronación del nuevo Rey tiene que tener su punto justo de cocción, pero están tan felices con el redescubrimiento de esta gran mayoría, y pasaron tan mal trago la noche electoral del 25 de mayo, que se les está yendo la mano en el azúcar y en el tiempo de cocción. Las viejas formas de la política que consisten en despreciar las opiniones diferentes y crucificar a quien las mantienen, vuelven al escenario, con Mariano Rajoy de maestro de ceremonias, presunto jefe de la Casa Real, y director in pectore de todo el proceso sucesorio. Gravísimo error.
Están ufanos de haber encontrado una razón de ser al bipartidismo (más UPyD) y pasar de un escuálido 50% en las elecciones a un 90% de la votación parlamentaria. No vamos a saber cuántos republicanos existen en nuestro país pero, sin duda, son muchos más de los que reflejará la votación parlamentaria. Sería bueno que tomen nota de ello y que muestren más sensibilidad ante la situación de descrédito de todas las instituciones. No va a ser con dogmatismos y con halagos como se prestigie esta nueva etapa. La corte de pelotilleros y las colas de aduladores tienen sus propios intereses. No le vaya a suceder al nuevo monarca como al atleta griego que murió asfixiado por la infinidad de pétalos de rosa que le lanzaron en su recibimiento. Un poco más de inteligencia, de espíritu democrático y crítico, de respeto a la pluralidad de la sociedad. Una breve tregua, al menos, para poder respirar.
@conchacaballer
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PODEMOS Y LA CONJURA DE LOS NECIOS
El País Andalucía
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El éxito de Podemos no ha dejado a nadie indiferente, lo que quiere decir que afecta a todo el actual sistema político. La derecha ha arremetido contra ellos de una forma inusitada, con acusaciones de radicalismo y comparaciones odiosas. Felipe González, el guardián entre el centeno, ha advertido de los peligros de una propuesta bolivariana para nuestro país. Por su parte, la izquierda que tradicionalmente administraba este espacio, no sale de su asombro y se ha precipitado a hacer una simple aritmética de sumas ante las próximas elecciones.
No he encontrado, sin embargo, más que efectos positivos en este nuevo fenómeno, que excede la lógica partidaria y la política tradicional. Para empezar, son un serio contrapeso a las lógicas antisociales que se habían adueñado del espacio político. La comparecencia del FMI y sus “consejos” de abaratar salarios y empobrecer aún más a las clases populares, sonaban todavía más ofensivas e inaceptables tras el resultado de las elecciones en nuestro país. Venían a recordarnos que mandan ellos, independientemente de la voluntad popular, y es hora de mandarlos a “freír espárragos” si es que la política conserva todavía cierta dignidad. Afortunadamente, en nuestro país, son millones de personas las que reclaman una salida diferente a la crisis y el éxito de Podemos no hace más que subrayar esta corriente social. Mientras otros países han canalizado su descontento hacia opciones racistas y antieuropeas, en España la respuesta ha sido aumentar el voto de una opción de izquierdas, con principios de solidaridad y de justicia social.
En segundo lugar, Podemos ha rescatado para la política a miles y miles de abstencionistas y ha vuelto a ilusionar, fundamentalmente, a un electorado joven que estábamos deseando escuchar. ¿No pedíamos rostros y propuestas concretas al 15M? Pues aquí tenemos algunas de sus expresiones.
En tercer lugar, ha venido a señalar, con su ilusión y con una campaña hecha con unos cuantos euros, carteles a mano, redes en funcionamiento y mucho voluntariado social, que es posible hacer política mucho más cercana y participativa. Esta forma de hacer política está interpelando a las viejas estructuras partidarias, especialmente las de la izquierda. Su voto no sólo es un grito contra el bipartidismo, sino también una advertencia al “tripartidismo” que supone la existencia de dos grandes partidos pero también de una izquierda tradicional que canaliza ritualmente a los descontentos del sistema pero que tiene escasa incidencia en la realidad.
En cuarto lugar, ha situado el debate nacionalista en un segundo término. Si no existiera Podemos hoy estaríamos discutiendo sobre Cataluña. Frente al debate identitario y soberanista, el éxito de Podemos ha situado como centro de reflexión la igualdad de las personas y la renovación del sistema político.
Pero, donde el efecto de Podemos será seguramente más visible, es en el órdago lanzado hacia toda la izquierda, desde la socialdemócrata a la comunista. El PSOE deberá hoy definir su espacio, desechar las tentaciones de gran coalición y conjugar el verbo desobedecer a los poderes económicos si quiere volver al mapa político. Por lo que respecta a IU, tras haber perdido la mejor oportunidad de su historia, están obligados a emprender un camino de renovación de sus estructuras, de sus formas de hacer política y de su estructura piramidal y burocrática.
Seguramente si hoy fueran las elecciones, tras la lluvia de descalificaciones, Podemos conseguiría todavía mejores resultados. Nadie sabe qué pasará mañana, cómo afrontarán las expectativas que han generado o si sabrán sortear las miles de dificultades que se avecinan pero, de momento, son una piedra lanzada a un agua estancada contra la que se conjuran todos los radicalmente prosistema.
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El éxito de Podemos no ha dejado a nadie indiferente, lo que quiere decir que afecta a todo el actual sistema político. La derecha ha arremetido contra ellos de una forma inusitada, con acusaciones de radicalismo y comparaciones odiosas. Felipe González, el guardián entre el centeno, ha advertido de los peligros de una propuesta bolivariana para nuestro país. Por su parte, la izquierda que tradicionalmente administraba este espacio, no sale de su asombro y se ha precipitado a hacer una simple aritmética de sumas ante las próximas elecciones.
No he encontrado, sin embargo, más que efectos positivos en este nuevo fenómeno, que excede la lógica partidaria y la política tradicional. Para empezar, son un serio contrapeso a las lógicas antisociales que se habían adueñado del espacio político. La comparecencia del FMI y sus “consejos” de abaratar salarios y empobrecer aún más a las clases populares, sonaban todavía más ofensivas e inaceptables tras el resultado de las elecciones en nuestro país. Venían a recordarnos que mandan ellos, independientemente de la voluntad popular, y es hora de mandarlos a “freír espárragos” si es que la política conserva todavía cierta dignidad. Afortunadamente, en nuestro país, son millones de personas las que reclaman una salida diferente a la crisis y el éxito de Podemos no hace más que subrayar esta corriente social. Mientras otros países han canalizado su descontento hacia opciones racistas y antieuropeas, en España la respuesta ha sido aumentar el voto de una opción de izquierdas, con principios de solidaridad y de justicia social.
En segundo lugar, Podemos ha rescatado para la política a miles y miles de abstencionistas y ha vuelto a ilusionar, fundamentalmente, a un electorado joven que estábamos deseando escuchar. ¿No pedíamos rostros y propuestas concretas al 15M? Pues aquí tenemos algunas de sus expresiones.
En tercer lugar, ha venido a señalar, con su ilusión y con una campaña hecha con unos cuantos euros, carteles a mano, redes en funcionamiento y mucho voluntariado social, que es posible hacer política mucho más cercana y participativa. Esta forma de hacer política está interpelando a las viejas estructuras partidarias, especialmente las de la izquierda. Su voto no sólo es un grito contra el bipartidismo, sino también una advertencia al “tripartidismo” que supone la existencia de dos grandes partidos pero también de una izquierda tradicional que canaliza ritualmente a los descontentos del sistema pero que tiene escasa incidencia en la realidad.
En cuarto lugar, ha situado el debate nacionalista en un segundo término. Si no existiera Podemos hoy estaríamos discutiendo sobre Cataluña. Frente al debate identitario y soberanista, el éxito de Podemos ha situado como centro de reflexión la igualdad de las personas y la renovación del sistema político.
