jueves, 5 de septiembre de 2013
¿HAL ALGUIEN AHÍ?
Artículo publicado en Andalucesdiario.es
Recuerdo que en el inicio de la crisis muchos analistas coincidían en que si el paro llegaba a los cuatro millones de personas, habría un estallido social sin precedentes. En el año 2009 se alcanzó esta cifra. Se volvió a hacer el mismo vaticinio con cinco millones, pero no hubo tal estallido social. Llegamos a los seis millones de personas paradas y la movilización aún fue menor que en los años anteriores.
Hemos visto cambiar la apariencia de nuestras ciudades y pueblos. De cada cuatro comercios, dos han cerrado sus puertas. Ya es imposible comprar algunos productos si no es en las grandes superficies comerciales. Pero no ha ocurrido nada.
Nos alertamos cuando nuestros jóvenes empezaron a irse al extranjero. Los despedimos con tristeza en los aeropuertos. Es por poco tiempo, nos dijimos. Creímos que se trataba de un fenómeno coyuntural, pasajero; que pronto volverían más experimentados, más sabios. Pero no. Ahora la palabra joven se escribe con letras de exilio, de pérdida de raíces, de desesperanza. Es como si nuestra posesión más valiosa la regalásemos al vecino. Nuestros mejores expedientes, nuestros mejores investigadores se marchan, con toda su excelencia a cuestas.
Nos enfadamos la primera vez que metieron mano a nuestras nóminas, pero ahora las miramos con curiosidad para ver dónde el pájaro ha picoteado nuestros magros ingresos, qué ingeniería confiscatoria ha inventado para reducir nuestros salarios. Hoy, a la vuelta de las vacaciones, son muchas las empresas que han bajado las retribuciones de sus empleados. Ya ni siquiera dan explicaciones. Ya ni siquiera se les pide.
Ser mileurista hoy no es un castigo, sino una aspiración. El precio del trabajo ya no se fija en ninguna negociación laboral y si se hace, no se respeta y si se respeta no se paga en tiempo y forma.
Protestamos ante el primer recorte de derechos sociales pero hoy no sabríamos enumerarlos todos: copagos, repagos, cierre de servicios. Cicatería absoluta con los más pobres. El hecho de que haya personas que escatiman en la medicación que necesitan porque no pueden pagarla ya no nos escandaliza. Ahora hasta los tribunales te cobran por denunciar las injusticias.
La contestación popular ha sido adormecida con varias medicinas. Con descrédito: con palos, con multas pero, sobre todo, convenciendo a la mayor parte de la población de que la movilización es inútil, que para eso tienen Grecia a mano, la ineficacia de sus huelgas generales y sus penurias.
Cuando dentro de mucho tiempo me pregunten cómo se vivieron estos tiempos tormentosos, les diré que con mucho silencio, que se prohibió la exhibición de la tragedia y del dolor. Que discutíamos lo accesorio mientras liquidaban nuestros derechos. Que sin querer les enviamos mensajes inconfundibles de haber levantado la bandera de la rendición. Que había gente que se movía, pero que eran pocos y rara vez los que estaban sufriendo más. Que murió antes la esperanza que el tiempo. Que de no esperar nada, nada obtuvimos. Que nos convirtieron en espectadores de nuestras propias vidas, mirando al exterior como si la crisis fuese un fenómeno meteorológico, a la espera que el viento malo amaine, pero sin esperanza.
Ayer y hoy hay un debate importante en el Parlamento de Andalucía. Muy poca gente escucha. Y si escuchan no se creen las palabras. Nadie quiere ilusionarse. Le temen más a la decepción que a la desesperanza. No esperan nada de la política y esa actitud, basada muchas veces en experiencias frustrantes, hace que tampoco exijan nada. Quizás los beneficiarios de esta crisis estafa estén a punto de conseguir el círculo perfecto, la anomia total: una ciudadanía fastidiada, harta, que se queja en privado pero no actúa en la política, ni se une a su vecino. Todo el espacio público será entonces definitivamente suyo.
@conchacaballer
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ANTISUSANISMO
Publicado en El País de Andalucía
En política no es que no haya una única vara de medir, sino que ni siquiera hay dos. Así, a vuela pluma, podemos destacar una primera vara de medir según las afinidades ideológicas, una segunda en función del sexo de la persona en cuestión, una tercera por su procedencia social y una cuarta por su raza. Y no necesariamente por este orden.
El nivel de crítica se dispara exponencialmente si das positivo en más de dos parámetros. Apenas si conozco a Susana Díaz y puedo compartir alguna de las críticas o reservas que se plantean pero me resulta llamativa la ferocidad que han empleado con ella antes de que empiece su andadura y, sobre todo, el hecho de que estos argumentos no se utilicen contra otros representantes políticos.
La elección de Susana es, según el PP, “una farsa, un fraude” porque no ha pasado por las urnas. Sin embargo este mismo partido considera “impecablemente democrático” que el Presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González o el de Valencia, Alberto Fabra, hayan sido elegidos por sus asambleas sin pasar por las urnas.
La forma de elegir a Susana ha sido considerada como “un dedazo”, un
“susanazo”, una imposición de Griñán. Los déficits de este proceso no
pueden ocultar que en el PP el candidato es elegido por “las autoridades
competentes”. De hecho Zoido afirma que están “a la espera de lo que
decida Rajoy sobre la candidatura”, pero esto no es dedazo es liderazgo.
La juventud se ha convertido en un reproche a la futura Presidenta. A los 39 años es, por lo visto, una joven cachorro y una niñata inexperta. Rafael Escuredo tenía 38 años cuando se convirtió en el primer presidente de la Junta, Borbolla 36, Felipe González con 34 años era jefe de la oposición y Aznar con esta misma edad presidente de Castilla y León. Claro que eran hombres, tenían barba o pintaban canas.
Nadie se atreve a criticar sus orígenes modestos, pero muchas afirmaciones rezuman un clasismo cierto. Aunque tenga una carrera universitaria es “indocumentada”. “Barriobajera”, “trianera”, “de estética poco depurada” calificativos que exudan la incomodidad ante quien pisa el poder sin desprenderse totalmente de sus orígenes.
Pero donde la crítica se vuelve apoteósica es en su condición de mujer. Susana no ha llegado a ser consejera sino que “se encaramó al poder”; no es decidida o valiente sino “ambiciosa”; no es inteligente sino “lista”; no aprende, sino que es “esponja”; no ha ganado congresos sino “ha fulminado a sus adversarios”. El marco se completa con un repaso a su estilismo, al color de su pelo o de sus blusas. Si esto no es sexismo, explíquenme de qué se trata.
Todo es banal, vacío, irrisorio. Lo realmente importante es si el próximo Gobierno tendrá fuerzas y ganas para sacar a Andalucía de este agujero de desesperanza; si por fin tomarán como propio el reto del desempleo; si tienen proyectos nuevos, apertura real a la sociedad y sienten como suyos los problemas de la ciudadanía.
@conchacaballer
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jueves, 22 de agosto de 2013
EL NAUFRAGIO DEL PP DE ANDALUCÍA
La tragedia de Arenas es que no se dio cuenta a tiempo de que el tiempo del moreno atroz había terminado (aunque la catalana Alicia Sánchez Camacho está escribiendo los epígonos de esa estética) y que se avecinaban tiempos en los que el blanco mortecino de Crepúsculo o de True Blood se imponía en la estética de la derecha española.
Andalucía era para Javier Arenas su patio de recreo. Un lugar hostil donde consiguió trabajosamente un lento ascenso electoral que creyó ya definitivo en las pasadas elecciones. Construyó una organización a su medida y todos conocían que no se movía ni un cuadro sin que Javier Arenas, o su Sancho Panza particular, Antonio Sanz, lo autorizase. Pero la ciudadanía andaluza le negó a Javier Arenas la mayoría absoluta necesaria para gobernar y él mismo comprendió esa noche electoral que su estrella se había apagado.
A partir de entonces el PP andaluz es un zombi de la vieja escuela, de los que caminan lentamente, con un solo argumento a su favor: el vergonzoso caso de corrupción de los ERES. Pero más allá de este tema, el Partido Popular naufraga lentamente, a vista de todo el mundo y de una tripulación paralizada de terror.
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EL SÍNDROME JUAN CUESTA
Publicado en El País Andalucía
No sé si ustedes recordarán al personaje de Juan Cuesta de la serie televisiva Aquí no hay quién viva.
Sí, aquel que era presidente de la Comunidad, daba discursos engolados y
su mayor felicidad era dirigir las reuniones de los propietarios y
tomar solemnes decisiones sobre nimiedades. Juan Cuesta no es ni bueno
ni malo. Es capaz de practicar el vicio o la virtud no solo por interés
monetario sino, sobre todo, por la satisfacción que le produce ser el
centro de todas las cosas.
Juan Cuesta se cree muy importante, opinión que nadie más comparte, y siempre busca la aprobación o el halago. Aunque aparenta un talante dialogante y razonable, odia todo lo que escape a su control, toda iniciativa, y si se le priva de su cargo es un alma en pena sin objetivo en la vida.
He conocido a centenares de Juanes Cuesta. Suelen prosperar en las comunidades, las asociaciones, las
juntas directivas, la enseñanza, las empresas y los partidos políticos. Gente tan aferrada a su minúsculo cargo, más preocupada por el formalismo que por los resultados, guardianes de unas instituciones creadas a su imagen y semejanza, canes Cerberos que protegen la gruta del poder de cualquier cambio.
Cuando me pregunto cuál es la razón de la podredumbre de todas las estructuras de poder en nuestro país, una de las posibles respuestas es la proliferación de Juanes Cuesta en cada uno de los escalones. O dicho de otra manera, es el propio concepto del poder que tenemos en nuestra mente y que no ha sido aireado ni democratizado a lo largo de nuestra historia. En nuestro inconsciente colectivo, ser jefe de algo significa no tener una responsabilidad distinta y una capacidad de coordinación de un colectivo, sino alcanzar un estatus superior. Da igual que la jefatura consista simplemente en vigilar las fotocopias de una máquina, porque si a nuestro cargo le acompaña la palabra jefe, presidente, director o secretario automáticamente le asignamos un peldaño por encima de nosotros en la escala social que él o ella convertirá en una distinción personal, hasta el punto que ya les será difícil presentarse en sociedad sin acompañarse de su título: “Juan Cuesta, presidente de la Comunidad”.
Solemos pensar que lo importante es la igualdad, pero para los Juanes Cuesta del mundo, lo importante es la desigualdad, la diferencia, aunque tan solo consista en sentarse en el centro de la reunión o disponer de un sillón o un despacho un poco más confortable. Todos sabemos que los debates más feroces y los enconamientos más profundos de muchos centros de trabajo tienen más que ver con estas minucias que con diferencias sobre el proyecto de trabajo.
Los Juanes Cuesta del mundo no discuten ni ponen en cuestión las decisiones de los de arriba porque se sienten parte de esa jerarquía, sin embargo, son quisquillosos y exigentes con los que ellos consideran los de abajo, sus propios compañeros de trabajo. Son capaces de mantener reuniones interminables sobre procedimientos y formalidades, pero les aburre solemnemente discutir los proyectos y los objetivos comunes. Son los que sustentan la pirámide de poder en nuestro país, en cualquier institución y en cualquier empresa, y son también los que impiden que se renueve, que entre aire fresco e ideas.
Mientras nuestro concepto del poder se siga asociando a la exhibición, a la apariencia o a la simple jerarquía, nuestro país no podrá progresar porque sus castas dominantes seguirán siendo decimonónicas y endogámicas. Seguirán multiplicando las tareas burocráticas tan queridas por los Juanes Cuesta del mundo y se desdeñará el trabajo en equipo y la valoración de los resultados. Hasta que no comprendamos que “el poder” es solo la capacidad de poder hacer cosas, de conjuntar esfuerzos de un colectivo, aprovechar y poner en marcha nuevas ideas, nuestras empresas serán anticuadas y nuestras instituciones, inservibles.
Hasta que lleguen esos nuevos tiempos, esa nueva organización de nuestro trabajo, disfrutemos de las vacaciones porque lo mejor que tienen no es la falta de obligaciones, sino librarnos por unos días de tantos jefes, jefecillos y abusones que envenenan nuestros sueños.
@conchacaballer
Juan Cuesta se cree muy importante, opinión que nadie más comparte, y siempre busca la aprobación o el halago. Aunque aparenta un talante dialogante y razonable, odia todo lo que escape a su control, toda iniciativa, y si se le priva de su cargo es un alma en pena sin objetivo en la vida.
He conocido a centenares de Juanes Cuesta. Suelen prosperar en las comunidades, las asociaciones, las
juntas directivas, la enseñanza, las empresas y los partidos políticos. Gente tan aferrada a su minúsculo cargo, más preocupada por el formalismo que por los resultados, guardianes de unas instituciones creadas a su imagen y semejanza, canes Cerberos que protegen la gruta del poder de cualquier cambio.
Cuando me pregunto cuál es la razón de la podredumbre de todas las estructuras de poder en nuestro país, una de las posibles respuestas es la proliferación de Juanes Cuesta en cada uno de los escalones. O dicho de otra manera, es el propio concepto del poder que tenemos en nuestra mente y que no ha sido aireado ni democratizado a lo largo de nuestra historia. En nuestro inconsciente colectivo, ser jefe de algo significa no tener una responsabilidad distinta y una capacidad de coordinación de un colectivo, sino alcanzar un estatus superior. Da igual que la jefatura consista simplemente en vigilar las fotocopias de una máquina, porque si a nuestro cargo le acompaña la palabra jefe, presidente, director o secretario automáticamente le asignamos un peldaño por encima de nosotros en la escala social que él o ella convertirá en una distinción personal, hasta el punto que ya les será difícil presentarse en sociedad sin acompañarse de su título: “Juan Cuesta, presidente de la Comunidad”.
Solemos pensar que lo importante es la igualdad, pero para los Juanes Cuesta del mundo, lo importante es la desigualdad, la diferencia, aunque tan solo consista en sentarse en el centro de la reunión o disponer de un sillón o un despacho un poco más confortable. Todos sabemos que los debates más feroces y los enconamientos más profundos de muchos centros de trabajo tienen más que ver con estas minucias que con diferencias sobre el proyecto de trabajo.
Los Juanes Cuesta del mundo no discuten ni ponen en cuestión las decisiones de los de arriba porque se sienten parte de esa jerarquía, sin embargo, son quisquillosos y exigentes con los que ellos consideran los de abajo, sus propios compañeros de trabajo. Son capaces de mantener reuniones interminables sobre procedimientos y formalidades, pero les aburre solemnemente discutir los proyectos y los objetivos comunes. Son los que sustentan la pirámide de poder en nuestro país, en cualquier institución y en cualquier empresa, y son también los que impiden que se renueve, que entre aire fresco e ideas.
Mientras nuestro concepto del poder se siga asociando a la exhibición, a la apariencia o a la simple jerarquía, nuestro país no podrá progresar porque sus castas dominantes seguirán siendo decimonónicas y endogámicas. Seguirán multiplicando las tareas burocráticas tan queridas por los Juanes Cuesta del mundo y se desdeñará el trabajo en equipo y la valoración de los resultados. Hasta que no comprendamos que “el poder” es solo la capacidad de poder hacer cosas, de conjuntar esfuerzos de un colectivo, aprovechar y poner en marcha nuevas ideas, nuestras empresas serán anticuadas y nuestras instituciones, inservibles.
Hasta que lleguen esos nuevos tiempos, esa nueva organización de nuestro trabajo, disfrutemos de las vacaciones porque lo mejor que tienen no es la falta de obligaciones, sino librarnos por unos días de tantos jefes, jefecillos y abusones que envenenan nuestros sueños.
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HERMOSOS VENCIDOS
Pensaba en el tema de mi artículo de esta semana. Me apetecía hablar de literatura, salir de los asfixiantes temas políticos, tomar un poco de oxígeno de seres imaginarios e historias ajenas. Pero a veces la realidad se atraviesa en el camino, se pone en jarras en medio de la carretera y dice que está ahí, que no piensa moverse hasta que la mires de frente.
Se llama Inmaculada Michinina, tiene 37 años y es aspirante a una licencia del baratillo de Cádiz. Si todavía no han visto su intervención en el último pleno de su ciudad, se la recomiendo. Llegó con varios folios manuscritos para expresar en pocos minutos sus demandas, pero a los pocos segundos dejó de leer y expresó un bello discurso, lleno de faltas de ortografía, de cariñosos tacos, de diminutivos hirientes como cuchillos afilados.
Los perdedores apenas tienen oportunidad de contar su historia pero ella lo hizo con ráfagas de metralla. “Os hemos dado un puesto de trabajo que no valoráis. No lo aprovecháis para trabajar para nosotros, para el pueblo”, le espetó a la presidencia. A esas alturas la cara de Teófila Martínez y de toda la mesa presidencial era un poema. Ya no estaba hablando de su demanda, de la licencia de su puesto en el baratillo, sino del foso terrible entre el poder político y los problemas de los ciudadanos. “Para ustedes somos solo un punto, el punto 19”, les dijo. Un molesto punto que se olvidaría pronto. La tragedia de gente insignificante, con su paro a cuestas. Las víctimas de la crisis que nadie quiere individualizar. Los parados y paradas que se cuentan por miles o por millones pero carecen de rostro y de historia, y cuyo único papel en esta crisis es cruzarse de brazos a esperar que los poderosos recuperen sus ganancias.
Al menos, les disparó Inmaculada, “déjennos tener dignidad”, “déjenme decirle a mis hijas: chocho, que puedes comer lo que hay en la nevera, que lo ha conseguido tu madre”. No es una ayuda, un subsidio, un favor lo que se pide, sino el simple permiso de ganarse el puchero con sus propias manos.
Los andaluces hacemos un uso especial del lenguaje. Sabemos retorcer los adjetivos hasta que destilan significados inesperados. Inmaculada finalizó su intervención con un uso literario del diminutivo como solo una andaluza podría hacerlo. Lorca condensó en la palabra “cuchillito” toda la carga trágica de Bodas de sangre. En boca de esta gaditana cada palabra diminuta, sencilla, se convertía en un artefacto trágico que nos golpeaba directamente el corazón. “Déjenme que este dominguito, a ver si hay suerte, me llevo 20 euritos para mi casa y puedo ir a la placita de abastos”.
La mayoría absoluta del pleno votó en contra del punto 19. Solo era un punto insignificante en el orden del día. Nada indicaba que en solo unas horas más de 400.000 personas iban a ver la intervención de la vendedora de un baratillo en el que rara vez han puesto siquiera los pies.
Al advertir la conmoción que las palabras de Inmaculada habían producido se apresuraron a aclarar cosas del procedimiento administrativo, de la concesión de licencias y a decir que no podían convertir la ciudad en un gran zoco marroquí. “Pues bien bonitos que son”, les respondió la afectada. Pero lo realmente preocupante es que no habían entendido nada.
En el Pleno del Ayuntamiento de Cádiz no se hablaba en realidad de licencias, ni de trámites, ni de procedimientos. Se hablaba de la democracia, de cómo las instituciones políticas tienen piel de elefante para los problemas sociales y lo poco que les importan los dramas de los de abajo.
Hay algo en la vendedora ambulante de Cádiz que la convierte en un símbolo de nuestro país; en reflejo de miles de personas que todos los días practican el duro ejercicio de mantener la dignidad en medio del paro y de la escasez. Son gente corriente que lucha por la vida en cada pueblo, en cada barrio. Hermosos perdedores que merecen un final distinto.
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QUIERO UNA DERECHA NORMAL
Publicado en ANDALUCES DIARIO
¡Qué bien se vive sin el gobierno! Llevan cinco días de vacaciones y ya se escucha el canto de los pájaros. Los informativos se han tranquilizado. Y aunque han dejado de guardia a ciertos voceros del FMI y a Olli Rehn para que nos amenacen con reducir aún más nuestros salarios, la verdad es que nos despertamos de mejor humor e incluso tenemos la sensación de recuperar algo de control sobre nuestras vidas, como el hormigueo en una pierna tullida por tanto decreto, tanta amenaza y tanta mala noticia. Hasta tal punto que la música militar que nos han puesto a propósito de Gibraltar no enciende nuestro ánimo guerrero, ni nuestro odio al inglés. ¡Para Peñones estamos nosotros, con la que nos está cayendo a este lado de la verja!
Ya sé que los Reyes Magos no son hasta enero pero voy a ir escribiendo mis deseos porque después, con las prisas y las tensiones de las fiesta familiares, se me olvidan cosas importantes y acabo pidiendo solo paz y felicidad, como si esos deseos fuesen panes redondos, hechos de una materia uniforme, que te pudieran llevar a casa el día menos pensado. Pero no. A estas alturas ya sabemos que la felicidad y la paz se componen de miles de pequeños detalles, de ausencia de dolor, de un alto al fuego en las incomodidades cotidianas.
Por primera vez en mi vida el gobierno forma parte de mi agenda personal. Todas las semanas toquetea mi vida y la de las personas a las que quiero, o a las que no conozco pero que me hacen sentir su dolor. Cuando no es un recorte es una amenaza, cuando no un insulto, un descrédito, un alarde de superioridad. Como me respondió una amiga en twitter nos roban hasta el lenguaje. Por ejemplo, ya ni siquiera puedo decir que una persona es “excelente” porque ahora este adjetivo es un sinónimo de desigualdad, un apelativo excluyente y amenazador.
Me gustaría una derecha aburrida, educada, que practique la política desigualitaria propia de su condición en pequeñas dosis, sin destrozar los servicios ni llamarnos además descerebrados y culpables. Me gustaría un gobierno que, aunque de derechas, considere que la ciudadanía no es boba, que sabe encontrar puntos de referencia, que no se traga toneladas de mentiras sin sentirse intoxicada y harta. Me agradaría un gobierno que acuda puntualmente al Parlamento, que presente leyes por trámite normal, que no apruebe decretos cada viernes de dolores, que no insulte a la función pública ni humille a las personas paradas.
Me gustaría un Ministro de Educación al que hubieran educado y querido sus padres en la infancia y no se viera obligado a insultar a profesores, artistas, becarios y estudiantes. Me gustaría un Presidente de gobierno que no pronuncie estúpidas tautologías ni hable en clave y que comprenda que comparecer ante el Parlamento es lo normal y contestar a la prensa una obligación.
Me agradaría un gobierno que no tuviera en su hoja de ruta entrometerse en los derechos y en la vida de las mujeres y que solo utilice el feminismo para proteger a sus ministras en casos de corrupción. Una derecha que no odie las energías renovables, ni pretenda acabar con las autonomías para volver a un estado centralista, ni se enfrente descaradamente a aquellos territorios donde no gobierna.
Me gustaría una derecha que no riera las gracias a la ultraderecha mediática y política. Desearía una derecha equiparable a la europea que condenase el fascismo y que expulsara fulminantemente a los militantes que cuelguen banderas fascistas o declaren que “los condenados a muerte por el franquismo se lo merecían”. Desearía que la derecha no entroncara con el franquismo ni hubiera esperado hasta 2002 para hacer una condena formal de este régimen. Desearía una derecha democrática con la que confrontar proyectos, ideas y no prejuicios. Quizá sea pedir demasiado o cambiar la historia de España pero hasta que no lo consigamos, arrastraremos el pasado con nosotros y estaremos hambrientos de democracia.
¡Qué bien se vive sin el gobierno! Llevan cinco días de vacaciones y ya se escucha el canto de los pájaros. Los informativos se han tranquilizado. Y aunque han dejado de guardia a ciertos voceros del FMI y a Olli Rehn para que nos amenacen con reducir aún más nuestros salarios, la verdad es que nos despertamos de mejor humor e incluso tenemos la sensación de recuperar algo de control sobre nuestras vidas, como el hormigueo en una pierna tullida por tanto decreto, tanta amenaza y tanta mala noticia. Hasta tal punto que la música militar que nos han puesto a propósito de Gibraltar no enciende nuestro ánimo guerrero, ni nuestro odio al inglés. ¡Para Peñones estamos nosotros, con la que nos está cayendo a este lado de la verja!
Ya sé que los Reyes Magos no son hasta enero pero voy a ir escribiendo mis deseos porque después, con las prisas y las tensiones de las fiesta familiares, se me olvidan cosas importantes y acabo pidiendo solo paz y felicidad, como si esos deseos fuesen panes redondos, hechos de una materia uniforme, que te pudieran llevar a casa el día menos pensado. Pero no. A estas alturas ya sabemos que la felicidad y la paz se componen de miles de pequeños detalles, de ausencia de dolor, de un alto al fuego en las incomodidades cotidianas.
Por primera vez en mi vida el gobierno forma parte de mi agenda personal. Todas las semanas toquetea mi vida y la de las personas a las que quiero, o a las que no conozco pero que me hacen sentir su dolor. Cuando no es un recorte es una amenaza, cuando no un insulto, un descrédito, un alarde de superioridad. Como me respondió una amiga en twitter nos roban hasta el lenguaje. Por ejemplo, ya ni siquiera puedo decir que una persona es “excelente” porque ahora este adjetivo es un sinónimo de desigualdad, un apelativo excluyente y amenazador.