Pero, donde el efecto de Podemos será seguramente más visible, es en el órdago lanzado hacia toda la izquierda, desde la socialdemócrata a la comunista. El PSOE deberá hoy definir su espacio, desechar las tentaciones de gran coalición y conjugar el verbo desobedecer a los poderes económicos si quiere volver al mapa político. Por lo que respecta a IU, tras haber perdido la mejor oportunidad de su historia, están obligados a emprender un camino de renovación de sus estructuras, de sus formas de hacer política y de su estructura piramidal y burocrática.
Seguramente si hoy fueran las elecciones, tras la lluvia de descalificaciones, Podemos conseguiría todavía mejores resultados. Nadie sabe qué pasará mañana, cómo afrontarán las expectativas que han generado o si sabrán sortear las miles de dificultades que se avecinan pero, de momento, son una piedra lanzada a un agua estancada contra la que se conjuran todos los radicalmente prosistema.
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¿QUÉ PIENSAN LOS JÓVENES?
Publicado en El País Andalucía
Hicieron una rutilante aparición el 15-M de hace tres años. Llenaron de color las plazas, crearon un lenguaje propio y devolvieron el sentido a palabras empañadas como democracia y participación. Quisieron organizar un movimiento universal, que se expresaba en las plazas de todo el mundo, desde Nueva York a Berlín. Crearon una marca desconocida llena de esperanza, la #spanish revolution que deseaba reiniciar el sistema.
En un solo mes rejuvenecieron el lenguaje político y, bruscamente, todas las opciones políticas se tornaron viejas a su lado. No aceptaban banderas, ni preguntaban a nadie de dónde venía sino adónde iba, e hicieron renacer las esperanzas de corazones casi fríos. Pero la presencia de los jóvenes duró lo que dura un suspiro, y al año siguiente el movimiento fue ocupado poco a poco por gentes de mayor edad, con deseos de cambiar el mundo pero con la mochila excesivamente llena de experiencias, con el lenguaje gastado de ilusiones demasiadas veces traicionadas, con análisis tan perfectos, tan acabados, tan redondos que sonaban nuevamente a pasado. Nada que objetarles, a fin de cuentas, con su esfuerzo han mantenido vivas pequeñas llamas de ese incendio en muchos barrios o en movimientos como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Pero la mayoría de los jóvenes desaparecieron tal como habían llegado: sin previo aviso.
A pesar de que la propaganda se esforzó en presentarlos como perroflautas, eran en su mayoría jóvenes con un alto nivel de formación. Me temo que gran parte de los que aparecen en los vídeos de la acampada de Sol o en Las Setas de Sevilla están ahora a miles de kilómetros: en Berlín, en Singapur, en Brasil. Otros guardan un bello recuerdo y una instintiva aversión a la política partidaria. Los menos, han seguido participando de forma ocasional en las movilizaciones sociales o en la política.
Miro las caras de la mayor parte de las manifestaciones actuales y los jóvenes vuelven a ser una minoría. Sus padres y sus madres sustituyen amorosamente su presencia. Las verdaderas víctimas de la crisis (los jóvenes, los parados, los degradados en su trabajo, los esquilmados) no salen a la calle a protestar.
Puede ser que no crean en la utilidad de la movilización social, o que les resulte ajena, lenta y aburrida. Puede que incluso la protesta se haya ritualizado de tal modo que sea como ir a misa los domingos y tomar unas cervezas a su término, pero la realidad es que no expresan sus deseos, sus demandas, sus soluciones. En términos políticos, y según las encuestas del CIS, nuestros jóvenes son el sector de la población con ideas más cercanas a la izquierda, pero son los más remisos a votar en estas elecciones.
Quizá no haya en nuestra historia reciente una generación tan desconocida como los jóvenes actuales. Se expresan poco en términos sociales y rara vez mantienen debates públicos sobre sus opiniones y sus deseos. Desde el estallido brillante del 15-M no han vuelto a decir lo que quieren. Quizá simplemente no creen en el futuro, y no me refiero a la confianza que tengan en lo que ocurra pasados unos años, sino que el concepto de futuro les parece un fantasma que se disuelve entre las brumas, una palabra obsoleta que invocamos los que ya no somos jóvenes, un espacio perdido al que no se llega más que a través de un carpe diem eterno. Mientras la vida es solo un día a día salpicado de emociones, de mensajes, de gustos o disgustos. Pero hace tres años, tuvieron el futuro en sus manos y todavía se escuchan algunos ecos y huellas, como las que el agua deja sobre una tierra seca.
@conchacaballer
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UN PAÍS DE CABREADOS
Publicado en El País Andalucía
Últimamente tengo la impresión de que en vez de vivir en un país, he tomado un taxi en hora punta con un taxista cabreado de los que insultan a trocho y mocho y solucionarían los problemas “en cinco minutos”, endureciendo leyes, tomando medidas drásticas y cortando pescuezos si es necesario.
Primero fue una justa indignación ante la crisis pero, ante la falta de salidas, una gran parte del país se deslizó por la pendiente de la desesperación y han encontrado una isla apocalíptica donde reina la exasperación, que es una especie de picor que te produce cierto placer al rascar violentamente y donde las expresiones de rabia y de irritación sustituyen todo análisis sosegado y tranquilo. Sus análisis se resuelven en tres palabras: “Son unos sinvergüenzas”. Su conclusión: no creer en nada. Su humor, negro sin asomo de ingenio.
No son los más necesitados los que están encolerizados y rabiosos. Los de abajo, los que realmente viven al borde de la necesidad, no pueden permitirse el lujo de pisar el territorio de la desesperación. Ni siquiera juguetear con él, porque necesitan conservar una brizna de esperanza para afrontar su supervivencia cada día. Normalmente, los más cabreados, son personas que han bajado algún peldaño en la escala social pero que todavía sobreviven con cierta holgura.
Los motivos de su irritación, tomados de uno en uno, son en su mayoría justos, pero cuando hacen un ramillete con todos ellos los convierten en una bomba de destrucción masiva de esperanza. No hay rincón alguno que no impregnen de sospecha. Han llegado a la conclusión de que todo lo que llega de la esfera pública es malo y abominable. Como consideran que han sido engañados en la letra pequeña del contrato social han tomado como norma la desconfianza absoluta incluso hacia los comportamientos más honestos y generosos.
Hay un tótem que une a todos y que a todos alimenta: el odio a la política y a los políticos. De los sindicalistas, ni hablamos, porque en su imaginario son todavía peores que el peor de los imputados. Cualquier insulto es insuficiente; cualquier mal chiste, gracioso; cualquier infundio, una verdad incuestionable. Y no es que la política no haya dado motivos para la indignación o que no necesite con urgencia una reforma profunda, pero no deja de ser muy sintomático que los dueños de las grandes finanzas, los verdaderos responsables de la crisis, no susciten ni una décima parte de hostilidad de la que se emplea en un político de provincias. Perdónenme la suspicacia, pero tengo la impresión de que han embridado la indignación popular y la han dirigido al punto donde son menos vulnerables: los ideales.
La derecha española, valga la redundancia, nunca ha tenido problemas con la crítica a la política porque son profundamente antipolíticos. Ellos niegan el papel social de la política, su capacidad para cambiar las cosas. La reducen a una simple gestión técnica, aunque la orientación de estos técnicos sea siempre la misma: beneficiar a los de arriba. La antipolítica y el antisindicalismo pueden ser, sin embargo, un bumerán para la izquierda porque conduce directamente a la abstención y al populismo.