Me gustaría una derecha aburrida, educada, que practique la política desigualitaria propia de su condición en pequeñas dosis, sin destrozar los servicios ni llamarnos además descerebrados y culpables. Me gustaría un gobierno que, aunque de derechas, considere que la ciudadanía no es boba, que sabe encontrar puntos de referencia, que no se traga toneladas de mentiras sin sentirse intoxicada y harta. Me agradaría un gobierno que acuda puntualmente al Parlamento, que presente leyes por trámite normal, que no apruebe decretos cada viernes de dolores, que no insulte a la función pública ni humille a las personas paradas.
Me gustaría un Ministro de Educación al que hubieran educado y querido sus padres en la infancia y no se viera obligado a insultar a profesores, artistas, becarios y estudiantes. Me gustaría un Presidente de gobierno que no pronuncie estúpidas tautologías ni hable en clave y que comprenda que comparecer ante el Parlamento es lo normal y contestar a la prensa una obligación.
Me agradaría un gobierno que no tuviera en su hoja de ruta entrometerse en los derechos y en la vida de las mujeres y que solo utilice el feminismo para proteger a sus ministras en casos de corrupción. Una derecha que no odie las energías renovables, ni pretenda acabar con las autonomías para volver a un estado centralista, ni se enfrente descaradamente a aquellos territorios donde no gobierna.
Me gustaría una derecha que no riera las gracias a la ultraderecha mediática y política. Desearía una derecha equiparable a la europea que condenase el fascismo y que expulsara fulminantemente a los militantes que cuelguen banderas fascistas o declaren que “los condenados a muerte por el franquismo se lo merecían”. Desearía que la derecha no entroncara con el franquismo ni hubiera esperado hasta 2002 para hacer una condena formal de este régimen. Desearía una derecha democrática con la que confrontar proyectos, ideas y no prejuicios. Quizá sea pedir demasiado o cambiar la historia de España pero hasta que no lo consigamos, arrastraremos el pasado con nosotros y estaremos hambrientos de democracia.
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LAS MUJERES NO DEBEN ESTAR SOLAS
Publicado en Andaluces Diario
Un señor se acerca en un bar a una mesa en la que cuatro mujeres charlan animadamente.
- ¿Qué hacéis aquí solas?
Daría igual que fuesen cuarenta o cien. A ojos de la ideología tradicional la ausencia de varones las convierte en seres incompletos, vulnerables, tramposos o peligrosos, según los casos.
Nos lo advertían las madres: “No vayáis solas por la noche” y nos obligaban a jurar que nos acompañaría un hombre, aunque fuera un enclenque adolescente granujiento, hasta la puerta de nuestra casa.
La ministra Mato también opina que las mujeres sin hombres no somos nadie. Y lo hace sin rencor, sin ideología, reprochándonos que no lleguemos a entender sus decisiones. Cuando los prejuicios son tan arraigados, aparecen como una forma natural de ver el mundo. Cosas del sentido común de la ideología más machista y discriminatoria.
¿Cómo se va a comparar el deseo de una pareja, convenientemente heterosexual, de tener descendencia, con el deseo de lesbianas o “mujeres solas” de hacer lo mismo? El deseo de los primeros es natural, razonable y debe ser atendido por los servicios: el segundo, un simple capricho que no debe pagarse con fondos públicos.
Tan burda ha sido su determinación, tan atentatoria contra la igualdad de derechos de todas las ciudadanas, que se ha visto obligada a matizar que no atenderán los casos que no presenten problemas médicos. Dicho con otras palabras, que busquen un hombre que les resuelva la concepción, o un espíritu santo como María, y se fertilicen “como Dios manda”.
No es una cuestión de ahorro, a fin de cuentas estos últimos tratamientos son los más baratos y sencillos. Su verdadero objetivo es defender la familia tradicional compuesta por padre y madre (en ese orden) y poner coto a la libertad de las mujeres.
La maternidad es la palabra clave de la ideología discriminatoria, la que según sus principios da razón de ser y sustancia a la feminidad. Por su boca hablan siglos de discriminación “natural” contra las mujeres. Cuando el ministro Gallardón afirma que “la maternidad hace a las mujeres auténticamente mujeres”, hablan milenios de opresión, la reducción de las mujeres a su papel reproductivo. El viejo lenguaje popular es rico en metáforas y mitos que alimentan la desconfianza contra las mujeres que deciden no ser madres: egoístas, vividoras y peligrosas. La ideología popular tiene mil fórmulas de presionar a las mujeres hacia el camino de la maternidad: “las mujeres secas”, las yermas torturadas que mezclan su insatisfacción sexual con la maternidad, a la ofensiva y moderna frase de “se te va a pasar el arroz” -como si de una paellera se tratara-, son algunas de las miles de fórmulas para denigrar a las mujeres que se toman la libertad de saltarse la norma obligada de la maternidad.
Pero su doctrina sobre la maternidad no acaba ahí. Desde que las mujeres deciden libremente su maternidad como un camino propio, que no impuesto por la distribución de papeles sociales, las ideologías discriminatorias han echado mano al cientifismo, a la manipulación de las ciencias sociales y a la tecnocracia. Todo con tal de poner límites a la libertad de las mujeres y a su capacidad de decisión. En su anticuada opinión, tener hijos no es un derecho o una opción de las mujeres, sino un contrato social en el que la jerarquía masculina juega un papel fundamental. Tanto para ser madre como para abortar, la mujer necesita el consenso masculino o la autorización de personajes revestidos de autoridad institucional, llámense maridos, jueces o médicos.
Las mujeres solas, las mujeres lesbianas (doblemente solas) son, en opinión de este gobierno, seres un tanto incompletos, piezas defectuosas sin problemas médicos pero incómodas para el viejo orden que quieren restaurar a golpe de decreto, de leyes anunciadas, de declaraciones aplaudidas por la derecha nostálgica y las hordas de seres incómodos en el nuevo territorio de la igualdad.
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LA ESTAFA DEL 30 POR CIENTO Y UNA FOTO
Publicado en El País de Andalucía
Los hombres de negro, de marrón, de azul de nuestro país le han hecho una especie de homenaje póstumo a Mariano Rajoy. Bajo ningún concepto quieren que se interrumpa la agenda reformista del actual presidente que no ha cesado un solo día de pensar en ellos, en esos grandes empresarios a los que tanto debe.
El tono épico del acontecimiento ha sido glosado por algunos medios de comunicación con titulares tales como “los que trabajan por España” o “los que trabajan por la recuperación” respaldan en bloque a Rajoy frente a los malvados Rubalcaba y Cía. Han sido, sin embargo, muy injustos con Bárcenas. Una cosa es que no pronuncien su nombre y otra que no le reconozcan su trabajo. A fin de cuentas es posible que sin su contabilidad B e incluso C, el PP no hubiese ganado por una mayoría tan absoluta. Los que salen en la foto están contentos con “la senda reformista”. No es de extrañar. El pasado año se rompió una balanza histórica y las rentas empresariales superaron, por primera vez, a las del trabajo. Una heroicidad de las grandes empresas, sin empleo ni nada.
Para el resto de los ciudadanos, las pérdidas desde el principio de la crisis alcanzan ya el 30%. En el ranking de honor de esta clasificación podemos situar las pérdidas salariales. Desde el año 2008, solo con la subida del IPC, los trabajadores han perdido más del 13% acumulado. La subida del IRPF y la supresión de pagas extraordinarias supusieron otro bocado importante. En muchas empresas la pérdida de salarios alcanza el 50%. En demasiados casos se ha sustituido la mano de obra mejor pagada por contratos basura de ínfimos salarios. No hay más que comprobar el cambio semántico que la palabra “mileurista” ha experimentado en tan corto espacio. Su origen fue denunciar una abusiva explotación laboral pero hoy proclamamos con alegría: “Le han hecho un contrato ¡de mil euros!”.
Si la estafa salarial ha sido rotunda, no se queda atrás la pérdida de derechos sociales, lo que antes se llamaba “salario diferido” y que forma parte esencial de nuestra calidad de vida. En este periodo han despedido 370 mil trabajadores públicos, la mayoría procedentes de sanidad, educación o servicios sociales.
En la sanidad pública el copago, las privatizaciones y la falta de personal están empezando a deteriorar sensiblemente uno de los mejores sistemas del mundo civilizado. Hay que anotar en el haber de este reformismo altivo el haber expulsado del sistema sanitario público, no a 170 mil como dijo el Gobierno, sino a 873 mil inmigrantes a los que se les ha expropiado el derecho a la salud, según datos de Amnistía Internacional.
En educación, la reducción del 30% está en marcha. Tras una exitosa fase en la que se ha despedido a los interinos y no se cubren bajas ni jubilaciones, hemos entrado en una segunda en la que estorban los estudiantes sin recursos económicos a los que se priva, en 40 mil casos, de las necesarias becas. El Gobierno se ha superado con la Ley de Dependencia, hoy reducida en un 50%. Los derechos de nueva generación que contemplaban se encaminan a la extinción total. Y todavía falta el brochazo final de su obra: la reducción drástica de las pensiones.
Con esta agenda reformista cómo no iba a contar Rajoy con el beneplácito de los que “trabajan por la recuperación de España”. Es más, gran parte de este club selecto había realizado generosas donaciones al PP para que ganase las elecciones. Por eso posan en la foto con esa mirada épica: en solo año y medio han ganado batallas de treinta años y un margen de beneficio del 30%. Ni ellos pronunciarán el nombre de Bárcenas, ni Bárcenas se atreverá a pronunciar el suyo. Si usted no lo comprende es porque forma parte de los perdedores y de los que torpedean la marca España.
@conchacaballer
Los hombres de negro, de marrón, de azul de nuestro país le han hecho una especie de homenaje póstumo a Mariano Rajoy. Bajo ningún concepto quieren que se interrumpa la agenda reformista del actual presidente que no ha cesado un solo día de pensar en ellos, en esos grandes empresarios a los que tanto debe.
El tono épico del acontecimiento ha sido glosado por algunos medios de comunicación con titulares tales como “los que trabajan por España” o “los que trabajan por la recuperación” respaldan en bloque a Rajoy frente a los malvados Rubalcaba y Cía. Han sido, sin embargo, muy injustos con Bárcenas. Una cosa es que no pronuncien su nombre y otra que no le reconozcan su trabajo. A fin de cuentas es posible que sin su contabilidad B e incluso C, el PP no hubiese ganado por una mayoría tan absoluta. Los que salen en la foto están contentos con “la senda reformista”. No es de extrañar. El pasado año se rompió una balanza histórica y las rentas empresariales superaron, por primera vez, a las del trabajo. Una heroicidad de las grandes empresas, sin empleo ni nada.
Para el resto de los ciudadanos, las pérdidas desde el principio de la crisis alcanzan ya el 30%. En el ranking de honor de esta clasificación podemos situar las pérdidas salariales. Desde el año 2008, solo con la subida del IPC, los trabajadores han perdido más del 13% acumulado. La subida del IRPF y la supresión de pagas extraordinarias supusieron otro bocado importante. En muchas empresas la pérdida de salarios alcanza el 50%. En demasiados casos se ha sustituido la mano de obra mejor pagada por contratos basura de ínfimos salarios. No hay más que comprobar el cambio semántico que la palabra “mileurista” ha experimentado en tan corto espacio. Su origen fue denunciar una abusiva explotación laboral pero hoy proclamamos con alegría: “Le han hecho un contrato ¡de mil euros!”.
Si la estafa salarial ha sido rotunda, no se queda atrás la pérdida de derechos sociales, lo que antes se llamaba “salario diferido” y que forma parte esencial de nuestra calidad de vida. En este periodo han despedido 370 mil trabajadores públicos, la mayoría procedentes de sanidad, educación o servicios sociales.
En la sanidad pública el copago, las privatizaciones y la falta de personal están empezando a deteriorar sensiblemente uno de los mejores sistemas del mundo civilizado. Hay que anotar en el haber de este reformismo altivo el haber expulsado del sistema sanitario público, no a 170 mil como dijo el Gobierno, sino a 873 mil inmigrantes a los que se les ha expropiado el derecho a la salud, según datos de Amnistía Internacional.