Estas serán las primeras elecciones de un país cabreado y veremos su fruto en las urnas. Es posible que los cabreados de la derecha visiten, a pesar de todo, el colegio electoral y depositarán su voto. Los demás quizás comenten en el bar, con una cierta superioridad, que ellos no piensan votar, que todos son iguales, que no sirve para nada. Y cuando se levanten, al día siguiente, el Gobierno les dará las gracias desde el televisor de plasma.
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domingo, 11 de mayo de 2014
EL PP Y LAS EXQUISITECES
Publicado en El País Andalucía
A simple vista el candidato del PP es un buen representante de la España del pasado. Un tipo que aplica el viejo sentido común más conservador, adobado con la salsa de la España cañí. Católico, amante de los toros, de la buena mesa y de los coches de lujo. De verbo populista, verdades eternas y afirmaciones ramplonas. Ni una gota de intelectualidad estropea el acceso a sus discursos. Concibe la agricultura a la vieja usanza; gobierna las competencias de medio ambiente con el firme convencimiento de que hay que domesticar el ecologismo, construir en la costa y simplificar "los trámites ambientales" para sacar el jugo a la naturaleza. Que para eso somos la especie reina. Rara vez habla de política social, le molestan las preguntas sobre igualdad de las mujeres y ofrece a estos temas siempre la misma respuesta: “la mejor política de igualdad, es el empleo y la creación de riqueza”.
Es la España del pasado y, según indican las encuestas, puede que sea la España del futuro. Dicen que era el mejor candidato que el PP podría ofrecer: dicharachero, populista y socarrón. El mejor candidato para un país que ha perdido la confianza en el futuro y que sólo espera recuperar los viejos tiempos del desarrollismo económico, que no volverán, o mejor dicho, que puede que vuelvan pero esta vez sin el barniz de un estado social y de un mínimo reparto de riqueza.
Se equivoca la izquierda cuando dice que no estamos saliendo de la crisis. Lo que ocurre es que la seña de identidad de los nuevos tiempos será que aunque haya crecimiento los derechos no se recuperarán, los salarios no subirán y la desigualdad se instalará como principio de nuestras vidas.
Hace poco el vicepresidente de la CEA provocó un revuelo al afirmar que "los parados no estaban para exquisiteces" pero es esa exactamente la filosofía de los nuevos tiempos. Incluso manipulan una aspiración tan deseada como el empleo para convertirla en coartada de la eliminación de todo avance, de todo tipo de derechos.
Según esta tesis, es una exquisitez tener trabajo digno, un salario apropiado y un horario cierto. Incluso enfermar es un lujo. Es una exquisitez cobrar una pensión digna y revalorizarla por el IPC. Es una exquisitez insoportable la escuela pública y la universidad. Un lujo inaccesible una sanidad para todos y de calidad. Es un lujo exquisito la atención a la dependencia y una exigencia sibarita la protección social. Todo lo que no sea inmediatamente productivo, rentable y barato, supone un gran estorbo para el futuro.
Si las encuestas se confirman y el PP gana las elecciones —aunque haya perdido muchos votantes en el camino— será un aval en toda regla a las políticas que se han hecho, pero también a las que están en proyecto de ensayo o prueba como la privatización de servicios públicos o la reforma de las pensiones. De momento han mentido en el congelador algunas leyes que les resultan molestas en campaña: la ley de aborto que arrebata el derecho a decidir de las mujeres o una ley de seguridad que es una verdadera mordaza contra la movilización social, pero es evidente que en cuanto pasen las elecciones saldrán de su letargo y el triunfo les dará alas para nuevas medidas que hoy no se atreven a anunciar.
Por eso el debate no es si estamos saliendo de la crisis, sino cómo salimos de ella y hacia qué modelo económico y social nos dirigimos. Ya no estamos hablando de medidas coyunturales, de recortes improvisados, de sacrificios temporales; hablamos de algo estable, de una reconversión social, de un cambio de valores que nos haga aceptar con naturalidad la desigualdad y la explotación. Lo malo es que este país en vez de debatir, bosteza.
A simple vista el candidato del PP es un buen representante de la España del pasado. Un tipo que aplica el viejo sentido común más conservador, adobado con la salsa de la España cañí. Católico, amante de los toros, de la buena mesa y de los coches de lujo. De verbo populista, verdades eternas y afirmaciones ramplonas. Ni una gota de intelectualidad estropea el acceso a sus discursos. Concibe la agricultura a la vieja usanza; gobierna las competencias de medio ambiente con el firme convencimiento de que hay que domesticar el ecologismo, construir en la costa y simplificar "los trámites ambientales" para sacar el jugo a la naturaleza. Que para eso somos la especie reina. Rara vez habla de política social, le molestan las preguntas sobre igualdad de las mujeres y ofrece a estos temas siempre la misma respuesta: “la mejor política de igualdad, es el empleo y la creación de riqueza”.
Es la España del pasado y, según indican las encuestas, puede que sea la España del futuro. Dicen que era el mejor candidato que el PP podría ofrecer: dicharachero, populista y socarrón. El mejor candidato para un país que ha perdido la confianza en el futuro y que sólo espera recuperar los viejos tiempos del desarrollismo económico, que no volverán, o mejor dicho, que puede que vuelvan pero esta vez sin el barniz de un estado social y de un mínimo reparto de riqueza.
Se equivoca la izquierda cuando dice que no estamos saliendo de la crisis. Lo que ocurre es que la seña de identidad de los nuevos tiempos será que aunque haya crecimiento los derechos no se recuperarán, los salarios no subirán y la desigualdad se instalará como principio de nuestras vidas.
Hace poco el vicepresidente de la CEA provocó un revuelo al afirmar que "los parados no estaban para exquisiteces" pero es esa exactamente la filosofía de los nuevos tiempos. Incluso manipulan una aspiración tan deseada como el empleo para convertirla en coartada de la eliminación de todo avance, de todo tipo de derechos.
Según esta tesis, es una exquisitez tener trabajo digno, un salario apropiado y un horario cierto. Incluso enfermar es un lujo. Es una exquisitez cobrar una pensión digna y revalorizarla por el IPC. Es una exquisitez insoportable la escuela pública y la universidad. Un lujo inaccesible una sanidad para todos y de calidad. Es un lujo exquisito la atención a la dependencia y una exigencia sibarita la protección social. Todo lo que no sea inmediatamente productivo, rentable y barato, supone un gran estorbo para el futuro.
Si las encuestas se confirman y el PP gana las elecciones —aunque haya perdido muchos votantes en el camino— será un aval en toda regla a las políticas que se han hecho, pero también a las que están en proyecto de ensayo o prueba como la privatización de servicios públicos o la reforma de las pensiones. De momento han mentido en el congelador algunas leyes que les resultan molestas en campaña: la ley de aborto que arrebata el derecho a decidir de las mujeres o una ley de seguridad que es una verdadera mordaza contra la movilización social, pero es evidente que en cuanto pasen las elecciones saldrán de su letargo y el triunfo les dará alas para nuevas medidas que hoy no se atreven a anunciar.
Por eso el debate no es si estamos saliendo de la crisis, sino cómo salimos de ella y hacia qué modelo económico y social nos dirigimos. Ya no estamos hablando de medidas coyunturales, de recortes improvisados, de sacrificios temporales; hablamos de algo estable, de una reconversión social, de un cambio de valores que nos haga aceptar con naturalidad la desigualdad y la explotación. Lo malo es que este país en vez de debatir, bosteza.
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Miguel Arias Cañete
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INVENTOS WERT: LA POSTBECA
Publicado en El País Andalucía
He encargado a los alumnos que preparen una exposición en clase. Les he dado instrucciones sencillas: disponen de 10 minutos para explicarla, no pueden llevarla escrita solo (¡ay, qué trabajo cuesta escribir “solo” sin tilde!) una pequeña ficha para orientarse. El tema es libre y deben haber consultado varias fuentes para su composición.
El primer alumno nos habla de la moda del selfie. En su opinión el aumento de este fenómeno responde al culto al cuerpo y a un egocentrismo galopante que nos empuja a olvidarnos de lo que nos rodea. La clase ha aplaudido su intervención.
El segundo en intervenir ha salido sin un solo papel. Explica que no ha tenido que consultar fuentes, que se basa en su experiencia directa y que no ha sabido cómo titular su exposición: ¿la crisis? ¿el final de las ilusiones? ¿realmente estamos saliendo del túnel?
“Cuando la crisis empezó, éramos casi igual de pobres —comienza— pero teníamos algunas cosas que creíamos permanentes. Mi padre ya estaba prejubilado por enfermedad y su pensión era escasa. Cada semana íbamos a la farmacia a recoger los ocho medicamentos que necesita tomar diariamente. Ahora no vamos todas las semanas. Algunas veces lo estiramos 10 o 15 días. Depende. Cada vez que vamos a por los medicamentos tenemos que pagar siete o 10 euros. No es gran cosa, pero hay semanas que nos viene muy mal, por eso cada día se salta alguna pastilla para que la cajita le dure más”. La clase se ha quedado en completo silencio. “Soy hijo de jornaleros y nieto de jornaleros. Venir hasta aquí me cuesta una larga caminata cada día. Aún así, mi familia y yo teníamos la ilusión de que hiciera estudios superiores. Mis padres estaban muy orgullosos porque hubiera sido el primero de toda mi familia. Pero ahora creo que es imposible. En el caso de que me dieran una beca me la pagarían a final de curso y nosotros no podemos aguantar ese tiempo”. La clase está absolutamente conmovida, las bocas fruncidas, los ojos completamente abiertos, redondos, para evitar lágrimas inútiles. Pasaron después algunas otras cosas pero voy a poner fin a la escena. Ya es suficiente.
Este domingo es 4 de mayo. A miles de estudiantes todavía no les han ingresado sus becas. Quienes ya las han recibido certifican que han cobrado mucho menos que en años anteriores. Los que esperan todavía no saben cuál es la cuantía. Han inventado un tramo variable tan difícil de descifrar que han anunciado para el próximo año un simulador de cálculo múltiple. Antes cuando aspirabas a una beca sabías cuál era su cuantía. Ahora no. Los requisitos se han vuelto prolijos y algunos absolutamente surrealistas. Por ejemplo, en bachillerato, si te matriculas en un curso completo puedes tener beca, pero si vuelves a los estudios con 80% de asignaturas por completar, no tienes derecho alguno.
El Ministerio de Educación ha tomado el principio de igualdad y lo ha retorcido de tal forma que se parece al de la malvada discriminación. Quienes entregan la solicitud de una beca o ayuda se adentran en un universo desconocido de cálculos, plazos, estimaciones que no conocen y que les impiden planificar su vida ¡Que vuelva Kafka, por favor y nos relate la maldad de esta burocracia postmoderna! Ya no hay becas, sino postbecas que se entregan casi al finalizar el curso. Mientras tanto los estudiantes, para sobrevivir en las aulas, necesitan préstamos de familiares o de bancos, o sea, una especie de prebecas que ni Kafka podría imaginar en sus laberintos. Quienes no lo consiguen, se marchan en silencio.
¡Qué equivocados estábamos los que anunciábamos que con esta política educativa los pobres saldrían del sistema educativo superior en unos 10 o 15 años! Bastarán dos o tres cursos para que los más desfavorecidos desaparezcan sin dejar más rastro que el de su tristeza. Mientras, el monstruo sonríe.
@conchacaballer
He encargado a los alumnos que preparen una exposición en clase. Les he dado instrucciones sencillas: disponen de 10 minutos para explicarla, no pueden llevarla escrita solo (¡ay, qué trabajo cuesta escribir “solo” sin tilde!) una pequeña ficha para orientarse. El tema es libre y deben haber consultado varias fuentes para su composición.
El primer alumno nos habla de la moda del selfie. En su opinión el aumento de este fenómeno responde al culto al cuerpo y a un egocentrismo galopante que nos empuja a olvidarnos de lo que nos rodea. La clase ha aplaudido su intervención.
El segundo en intervenir ha salido sin un solo papel. Explica que no ha tenido que consultar fuentes, que se basa en su experiencia directa y que no ha sabido cómo titular su exposición: ¿la crisis? ¿el final de las ilusiones? ¿realmente estamos saliendo del túnel?
“Cuando la crisis empezó, éramos casi igual de pobres —comienza— pero teníamos algunas cosas que creíamos permanentes. Mi padre ya estaba prejubilado por enfermedad y su pensión era escasa. Cada semana íbamos a la farmacia a recoger los ocho medicamentos que necesita tomar diariamente. Ahora no vamos todas las semanas. Algunas veces lo estiramos 10 o 15 días. Depende. Cada vez que vamos a por los medicamentos tenemos que pagar siete o 10 euros. No es gran cosa, pero hay semanas que nos viene muy mal, por eso cada día se salta alguna pastilla para que la cajita le dure más”. La clase se ha quedado en completo silencio. “Soy hijo de jornaleros y nieto de jornaleros. Venir hasta aquí me cuesta una larga caminata cada día. Aún así, mi familia y yo teníamos la ilusión de que hiciera estudios superiores. Mis padres estaban muy orgullosos porque hubiera sido el primero de toda mi familia. Pero ahora creo que es imposible. En el caso de que me dieran una beca me la pagarían a final de curso y nosotros no podemos aguantar ese tiempo”. La clase está absolutamente conmovida, las bocas fruncidas, los ojos completamente abiertos, redondos, para evitar lágrimas inútiles. Pasaron después algunas otras cosas pero voy a poner fin a la escena. Ya es suficiente.
Este domingo es 4 de mayo. A miles de estudiantes todavía no les han ingresado sus becas. Quienes ya las han recibido certifican que han cobrado mucho menos que en años anteriores. Los que esperan todavía no saben cuál es la cuantía. Han inventado un tramo variable tan difícil de descifrar que han anunciado para el próximo año un simulador de cálculo múltiple. Antes cuando aspirabas a una beca sabías cuál era su cuantía. Ahora no. Los requisitos se han vuelto prolijos y algunos absolutamente surrealistas. Por ejemplo, en bachillerato, si te matriculas en un curso completo puedes tener beca, pero si vuelves a los estudios con 80% de asignaturas por completar, no tienes derecho alguno.
El Ministerio de Educación ha tomado el principio de igualdad y lo ha retorcido de tal forma que se parece al de la malvada discriminación. Quienes entregan la solicitud de una beca o ayuda se adentran en un universo desconocido de cálculos, plazos, estimaciones que no conocen y que les impiden planificar su vida ¡Que vuelva Kafka, por favor y nos relate la maldad de esta burocracia postmoderna! Ya no hay becas, sino postbecas que se entregan casi al finalizar el curso. Mientras tanto los estudiantes, para sobrevivir en las aulas, necesitan préstamos de familiares o de bancos, o sea, una especie de prebecas que ni Kafka podría imaginar en sus laberintos. Quienes no lo consiguen, se marchan en silencio.
¡Qué equivocados estábamos los que anunciábamos que con esta política educativa los pobres saldrían del sistema educativo superior en unos 10 o 15 años! Bastarán dos o tres cursos para que los más desfavorecidos desaparezcan sin dejar más rastro que el de su tristeza. Mientras, el monstruo sonríe.