En educación, la reducción del 30% está en marcha. Tras una exitosa fase en la que se ha despedido a los interinos y no se cubren bajas ni jubilaciones, hemos entrado en una segunda en la que estorban los estudiantes sin recursos económicos a los que se priva, en 40 mil casos, de las necesarias becas. El Gobierno se ha superado con la Ley de Dependencia, hoy reducida en un 50%. Los derechos de nueva generación que contemplaban se encaminan a la extinción total. Y todavía falta el brochazo final de su obra: la reducción drástica de las pensiones.
Con esta agenda reformista cómo no iba a contar Rajoy con el beneplácito de los que “trabajan por la recuperación de España”. Es más, gran parte de este club selecto había realizado generosas donaciones al PP para que ganase las elecciones. Por eso posan en la foto con esa mirada épica: en solo año y medio han ganado batallas de treinta años y un margen de beneficio del 30%. Ni ellos pronunciarán el nombre de Bárcenas, ni Bárcenas se atreverá a pronunciar el suyo. Si usted no lo comprende es porque forma parte de los perdedores y de los que torpedean la marca España.
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DESALMADOS SIN FRONTERAS
Publicado en el País Andalucía
Tenemos tan cansada la indignación que debemos inventar otros
conceptos antes de que lleguemos a la conclusión de que todo es inútil,
nefasto, ingobernable, irresoluble.
No han comprendido nada. No han aprendido nada. Creen que hay dos tipos de leyes y dos tipos de artículos constitucionales. Los que afectan a los derechos de los más poderosos y los que hablan del interés de los de abajo. La Constitución habla del derecho a la propiedad, pero un poco más adelante establece que “toda la riqueza del país en sus distintas formas, sea cual fuese su titularidad, está subordinada al interés general” y, por supuesto, esto último les parece deleznable.
Aunque el PP se había abstenido en el Parlamento de Andalucía, aunque había declarado que era una ley propagandística y sin incidencia, Mariano Rajoy ha sacado tiempo para interponer un recurso de inconstitucionalidad contra el decreto antidesahucios de la Junta y exigir su paralización inmediata. No van a consentir la expropiación temporal de viviendas a los bancos ni el gravamen a las entidades que tengan viviendas sin sacarlas al mercado.
Estas últimas semanas nos han ofrecido una verdadera sinfonía de insensibilidad social. La Comisión Europea y el Banco Central han afirmado que el decreto andaluz reduce “el apetito de los inversores por los activos inmobiliarios españoles”. Reconocen que los dichosos mercados son seres monstruosos y pantagruélicos cuya ansia devoradora hay que alimentar cuidadosamente por los Estados. Nos enteramos de que no basta con haberles ofrecido a los bancos más de 40.000 millones detraídos de nuestro sudor y recortes, sino que además, hay que garantizarles que puedan seguir devorando las entrañas de la Unión Europea, colocando títulos en el mercado y protegiendo sus ganancias. Si esa es la Europa que nos ofrecen, mejor no pertenecer a ese club de adoradores del euro y de los inversores alemanes.
El PP no pierde ocasión de bloquear al Gobierno andaluz. La mayoría absoluta que no ganaron en las urnas pretenden alcanzarla a través del Tribunal Constitucional. Dentro de algunos años se preguntarán por qué no han conseguido todavía gobernar en Andalucía, pues vayan anotando las razones. Ni siquiera han tenido reparo en dejar en ridículo a su líder andaluz, el señor Juan Ignacio Zoido, quien afirmó que no tenían intención de recurrir al Tribunal Constitucional. El hecho de confrontarse con medidas como la subasta de medicamentos o el decreto antidesahucios, acogidos con esperanza por la mayoría de los andaluces, los coloca fuera del tablero político andaluz. Tan solo el vergonzoso escándalo de los ERE los mantiene con respiración asistida.
Cada votación perdida en Andalucía, cada medida que no es de su agrado, es torpedeada con artillería pesada desde Madrid. A este paso, el Gobierno de Rajoy va a convertir al Tribunal Constitucional en la segunda cámara de Andalucía. Según el recurso del Gobierno, las autonomías no pueden regular absolutamente nada sin que el Estado previamente lo haya autorizado, lo que equivale a anular su existencia. Han retornado al ideal político de la más rancia derecha española: el centralismo más feroz que hoy cuenta con nuevos aliados como esa UPyD que pinta de rosa el regreso al pasado.
Han olvidado que el telón de fondo es una población empobrecida, con graves problemas sociales; personas que sin el decreto se encuentran más solos y desasistidos, expulsados de su vivienda sin un techo que los cobije. Han olvidado que la función de todo gobierno y de toda institución democrática es velar por el interés general que, en este caso, está identificado con la finalidad del decreto antidesahucios.
Cuando se posicionan tan claramente contra el interés general, las instituciones se convierten en entes desalmados hostiles a la ciudadanía. Si lo que quieren demostrar es que no se pueden hacer cambios a favor de los más desfavorecidos; si lo que quieren escenificar es que los privilegios de bancos, farmacéuticas y poderosos, son intocables, lo están haciendo perfecto. Pero si tuvieran el sentido común más elemental deberían pensar si cegando cualquier esperanza, no están regando con gasolina las calles.
@conchacaballer
No han comprendido nada. No han aprendido nada. Creen que hay dos tipos de leyes y dos tipos de artículos constitucionales. Los que afectan a los derechos de los más poderosos y los que hablan del interés de los de abajo. La Constitución habla del derecho a la propiedad, pero un poco más adelante establece que “toda la riqueza del país en sus distintas formas, sea cual fuese su titularidad, está subordinada al interés general” y, por supuesto, esto último les parece deleznable.
Aunque el PP se había abstenido en el Parlamento de Andalucía, aunque había declarado que era una ley propagandística y sin incidencia, Mariano Rajoy ha sacado tiempo para interponer un recurso de inconstitucionalidad contra el decreto antidesahucios de la Junta y exigir su paralización inmediata. No van a consentir la expropiación temporal de viviendas a los bancos ni el gravamen a las entidades que tengan viviendas sin sacarlas al mercado.
Estas últimas semanas nos han ofrecido una verdadera sinfonía de insensibilidad social. La Comisión Europea y el Banco Central han afirmado que el decreto andaluz reduce “el apetito de los inversores por los activos inmobiliarios españoles”. Reconocen que los dichosos mercados son seres monstruosos y pantagruélicos cuya ansia devoradora hay que alimentar cuidadosamente por los Estados. Nos enteramos de que no basta con haberles ofrecido a los bancos más de 40.000 millones detraídos de nuestro sudor y recortes, sino que además, hay que garantizarles que puedan seguir devorando las entrañas de la Unión Europea, colocando títulos en el mercado y protegiendo sus ganancias. Si esa es la Europa que nos ofrecen, mejor no pertenecer a ese club de adoradores del euro y de los inversores alemanes.
El PP no pierde ocasión de bloquear al Gobierno andaluz. La mayoría absoluta que no ganaron en las urnas pretenden alcanzarla a través del Tribunal Constitucional. Dentro de algunos años se preguntarán por qué no han conseguido todavía gobernar en Andalucía, pues vayan anotando las razones. Ni siquiera han tenido reparo en dejar en ridículo a su líder andaluz, el señor Juan Ignacio Zoido, quien afirmó que no tenían intención de recurrir al Tribunal Constitucional. El hecho de confrontarse con medidas como la subasta de medicamentos o el decreto antidesahucios, acogidos con esperanza por la mayoría de los andaluces, los coloca fuera del tablero político andaluz. Tan solo el vergonzoso escándalo de los ERE los mantiene con respiración asistida.
Cada votación perdida en Andalucía, cada medida que no es de su agrado, es torpedeada con artillería pesada desde Madrid. A este paso, el Gobierno de Rajoy va a convertir al Tribunal Constitucional en la segunda cámara de Andalucía. Según el recurso del Gobierno, las autonomías no pueden regular absolutamente nada sin que el Estado previamente lo haya autorizado, lo que equivale a anular su existencia. Han retornado al ideal político de la más rancia derecha española: el centralismo más feroz que hoy cuenta con nuevos aliados como esa UPyD que pinta de rosa el regreso al pasado.
Han olvidado que el telón de fondo es una población empobrecida, con graves problemas sociales; personas que sin el decreto se encuentran más solos y desasistidos, expulsados de su vivienda sin un techo que los cobije. Han olvidado que la función de todo gobierno y de toda institución democrática es velar por el interés general que, en este caso, está identificado con la finalidad del decreto antidesahucios.
Cuando se posicionan tan claramente contra el interés general, las instituciones se convierten en entes desalmados hostiles a la ciudadanía. Si lo que quieren demostrar es que no se pueden hacer cambios a favor de los más desfavorecidos; si lo que quieren escenificar es que los privilegios de bancos, farmacéuticas y poderosos, son intocables, lo están haciendo perfecto. Pero si tuvieran el sentido común más elemental deberían pensar si cegando cualquier esperanza, no están regando con gasolina las calles.
@conchacaballer
SALUDOS AL MÓDULO TRES
Publicado en El País Andalucía
Tengo la impresión de vivir en un plató gigantesco. En el backstageunos guionistas locos dibujan en sus pizarras un entramado cada vez más intrincado de personajes, entradas y salidas, tramas y desenlaces.
Durante la crisis norteamericana de los años 30 el refugio de los pobres era el cine. Por unos centavos se obtenía un pasaporte de salida de la triste realidad. Las plumas y los decorados les hacían olvidar su miserable situación y las historias de amor les confirmaban que los pobres eran buenos y que el amor salvaría sus vidas.
Ahora ni falta que nos hace ir al cine. Nos sirven directamente el espectáculo a domicilio, sin IVA cultural ni nada. Y nuestras vidas se pueblan de nombres que hasta ayer no conocíamos, de paseíllos judiciales, de fraudes millonarios, de fugaces entradas a la cárcel.
La vida real, los personajes sufrientes de la crisis no tienen importancia. Las personas paradas, los que ya no tienen ninguna ayuda social, los expulsados de la ley de dependencia, el caudal de emigración soterrado, no son historias que llamen la atención de los directores de escena. Las leyes no escritas de la información los condenan: son demasiados rostros, demasiadas historias, demasiado comunes, demasiado vulgares. En suma, lo peor que informativamente se puede ser: multitud.
¿Qué es el sufrimiento de un parado frente al martirio con el que la Casa Real vive el caso Nóos? ¿Qué dependiente tiene la prestancia de una tonadillera, un miembro de la Casa Real, un político de alto rango o un empresario defraudador? No hay color. Por eso, aunque la verdad histórica se trastoque, el espectáculo continúa y el público bufa con la aparición de cada nuevo personaje, de cada nueva imputación o sentencia.
Las resoluciones, sentencias y actuaciones judiciales van marcando hitos en este espectáculo. Su falta de uniformidad las hace tremendamente entretenidas. El empresario “modelo”, Amancio Ortega ha sido condenado a pagar 33 millones a Hacienda pero los jueces aprecian que no ha habido “fraude, ocultamiento o simulación” solo, imagino, capacidad de ahorro fiscal. En otros casos es el propio juez el que resulta expedientado, como Elpidio José Silva por “absoluta y falta manifiesta de motivación” en las resoluciones judiciales que llevaron fugazmente al banquero Miguel Blesa a la cárcel. Con este expediente se pone fin a la aventura islandesa de encarcelar a un banquero español. El primero que pisaba una cárcel tras la aventura equinoccial de Mario Conde, que hoy nos castiga con su canal Intereconomía.
En el caso Gürtel y Bárcenas se desestima, hasta el momento, tomar declaración a la cúpula del Partido Popular para que aclare contratos y sobresueldos. En Andalucía, sin embargo, la juez Alaya imputa de una tacada a veinte ex altos cargos, tirando del organigrama de varias consejerías. Esta variedad de actuaciones da color a nuestra vida mediática, a una realidad virtual que intenta explicar en clave personal el origen de una crisis económica en vez del fracaso completo de un modelo de desarrollo y de una estructura institucional que le rendía pleitesía.
Según su relato, saldremos de la crisis perdiendo nuestro capital de derechos, atentos a la vuelta de las golondrinas del pasado y con unas cuantas imputaciones que, en su mayor parte, no llegarán a nada. Al igual que Isabel Pantoja llena hoy las salas mucho más que antes de su condena, los viejos poderes esperan una gran cosecha de aplausos cuando el vendaval amaine. A fin de cuentas no se están cambiando las leyes ni el modelo económico del que surgió esta podredumbre.
Mientras tanto, algunos personajes secundarios nos ofrecen los mejores momentos: dos reclusos de la prisión de Soto del Real que han compartido el patio con Bárcenas afirman que es “es el puto amo”, “tiene ropa, tiene dinero, tiene de todo… muy buena gente”. Guerrero, por su parte, tampoco olvida a sus compañeros de prisión: “Saludos para el módulo tres. Hay muy buena gente allí”. Habilidades sociales carcelarias. Sonrisa del público. Se nos pone cara de idiotas.
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MIÉNTEME MUCHO
Publicado en ANDALUCES DIARIO
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LA DECISIÓN DE GRIÑÁN
Publicado en ANDALUCES DIARIO
Me da cierto pudor escribir sobre personas a las que aprecio. Ante todo está la verdad y el cariño es una tela a veces sutil que puede desdibujar la realidad. Hice amistad con Pepe Griñán cuando estábamos en plena redacción del nuevo Estatuto de Autonomía. Las discusiones eran frecuentes y los desacuerdos numerosos. Pero él tenía verdadera pasión por el debate de las ideas e irrumpía en mi despacho cargado de papeles, con nuevos argumentos y redacciones que intentaban conciliar propuestas.
Acostumbrada a un ejercicio del poder propio y ajeno que apenas resistía la divergencia, y que acostumbraba a entonar la frase de la reina de Alicia en el País de las Maravillas, “que le corten la cabeza” a cualquier asomo de discrepancia, me pareció fascinante la integridad democrática de este personaje, amante del debate, enamorado de la controversia documentada, que compartía la honradez intelectual por los hechos.
Me sorprendió su ascenso a Presidente de la Junta de Andalucía. Pepe nunca había formado parte del núcleo de dirección; no conocía las entrañas del poder de su propia organización y era de una inocencia sorprendente en materia de aparatos internos. Durante un tiempo lo vi perdido, sorprendido por las luchas de poder de su propia organización, hasta que consiguió una cuota de poder real, arrancada a duras penas de una organización dividida.
Le ha tocado la etapa más difícil de la historia reciente de Andalucía, con una crisis galopante, las arcas vacías, el modelo económico ruinoso y el crédito político casi agotado por la corrupción y la desconfianza ciudadana. Griñán emprendió una revisión seria de su pensamiento. No es que se haya radicalizado, ni abandonado sus viejas convicciones socialdemócratas, sino que es muy consciente de que en una fase en la que los poderes económicos aniquilan el sueño del estado del bienestar, es necesario afirmar la supremacía de la política, construir un discurso fuerte y potente del socialismo democrático alejado de las terceras vías que han dejado fuera de juego a gran parte de los partidos socialistas europeos.
Con este equipaje, se embarcó con ilusión en unas elecciones autonómicas separadas que casi todos sus compañeros daban por perdidas. Asumió el costo político del caso de los ERES, esa mancha infame de corrupción que se gestó cuando él ni siquiera estaba en Andalucía. No consiguió que el PSOE fuese la lista más votada, pero sí los escaños suficientes para gobernar en una alianza con IU que le resulta cómoda, no por falta de exigencias, sino por una amplia coincidencia ideológica.
Sin que entrara en sus cálculos, se ha convertido en la voz más poderosa del PSOE en la actualidad. En un escenario de derrota, en un desierto político, lo que haga y piense Andalucía es absolutamente determinante en el PSOE. Pero en el PSOE no ocurre nada. Rubalcaba administra el tiempo como si fuese eterno. Sabe perfectamente que la renovación es ya una necesidad acuciante, pero no está dispuesto a abrir el debate sucesorio bajo la hegemonía andaluza. Mientras encuesta tras encuesta, se derrumba la intención de voto al PSOE, su cúpula dirigente no despierta de su sueño eterno y su nostalgia de pasado.
Ahora Pepe Griñán anuncia que no se presentará a la reelección. Y lo hace con una prisa inusitada, con un calendario apretado, con una determinación sin asomo de duda. ¿Qué ha pasado, o qué no ha pasado para que haga este anuncio en una situación política relativamente tranquila en Andalucía, con un PP descabezado y ausente? Seguramente no vamos a saberlo. Es posible que intente forzar el proceso de renovación del PSOE; es probable que esté cansado de las viejas artimañas que apenas se disimulan.
Ha afirmado que los nuevos tiempos necesitan nuevas políticas y que las recetas del pasado, aunque fuesen en su momento exitosas, ya no servirán para el futuro. Y creo que da en el clavo. Hacen falta nuevas voces y proyectos. Los tiempos del desarrollismo y de la política jerárquica se han acabado. Ha hablado un lenguaje de renovación que el PSOE nunca quiso aceptar: limitación de mandatos, control ciudadano de las acciones públicas, un discurso sereno y racional dirigido a la ciudadanía, que no a la vieja guardia. Y me asalta la duda de si la renuncia es el impuesto que tienen que pagar los justos para abrir espacio a sus ideas.
Me da cierto pudor escribir sobre personas a las que aprecio. Ante todo está la verdad y el cariño es una tela a veces sutil que puede desdibujar la realidad. Hice amistad con Pepe Griñán cuando estábamos en plena redacción del nuevo Estatuto de Autonomía. Las discusiones eran frecuentes y los desacuerdos numerosos. Pero él tenía verdadera pasión por el debate de las ideas e irrumpía en mi despacho cargado de papeles, con nuevos argumentos y redacciones que intentaban conciliar propuestas.
Acostumbrada a un ejercicio del poder propio y ajeno que apenas resistía la divergencia, y que acostumbraba a entonar la frase de la reina de Alicia en el País de las Maravillas, “que le corten la cabeza” a cualquier asomo de discrepancia, me pareció fascinante la integridad democrática de este personaje, amante del debate, enamorado de la controversia documentada, que compartía la honradez intelectual por los hechos.
Me sorprendió su ascenso a Presidente de la Junta de Andalucía. Pepe nunca había formado parte del núcleo de dirección; no conocía las entrañas del poder de su propia organización y era de una inocencia sorprendente en materia de aparatos internos. Durante un tiempo lo vi perdido, sorprendido por las luchas de poder de su propia organización, hasta que consiguió una cuota de poder real, arrancada a duras penas de una organización dividida.
Le ha tocado la etapa más difícil de la historia reciente de Andalucía, con una crisis galopante, las arcas vacías, el modelo económico ruinoso y el crédito político casi agotado por la corrupción y la desconfianza ciudadana. Griñán emprendió una revisión seria de su pensamiento. No es que se haya radicalizado, ni abandonado sus viejas convicciones socialdemócratas, sino que es muy consciente de que en una fase en la que los poderes económicos aniquilan el sueño del estado del bienestar, es necesario afirmar la supremacía de la política, construir un discurso fuerte y potente del socialismo democrático alejado de las terceras vías que han dejado fuera de juego a gran parte de los partidos socialistas europeos.
Con este equipaje, se embarcó con ilusión en unas elecciones autonómicas separadas que casi todos sus compañeros daban por perdidas. Asumió el costo político del caso de los ERES, esa mancha infame de corrupción que se gestó cuando él ni siquiera estaba en Andalucía. No consiguió que el PSOE fuese la lista más votada, pero sí los escaños suficientes para gobernar en una alianza con IU que le resulta cómoda, no por falta de exigencias, sino por una amplia coincidencia ideológica.
Sin que entrara en sus cálculos, se ha convertido en la voz más poderosa del PSOE en la actualidad. En un escenario de derrota, en un desierto político, lo que haga y piense Andalucía es absolutamente determinante en el PSOE. Pero en el PSOE no ocurre nada. Rubalcaba administra el tiempo como si fuese eterno. Sabe perfectamente que la renovación es ya una necesidad acuciante, pero no está dispuesto a abrir el debate sucesorio bajo la hegemonía andaluza. Mientras encuesta tras encuesta, se derrumba la intención de voto al PSOE, su cúpula dirigente no despierta de su sueño eterno y su nostalgia de pasado.
Ahora Pepe Griñán anuncia que no se presentará a la reelección. Y lo hace con una prisa inusitada, con un calendario apretado, con una determinación sin asomo de duda. ¿Qué ha pasado, o qué no ha pasado para que haga este anuncio en una situación política relativamente tranquila en Andalucía, con un PP descabezado y ausente? Seguramente no vamos a saberlo. Es posible que intente forzar el proceso de renovación del PSOE; es probable que esté cansado de las viejas artimañas que apenas se disimulan.
Ha afirmado que los nuevos tiempos necesitan nuevas políticas y que las recetas del pasado, aunque fuesen en su momento exitosas, ya no servirán para el futuro. Y creo que da en el clavo. Hacen falta nuevas voces y proyectos. Los tiempos del desarrollismo y de la política jerárquica se han acabado. Ha hablado un lenguaje de renovación que el PSOE nunca quiso aceptar: limitación de mandatos, control ciudadano de las acciones públicas, un discurso sereno y racional dirigido a la ciudadanía, que no a la vieja guardia. Y me asalta la duda de si la renuncia es el impuesto que tienen que pagar los justos para abrir espacio a sus ideas.
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ESPAÑOLIZAR EL GUADALQUIVIR
Publicado en AndalucesDiario
!Qué mala suerte tenemos los andaluces! Más tarde o más pronto lo que es nuestro, acaba siendo suyo porque España es una ficción que no existe sin Andalucía. Cuando tuvieron que construir una identidad cultural, tomaron cuatro tópicos andaluces y los envolvieron en la bandera española. Voilá, Spain is different!
Lo de ser universales -¡ay querido Juan Ramón!-, tiene estos inconvenientes. Que entran a saco en nuestra despensa y se apropian de nuestros bienes más queridos. Para legalizar esta apropiación cultural nos ningunean, nos presentan como una tierra desprovista de identidad, sin perfiles claros, sin aportaciones interesantes.
Si la mayor parte de los escritores de la generación del 27 hubiesen nacido en Cataluña, en vez de en Andalucía, se llamarían la renaixença catalana, pero como lo hicieron aquí llevan una cifra, un año de matriculación, ni una sola pista de su impronta andaluza. Aquí lo sobrellevamos como podemos. Con cierta alegría cuando subliman nuestros logros, con fastidio cuando nos ningunean, con enfado creciente cuando nos menosprecian.
Ahora, con la marca España bajo mínimos, han decidido españolizar el Guadalquivir. En Cataluña quieren españolizar infantes, aquí nuestro río. La cosa es españolizar y dar pábulo a esa patraña de que las autonomías son una fuente de problemas, de gasto innecesario y de mala gestión.
Los argumentos racionales no importan en este caso. De nada vale decir que el Guadalquivir transcurre casi íntegramente por Andalucía, que las escasas colas fuera de la comunidad son en el ciclo alto del río y que por lo tanto no pueden ser afectadas por las actuaciones que hagamos en el sur. Tampoco han tenido en consideración que nadie, ni el Estatuto de Andalucía, ha negado una gestión general del ciclo del agua, ni de la cuenca hidrográfica del Guadalquivir. Que Andalucía no solo respeta estos principios, sino que los defiende y colabora con ellos. El Tribunal Constitucional, por una cuestión de simetría, tachó la declaración nacional de Cataluña de su Estatuto y anuló el traspaso del Guadalquivir, sin miramientos.
El último capítulo de este sainete se ha producido en el Congreso de los diputados donde una proposición aprobada por unanimidad en el Parlamento de Andalucía reclamaba, no ya la titularidad del río ni las competencias plenas, sino la pura gestión o cogestión de nuestro río. La respuesta ha sido un rotundo NO que cierra la última puerta posible y sometería a un ridículo espectacular al PP Andaluz, en el caso de que existiera.
O dicho con otras palabras, que podemos gestionar la educación o el sistema sanitario, podemos tomar decisiones sobre la formación y la vida de los andaluces, pero no podemos autorizar un pozo, aprovechar un salto hidraúlico o regular el aprovechamiento de unas riberas. El Guadalquivir es español, de la Confederación, de los federales con la chapa en la solapa, de Aznar que tanto se queja de la desmembración de España, de Esperanza Aguirre que sueña con devolver las competencias autonómicas, de Rosa Diez que combina tan bien el rosa y el tricornio de los viejos tiempos. Todo menos andaluz, esa anomalía histórica donde la derecha no desemboca, como diría el poeta.
Lorca estaba equivocado. Es posible que el Guadalquivir vaya entre naranjos y olivos, pero sus papeles legales, sus procedimientos de autorización y sancionadores, van por la estepa castellana. Es un gran río, un motor económico, una fuente de riqueza que no puede quedar en manos andaluzas. Toda una metáfora del nuevo centralismo que nos acecha.
!Qué mala suerte tenemos los andaluces! Más tarde o más pronto lo que es nuestro, acaba siendo suyo porque España es una ficción que no existe sin Andalucía. Cuando tuvieron que construir una identidad cultural, tomaron cuatro tópicos andaluces y los envolvieron en la bandera española. Voilá, Spain is different!