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OCHO APELLIDOS ANDALUCES
Publicado en El País Andalucía
Imaginen por un momento, que el protagonista de Ocho apellidos vascos no es un pijito andaluz del barrio de Triana, sino su homólogo madrileño de la calle Serrano, con su polo bien planchado y su gomina. Fin de la comedia. Los signos del nacionalismo español se volverían serios, ofensivos, incapaces de provocar la risa del auditorio. Miren si no lo que le ha ocurrido a Esperanza Aguirre, que a fuerza de creerse alguno de los tópicos que se han creado alrededor de Andalucía (banderita, religiosidad y toros), pensó que estaba en tierra conquistada, e hizo un bodrio de pregón de la Feria de Abril que ni siquiera los más incondicionales taurinos vieron con buenos ojos.
Y es que, en Andalucía, nada es lo que parece. Las banderas no nos ofenden, pero no las usamos como armas ofensivas y, desde luego, nunca la blanca y verde traerá guerra; la religiosidad de gran parte de sus habitantes es popular, poco dogmática, más relacionada con la infancia y la belleza que con la liturgia y, en cuanto a los toros, tenemos el mismo porcentaje de personas que no soportan la tortura de este animal que el resto de España. O sea, mayoría.
Desde tiempo inmemorial, cuando España necesita presentar una imagen más suave y apetecible, o simplemente más estética, toma la forma andaluza. Desde el flamenco, el traje de gitana (el único traje regional de alta costura, que incorpora moda y diseño), hasta la forma alegre y sociable de entender la vida. Si, como digo, han utilizado el tópico andaluz para tantos fines y si a los andaluces, desde que somos niños, nos enseñan a “reírnos de nuestra sombra”, no nos vamos a molestar por ver a un andaluz pijo haciéndose líder de la kale borroka o disfrazado de abertzale por amor.
Hay, eso sí, un sólo tópico andaluz que abominamos todos los que aquí nacimos o vivimos, que es el de la vagancia, porque no se trata realmente de un tópico que surja de nuestra forma de ser sino de una etiqueta con la que se ha pretendido justificar el desigual reparto de la riqueza en España. Pero, vamos, que si la reciente historia de cada territorio permite otorgar etiquetas, que se tienten la ropa de los que pretenden reducir lo andaluz a unos cuantos estereotipos y tengan cuidado porque la historia del siglo XX puede deparar terribles etiquetas a los que se ríen de Andalucía. En cuanto al resto de los tópicos, sólo nos molestan cuando sirven para presentarnos como personajes subalternos, chachas y empleados, de la comedia nacional, que vive de afirmar su superioridad porque carece de cualquier otro distintivo. Que somos alegres, sociables, amantes de la vida, enamoradizos ¿qué problema hay en ello?
Pero, a lo que íbamos, la película Ocho apellidos vascos no sería posible sin que el contrapunto fuese andaluz, la comedia no funcionaría porque cualquier otra identidad chocaría de forma abrupta, sin amabilidad ni comprensión alguna. Al final, el andaluz consigue conquistar a la vasca y, en una pirueta de fina ironía, nos muestra la trampa y el cartón de la historia: ese coche de caballos cortejado por Los del Río que pone fin a la película confirma que, efectivamente, somos capaces de reírnos de nuestra sombra. Y cuando un pueblo es capaz de esto es que carece de complejos; que su identidad es tan líquida, tan porosa, que está segura de impregnar, poco a poco, a todo aquél que se acerque sin necesidad de clavar la bandera de la conquista. Ojalá España se pareciese más a Andalucía y fuese capaz de evitar las espinas, desdramatizar los conflictos y confiar en el poder seductor de las palabras.
Imaginen por un momento, que el protagonista de Ocho apellidos vascos no es un pijito andaluz del barrio de Triana, sino su homólogo madrileño de la calle Serrano, con su polo bien planchado y su gomina. Fin de la comedia. Los signos del nacionalismo español se volverían serios, ofensivos, incapaces de provocar la risa del auditorio. Miren si no lo que le ha ocurrido a Esperanza Aguirre, que a fuerza de creerse alguno de los tópicos que se han creado alrededor de Andalucía (banderita, religiosidad y toros), pensó que estaba en tierra conquistada, e hizo un bodrio de pregón de la Feria de Abril que ni siquiera los más incondicionales taurinos vieron con buenos ojos.
Y es que, en Andalucía, nada es lo que parece. Las banderas no nos ofenden, pero no las usamos como armas ofensivas y, desde luego, nunca la blanca y verde traerá guerra; la religiosidad de gran parte de sus habitantes es popular, poco dogmática, más relacionada con la infancia y la belleza que con la liturgia y, en cuanto a los toros, tenemos el mismo porcentaje de personas que no soportan la tortura de este animal que el resto de España. O sea, mayoría.
Desde tiempo inmemorial, cuando España necesita presentar una imagen más suave y apetecible, o simplemente más estética, toma la forma andaluza. Desde el flamenco, el traje de gitana (el único traje regional de alta costura, que incorpora moda y diseño), hasta la forma alegre y sociable de entender la vida. Si, como digo, han utilizado el tópico andaluz para tantos fines y si a los andaluces, desde que somos niños, nos enseñan a “reírnos de nuestra sombra”, no nos vamos a molestar por ver a un andaluz pijo haciéndose líder de la kale borroka o disfrazado de abertzale por amor.
Hay, eso sí, un sólo tópico andaluz que abominamos todos los que aquí nacimos o vivimos, que es el de la vagancia, porque no se trata realmente de un tópico que surja de nuestra forma de ser sino de una etiqueta con la que se ha pretendido justificar el desigual reparto de la riqueza en España. Pero, vamos, que si la reciente historia de cada territorio permite otorgar etiquetas, que se tienten la ropa de los que pretenden reducir lo andaluz a unos cuantos estereotipos y tengan cuidado porque la historia del siglo XX puede deparar terribles etiquetas a los que se ríen de Andalucía. En cuanto al resto de los tópicos, sólo nos molestan cuando sirven para presentarnos como personajes subalternos, chachas y empleados, de la comedia nacional, que vive de afirmar su superioridad porque carece de cualquier otro distintivo. Que somos alegres, sociables, amantes de la vida, enamoradizos ¿qué problema hay en ello?
Pero, a lo que íbamos, la película Ocho apellidos vascos no sería posible sin que el contrapunto fuese andaluz, la comedia no funcionaría porque cualquier otra identidad chocaría de forma abrupta, sin amabilidad ni comprensión alguna. Al final, el andaluz consigue conquistar a la vasca y, en una pirueta de fina ironía, nos muestra la trampa y el cartón de la historia: ese coche de caballos cortejado por Los del Río que pone fin a la película confirma que, efectivamente, somos capaces de reírnos de nuestra sombra. Y cuando un pueblo es capaz de esto es que carece de complejos; que su identidad es tan líquida, tan porosa, que está segura de impregnar, poco a poco, a todo aquél que se acerque sin necesidad de clavar la bandera de la conquista. Ojalá España se pareciese más a Andalucía y fuese capaz de evitar las espinas, desdramatizar los conflictos y confiar en el poder seductor de las palabras.
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QUERIDO GABO
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En algún momento se acabaría “la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte” que has llevado hasta el extremo. El mes de abril de este año 14, se da por concluido el círculo de un tiempo que parecía no pasar, sino dar vueltas en redondo. Justo cuando todo ese continente al que perteneces cambia también su ciclo y los coroneles se extinguen como dinosaurios incapaces de seguir royendo vidas ajenas.
Más que un escritor eras una voz bíblica que relató su tiempo y nos dejó un impagable mapa de señales. Te imagino al poner punto final a Cien años de soledad como un dios que termina una complicada creación. Satisfecho por tu esfuerzo, pero triste por el final. ¿Comprenderían los humanos que solo se trataba de una advertencia para no repetir el terrible círculo de la estirpe de los Buendía y fundar, en tiempos futuros, un nuevo Macondo libre de la enfermedad de la soledad?