Lo de ser universales -¡ay querido Juan Ramón!-, tiene estos inconvenientes. Que entran a saco en nuestra despensa y se apropian de nuestros bienes más queridos. Para legalizar esta apropiación cultural nos ningunean, nos presentan como una tierra desprovista de identidad, sin perfiles claros, sin aportaciones interesantes.
Si la mayor parte de los escritores de la generación del 27 hubiesen nacido en Cataluña, en vez de en Andalucía, se llamarían la renaixença catalana, pero como lo hicieron aquí llevan una cifra, un año de matriculación, ni una sola pista de su impronta andaluza. Aquí lo sobrellevamos como podemos. Con cierta alegría cuando subliman nuestros logros, con fastidio cuando nos ningunean, con enfado creciente cuando nos menosprecian.
Ahora, con la marca España bajo mínimos, han decidido españolizar el Guadalquivir. En Cataluña quieren españolizar infantes, aquí nuestro río. La cosa es españolizar y dar pábulo a esa patraña de que las autonomías son una fuente de problemas, de gasto innecesario y de mala gestión.
Los argumentos racionales no importan en este caso. De nada vale decir que el Guadalquivir transcurre casi íntegramente por Andalucía, que las escasas colas fuera de la comunidad son en el ciclo alto del río y que por lo tanto no pueden ser afectadas por las actuaciones que hagamos en el sur. Tampoco han tenido en consideración que nadie, ni el Estatuto de Andalucía, ha negado una gestión general del ciclo del agua, ni de la cuenca hidrográfica del Guadalquivir. Que Andalucía no solo respeta estos principios, sino que los defiende y colabora con ellos. El Tribunal Constitucional, por una cuestión de simetría, tachó la declaración nacional de Cataluña de su Estatuto y anuló el traspaso del Guadalquivir, sin miramientos.
El último capítulo de este sainete se ha producido en el Congreso de los diputados donde una proposición aprobada por unanimidad en el Parlamento de Andalucía reclamaba, no ya la titularidad del río ni las competencias plenas, sino la pura gestión o cogestión de nuestro río. La respuesta ha sido un rotundo NO que cierra la última puerta posible y sometería a un ridículo espectacular al PP Andaluz, en el caso de que existiera.
O dicho con otras palabras, que podemos gestionar la educación o el sistema sanitario, podemos tomar decisiones sobre la formación y la vida de los andaluces, pero no podemos autorizar un pozo, aprovechar un salto hidraúlico o regular el aprovechamiento de unas riberas. El Guadalquivir es español, de la Confederación, de los federales con la chapa en la solapa, de Aznar que tanto se queja de la desmembración de España, de Esperanza Aguirre que sueña con devolver las competencias autonómicas, de Rosa Diez que combina tan bien el rosa y el tricornio de los viejos tiempos. Todo menos andaluz, esa anomalía histórica donde la derecha no desemboca, como diría el poeta.
Lorca estaba equivocado. Es posible que el Guadalquivir vaya entre naranjos y olivos, pero sus papeles legales, sus procedimientos de autorización y sancionadores, van por la estepa castellana. Es un gran río, un motor económico, una fuente de riqueza que no puede quedar en manos andaluzas. Toda una metáfora del nuevo centralismo que nos acecha.
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HAY QUE ECHAR A LOS ODIOSOS INVITADOS
Mientras comemos o comentamos las últimas notas del niño en el colegio, manifiestan su total desaprobación con nuestras vidas. “Demasiado gasto”, susurran. “Excesivos salarios”, argumentan. “Muchos subsidios”, concluyen. Toman apresuradas notas y a la semana siguiente se habrá volatilizado algún servicio y alguno de nuestros derechos.
Nos tienen realmente hartos de sus exigencias, de sus malos modales, de la superioridad con que contemplan nuestras vidas. Su ritmo de recortes es tan bestial que no nos da tiempo siquiera a comentarlos con detenimiento. Tasas, recortes de salarios, supresión de derechos, pagos y repagos, cierres de servicios se amontonan sobre nuestras espaldas.
Hace mal tiempo y mal gobierno. Porque está ahí, como un nubarrón estático en el cielo, amenazante ante cualquier rayo de esperanza. Nunca habíamos estado tan cansados. Nunca un año y medio de gobierno se nos había hecho tan largo. Tras la pesadilla de los viernes, en los que escriben en el BOE nuestras futuras desdichas, los odiosos invitados acuden nuevamente a nuestra mesa, repiten sus gestos de reprobación e idean nuevas formas de exprimir nuestras vidas.
La pesadilla se ha hecho tan recurrente que todo el mundo busca un pequeño asidero al que agarrarse. Y ahora se llama Andalucía. Una tierra plagada de problemas, con un paro estremecedor, con graves problemas en su estructura económica, es ahora sin embargo una pequeña esperanza política. La desconfianza secular de gran parte de los andaluces en la derecha política, le negó al PP la mayoría absoluta que hubiera culminado su poder omnímodo en las instituciones. Esta tierra conocía los recortes antes de que se produjeran, barruntó las privatizaciones de servicios que todavía estaban celosamente escondidas en los cajones y receló de las reformas agazapadas en los papeles de la FAES, sobre el regazo de Aznar. Andalucía buscó un contrapunto, una defensa ante los tiempos hostiles que se avecinaban.
Está a la espera. Tras un año especialmente duro, en el que el Gobierno andaluz ha empleado más energía en la defensa que en la propuesta, empiezan a aparecer algunos decretos sobre pobreza, desahucios o paro juvenil. Son medidas modestas que no van a solucionar los graves problemas de nuestra tierra. Han resultado tan llamativas porque son las únicas normativas que, en mucho tiempo, dan algo a los de abajo, ofrecen derechos en vez de suprimirlos, o buscan empleo en vez del desprestigio del parado.
La crisis tiene su letra pequeña, su código de señales, sus centros de experimentación. Valencia ha sido la avanzadilla de la privatización sanitaria, Madrid del desprestigio de los servicios públicos, Baleares del trato desigual a los emigrantes. Las cosas que ocurren allí no son concebibles en nuestra tierra. Ningún sanitario retiraría una prótesis a un enfermo por falta de pago; ningún médico se negaría a hacer pruebas médicas a un inmigrante, causándole la muerte; ningún sector aprobaría la privatización de los hospitales públicos y que la enseñanza privada fuese mayoritaria. No es el gobierno, es el pueblo quien no comparte esas claves. O dicho de otra manera, en Andalucía hay un gobierno diferente porque el pueblo, contra todo pronóstico, pidió una política distinta.
Por eso Andalucía puede ser un banco de pruebas de una política de rostro humano, de carácter ciudadano, de vinculación democrática. Nada de estridencias ni de sonsonetes falsos. Sacar lo mejor de la sociedad, alimentar nuevos proyectos, aprovechar experiencias y fomentar la cultura de la cooperación. Para este camino, sobran los miedos y los viejos vicios del poder. Falta apertura, confianza y decisión. Y mandar a paseo a los hombres de negro, de gris y de azul que se han adueñado de nuestro salón.
lunes, 1 de julio de 2013
GRIÑÁN AGITA TODAS LAS AGUAS
Publicado en El País de Andalucía
José Antonio Griñán anuncia que no se presentará a la reelección y provoca un terremoto en la política andaluza y estatal. Mientras la crisis arrecia y la ciudadanía consume sus últimas energías de indignación, nos estábamos acostumbrando a un tranquilo escenario institucional. En Madrid, la mayoría absoluta del PP garantiza votaciones mayoritarias de proyectos rechazados en la calle; en Andalucía, el gobierno bipartito garantiza una estabilidad institucional con un proyecto que pinta de rojo algunas rayas en el horizonte profundamente azul. En las instituciones, el naufragio de la política es lento. El PP se desangra y alimenta una rueda de recambio llamada UPyD. De forma incomprensible, el PSOE sigue perdiendo votantes, traspasados a IU o a la abstención más enfadada. Los primeros confían en que la crisis amaine, los segundos en que el pueblo vuelva a confiar en ellos por arte de magia. Incluso entonan algún baile atrevido de acuerdos institucionales en los grandes temas de Estado.
La decisión de Griñán viene a poner en crisis este modelo, ese dolce far niente, esa nostalgia de que el pasado retorne, como las golondrinas, cuando las flechas macroeconómicas apunten hacia arriba, acallen la indignación y el bipartidismo reverdezca. Porque Griñán ha anunciado la muerte del pasado, el no retorno de los viejos tiempos, de sus políticos y de los modelos económicos. Y lo ha hecho inmolándose en la pira por pura cuestión de edad.
Lo llevaba en absoluto secreto pero con una férrea determinación. Su decisión tiene efectos colaterales de todos los colores. El PP ha hecho el análisis previsto: Griñán se marcha por el caso de los ERE. Por simple razón electoral, el PP había convertido al presidente andaluz en la cabeza de turco del fraude, aunque la más elemental aritmética cronológica lo desmiente. De hecho, ni siquiera estaba en Andalucía mientras la trama empezaba sus andanzas. El caso de los ERE ha sido, sin duda, un sambenito del que Griñán no ha podido desprenderse, porque aunque no es suyo, es de los suyos. Pero no es la causa principal de su renuncia, aunque si una de sus razones. Sin embargo, la decisión de Griñán fuerza al PP de Andalucía a aclarar con rapidez su liderazgo y su proyecto.
Por lo que respecta al IU, ha sido más que evidente su incomodidad con esta decisión. Nada le viene mejor a esta formación que esta transfusión lenta de votos sin riesgo alguno. Acaban de renovar su dirección y de elegir a Antonio Maíllo nuevo coordinador. Pero ahora la apuesta se queda corta. No basta con presentar un perfil más amable. Si quieren jugar en el terreno de la renovación tendrán que apostar mucho más fuerte por la apertura, las primarias, la autonomía del proyecto de IU respecto al Partido Comunista de Andalucía así como alguna asignatura incomprensiblemente pendiente, como el inexistente papel de las mujeres en esta formación.
Pero el efecto más visible del terremoto Griñán es sobre el PSOE estatal, donde Rubalcaba administra los tiempos a paso de tortuga y se mantienen las líneas de fidelidades antiguas, de discursos oscilantes entre la oposición y la colaboración, y el temor a los cambios.
Cuanto más se empeñan en afirmar que la decisión de Griñán “no alterará ni el calendario ni la agenda política prevista”, más claro parece que ha dado en la diana de una mayoría silenciosa o silenciada del PSOE. Es fácil agrupar las declaraciones de los líderes socialistas en racimos identificables: Rubalcaba, Chaves, Alfonso Guerra o el singular Rodríguez de la Borbolla han torcido el gesto ante el proceso andaluz. Frente a su evidente irritación, son fáciles de contraponer las sonrisas de Carme Chacón o de José María Barreda o la fruición con la que muchos militantes de base del PSOE citan las palabras de Griñán sobre la regeneración política, la celebración de primarias, la limitación de mandatos o el relevo generacional. Un toque de autocrítica hacia la trayectoria política del PSOE escrita con la piel de un presidente que tiene muchos años, pero que quizá ha olfateado los nuevos tiempos.
@conchacaballer
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EL NOMBRE BUENO DE LAS COSAS MALAS
Publicado en el País de Andalucía
“Cuando quieran hacer algo malo, busquen un nombre bueno”, es el consejo de los expertos internacionales en comunicación.Y el ministro de Educación, José Ignacio Wert, lo ha tomado al pie de la letra. Ha cambiado el término exclusión por excelencia y lo ha dirigido como una bomba de relojería contra los estudiantes sin recursos económicos. Ha empleado la palabra “pobre” con profusión, “excelencia” con delectación y ha acusado a Andalucía de tener demasiados estudiantes sin recursos en la Universidad. Para finalizar ha afirmado que está dispuesto a ser duro con los pobres por que “cuando se recibe dinero público, es lógico pedir un esfuerzo extraordinario”.
La ideología de la derecha es muy hábil en hacer creer a la clase media, que hay una horda de holgazanes viviendo a nuestra cuenta. Es una vieja estrategia de tensión y de confrontación que intenta servir de válvula de escape a unas clases medias cada vez más empobrecidas por la crisis. Por eso, es muy importante que la verdadera información y que la pedagogía nos ayuden a separar los argumentos ficticios de los reales.