No hacía falta una línea más, una obra más, en esa escritura redonda, circular. Todo lo demás ya estaba en las páginas de tu relato bíblico. Quizá algo de amor, quizá una mayor explicación de la génesis de este sentimiento, perdido en la juventud, añorado en la madurez, recuperado en esa segunda inocencia que es la vejez.
Te guardaste la llave del manejo del tiempo. La llave dorada que da cuerda adelante y atrás a las historias y que traza intrincados mapas cronológicos. Como si el tiempo fuese un espacio, un lugar visitable del que se pueden dibujar mapas, relaciones, porque no hay presente ni pasado sino escenarios que se conectan en esa casa grande en la que habitamos y que, en algunos sueños, vislumbramos que posee habitaciones desconocidas.
Te llevaste el secreto del nuevo fátum, de un destino humano no escrito por los dioses, sino por la terca voluntad de los humanos. Tus personajes deambulan por los textos esperando que algo los detenga, sabiendo que nadie lo hará, celebrando el magnífico día que amanece y del que serán completamente ajenos en un breve lapso de tiempo. Entre la vida y la muerte hay solo el grosor de un cabello y todas tus ciudades desembocan abruptamente en la pared de un cementerio.
Nos enseñaste las interioridades de los dictadores, sus crímenes privados, más reveladores que sus ignominias públicas. La ruina moral que carcomía (ojalá el tiempo pasado esté definitivamente escrito) todo el continente. Nos mostraste cambios increíbles que se producían en 24 horas, la maldita alianza entre la guerra y la industrialización descarnada de la United Fruit Company. Enviaste tu cólera divina contra estas ciudades y las arrasaste con diluvios interminables, con vientos que empezaban como brisas y acababan como vendavales capaces de arrancar de cuajo las ciudades de los viejos vicios del silencio y la soledad.
Dibujaste este paisaje de desolación para romper la maldición, para advertir a los humanos de que está en nosotros la posibilidad de fundar nuevas ciudades que no desemboquen en cementerios; pueblos que no vuelvan a asistir impasibles a la muerte de sus vecinos; amores que no naufraguen por la resignación. A fin de cuentas, si es posible dibujar mapas del tiempo y sentir el paso del espacio, el destino no pertenecerá más a los guerreros ni a los dioses. La prueba es que su periodista favorito, se ha ido a descansar.
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Gabriel García Marquéz
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ENSAYO DE RUPTURA
Publicado en El País Andalucía
En la madrugada de ayer se puso fin a la primera gran crisis del Gobierno andaluz. La presidenta de la Junta derogó el decreto de adjudicación de viviendas y se redujeron a ocho los realojos autorizados de la corrala La Utopía.
A quien haya elegido este terreno de juego para la confrontación del Gobierno andaluz, la derecha debería hacerle un monumento. Si algo ha quedado claro con la crisis es la radical injusticia de la política de vivienda. Los datos son apabullantes: tres millones y medio de casas vacías y varios millones de personas sin hogar; más de 400.000 desahucios desde el inicio de la crisis, la mayor parte promovidos por la banca, mientras recibían 108.000 millones de euros de dinero público para compensar las pérdidas de su aventura especulativa salvaje. Por otra parte, el realojo de los vecinos de La Utopía correspondía al Ayuntamiento de Sevilla, que ha mantenido una actitud hostil a pesar de disponer de 528 viviendas municipales vacías. Pues nada, Ibercaja (la entidad bancaria que ha instado el desalojo) y el Ayuntamiento de Sevilla han salido de rositas en este conflicto, mientras contemplaban con fruición el radical enfrentamiento entre los miembros del Gobierno andaluz.
Hemos asistido a un tristísimo debate entre los que tienen poco y los que no tienen nada. El que está pagando con mucho esfuerzo y sacrificio su hipoteca o alquiler, se siente ofendido porque se repartan llaves a los vecinos de La Corrala; el que está en la lista de espera-desespera, se lamenta de que hayan sido postergados y la derecha aprovecha para convertir la lucha por una vivienda digna en una causa indigna, egoísta e ilegal.
Es imperdonable que en un tema tan importante como este, los dos
socios de Gobierno no se hayan comunicado, acordado, establecido unas
pautas comunes de actuación pero, sobre todo, es absolutamente
inexplicable que el realojo de ocho familias, haya puesto en cuestión un
Gobierno de la izquierda cuya finalidad principal era mostrar la
posibilidad de otra política frente a la ofensiva neoliberal. También es
incomprensible que durante dos años no se haya solucionado la situación
de los vecinos de la corrala La Utopía que, mucho antes de ser
arrojados a la calle, vivían una situación de emergencia social en unas
viviendas sin luz y sin agua.
Por ahora la crisis de Gobierno se ha resuelto y ambas fuerzas hacen recuento de pérdidas y ganancias. Aunque las declaraciones públicas han sido muy sosegadas, ha habido un tremendo mar de fondo en el que se han vuelto a agitar los fantasmas de épocas pasadas. Ninguno de los dos socios reconoce haber cometido ningún error lo que hace menos verosímil la estabilidad de la paz recién alcanzada.
Si el PSOE cree que ha ganado prestigio y autoridad e IU apoyo social, están muy equivocados. Lo único que se ha fortalecido es la idea de que la izquierda, o llámese como se quiera, no puede entenderse; que el experimento andaluz tiene los días contados y que no será punto de referencia para conformar mayorías amplias en el Estado. Así las cosas, los únicos que pueden frotarse las manos (amén de una derecha que no sabía cómo aplaudir con más estruendo) son los sectores de IU opuestos a cualquier acuerdo con el PSOE desde el inicio y la vieja guardia del PSOE empeñada en defender una gran coalición con el PP. Ahora son Susana Díaz y Antonio Maillo —que apenas si se hablan o entienden—, quienes deben escribir el final de esta historia y decidir si revitalizan el pacto de Gobierno o van a acumular argumentos para certificar el fracaso de la experiencia andaluza.
@conchacaballler
En la madrugada de ayer se puso fin a la primera gran crisis del Gobierno andaluz. La presidenta de la Junta derogó el decreto de adjudicación de viviendas y se redujeron a ocho los realojos autorizados de la corrala La Utopía.
A quien haya elegido este terreno de juego para la confrontación del Gobierno andaluz, la derecha debería hacerle un monumento. Si algo ha quedado claro con la crisis es la radical injusticia de la política de vivienda. Los datos son apabullantes: tres millones y medio de casas vacías y varios millones de personas sin hogar; más de 400.000 desahucios desde el inicio de la crisis, la mayor parte promovidos por la banca, mientras recibían 108.000 millones de euros de dinero público para compensar las pérdidas de su aventura especulativa salvaje. Por otra parte, el realojo de los vecinos de La Utopía correspondía al Ayuntamiento de Sevilla, que ha mantenido una actitud hostil a pesar de disponer de 528 viviendas municipales vacías. Pues nada, Ibercaja (la entidad bancaria que ha instado el desalojo) y el Ayuntamiento de Sevilla han salido de rositas en este conflicto, mientras contemplaban con fruición el radical enfrentamiento entre los miembros del Gobierno andaluz.
Hemos asistido a un tristísimo debate entre los que tienen poco y los que no tienen nada. El que está pagando con mucho esfuerzo y sacrificio su hipoteca o alquiler, se siente ofendido porque se repartan llaves a los vecinos de La Corrala; el que está en la lista de espera-desespera, se lamenta de que hayan sido postergados y la derecha aprovecha para convertir la lucha por una vivienda digna en una causa indigna, egoísta e ilegal.
En este terreno de juego los únicos ganadores del debate son quienes
están en contra de las políticas públicas de vivienda; los que abominan
de los movimientos sociales que defienden el derecho a vivir bajo un
techo; los que consideran, en definitiva, que cada uno en la vida tiene
lo que merece.
Por ahora la crisis de Gobierno se ha resuelto y ambas fuerzas hacen recuento de pérdidas y ganancias. Aunque las declaraciones públicas han sido muy sosegadas, ha habido un tremendo mar de fondo en el que se han vuelto a agitar los fantasmas de épocas pasadas. Ninguno de los dos socios reconoce haber cometido ningún error lo que hace menos verosímil la estabilidad de la paz recién alcanzada.
Si el PSOE cree que ha ganado prestigio y autoridad e IU apoyo social, están muy equivocados. Lo único que se ha fortalecido es la idea de que la izquierda, o llámese como se quiera, no puede entenderse; que el experimento andaluz tiene los días contados y que no será punto de referencia para conformar mayorías amplias en el Estado. Así las cosas, los únicos que pueden frotarse las manos (amén de una derecha que no sabía cómo aplaudir con más estruendo) son los sectores de IU opuestos a cualquier acuerdo con el PSOE desde el inicio y la vieja guardia del PSOE empeñada en defender una gran coalición con el PP. Ahora son Susana Díaz y Antonio Maillo —que apenas si se hablan o entienden—, quienes deben escribir el final de esta historia y decidir si revitalizan el pacto de Gobierno o van a acumular argumentos para certificar el fracaso de la experiencia andaluza.
@conchacaballler
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INSOPORTABLE CINISMO
Publicado en el País Andalucía
La primera conclusión que se puede extraer del último informe PISA sobre la capacidad para resolver problemas es que los jóvenes de 15 años de nuestro país tienen poca autonomía personal, están sobreprotegidos y, para ciertos aspectos de la vida, parecen tener tres años menos de su edad. No hacía falta el informe PISA para esto. Lo que resulta chocante es que todos han señalado a la educación —que no a la familia, a la sociedad, a los medios de comunicación— de la falta de madurez de nuestros jóvenes.
La segunda conclusión, puede ser preocupante. Si las pruebas del PISA son universales e intentan alejarse de cualquier localismo o factor que altere los resultados, ¿cómo es posible que los ejercicios se refieran a programar un MP3, un robot de limpieza, un climatizador o comprar un billete de metro en la pantalla de un ordenador táctil? ¿Se emplearon las mismas preguntas en todos los países y condiciones? Imaginen a un niño colombiano enfrentándose a aparatos que no ha visto en su vida, comprando un billete para un metro en el que jamás han puesto un pie o interpretando un plano de transportes que desconocen.
La tercera conclusión es de carácter político. La reacción del Ministerio de Educación ha sido de un cinismo espectacular. La secretaria de Estado ha afirmado que la metodología que se aplica en las aulas es “anticuada, más centrada en la adquisición de conocimientos que en la resolución de problemas complejos, desarrollar un pensamiento crítico y trabajar en equipo”. Estoy absolutamente de acuerdo con estas afirmaciones pero provienen de un ministerio y de un partido político que acaba de aprobar la LOMCE, una ley que cabalga en dirección contraria a estos criterios. Para impulsar el pensamiento crítico ha acabado con la Filosofía, impuesto la religión como materia evaluable y suprimido Educación para la Ciudadanía. Una ley que ha aumentado la carga memorística, reducido el valor de las competencias y ninguneado la formación en las nuevas tecnologías en la enseñanza.
No sé si el PP recuerda su sublevación, hace solo tres años, contra la introducción de los ordenadores, las pizarras digitales y el wifi en la escuela, hasta el punto de que tres comunidades autónomas (Madrid, Murcia y Valencia) rechazaron los fondos que el Ministerio de Educación les ofrecía e incluso argumentaron que el uso del ordenador “provocaría miopía y problemas ergonómicos en los adolescentes”.
Pero donde las afirmaciones del ministerio se vuelven apoteósicas es en el tratamiento a los docentes. De sus palabras se deduce que son “anticuados”, no desean “liderar los cambios”, se oponen “a las nuevas metodologías” y son, más o menos, un obstáculo a las reformas. Es el mismo Gobierno que ha suprimido dos horas de trabajo de coordinación y tutoría, el que ha aumentado espectacularmente el número de alumnos por aula y ha despedido a 35.000 docentes en el primer año de su mandato. No hay apenas nada en la LOMCE que hable de nuevas metodologías ni que promueva la formación del profesorado, que se realiza de forma individual con cargo al tiempo y dinero del propio docente. En vez de reconocimiento, exigencia; en vez de apoyo, culpabilidad; en lugar de comprender que la educación es una tarea de toda la sociedad, se hace responsable al docente de los comportamientos, capacidades, conocimientos, autonomía, integración, valores y futuro de nuestros jóvenes… ¡Ni que fuésemos superhéroes que no queremos emplear nuestros superpoderes!
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LAS MIL MUERTES DE FRANCO
Publicado en el País de Andalucía
Julia había tenido una vida feliz hasta que cumplió los 15 años y empezaron a caer sobre ella una lluvia de prohibiciones. Muchas tenían que ver con su condición femenina y esa vigilancia especial sobre el sexo que las familias debían ejercer y otras con la libertad de leer, escuchar música o manifestar sus opiniones. Empezó a conocer gente distinta, a alimentar un ansía de vida y de conocimientos que necesitaban urgentemente el oxígeno de la libertad. Franco murió en su casa el día en que apareció vestida con una minúscula minifalda, un abrigo abierto y largo hasta los pies, unas enormes gafas de sol en pleno invierno y un disco de canciones con letras incomprensibles.
Varios años antes de que muriera el dictador, el franquismo había muerto en cada casa de una forma diferente. Acabaron con él los jóvenes que no aceptaban las prohibiciones, la incultura, la hipocresía de una sociedad irrespirable. Miles de jóvenes como Julia abandonaron sus casas, hicieron de la universidad y de los centros de enseñanza su cuartel general y se enfrentaron cara a cara con los antidisturbios, las multas y las expulsiones. Muchos de ellos perdieron sus becas, sus carreras, su amparo familiar. Ni siquiera voy a citar las detenciones, las palizas, las torturas, con las que cientos de policías como Billy el Niño intentaban borrar las aspiraciones de libertad.
Eduardo ya no era tan joven, había cumplido los 30. Era trabajador de una fábrica automovilística de Sevilla. En su casa le habían enseñado dos cosas absolutamente contradictorias: el ansia de libertad y el miedo a la represión. A los de su generación les tocó salir a la calle a conquistar las libertades. Ellos siempre las citaron así, en plural, con contenido concreto. Fue detenido, apaleado, encerrado en cinco ocasiones. No le da una gran importancia a todo esto. “Los que lo tuvieron duro fueron los que pelearon unos años antes. Esos sí que eran héroes”, sentencia.
Es verdad que Franco murió en la cama, pero el franquismo murió en cada casa, en cada plaza, en cada pueblo y ciudad. Acabaron con él una resistencia histórica a la dictadura y la incorporación de millones de jóvenes a la causa de la libertad. Solo quienes permanecieron aferrados a la dictadura hasta el último momento pueden proclamar que la democracia la trajeron unos cuantos próceres que se pusieron de acuerdo en un texto constitucional y en una forma de gobierno. No, la democracia se implantó como último recurso porque el régimen de Franco era ya insostenible, porque la calle ya no era suya y, a pesar del miedo, cada vez más sectores necesitaban respirar el aire de la libertad.