Antes de que ningún lector se apunte a las tesis de Wert es conveniente conocer la realidad. La Universidad se sufraga fundamentalmente con dinero público. Dependiendo de la Comunidad, las tasas solo suponen entre el 15% y el 25% del coste total del servicio universitario. En Andalucía, al haber mantenido las tasas en su horquilla más baja, la subvención pública cubre el 85% del coste universitario en la primera matrícula. En consecuencia, no solamente están becados los “pobres” sino que la totalidad de los estudiantes universitarios disfrutan de una “beca” porque sus estudios son financiados con los impuestos de toda la ciudadanía. Curiosamente, el 80% de estos impuestos procede de trabajadores y, casi el 40% de cotizantes mileuristas. Por eso, todos los que hemos estudiado en la Universidad, incluido el ministro Wert, hemos sido becarios. Sin embargo, solo hablamos de control del dinero público y del esfuerzo para referirnos a los estudiantes a los que ofrecemos un pequeño plus en forma de beca oficial.
Es más, cuando el ministerio niega ayudas públicas a un estudiante por haber suspendido alguna asignatura, no está defendiendo ningún criterio de excelencia de la educación universitaria. Simplemente lo condena a la exclusión mientras sigue regando con dinero público los estudios de su compañero de aulas que ha suspendido el curso completo.
El término “excelencia” se ha convertido en el caballo de Troya de la exclusión social, en un arma arrojadiza contra los estudiantes sin recursos, mientras la verdadera excelencia universitaria se desangra por la fuga de cerebros jóvenes al extranjero o se guillotina con el recorte brutal a la investigación.
Si alguien piensa que el debate sobre las becas solo atañe a las personas sin recursos algunos, se equivoca gravemente. En esta primera fase del proyecto educativo de la FAES, se trata de reducir a la mitad el número de alumnos sin recursos que pueblan las aulas universitarias, pero tras este ajuste, se pretende “adecuar las tasas universitarias a sus costes reales”, es decir, encarecer de forma exponencial el acceso a la Universidad.
Aunque a las clases medias les guste pensar que su futuro está ligado a los sectores de mayor nivel adquisitivo, la realidad es que el empobrecimiento galopante y el recorte de los servicios públicos acabarán con ellas. De hecho, los precios de los másteres y estudios postgrado son ya un factor de selección económica, que no académica, del currículo de nuestros jóvenes. Por eso, el debate sobre la excelencia, planteado en estos términos, acabará siendo una trampa que devorará el modelo universitario. Esta medida es el primer paso para imponer nuevas restricciones, mayores tasas y privatizaciones de este servicio. Los que aplauden la retirada de becas, que vayan preparando cien o 200.000 euros para que estudien los jóvenes del futuro. Avisados estamos.
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martes, 18 de junio de 2013
EXPULSADOS DE LA UNIVERSIDAD
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No hay cifras totales. Vamos conociendo cifras parciales: 6.000 en Madrid, 4.500 entre Sevilla y Málaga, una cifra similar en Barcelona… Es posible que entre 50.000 y 70.000 estudiantes hayan sido expulsados de la Universidad este año porque su matrícula ha sido anulada. Un tajo brutal, una sangría de talentos, un golpe sin rostro a la igualdad de oportunidades en toda la cara
.
Los servicios administrativos hicieron su trabajo. Un buen día, un estudiante de Medicina, de Derecho o de cualquier otra especialidad intentó entrar con su clave en la web del centro y ya no respondía. Su facultad ya no les pertenece e inician un peregrinaje por los departamentos y la secretaría del centro. Algunos profesores prestan el dinero de la matrícula. Otros prometen guardar exámenes, buscar fórmulas para que sigan en las aulas. Alguno escribe un alegato en el que las palabras sucias tienen justificación plena: “Esto es una puta mierda”.
Las palabras “anulación de matrícula” tienen un nuevo contenido. Antes se debía a un cambio de planes del alumnado pero las nuevas anulaciones son solo cuestión de dinero, money, pasta o parné. La matrícula se anula porque se le ha denegado al estudiante la beca solicitada o porque fraccionó el pago y ahora no tiene efectivo para pagar el siguiente plazo. Hace unos meses una de mis alumnas brillantísimas, que cursaba con excelentes resultados su carrera, ha abandonado los estudios. Tenía una beca del Ministerio de Educación pero no le habían abonado ni un euro de la ayuda concedida y su familia no podía pagar el gasto de transporte, libros y material necesario. La hemos buscado sin éxito. El estigma económico es también muy difícil de llevar. Se sienten humillados y responsables.
Esto no es el efecto de la crisis. No. Ningún país en su sano juicio sube las tasas universitarias, reduce las becas y malpaga sus ayudas en el momento más difícil para la ciudadanía. Esto es un efecto buscado, un cambio en el modelo universitario, un desmontaje a conciencia de cualquier atisbo de igualdad social junto a una equinoccial locura de reducir el número de estudiantes universitarios.
El ministerio ha contestado con desprecio: “hay estudiantes que firman el examen en blanco y cobran la beca”. Una nueva y radical mentira de la factoría de ficción Wert, experta en desprestigiar lo público y justificar el clasismo más rotundo. Emplean la ironía para justificar la subida de notas necesaria para obtener ayudas: “Si sacaran matrículas de honor, no tendrían problemas para obtener becas”, argumentan desde un sentido común lleno de pasado, de involución y de sociedad añeja.
Y es que aquí está el verdadero quid de la cuestión. Desde que existe la Universidad y la escuela, existen las becas. Los grandes señores, desde tiempo inmemorial becaban a aquellos hijos de las clases populares que fueran excepcionalmente inteligentes a cambio de que sus resultados fueran excelentes, sin tropiezo alguno. La diferencia entre una sociedad estamental, clasista y autoritaria y una sociedad democrática es la igualdad de oportunidades. Se supone que una sociedad democrática facilita el acceso a los estudios superiores y la cultura a los que menos tienen, cumpliendo unos requisitos razonables, pero no excepcionales.
A Laura, una chica que está en tercero de grado, le han denegado la beca. Ha aprobado con buena nota 11 créditos de su curso, pero ha suspendido dos de ellos. Este simple tropiezo va a dar al traste con su vida. Por 1.000 euros se va a abrir un abismo entre ella y sus sueños.
Espero, y más que esperar exijo, que en Andalucía, donde se cuestiona esta política educativa, el Gobierno y los rectores universitarios acuerden urgentemente una solución y estos miles de estudiantes expulsados por motivos económicos puedan volver a sus aulas. Porque esto no es excelencia, ni calidad, ni cultura del esfuerzo. Es simplemente un clasismo redivivo, una limpieza elitista de las aulas, un cambio de modelo social insoportable. Una puta mierda, con perdón. O mejor dicho, sin perdón.
@conchacaballer
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INDIGNACIÓN TELEDIRIGIDA
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La indignación está tan promocionada que empieza a resultarme sospechosa. Y no me refiero a la que se expresa con las mareas reivindicativas, a las personas que expresan alternativas concretas bajo el esperanzador lema de “Sí, se puede”. Me refiero a esa indignación de salón, urbi et orbe que lanza dardos a diestro y siniestro, cultiva la desconfianza y destroza cualquier brizna de esperanza.
En un clima de corrupción económica y política realmente calamitoso, las noticias con más audiencia no son los capitales acumulados, ni la supresión de derechos. Son las menudencias escandalosas las que obtienen un éxito espectacular de audiencia. Cuanto más miserable y ruin es el hecho que se denuncia, más atrae nuestra atención: el precio de unos cubalibres, el gasto de un teléfono, el uso de un coche oficial o un correo privado del empalmado consorte.
Tengo la sensación de que quieren dirigir mi indignación como se amaestra un caballo desbocado, colocando anteojeras que cierren su campo de visión y obligando a dar vueltas sobre un imaginario círculo.
Que sí. Que qué quieren que les diga. Que me parecen muy mal los cubatas del Congreso a tres euros. Que las fuerzas políticas han quedado como cagancho subiéndose a escondidas unas dietas por asistencia. Que ya he visto tropecientas mil veces el mismo reportaje sobre el aeropuerto de Castellón… Que es más que evidente que a la política en nuestro país le hace falta un terremoto de transparencia, de honradez y de sobriedad. Pero no van a convencerme de que los sueldos de los políticos y el gasto público hayan sido los responsables de la actual crisis, sencillamente porque no es verdad.
Mi correo se inunda de datos falsos sobre el número de políticos en nuestro país. La campaña antipolítica no tiene fronteras, abarca desde la extrema derecha a la extrema izquierda con similares argumentos. No me cuentan, por ejemplo, que frente a 10.000 políticos que cobran salario público existen 13.000 profesores de religión pagados a nuestra costa. Tampoco me dicen que 30.000 profesores interinos han sido despedidos pero ni uno solo de religión aunque sus aulas están cada vez más despobladas ¿Es esto demagogia? Sin duda, pero es solo un ejemplo para jugar en la misma liga argumental. Tampoco me informan dónde han ido a parar los 40.000 millones que hemos dado a la banca arrancados directamente de nuestros recortes sociales. Claro. Como no se lo han gastado en cubatas a tres euros pues no tienen el mismo interés periodístico. Y es que en el mundo de la propaganda “menos es más”. Para que una noticia “venda” es preciso que sea familiar, reconocible y personalizada. Las grandes cifras, los grandes mangantes, carecen de historia, de rostro, de esa cotidianidad menuda con la que se alimenta nuestra domesticada indignación.
El verdadero poder es anónimo y oculto. Realmente no estamos indignados contra él porque no podemos ver sus rostros. Nos han vendido un relato mucho más maniqueo y entretenido. Viendo el riesgo de incendio de la calle, han decidido echar a los leones a los representantes políticos. Muchos lo merecen, no digo que no, pero deben ir acompañados de sus promotores. Si la democracia se chamusca un poco, no les preocupa. Nunca les ha importado.
Por eso la indignación contra el poder político es hoy un valor seguro. Hay quien se indigna incluso contra las causas justas y despotrican con ardor contra el minúsculo gasto en las escuelas de los programas de igualdad de género, los libros de texto gratuitos o contra la cooperación internacional. Da lo mismo.
No faltan motivos justos para la indignación pero, con excepción de los jóvenes que se han dado de bruces con la crisis, me sorprende la intensidad de este sentimiento. Muchos han pasado del conformismo más sumiso a la indignación más virulenta con la rapidez del rayo. No creo que sin un proceso reflexivo, de propuesta y de alternativa pueda construirse nada a lomos de este caballo. Porque con la misma fuerza que surge, se esfumará ante el primer brote verde del mismo podrido árbol.
La indignación está tan promocionada que empieza a resultarme sospechosa. Y no me refiero a la que se expresa con las mareas reivindicativas, a las personas que expresan alternativas concretas bajo el esperanzador lema de “Sí, se puede”. Me refiero a esa indignación de salón, urbi et orbe que lanza dardos a diestro y siniestro, cultiva la desconfianza y destroza cualquier brizna de esperanza.
En un clima de corrupción económica y política realmente calamitoso, las noticias con más audiencia no son los capitales acumulados, ni la supresión de derechos. Son las menudencias escandalosas las que obtienen un éxito espectacular de audiencia. Cuanto más miserable y ruin es el hecho que se denuncia, más atrae nuestra atención: el precio de unos cubalibres, el gasto de un teléfono, el uso de un coche oficial o un correo privado del empalmado consorte.
Tengo la sensación de que quieren dirigir mi indignación como se amaestra un caballo desbocado, colocando anteojeras que cierren su campo de visión y obligando a dar vueltas sobre un imaginario círculo.
Que sí. Que qué quieren que les diga. Que me parecen muy mal los cubatas del Congreso a tres euros. Que las fuerzas políticas han quedado como cagancho subiéndose a escondidas unas dietas por asistencia. Que ya he visto tropecientas mil veces el mismo reportaje sobre el aeropuerto de Castellón… Que es más que evidente que a la política en nuestro país le hace falta un terremoto de transparencia, de honradez y de sobriedad. Pero no van a convencerme de que los sueldos de los políticos y el gasto público hayan sido los responsables de la actual crisis, sencillamente porque no es verdad.
Mi correo se inunda de datos falsos sobre el número de políticos en nuestro país. La campaña antipolítica no tiene fronteras, abarca desde la extrema derecha a la extrema izquierda con similares argumentos. No me cuentan, por ejemplo, que frente a 10.000 políticos que cobran salario público existen 13.000 profesores de religión pagados a nuestra costa. Tampoco me dicen que 30.000 profesores interinos han sido despedidos pero ni uno solo de religión aunque sus aulas están cada vez más despobladas ¿Es esto demagogia? Sin duda, pero es solo un ejemplo para jugar en la misma liga argumental. Tampoco me informan dónde han ido a parar los 40.000 millones que hemos dado a la banca arrancados directamente de nuestros recortes sociales. Claro. Como no se lo han gastado en cubatas a tres euros pues no tienen el mismo interés periodístico. Y es que en el mundo de la propaganda “menos es más”. Para que una noticia “venda” es preciso que sea familiar, reconocible y personalizada. Las grandes cifras, los grandes mangantes, carecen de historia, de rostro, de esa cotidianidad menuda con la que se alimenta nuestra domesticada indignación.