Las Julias y Eduardos son los verdaderos héroes de la transición. Los nombres conocidos sólo pactaron las nuevas reglas de juego —que no es poco— y plasmaron las condiciones de sus respectivas derrotas. ¿Se pudo haber avanzado más? ¿Faltaron fuerzas para hacer una verdadera ruptura democrática o se renunció gratuitamente a ella? Desgraciadamente antes importaba quién escribía la historia, ahora solo interesa quién hace la escaleta del próximo telediario. Aún así, son más importantes los sueños del futuro que la historia del pasado. Y me temo que con estos nuevos mitos no pretenden tanto modificar la historia como vacunarnos contra el sueño de un futuro que no controlan.
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ME GUSTA/ NO ME GUSTA
Publicado en el País de Andalucía
Mis alumnos no leen los periódicos. Ni en formato digital ni en papel. Las noticias llegan a ellos sin que sepan a ciencia cierta cómo y solo cuando tienen carga emocional. Tampoco son tan distintos a gran parte de la sociedad donde triunfa el género de la emo-noticia: violencia, amenazas, sexo, rarezas y escándalos.
No tienen una visión del mundo organizada, ni siquiera de su propia realidad. El mundo es un puzzle que no tienen interés en resolver. Se han alterado los pronombres personales y los tiempos verbales. De las seis personas sólo queda el yo y el nosotros. El selfie es una gran metáfora de la vida actual. Ya no interesa lo que ocurre alrededor sino lo que nos ocurre a nosotros: a mí y a mis amigos, a mí y a mi grupo. Las segundas y terceras personas han desaparecido por ajenas, problemáticas, difíciles. Más allá del yo y del nosotros está el abismo. En cuanto a los tiempos, el único que se conjuga es un presente perpetuo, un hoy renovado, eterno, que carece de historia. El pasado se desvanece sin rastro; en cuanto al futuro, una niebla intensa lo cubre. La historia y el tiempo han muerto.
Por eso, cada semana, estrenan canción, miedos o fobias. La vida simula una uniformidad engañosa: seis horas sentados en el aula, escuchando lecciones que apenas conectan con sus vidas. Después otras seis horas ante pantallas de distintos tamaños, absorbiendo, mirando, tecleando monosílabos y risas digitales. Creen que tienen el mundo en sus manos, y el mundo los tiene a ellos. Consiguen convencerlos de que la opción me gusta o no me gusta los hace protagonistas y que las emociones instintivas, son la única forma cool de sentirte vivo.
El sistema educativo se vuelve odioso porque pretende sacarlos de la maraña de emociones trucadas, eludir el “me gusta” o “no me gusta” y añadir molestas preguntas como “¿por qué?” O, peor todavía “¿cómo podemos cambiarlo?”. Un esfuerzo inútil porque, como Sísifo, cuando conseguimos subir unos metros la piedra a la montaña, el sensacionalismo informativo nos devuelve al punto de partida.
Una gran parte de mis alumnos piensan que estamos siendo invadidos por una horda de negros violentos que viene a ocupar nuestro país. No se lo discutas porque lo han visto en la televisión, con música amenazadora de fondo. La cosificación del ser humano, la xenofobia más burda entendida como miedo al extranjero, el racismo más evidente, borra como un vendaval los valores que pretendemos enseñar. No hay rastro de historia, de razones, ni de argumentos en la forma de presentar estas noticias. Solo el miedo a los otros, cultivado con primor para engordar un negocio infame. Pero, aunque tengamos lágrimas en los ojos, no nos rendimos. Mañana intentaremos explicarlo en clase, a pesar de vosotros.
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lunes, 17 de marzo de 2014
¡DURO CON ELLOS!
Publicado en El País de Andalucía
Tiene la juez Alaya un club de fans numeroso que jalea todas sus actuaciones. Si leen sus comentarios y sus parabienes lo que les caracteriza es un profundo odio a la política y, de paso, una nefasta idea de la autonomía. Por ejemplo se expresan así sobre el Parlamento de Andalucía: ¡Duro con ellos! ¡Muy bien entrar en la guarida! ¡Todos a la cárcel! ¡Tanta autonomía y tanta tontería! ¡A por el Parlamento!
Cuando se empezaron a conocer los primeros datos sobre las correrías de Guerrero, sus juergas, borracheras y toneladas de cocaína, convirtieron estas características en una especie de marca para toda la Administración andaluza. Teníamos los chorizos más vulgares de todo el Estado, nada que ver con el seny de los delincuentes públicos catalanes o con el glamour de los protagonistas de la Gürtel. Pero, cuando el público realmente se rindió a los pies de la juez Alaya, y la cubrió de alabanzas entusiásticas, fue cuando elevó el tiro y, según sus propias palabras decidió “dar un paso cualitativo” de la instrucción y apuntar al más alto nivel de la política andaluza.
El delito, dejó en ese momento de ser individual, contable y objetivable, para convertirse en una simple cuestión de organigrama. El verdadero punto culminante de la juez Alaya no es la imposición de una fianza millonaria a Magdalena Álvarez, sino la imputación de 24 ex altos cargos de la Junta de Andalucía por el simple hecho de haber ejercido como directores generales, secretarios técnicos o puestos de responsabilidad en el Gobierno, sin que se detallen las actuaciones delictivas concretas y personalizas. El foco se desplazó de los Guerrero, Lanzas y Cía, a los más elevados puestos de la política. La tesis principal de la juez Alaya es que existió una conspiración de alto nivel para facilitar el robo de caudales públicos. Se supone que existió en Andalucía toda una banda organizada de altos cargos que se coordinaban para facilitar los delitos. ¿Qué ganaban con ello? ¿A quién encubrían? ¿Qué pruebas existen? No se conoce la respuesta a ninguna de estas preguntas.
Todavía no se ha diagnosticado como patología, pero la misopolítica es una nueva enfermedad que recorre España. No se ha determinado el agente causante de la misma ni la forma de sanarla, pero presenta síntomas muy comunes: un tremendo malestar en la boca del estómago, una irritación profunda que no atiende a argumentos, un ansia desmesurada de descargar las tensiones en los representantes públicos, sin distinciones.
Los políticos son culpables per se. Da igual si se han enriquecido o no con la comisión de los delitos; si su falta fue no vigilar de forma suficientemente eficaz o cobrar por el crimen.
La instrucción de la juez Alaya es una mina para los estudios semánticos de desplazamiento de los contenidos. Así, el procedimiento de las subvenciones, considerado “inadecuado” por la Cámara de Cuentas, se convierte en “irregular” y, a renglón seguido, en “ilegal”.
Debemos a la juez Alaya el uso del término “preimputado” que no existe pero que es una indeleble letra escarlata. Pero, quizá la elaboración más novedosa sea la de considerar que el Parlamento de Andalucía aprueba leyes “ilegales”. Que se sepa, las leyes —en una democracia, claro— no son ilegales más que si así lo declara un tribunal competente o el Tribunal de Justicia Europeo.
Presuponer que las leyes aprobadas por el Parlamento de Andalucía son ilegales y que su finalidad era ayudar a una red de delincuentes a robar dinero público, convierte a todos los representantes públicos en cómplices del delito o en descerebrados personajes que no se enteraban del contenido de las leyes.
En esta trama sin fin, la juez ya ha solicitado la transcripción de los debates del Parlamento de Andalucía para determinar en qué medida conocía o participó en esta macroconspiración.
La juez Alaya, en un acto inaudito, desvela que “con probabilidad cierta” sus imputados serán condenados. El populismo penal triunfa plenamente: todos culpables, todos chorizos, todos ladrones. Pero no es verdad. Hay quien robó dinero público y quien no lo hizo. Hay responsabilidades penales y responsabilidades políticas y no se puede meter todo en la misma coctelera porque afecta a nuestra democracia, a nuestra autonomía y, a la larga, al prestigio de la justicia.
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