El verdadero poder es anónimo y oculto. Realmente no estamos indignados contra él porque no podemos ver sus rostros. Nos han vendido un relato mucho más maniqueo y entretenido. Viendo el riesgo de incendio de la calle, han decidido echar a los leones a los representantes políticos. Muchos lo merecen, no digo que no, pero deben ir acompañados de sus promotores. Si la democracia se chamusca un poco, no les preocupa. Nunca les ha importado.
Por eso la indignación contra el poder político es hoy un valor seguro. Hay quien se indigna incluso contra las causas justas y despotrican con ardor contra el minúsculo gasto en las escuelas de los programas de igualdad de género, los libros de texto gratuitos o contra la cooperación internacional. Da lo mismo.
No faltan motivos justos para la indignación pero, con excepción de los jóvenes que se han dado de bruces con la crisis, me sorprende la intensidad de este sentimiento. Muchos han pasado del conformismo más sumiso a la indignación más virulenta con la rapidez del rayo. No creo que sin un proceso reflexivo, de propuesta y de alternativa pueda construirse nada a lomos de este caballo. Porque con la misma fuerza que surge, se esfumará ante el primer brote verde del mismo podrido árbol.
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domingo, 2 de junio de 2013
TIJERITAS, MOTOSIERRAS Y PAGA EXTRA
Puedes leerlo completo en EL PAÍS ANDALUCÍA
Pertenezco a una familia de antiguos propietarios de tierras
arruinados, que desconocían el valor del dinero. Mi padre empezó a
trabajar pasados los 40 años, forzado ya por las deudas. Nunca hubiese
consentido vender un solo olivo de su pequeña hacienda familiar, pero el
dinero le provocaba una fastidiosa mezcla de desdén y necesidad. Cuando
cobraba la paga extraordinaria, nos congregaba en el salón y tiraba los
billetes al techo. Los niños recogíamos los billetes y lo guardábamos
junto con las muñecas, el fuerte de los vaqueros o el dinero falso del
Monopoly. Horas después los devolvíamos a cambio de promesas falsas o
porque el juego, simplemente, había terminado.
El nombre de la paga extraordinaria delata nuestro origen de país sin derechos. Para los mayores era la paga del 18 de julio y de la cristianísima Navidad. Un pequeño obsequio con el que el poder mostraba su lado más amable. Solo la democracia dignificó este pago como parte del salario, lo aumentó y reguló. O al menos así lo creímos hasta que la crisis nos devolvió a los años 60.
Lo que creíamos parte de nuestros derechos laborales vuelve a ser una potestad graciosa y arbitraria del poder. Con un simple decreto —el más bajo rango normativo— se esfuma una parte importante del salario de los funcionarios, sin explicaciones ni transparencia alguna.
Los empleados públicos han sido el juguete favorito de esta crisis. Tanto que ha habido competencia desleal para esquilmar sus retribuciones. La Administración andaluza decidió suprimir la mitad de la paga extra pero el Gobierno central se adelantó y la quitó por completo. La Junta de Andalucía se quedó con las tijeras al aire, sin material recortable. No hay sueldo para tanto Freddy Krueger.
Nuevamente las palabras pueden ser muy engañosas. Al hablar de suprimir la “paga extraordinaria” ocultamos que se trata de un brutal descenso de salarios que alcanza más del 14% de las retribuciones anuales, sin contar el efecto de la congelación salarial, la subida del coste de la vida o de los impuestos que han vuelto a caer solo y exclusivamente sobre las rentas del trabajo. Las consecuencias de este sacrificio han sido contraer el consumo hasta límites catastróficos.
Cuando Aznar reclama la bajada de los impuestos no es un estrafalario expresidente, es un dardo que ha dado de lleno en el malestar de las clases medias, empobrecidas, desorientadas, que se sienten indefensas ante la acción de los Gobiernos. Es sumamente hipócrita que el mayor defensor del austericidio venga ahora a proclamarse salvador de sus propias políticas, pero los procesos políticos no son justos ni bellos. Son simplemente un juego de fuerzas, de relatos y de transmisión de ideas.
Por eso choca tanto que el Gobierno andaluz reduzca esta batalla a un grado permisivo de recortes. Tijeritas andaluzas contra la motosierra del Gobierno central. “Ellos te quitan una paga entera y nosotros la mitad”, “ellos despiden el 70% de los interinos, nosotros el 50%”. El hartazgo social avanza de forma exponencial y cualquier nuevo recorte viene a colmar la medida de un vaso rebosante de desdichas. En la sanidad es evidente el descenso de salarios, la acumulación de enfermos, el colapso de las urgencias. En las cárceles, en la dependencia, en la enseñanza el personal está al límite de sus fuerzas. En todos los servicios, las bajas no se cubren, se contratan con cuentagotas interinos y se les paga lo menos posible.
Ningún ciudadano tiene en su cabeza una tabla Excel para anotar cuántos de estos recortes proceden del Gobierno central y cuáles del andaluz. Y aunque sea verdad que en el contador gana por goleada el equipo azul de la motosierra, hay decisiones como esta nueva supresión de la paga extraordinaria que son responsabilidad plena del Gobierno andaluz. Que necesitan este dinero, es evidente. Que vayan a acudir nuevamente a los bolsillos de los trabajadores públicos, realmente incomprensible.
El nombre de la paga extraordinaria delata nuestro origen de país sin derechos. Para los mayores era la paga del 18 de julio y de la cristianísima Navidad. Un pequeño obsequio con el que el poder mostraba su lado más amable. Solo la democracia dignificó este pago como parte del salario, lo aumentó y reguló. O al menos así lo creímos hasta que la crisis nos devolvió a los años 60.
Lo que creíamos parte de nuestros derechos laborales vuelve a ser una potestad graciosa y arbitraria del poder. Con un simple decreto —el más bajo rango normativo— se esfuma una parte importante del salario de los funcionarios, sin explicaciones ni transparencia alguna.
Los empleados públicos han sido el juguete favorito de esta crisis. Tanto que ha habido competencia desleal para esquilmar sus retribuciones. La Administración andaluza decidió suprimir la mitad de la paga extra pero el Gobierno central se adelantó y la quitó por completo. La Junta de Andalucía se quedó con las tijeras al aire, sin material recortable. No hay sueldo para tanto Freddy Krueger.
Nuevamente las palabras pueden ser muy engañosas. Al hablar de suprimir la “paga extraordinaria” ocultamos que se trata de un brutal descenso de salarios que alcanza más del 14% de las retribuciones anuales, sin contar el efecto de la congelación salarial, la subida del coste de la vida o de los impuestos que han vuelto a caer solo y exclusivamente sobre las rentas del trabajo. Las consecuencias de este sacrificio han sido contraer el consumo hasta límites catastróficos.
Cuando Aznar reclama la bajada de los impuestos no es un estrafalario expresidente, es un dardo que ha dado de lleno en el malestar de las clases medias, empobrecidas, desorientadas, que se sienten indefensas ante la acción de los Gobiernos. Es sumamente hipócrita que el mayor defensor del austericidio venga ahora a proclamarse salvador de sus propias políticas, pero los procesos políticos no son justos ni bellos. Son simplemente un juego de fuerzas, de relatos y de transmisión de ideas.
Por eso choca tanto que el Gobierno andaluz reduzca esta batalla a un grado permisivo de recortes. Tijeritas andaluzas contra la motosierra del Gobierno central. “Ellos te quitan una paga entera y nosotros la mitad”, “ellos despiden el 70% de los interinos, nosotros el 50%”. El hartazgo social avanza de forma exponencial y cualquier nuevo recorte viene a colmar la medida de un vaso rebosante de desdichas. En la sanidad es evidente el descenso de salarios, la acumulación de enfermos, el colapso de las urgencias. En las cárceles, en la dependencia, en la enseñanza el personal está al límite de sus fuerzas. En todos los servicios, las bajas no se cubren, se contratan con cuentagotas interinos y se les paga lo menos posible.
Ningún ciudadano tiene en su cabeza una tabla Excel para anotar cuántos de estos recortes proceden del Gobierno central y cuáles del andaluz. Y aunque sea verdad que en el contador gana por goleada el equipo azul de la motosierra, hay decisiones como esta nueva supresión de la paga extraordinaria que son responsabilidad plena del Gobierno andaluz. Que necesitan este dinero, es evidente. Que vayan a acudir nuevamente a los bolsillos de los trabajadores públicos, realmente incomprensible.
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lunes, 27 de mayo de 2013
WERT O DESPRESTIGIA CUANTO PUEDAS
El ministro Wert no consiguió su nombramiento por su papel de contertulio sino por colaboraciones con la FAES de Jose María Aznar donde ya proponía un cambio total en el modelo educativo, se lamentaba de la abundancia de becas universitarias y manifestaba su preocupación por la escasa religiosidad de la sociedad española, especialmente los jóvenes. Con esos magníficos avales le encomendaron la tarea de reformar, cristianizar y españolizar el sistema educativo aprovechando que la crisis es una oportunidad única para cambiar las reglas de juego sociales.
Sin embargo, esta tarea no se hubiera podido culminar si desde hace años, la derecha política española y todos los think tank que las envuelven, no hubiesen conseguido desprestigiar la escuela pública, sus resultados y caricaturizar sus problemas.
Mutilaron y manipularon informes como el PISA o el de la OCDE para presentar la cara más oscura de la enseñanza española. Ocultaron celosamente todos sus éxitos y consiguieron que la palabra educación se impregnara del concepto de fracaso, error y conflicto.
La enseñanza en España necesita cambios en profundidad, sin duda. Especialmente la educación secundaria necesita encontrar nuevos caminos y mejoras, pero no todo lo existente ni los valores del modelo actual están caducos y fracasados, sino más bien faltos de desarrollo y de aplicación.
Para sacudirnos tanto prejuicio y mentira, nada mejor que ver la evolución de la enseñanza española. Según afirman los estudios de la OCDE el punto de partida de la educación en España era el más penoso de Europa. Al inicio de la democracia solo el 17% de los adultos tenía estudios equivalentes a secundaria. En estos momentos es el 64% de la población quien ha conseguido ese nivel.
Por si alguien argumenta que nos hemos ido demasiado lejos, la OCDE en el último informe aplaude el salto que se ha producido en la enseñanza entre los años 2000 y 2010 en los que se ha recortado la diferencia con el resto de los países de 11 a cuatro puntos en el nivel educativo del conjunto de la población. Si en estos años no se hubiese producido el auge del ladrillo, con la nefasta consecuencia de sacar de las aulas a miles de jóvenes, nuestro nivel estaría completamente equiparado a nuestro entorno.
El sistema educativo español, con todos sus defectos, es actualmente uno de los primeros del mundo en equidad y uno de los más potentes en facilitar la movilidad social. La mitad de los estudiantes españoles superan el nivel educativo de sus padres, en muchos casos en varios escalones y este es el mejor indicador de su éxito. En el caso de Andalucía, por aproximación, podemos estimar que más del 65% de los jóvenes superan educativamente a sus padres. Todo un motivo de orgullo y un ejemplo de superación, porque los déficits culturales tardan mucho tiempo en ser superados.
Por si no fuera suficiente, tenemos el mayor índice de escolarización infantil del mundo que dará sus frutos en el futuro, si es que no desaparece antes. Tenemos una población universitaria amplia, bien formada y con titulaciones apreciadas en el mundo entero. Resulta infame el desprestigio al que se quiere someter la comunidad universitaria y el recorte a sus estudios. Finalmente tenemos un núcleo de problemas en los estudios medios y en la recuperación de los estudiantes que abandonaron las aulas que deberíamos haber afrontado con decisión e imaginación.
Incluso en estos años de crisis, de malas noticias imparables, la educación se ha superado a sí misma, ha aumentado el éxito escolar casi diez puntos y ha rescatado miles de jóvenes para la formación y el futuro.
El complejo de inferioridad, la falta de compromiso y de proyecto educativo de la izquierda, en general, han paralizado las iniciativas de cambio y han defraudado a un profesorado convertido en rompeolas de todos los conflictos sociales. Ahora la derecha española ha cubierto este hueco con un proyecto educativo cuyo santo y seña es la religión, la segregación y la privatización. Por cierto que en España, estas tres palabras son una sinonimia casi perfecta.
@conchacaballer
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